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           contenido sucio y a limpiar con una unción
           fresca del mensaje de salvación. Bien dijo el
           salmista: “... Unges mi cabeza con aceite; mi
           copa  está  rebosando”  (Salmos  23.5).  Por  lo
           tanto,  se  renueva  hasta  el  conocimiento
           pleno,  abandona  todas  sus  prácticas  de
           antivalores,  como  la  fornicación,  impureza,
           pasiones     desordenadas,        malos     deseos,
           avaricia,  idolatría,  ira,  enojo,  malicia,
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           blasfemia,  palabras  deshonestas,  mentira,
           adulterio,  inmundicia,  lascivia,  hechicerías,
           enemistades,  pleitos,  celos,  contiendas,
           disensiones,  herejías,  envidias,  homicidios,
           orgías,  borracheras  y  cosas  semejantes  a
           estas.  La palabra de Dios limpia la mente de
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           pecado, sana el mal pensamiento incitador y
           se renueva: “… Despojaos del viejo hombre…”
           (Ef. 4.22; Col. 3.9), o sea, el viejo humano es
           la vieja personalidad y la vieja forma de ser.

                  Juan el Bautista, hizo el llamamiento al
           pueblo, predica bautismo de arrepentimiento
           para  el  perdón  de  pecados.   El  efecto
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           provocado  con  esto,  es  la  conversión  de
           muchos  al  Señor,  para  volver  los  corazones,
           traer  la  prudencia  y  justicia  en  los  rebeldes,
           preparar  un  pueblo  bien  dispuesto  para  el
           Señor.   Quienes  escucharon  su  llamamiento
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           a  arrepentirse  y  lo  recibieron,  fueron

           1  Col. 3.5 al 10.
           2  Gá. 5.19 al 21.
           3  Mr. 1.4.
           4  Lc. 1.16 al 17.
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