LA LEY Y LA GRACIA



La Ley y La Gracia: Basado en la Biblia Versión Reina - Valera Revisión de 1960 (RVR60).

Hay un precedente en el Nuevo Testamento, en Hechos de los Apóstoles, capítulo 15, con una desavenencia en el criterio de los versículos 1 al 6, un consenso en los versículos 22 y 28, y acuerdos por escrito en los versículos 23 al 27 y 30 al 31.


La resolución del conflicto y consenso fue determinar los acuerdos de fe, para ser llevados a todas las localidades, entonces las comunidades son confirmadas en la fe, donde se destacan los contenidos esenciales para construir los valores del reino de Dios en el diario vivir, mediante una misma regla (2 Corintios 13.11; Filipenses 2.1 al 2, 3.16), basada en el amor, la esperanza y la fe, especialmente en el amor (1 Corintios 13.1 al 7 y 13), manifestado por la unidad del Espíritu (Efesios 4.1 al 6).


Se requiere tomar en cuenta el lugar y el tiempo específico, tanto del lector como del pasaje, esto contribuye a un buen entendimiento de lo escrito. Es vital analizar el contexto cultural, geográfico e histórico de cada pasaje, el motivo por el que se dirige el mensaje a determinada comunidad o persona y las necesidades que resuelve. También identificar la influencia de la idiosincrasia (carácter y temperamento), tanto colectivo e individual. Las situaciones descritas en el primer pacto, pero cesadas o transformadas en el nuevo pacto, la tradición conservada, las alegorías, figuras literarias, géneros literarios, interpretaciones literales, parábolas y simbólicas.


Desde el inicio Dios establece una ley de justicia, donde la ley moral de los Diez Mandamientos o Decálogo, es también una ley comunitaria, porque es útil para conocer y diferenciar entre el bien y el mal, en nuestra relación con Dios y el prójimo. Además son normas o reglas de convivencia en comunidad. Dios dice: “Estad atentos a mí, pueblo mío, y oídme, nación mía; porque de mí saldrá la ley, y mi justicia para luz de los pueblos. Cercana está mi justicia, ha salido mi salvación…” (Isaías 51.4 al 5).


Ahora bien, aunque toda la ley era de Dios, a una parte de ella se le llama la ley de Moisés. Dios quiso desde un principio, establecer cierta distinción de la ley de los Diez Mandamientos, sobre el resto de leyes, como Jehová dice: “… Con tal de que guarden y hagan conforme a todas las cosas que yo les he mandado, y conforme a toda la ley que mi siervo Moisés les mandó” (2 Reyes 21.8), pero el pueblo no obedeció fielmente, ni al mandato de Dios, ni al mandato de Moisés: “Por cuanto no habían atendido a la voz de Jehová su Dios, sino que habían quebrantado su pacto; y todas las cosas que Moisés siervo de Jehová había mandado, no las habían escuchado, ni puesto por obra” (2 Reyes 18.12). El profeta Oseas escribe de Israel: “Está dividido su corazón. Ahora serán hallados culpables; Jehová demolerá sus altares, destruirá sus ídolos” (Oseas 10.2).


Así dice Jehová: “Porque no pusieron por obra mis decretos, sino que desecharon mis estatutos y profanaron mis días de reposo, y tras los ídolos de sus padres se les fueron los ojos. Por eso yo también les di estatutos que no eran buenos, y decretos por los cuales no podrían vivir” (Ezequiel 20.24 al 25). Nota aclaratoria: la segunda parte de este último pasaje se presenta como afirmación, según algunas de las traducciones bíblicas, pero en otras versiones corresponde a una interrogación.


En relación con el primer pacto, tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal, la ley añadida ordenaba sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, el transgresor quedaba perdonado de su ofensa, pero impune de la ley de muerte, al no ser apedreado cuando transgredía alguno de los Diez Mandamientos. En el nuevo pacto se pide presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como culto racional (Romanos 12.1), somos grato olor de Cristo (2 Corintios 2.14 al 17; Efesios 5.2), sacrificio acepto y agradable a Dios (Filipenses 4.18). Por medio del Señor Jesucristo ofrecemos sacrificio de alabanza, como fruto de labios que confiesan su nombre (Hebreos 13.15), con palabras de súplica y vueltos a Dios, con ofrenda de labios, según se venía recomendando desde tiempos antiguos (Oseas 14.2).


A los transgresores de la ley, la ley añadida le permitía realizar ciertos ritos, semejante a un indulto, o sea, perdonar la pena de muerte que tenía impuesta, exceptuar o eximir de la sentencia de ley de muerte, siempre y cuando, no fuere sorprendido en el acto mismo, sino que se mantenía como un pecado ignorado, de lo contrario si había dos o tres testigos en su contra, era sentenciado a muerte (Deuteronomio 17.6; Números 35.30). Toda la ley proviene de Dios (Lucas 2.22 al 24), pero al entregarla a su pueblo se establece la diferencia, porque ordena a Moisés escribir todo para memoria en un libro (Éxodo 17.14), donde se describe hechos históricos de Israel y según la tradición judía hay seiscientos trece preceptos. La ley guiaba la vida civil, ceremonial, espiritual, moral y salubridad.


Los preceptos fueron transformados en el nuevo pacto, inclusive algunos eliminados, por ser exclusivos para Israel, limitados en espacio geográfico, lugar y tiempo, con referencia específica a la tierra en la cual tomarían posesión (Deuteronomio 4.14, 5.31, 12.1, 31.12 al 13). Por ejemplo, la cesación de actividades en el Templo de Jerusalén por los acontecimientos del año 70 después de Cristo. Hay mandamientos directos de Dios y otros a través del profeta Moisés, claro está, todos provenían de Dios: “Y sobre el monte de Sinaí descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y les diste juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos, y les ordenaste el día de reposo santo para ti, y por mano de Moisés tu siervo les prescribiste mandamientos, estatutos y la ley” (Nehemías 9.13 al 14). La palabra prescribir es ordenar o adquirir algo con prescripción (ciertas condiciones durante un tiempo prefijado). Hay caducidad, pérdida de efectividad y vigencia, de la deuda, obligación o responsabilidad penal, debido a la finalización del cumplimiento de espacio temporal establecido por la ley en prescripción.


La Santa Biblia dice acerca de la ley de Dios y de la ley de Moisés (el subrayado es nuestro): “Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra; los Diez Mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra. A mí también me mandó Jehová en aquel tiempo que os enseñase los estatutos y juicios, para que los pusieseis por obra en la tierra a la cual pasáis a tomar posesión de ella (Deuteronomio 4.13 al 14). “Y no volveré a hacer que el pie de Israel sea movido de la tierra que di a sus padres, con tal que guarden y hagan conforme a todas las cosas que yo les he mandado, y conforme a toda la ley que mi siervo Moisés les mandó” (2 Reyes 21.8).


Dios establece y escribe los Diez Mandamientos directamente, las demás ordenanzas establecidas, se dan por escrito indirectamente a través de Moisés, quien las escribe en un libro (Deuteronomio 31.9) e igualmente se inician en el monte Horeb o Sinaí: “Esta es la ley del holocausto, de la ofrenda, del sacrificio por el pecado, del sacrificio por la culpa, de las consagraciones y del sacrificio de paz, la cual mandó Jehová a Moisés en el monte de Sinaí, el día que mandó a los hijos de Israel que ofreciesen sus ofrendas a Jehová, en el desierto de Sinaí” (Levítico 7.37 al 38). Pero este pacto de ordenanzas fue entregado por completo en los campos de Moab (Deuteronomio 29.1; Números 36.13). Ya para el pacto en Horeb o Sinaí, la ley de Moisés empezaba a estar escrita, aunque inconclusa en el libro de Moisés y el pueblo se había comprometido desde entonces, a cumplir todo lo dicho por Jehová, escrito por Moisés en el libro (Éxodo 24.1 al 8; Hebreos 9.18 al 20). Es entonces en esta ley donde se relata: “Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas…” (Deuteronomio 27.26). “Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová” (Levítico 18.5).


Cristo nos redime de esta maldición, en Gálatas se le llama de las cosas escritas en el libro de la ley: “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas… Cristo nos redimió de la maldición de la ley…” (Gálatas 3.10 al 14). Y según Efesios aboliendo la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, y mediante la cruz reconcilió con Dios a ambos pueblos en un cuerpo, haciendo la paz, por la sangre de Cristo (Efesios 2.12 al 18).


“La letra mata”, nos dice el apóstol Pablo en su segunda epístola a los Corintios y hace referencia al nuevo pacto, no de la letra, porque la letra mata (2 Corintios 3.6). Si retrocedemos al primer pacto, encontramos esta sentencia. Se toma como ejemplo el caso del CUARTO mandamiento, donde se sorprende a un hombre recogiendo leña en sábado y se deja en la cárcel, porque no estaba declarada la sentencia, al realizarse la consulta, Dios le dijo a Moisés en aquel momento lo siguiente: “Irremisiblemente muera…; apedréelo toda la congregación…” (Números 15.32 al 36). En otro pasaje explica: “Seis días se trabajará, mas el día séptimo os será santo, día de reposo para Jehová; cualquiera que en él hiciere trabajo alguno, morirá” (Éxodo 35.2). Dios permitió la sentencia de muerte, por las constantes transgresiones al Decálogo:


PRIMERO : “El que ofreciere sacrificios a dioses excepto solamente a Jehová, será muerto” (Éxodo 22.20), “… de seguro morirá; el pueblo de la tierra lo apedreará” (Levítico 20.1 al 2).


SEGUNDO : “… Que hubiere ido y servido a dioses ajenos, y se hubiere inclinado a ellos,… entonces sacarás a tus puertas al hombre o a la mujer que hubiere hecho esta mala cosa, sea hombre o mujer, y los apedrearás, y así morirán” (Deuteronomio 17.2 al 5, 8.19).


TERCERO : “… Y el hijo de la mujer israelita blasfemó el Nombre, y maldijo; entonces lo llevaron a Moisés… y Jehová habló a Moisés, diciendo: Saca al blasfemo fuera del campamento, y todos los que le oyeron pongan sus manos sobre la cabeza de él, y apedréelo toda la congregación…, si blasfemare el Nombre, que muera” (Levítico 24.11 al 16).


QUINTO : “Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere,… entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá…” (Deuteronomio 21.18 al 21).


SEXTO : “El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá” (Éxodo 21.12; Levítico 24.17).


SEPTIMO : “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Levítico 20.10).


OCTAVO : “Cuando fuere hallado alguno que hubiere hurtado a uno de sus hermanos los hijos de Israel, y le hubiere esclavizado, o le hubiere vendido, morirá el tal ladrón,…” (Éxodo 21.16; Deuteronomio 24.7).


NOVENO : “Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él,… entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti… y no le compadecerás; vida por vida…” (Deuteronomio 19.16 al 21).


DECIMO : “Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel,… pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé;… entonces Josué, y todo Israel con él, tomaron a Acán… y todo cuanto tenía,… y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos y levantaron sobre él un gran montón de piedras, que permanece hasta hoy…” (Josué 7.20 al 26).


A continuación se señalan una serie de citas bíblicas relacionadas con los Diez Mandamientos, también como mención de su transgresión, por parte de algunos (siendo conocedores de la ley la quebrantaron), sin embargo, la misma fue escrita hasta en tiempos de Moisés, durante el primer pacto, y se presentan posteriormente al tiempo de Jesús, en el nuevo pacto, con el cambio de la letra a lo espiritual, la transición y trascendencia del ministerio de muerte a vida.


Las citas bíblicas son las siguientes:


1) “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20.3; Deuteronomio 5.7).
Antes del primer pacto: Génesis 35.2 al 4; Éxodo 18.9 al 12; Números 33.4.
Durante el primer pacto: Éxodo 23.13, 32 al 33; Deuteronomio 32.16 al 17; Josué 24.14 al 24, 1 Samuel 7.3 al 4; 1 Reyes 18.24 al 40; Isaías 45.20 al 22; Jeremías 1.16, 2.11, 28, 5.19, 10.10 al 13, 35.15; Ezequiel 8.5 al 18; Oseas 4.12.
En el nuevo pacto: Mateo 4.10; Hechos 17.24 al 30, 19.26; 1 Corintios 8.5 al 6; Gálatas 4.8.


2) “No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las servirás...” (Deuteronomio 5.8 al 10; Éxodo 20.4 al 6).
Antes del primer pacto: Génesis 31.19, 30 al 35; Deuteronomio 29.16 al 17; Josué 24.2; Ezequiel 20.5 al 11.
Durante el primer pacto: Éxodo 20.23, 23.24, 32.1 al 8, 34.13 al 14, 17; Levítico 19.4; Números 25.2; Deuteronomio 4.15 al 19, 23, 7.4 al 5, 25, 12.3, 27.15, 29.18; Ezequiel 14.1 al 8; Daniel 3.12 al 30.
En el nuevo pacto: Hechos 15.20, 29, 17.29, 21.25; Romanos 1.21 al 23; 1 Corintios 8.1 al 4, 7 al 13, 10.19 al 22, 28, 12.2 al 3; 2 Corintios 6.16 al 18; 1 Tesalonicenses 1.9; 1 Juan 5.21; Apocalipsis 9.20.


3) “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano...” (Éxodo 20.7; Deuteronomio 5.11).
Antes del primer pacto: Éxodo 17.7.
Durante el primer pacto: Levítico 19.12, 24. 11 al 16.
En el nuevo pacto: Mateo 5.33 al 37; Santiago 2.7, 5.12.


4) “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas...” (Éxodo 20.8 al 11; Deuteronomio 5.12 al 15).
Antes del primer pacto: Génesis 2.2 al 3; Éxodo 16.23 al 31.
Durante el primer pacto: Éxodo 31.12 al 17, 35.1 al 3; Levítico 19.3, 30, 23.3, 26.2; Números 15.32 al 36; 1 Crónicas 9.32; Nehemías 9.14, 13.15 al 22; Isaías 56.2, 58.13 al 14, 66.23; Jeremías 17.21 al 22, 27; Ezequiel 20.12 al 16, 20 al 24, 22.8, 26, 23.38, 46.1 al 3.
En el nuevo pacto: Mateo 12.1 al 13, 24.20, 28.1; Marcos 1.21, 2.23 al 28, 3.2 al 5, 6.1 al 2; Lucas 4.16 y 31, 6.1 al 10, 13.10 al 17, 14.1 al 6, 23.56; Juan 5.8 al 11, 7.21 al 24, 9.13 al 16; Hechos 13.14, 27, 42 al 44, 15.21, 16.13, 17.2 al 3, 18.4; Hebreos 4.4, 10.


5) “Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da” (Deuteronomio 5.16; Éxodo 20.12).
Antes del primer pacto: Génesis 9.22 al 25.
Durante el primer pacto: Éxodo 21.15, 17; Levítico 18.7 al 8, 19.3, 20.9, 11, 21.9; Deuteronomio 21.18 al 21, 27.16; Miqueas 7.6.
En el nuevo pacto: Mateo 15.4, 19.19; Marcos 7.10, 10.19; Lucas 18.20; Efesios 6.1 al 3; Colosenses 3.20.


6) “No matarás” (Éxodo 20.13; Deuteronomio 5.17).
Antes del primer pacto: Génesis 4.8 al 13, 9.6, 27.41 al 45, 37.26 al 27; Éxodo 2.11 al 15.
Durante el primer pacto: Éxodo 21.12, 23.7; Levítico 24.17; Números 35.16 al 21; Josué 20. 1 al 6; Jueces 9.17 al 24, 56 al 57; 1 Samuel 19.4 al 6, 22.17, 26.8 al 11; Jeremías 26.15; Oseas 4.2.
En el nuevo pacto: Mateo 5.21, 15.19, 19.18; Marcos 7.21, 10.19; Lucas 18.20; Romanos 13.9; Santiago 2.11.


7) “No cometerás adulterio” (Éxodo 20.14; Deuteronomio 5.18).
Antes del primer pacto: Génesis 12.10 al 20, 26.6 al 11, 39.7 al 9.
Durante el primer pacto: Levítico 18.20, 20.10; 2 Samuel 12. 7 al 10; Proverbios 6.32; Jeremías 5.7 al 9, 29.23; Oseas 4.2.
En el nuevo pacto: Mateo 5.27 al 28, 31 al 32, 15.19, 19.9, 18; Marcos 7.21, 10.11 al 12, 19; Lucas 16.18, 18.20; Juan 8.1 al 11; Romanos 7.1 al 3, 13.9; 1 Corintios 6.9; Gálatas 5.19; Hebreos 13.4; Santiago 2.11.


8) “No hurtarás” (Éxodo 20.15; Deuteronomio 5.19).
Antes del primer pacto: Génesis 30.33, 31.19, 38 al 39, 40.14 al 15, 44.7 al 8.
Durante el primer pacto: Éxodo 21.16, 22.1 al 12; Levítico 19.11; Deuteronomio 24.7; Josué 7.10 al 11; Jeremías 7.9; Oseas 4.2; Malaquías 1.13.
En el nuevo pacto: Mateo 15.19, 19.18; Marcos 7.21 al 22, 10.19; Lucas 18.20; Romanos 13.9; Efesios 4.28.


9) “No dirás falso testimonio contra tu prójimo” (Deuteronomio 5.20; Éxodo 20.16).
Antes del primer pacto: Génesis 20.1 al 10.
Durante el primer pacto: Éxodo 23.1; Deuteronomio 19.16 al 19; Salmos 27.12; Proverbios 6.16 al 19, 19.5, 9, 25.18.
En el nuevo pacto: Mateo 15.19, 19.18, 26.59 al 61; Marcos 10.19, 14.55 al 59; Lucas 18.20; Hechos 6.13; Romanos 13.9; Efesios 4.25.


10) “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20.17; Deuteronomio 5.21).
Antes del primer pacto: Génesis 3.6.
Durante el primer pacto: Números 11.32 al 34, Deuteronomio 7.25, Josué 7.20 al 21, Proverbios 6.24 al 26, 21.26, 23.1 al 6; Isaías 57.17; Miqueas 2.1 al 3; Habacuc 2.9.
En el nuevo pacto: Mateo 5.28; Hechos 20.32 al 34; Romanos 7.7, 13.9; 1 Corintios 10.6; 1 Timoteo 3.3, 8, 6.10; Tito 1.7; Santiago 4.2 al 3.


La epístola del apóstol Pablo a los Romanos menciona lo siguiente: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10.4), se establece a Cristo como el fin de la ley ritual, tanto como propósito y como finalización. Caso contrario el Decálogo es una ley moral y comunitaria, contienen los principios de bien y de moral establecidos por Dios, como normas necesarias en la relación y convivencia entre personas, en comunidad. La Biblia dice:


“Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos;… porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo… pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre… Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo” (Hebreos 7.26 al 8.7).

Existiendo una ley de los Diez Mandamientos en la cual el sexto enseña “No matarás”, nótese el caso de la mujer adúltera (Juan 8.1 al 11), transgresora del séptimo “No cometerás adulterio”, pero la ley añadida mandaba a matar a los transgresores de los Diez Mandamientos. También Jesús les señaló acerca del día sábado, o sea, el cuarto mandamiento, que inmediatamente sacarían un asno o buey de su pertenencia, si el mismo cayera en un pozo (Lucas 14.3 al 6), a pesar de ser, según la ley, un día de reposo, esto no por el bien que pretendieran para el animal, sino por la conveniencia en sus intereses, la afectación de su propiedad, en lo material, monetario o económico.


Sucede un choque frontal de la ley añadida y lapidación contra la fe y misericordia divina: “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera… Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que por la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes” (Gálatas 3.21 al 22).


Es necesario abarcar el tema de la ley añadida o ley de muerte, lo ceremonial y ritual, la circuncisión, los sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, para comprender la afirmación de Jesús:


“Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo 12.6 al 8), “… Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9.12 al 13).

La ley de Dios es santa, el mandamiento santo, justo y bueno (Nehemías 9.13; Romanos 7.12), es espiritual (Romanos 7.14), llamada ley real y ley de libertad (Santiago 2.8 al 12).


Un ejemplo de la transición a la gracia: en una ocasión surge la pregunta: ¿Es lícito sanar en el día de reposo? Jesús dijo: “… ¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo, no le eche mano, y la levante? Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo. Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra. Y salidos los fariseos, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle” (Mateo 12.9 al 14).


En el caso de la ley ritual, no se permiten en sábado ni encender fuego para cocinar (Éxodo 35.3). Jesús quebranta el sábado, según alegan los fariseos, al sanar a un hombre paralítico en sábado, porque lo envía a caminar con su lecho en mano (Juan 5.5 al 13).


Jesús hace énfasis en la sanidad interna de las personas al decirles: “… No peques más” (Juan 5.14), en el sentido espiritual, Jesús no quebranta el día de reposo, más bien, lo presenta, en su mayor expresión de espiritualidad, manifestado por el bien, la justicia y la misericordia. En relación con los Diez Mandamientos, Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5.17). La Biblia dice: ni aun a nivel de las letras más pequeñas, como la jota (Mateo 5.18), la tilde (Lucas 16.17) y el punto (Santiago 2.10), pasarán de la ley o se verá frustrada u ofendida. A pesar de la rebeldía del ser humano, el Padre los corrige y los ama (Hebreos 12.5 al 11).


Al respecto Jesús dijo: “… El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo… Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él para destruirle” (Marcos 2.23 al 3.6).


La ley de Moisés, ceremonial y ritual de expiación, mediante derramamiento, rocío y remisión con sangre, imposibilitó a las personas para ser plenamente justificadas (Hechos 13.39): la circuncisión, apedrear a los transgresores (lapidación), los sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, constituyen la Ley Añadida. Mientras tanto, la justificación se logra solo en Jesucristo y la fe en Dios (Habacuc 2.4; Romanos 1.17; Gálatas 3.1 al 5 y 11; Efesios 2.8 al 9; Hebreos 11.2 al 40). En el primer pacto media la ley, pero en el nuevo pacto se establece la gracia, mediante Jesucristo (Juan 1.17).


En relación con la ley del primer pacto o Antiguo Testamento, se mencionan la ley de Moisés y la ley de Dios. El Decálogo dado a conocer con “Los Diez Mandamientos” corresponde a la ley de Dios, mediante las palabras en forma escrita en tablas de piedra (Éxodo 24.12; Deuteronomio 4.13), entregadas a Moisés, quien menciona que Dios, cuando las entrega, no añade nada más, acerca de lo escrito en las tablas de piedra (Deuteronomio 5.22). Este proceder establece una diferencia en relación con los mandamientos y el resto de la ley, escrita por Moisés en un libro (Éxodo 24.4 al 8; Deuteronomio 31.9 y 24 al 26), ya que los Diez Mandamientos se escriben directamente por el dedo de Dios (Éxodo 31.18; Deuteronomio 10.4), como ley de fuego (Deuteronomio 33.2). En cuanto a la escritura de Dios, dice la Biblia lo siguiente: “Y volvió Moisés y descendió del monte, trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, las tablas escritas por ambos lados; de uno y otro lado estaban escritas. Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas” (Éxodo 32.15 al 16).


En el primer pacto o testamento, la forma de recibir la ley fue en la letra y en el nuevo pacto en el Espíritu por gracia. En el primer caso, si algún infractor no era sorprendido en el acto, con un mínimo de dos o tres testigos, para él no había causa para ser acusado (Deuteronomio 19.15). La epístola a los Hebreos dice: “El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente” (Hebreos 10.28), entonces sin testigos, la ley añadida, ordenaba realizar los sacrificios, las ofrendas, los holocaustos y las expiaciones por el pecado de ignorancia, quedando el transgresor perdonado de su ofensa, pero impune de la ley de muerte al no ser apedreado (lapidado).


La palabra regir tiene relación con lo que está vigente y se aplica en las leyes, ordenanzas, estilos y costumbres en vigor y observancia, además tiene relación con dirigir, gobernar o mandar. En el primer pacto lo vigente para el pueblo de Israel, era ser conducido o guiado bajo el régimen de la letra, que era el modo de gobernarse o regirse a través de constituciones, prácticas, preceptos o reglamentos. El Espíritu Santo no había sido derramado en todo el pueblo, como sucedió en el nuevo pacto y como había sido dicho por el profeta Joel: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2.28 al 29; Hechos 2.16 al 18).


Los Diez Mandamientos de Dios son el testimonio (Éxodo 25.16), los mismos fueron guardados en el interior de un arca (1 Reyes 8.9; 2 Crónicas 5.10; Deuteronomio 10.1 al 5), la cual fue llamada arca del testimonio, a su vez ubicada en el interior del tabernáculo del testimonio o de reunión (Éxodo 40.1 al 5). El profeta Jeremías menciona:


“Y acontecerá que cuando os multipliquéis y crezcáis en la tierra, en esos días, dice Jehová, no se dirá más: Arca del pacto de Jehová; ni vendrá al pensamiento, ni se acordarán de ella, ni la echarán de menos, ni se hará otra” (Jeremías 3.16).

Entonces, analicemos ¿por qué el Apocalipsis menciona los siguientes pasajes?:


“Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo…” (Apocalipsis 11.19).


“… Los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12.17).


“Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14.12).


“Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” (Apocalipsis 15.5).


La ley de los Diez Mandamientos fue entregada por escrito ante diez mil ángeles testigos ese día (Deuteronomio 33.2), por medio de la ley es el conocimiento del pecado (Romanos 3.20) y hay mucho gozo en el cielo, por motivo de cada pecador arrepentido (Lucas 15.7), especialmente por aceptar y reconocer la máxima voluntad de Dios. Se pasa de la muerte espiritual a la promesa de la vida eterna, en donde después de haber sido esclavo del pecado, entenebrecido por el mal, se recibe la oportunidad de tener la libertad para ser siervo de Dios, aunque de igual manera en subordinación, pero a diferencia, se recibe como recompensa o galardón la vida eterna, resultado de la obediencia y servicio de la justicia (Romanos 6.16 al 18 y 21 al 23), y es aquí en donde actúa la ley juntamente con la gracia, por el don y favor gratuito, misericordia y regalo de Dios.


El tema de Jesús y la gracia versus la ley añadida, se presenta porque en el caso de los Diez Mandamientos, fueron escritos en el primer pacto con el dedo de Dios en tablas de piedra, pero en el nuevo pacto son escritos en nuestra mente y corazón con el Espíritu Santo. Según el profeta Jeremías, Dios daría un corazón, un camino y un pacto eterno, al dar su temor en el corazón (Jeremías 32.39 al 40). El primer pacto es un ministerio de condenación y muerte, el nuevo pacto es con gloria un ministerio del espíritu o de justificación (2 Corintios 3.7 al 9). El primero es en la letra, grabada con letras en piedra, con una ley añadida, como fin o propósito, para llevarnos a Cristo (Gálatas 3.23 al 4.7).


Esta ley añadida consiste en la sentencia de lapidación, la ley ceremonial y ritual, el rito de la circuncisión y los sábados ceremoniales y rituales. Cristo nos redime de la maldición de la ley, (aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas), porque es de fe y por la fe, la promesa del Espíritu Santo a los gentiles, según la bendición a Abraham (Gálatas 3.6 al 14). Analicemos el siguiente pasaje acerca de Jesús:


“¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme? Respondió la multitud y dijo: Demonio tienes; ¿quién procura matarte? Jesús respondió y les dijo: Una obra hice, y todos os maravilláis. Por cierto, Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres); y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Si recibe el hombre la circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané completamente a un hombre?” (Juan 7.19 al 23).

Se enojaron con Jesús, porque había realizado una sanidad en sábado, ellos consideran el rito como inquebrantable antes que el respeto y valor a la persona con la posibilidad de ser una nueva creación. Se presenta una pugna en las prioridades, entre ser defensor incondicional del día de reposo, hacer el bien al enfermo para ser parte de una nueva creación o dar prioridad a la circuncisión. Cuando un niño cumplía los ocho días de nacido y si en este día concordaba con un día sábado, se le circuncidaba para que la ley de Moisés no fuera quebrantada, o sea, para ellos era un rito impostergable para el día noveno u otro día de nacido: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios” (Gálatas 6.15 al 16).


En el contexto actual del nuevo pacto, quienes renacen a una nueva creación, en lo interior, espiritualmente, mediante Cristo como Salvador personal, arrepentidos, convertidos y en santidad, son parte integrante de la iglesia de Dios y en la actualidad son pueblo de Dios e Israel de Dios, en el sentido espiritual. El Señor, Cristo Jesús, nos lavó de nuestros pecados con su sangre y según la primera epístola universal de San Pedro, ahora somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, y hemos alcanzado misericordia (1 Pedro 2.9 al 10).


Antes de Cristo, el pueblo de Dios era por descendencia, en la carne y sangre. Si a un extranjero se le permitía formar parte del pueblo, para pertenecer al mismo, debía previamente circuncidarse, y comprometerse a guardar los ritos y tradiciones que obligaba la ley (Éxodo 12.48 al 49; Levítico 17.8 al 9, 18.26, 24.22; Números 9.14, 15.14 al 16; Deuteronomio 31.12). Ahora la salvación es por fe y gracia, la circuncisión en el corazón, es una identificación del pueblo de Dios, no de la letra sino del corazón, en espíritu (Romanos 2.28 al 29), porque actualmente las personas mismas son la circuncisión, quienes en espíritu sirven a Dios (Filipenses 3.3), como una nueva creación y por medio de la fe ejercida por el amor (Gálatas 5.5 al 6, 6.15 al 16).


La circuncisión de Cristo, en el cual se recibe circuncisión no hecha a mano, al echar la muerte por el pecado del cuerpo pecaminoso carnal (Colosenses 2.11 al 13). Se recibe vida juntamente con Cristo y es por la gracia de Dios la oportunidad de salvación, por medio de la fe, donde nadie se podría gloriar de la circuncisión en la carne (Efesios 2.4 al 13), como herencia familiar, etnia o raza. La Biblia menciona lo siguiente: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios” (1 Corintios 7.19). La identificación es en relación con el cuerpo de Jesucristo y no por la circuncisión corporal del creyente.


Ya desde tiempos de Moisés se anunciaba la circuncisión especial del corazón: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?… Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Deuteronomio 10.12 al 16, 30.6).


Jeremías dice a los de Judá y Jerusalén: “… Arad campo para vosotros, y no sembréis entre espinos. Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio de vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalén; no sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras” (Jeremías 4.3 al 4; Levítico 26.41; Hechos 7.51 al 53). También dice la Escritura: “Y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13.39). En Cristo Jesús somos justificados, por medio de la fe en su sangre: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado… Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6.6 al 14).


A raíz de la venida de Jesucristo surge un conflicto entre el Israel en la carne, por raza y el Israel de Dios, el espiritual.


Así también guardaban otras partes de la ley, como el diezmo, pero dejaban lo más importante de ella, a saber, la fe, la justicia y la misericordia (Mateo 23.23). Se olvidaban de hacer el bien, demostrado por Jesús en la sanidad realizada a un hombre. Entender su oposición a esta sanidad, es importante para comprender la circuncisión, en su paso o transición, del primer pacto al nuevo pacto: Bien dice el apóstol Pablo en sus epístolas cuando menciona lo siguiente: “Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley. Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios” (Romanos 2.27 al 29).


Para confirmar que en el nuevo pacto, los hijos de Dios, se identifican por tener fe y un corazón arrepentido y santificado, citaremos: “No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes” (Romanos 9.6 al 8). Es aquí donde interviene Dios para dar un corazón arrepentido según su voluntad, como también endurecer el corazón al rebelde (Romanos 9.9 al 21). Por esto último, la gracia es un don y regalo por la misericordia de Dios, para reconocer y darle la gloria y honra, porque es obra de Dios. De manera que el ser humano no se jacte, al creer una herencia o dinastía de engendrar o concebir los hijos de Dios, o por la circuncisión física, el hacer ritos, ceremonias de redención con derrame de sangre, por la clasificación: color de piel, cultura, étnica, racial, status social o el poder económico, militar o político.


Es necesario analizar el siguiente pasaje del capítulo quince, de Hechos de los apóstoles, acerca del concilio en Jerusalén:


“15.6 Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. 15.7 Y después de mucha discusión,… 15.22 Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia,… 15.24 Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley, 15.25 nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros… 15.28 Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: 15.29 Que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien. 15.30 Así, pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquía, y reuniendo a la congregación, entregaron la carta; habiendo leído la cual, se regocijaron por la consolación… 16.4 Y al pasar por las ciudades, les entregaban las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las guardasen. 16.5 Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día” (Hechos 15.1 al 16.5).

En el pasaje anterior surge la polémica de la circuncisión y de la ley ritual. Esta influencia era muy fuerte entre los judíos (ver versículos del 16.1 al 16.3 de Hechos). En esta disensión, lo esencial y principal para el cristianismo, es el respeto a la dignidad del ser humano, indiferente de su color de la piel, etnia, idioma, nacionalidad o raza. Pablo lucha fervientemente en lo posterior, contra la discriminación. A través de muchas de sus cartas, aclara y explica el propósito de la ley (ceremonial, circuncisión y ritos), debido a esta marginación entre seres humanos.


Aún el apóstol Pedro junto con otros, se encontró en tal situación, que Pablo lo resiste cara a cara, porque era de condenar, también en su simulación Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de ellos (Gálatas 2.11 al 21). Bien dice Pablo: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5.1 al 4).


La controversia era tan grande que Pablo, después de haber hablado en contra, de la circuncisión en la carne y de la ley de los ritos, se le presionó para que se retractara y al sufrir persecución por poco le dan muerte (Hechos 21.17 al 36). En el concilio de Jerusalén, encontramos en Hechos capítulo 15, donde Pedro dijo:


“… Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hechos 15.7 al 11).

Los sábados ceremoniales y rituales fueron siete días al año en diferentes fechas y no necesariamente tenían concordancia con el séptimo día de la semana, porque se basaban en ciertas fechas. Se llamaban sábados o días de reposo ceremonial y ritual, aunque se diera durante un día de la semana diferente al séptimo, porque en estos días no se permitía trabajar o realizar cualquier labor personal, ajenas a la celebración o ceremonias establecidas en esa fecha (Levítico 23.4 al 44). Algunas ocasiones se celebraban junto con el sábado semanal, porque concordaba la fecha a celebrar.


A través del profeta Oseas, Jehová dice: “Haré cesar todo su gozo, sus fiestas, sus nuevas lunas y sus días de reposo, y todas sus festividades” (Oseas 2.11). Nótese en el pasaje anterior como Dios le llama: “sus”, haciéndolo propias de ellos (el pueblo) y ya no pertenencia de Dios, por ejemplo, hemos visto como algunos distorsionaban la voluntad de Dios, alterando el mandamiento, al llevar la ofrenda a Dios, con pan inmundo, con animal ciego, cojo, enfermo o hurtado. Realizaban las celebraciones sin fidelidad, integridad, respeto y reverencia a Dios, quien dice a través del profeta Isaías lo siguiente:


“No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas” (Isaías 1.13 al 14).

Ambos profetas eran contemporáneos, Oseas en el reino del norte (Israel) e Isaías en Judá. Dios habla en contra de los sábados rituales y de otras fiestas solemnes y rituales como las lunas nuevas. Su cumplimiento llega a su tiempo, profetizado por Daniel, cuando se quita la vida al Mesías, o sea, al Señor Jesucristo, a la mitad de la semana (miércoles 14 de Nisán de Pascua), Jesús muere a las 3 de la tarde, haciendo cesar el sacrificio y la ofrenda (Daniel 9.26 al 27; Marcos 15.34 al 42; Juan 19.31 al 37). El día siguiente, un jueves 15 de Nisán, era un sábado ceremonial y ritual de panes sin levadura, que según el evangelio de Juan era de gran solemnidad (Juan 19.31). Jesús resucita al tercer día (1 Corintios 15.4; Mateo 16.21, 17.23, 20.18 al 19, 27.62 al 63; Marcos 8.31, 9.31, 10.33 al 34; Lucas 9.22, 24.19 al 24), cumple tres días y tres noches sepultado (Mateo 12.39 al 40; Juan 2.18 al 22), hasta el inicio de la semana, correspondiente al domingo.


Si los sábados ceremoniales y rituales, junto con toda la ley ritual, fueron abolidos con la muerte de Jesucristo, dice el apóstol Pablo: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo” (Colosenses 2.16).


En la epístola a los Hebreos se dice:


“Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (Hebreos 9.9 al 10).

Levítico capítulo veintitrés explica la situación de las fiestas solemnes y sus fechas. Estos pasajes bíblicos, con respecto a los días de sábados rituales, aclaran diversos aspectos referentes a sus ceremonias, donde no se podía trabajar, por ejemplo, los días quince y veintiuno del mes bíblico de Nisán, no se trabajaba, como comúnmente se hacía con el séptimo día de todas las semanas del año. Se le llamaban sábados, al igual que el séptimo día de cada semana, por ser día de reposo laboral, dedicación y santificación.


En el sábado semanal, no se realizaban estas ceremonias rituales, excepto las acostumbradas del holocausto continuo, realizado todos los días del año, en forma continua, sin faltar uno (Números 28.1 al 10), se le agregaban algunas ceremonias y ritos, cuando además de ser sábado semanal, concordaba con alguna fecha que fuese sábado ceremonial y ritual, o que fuese luna nueva, comienzo de mes (Números 28.11 al 15; 1 Samuel 20.18 al 29).


El primero y segundo día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová, de los panes sin levadura, el día quince y el día veintiuno del primer mes del año bíblico (Nisán), no caía necesariamente en el séptimo día de la semana, sino cualquier día, basado por fechas (Éxodo 12.15 al 18, 23.15; Levítico 23.4 al 8; Números 28.17 al 25 y Deuteronomio 16.1 al 8).


El tercer día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová, la gavilla de la ofrenda mecida (Levítico 23.15 al 21).


El cuarto día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová de las trompetas (Levítico 23.23 al 25 y Números 29.1 al 6).


El quinto día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová del día de expiación o día de ayuno (Levítico 16.29 al 34, 23.26 al 32 y Números 29.7 al 11).


El sexto y séptimo día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová de los tabernáculos (Levítico 23.33 al 43 y Números 29.12 al 16, 35 al 38).


Estas fiestas comenzaban en:


—Nisán (primer mes), que es entre marzo y abril.


—Luego seguía otra en Siván (tercer mes), entre mayo y junio.


—Posteriormente las últimas cuatro fiestas en Etanim (séptimo mes), entre setiembre y octubre.


El calendario bíblico es lunar, en luna nueva había una festividad con ofrecimiento de holocausto a Dios (Salmos 104.19; Números 28.11; 1 Samuel 20.24 al 29). Comparándolo con el calendario nuestro, Gregoriano, que es solar, cada luna nueva, que en el calendario lunar sería comienzo de mes, en el nuestro por lo general, estaríamos alrededor de mediados o pasados de medio mes.


A continuación se presenta el nombre de los meses con algunas citas bíblicas y se compara con los meses de la actualidad.


Estos meses también son importantes para determinar aproximadamente el mes del nacimiento de Cristo Jesús, citas bíblicas de Lucas 1.1 al 42 y 1 Crónicas 24.1 al 19.


Comparación de meses

*1) Éxodo 12.1 al 6; Ester 3.7; Nehemías 2.1. *2) 1 Reyes 6.1 y 37.

*3) Ester 8.9. *6) Nehemías 6.15. *7) 1 Reyes 8.2. *8) 1 Reyes 6.38.

*9) Zacarías 7.1; Nehemías 1.1. *10) Ester 2.16. *11) Zacarías 1.7.

*12) Ester 3.7.


El primer mes es Nisán o Abib (Éxodo 12.1 al 2 y 13.4; Deuteronomio 16.1; Ester 3.7; Nehemías 2.1); el segundo mes es Zif (1 Reyes 6.1 y 37); el tercero Siván (Ester 8.9); el cuarto Tamuz; el quinto Ab; el sexto Elul (Nehemías 6.15); el séptimo Etanim (1 Reyes 8.2); el octavo Bul (1 Reyes 6.38); el noveno Quisleu (Zacarías 7.1; Nehemías 1.1); el décimo Tebet (Ester 2.16); el undécimo Sebat (Zacarías 1.7) y duodécimo Adar (Ester 3.7).


Lucas 1.5 dice que Zacarías era de la suerte de Abías, el cual era un sacerdote que ofició mucho tiempo antes de Zacarías, según 1 Crónicas 24.10. El rey David organiza el sacerdocio y se reparte por suertes, con veinticuatro sacerdotes se oficia durante todo el año según 1 Crónicas 24.1 al 5, cada sacerdote oficia alrededor de dos semanas; en el caso de Abías verso 10 le corresponde la octava suerte, en este tiempo no existía el calendario Gregoriano, usado actualmente, sino los meses bíblicos, los cuales inician con el mes de Nisán entre marzo y abril. La octava suerte equivale a la quinceava y dieciseisava semana del año, entre la tercera y cuarta semana del cuarto mes bíblico Tamuz (ver tabla anterior). Este mes concuerda entre junio y julio, la segunda parte de Tamuz concuerda con la primera quincena de julio.


Según Lucas 1.23 al 25 Elizabet concibió después de aquellos días, o sea, en la segunda quincena de julio, el mes de Ab. En Lucas 1, versículos 11 al 14, el ángel le aparece a Zacarías y le anuncia que su mujer Elizabet tendría un hijo. En el versículo 23 dice: “Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa”. En el versículo 24 leemos que después de aquellos días concibe Elizabet; o sea, en el mes de Ab, a finales de julio.


Lucas 1.26 al 38, menciona que al sexto mes del embarazo de Elizabet, es decir de finales de julio a finales de enero, el ángel Gabriel fue enviado a María, para anunciarle que sería la madre del Salvador del mundo. En el caso de que María concibiera en este tiempo (Lucas 1.42 al 43), contamos a partir de este último mes en adelante los nueve meses y nos lleva a octubre. Este mes todavía presenta una estación favorable cuando dio a luz, en el final de la estación seca e inicio de las primeras lluvias, por esto había pastores cuidando su rebaño (Lucas 2.8).


Cuando leemos en Lucas 2.6 al 7, sabemos la posibilidad del nacimiento de Jesús en octubre, entre las dos primeras semanas del mes de Bul, en lugar del frío invierno de diciembre, correspondiente a la segunda semana del mes de Tebet. Se sitúa el nacimiento de Jesús medio año después de su primo Juan el Bautista y se considera la muerte de Jesús en el mes de Nisán, con treinta y tres años más seis meses de octubre a abril. Muere unos días antes de cumplir estos seis meses aproximados de edad el 14 de Nisán.


Las fiestas ceremoniales y rituales, con comidas, bebidas, ordenanzas, purificaciones y vestimentas, eran un símbolo para el tiempo presente, obligada hasta el tiempo prefijado de reformar, esa transición entre lo literal y lo espiritual: (Hebreos 9.9 al 15) “… Edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2.5). Es necesario distinguir entre la sombra y el cuerpo real que proyecta esa sombra, el cuerpo es Cristo (Colosenses 2.14 al 17), la sombra es lo ritual como un prototipo.


Pablo advierte de quienes quieren someter a esclavitud, al rechazar la libertad en Cristo Jesús (Gálatas 2.3 al 5). La justificación no es por las obras de la ley, sino por la fe de y en Jesucristo (Gálatas 2.16), el Señor tiene preeminencia, ante lo que es figura, símbolo o sombra. Los Gálatas son insensatos, fascinados para no obedecer a la verdad, porque Cristo les fue presentado como crucificado (Gálatas 3.1 al 5), y han retrocedido y vuelto a guardar los días, los meses, los tiempos y los años (Gálatas 4.10 al 11), como en las fiestas rituales:


“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificios y ofrendas no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10.1 al 10).

En relación con los sábados rituales y la ley ritual, sombra del cuerpo de Cristo:


“Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7.4 al 6).

La fiesta antigua, conocida como el pentecostés, representa para el nuevo pacto el derramamiento del Espíritu Santo (Hechos 2.1 al 4), pasando de lo literal a lo espiritual y de igual forma, las primicias de los primeros frutos, significa la resurrección de Jesucristo (1 Corintios 15.23).


Las trompetas significan anunciar el evangelio y predicar la palabra de Dios, como lo hacen los mensajeros de Dios, a toda nación, tribu, lengua y pueblo. No con el sonido literal de la trompeta manifestada en el monte Sinaí (Hebreos 12.18 al 19), tan fuerte provocando el estremecimiento del pueblo (Éxodo 19.16 y 19), sino con reverencia y temor a la trompeta de Dios, espiritual, que está en su palabra, a través de las Santas Escrituras, manifestación de autoridad y cumplimiento de su voluntad. Su voz conmoverá, no solamente la tierra, sino también el cielo, a la venida del Señor, en cumplimiento de su palabra (1 Tesalonicenses 4.16), con voz de arcángel y con trompeta de Dios. Porque en ese día se anunciará la resurrección de los muertos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta (1 Corintios 15.52).


Cristo se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, en olor fragante, igualmente es necesario andar en amor (Efesios 5.2), ser espiritualmente, olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios (Filipenses 4.18), derramando nuestras vidas en libación sobre el sacrificio y servicio de nuestra fe (Filipenses 2.17): “Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla” (Isaías 42.21). “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1.17).


El incienso significa las oraciones de los santos (Apocalipsis 5.8, 8.4), así dice el Salmo: “Jehová, a ti he clamado; apresúrate a mí; escucha mi voz cuando te invocare. Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde” (Salmos 141.1 al 2). La lámpara significa: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmos 119.105).


La fiesta de los tabernáculos, símbolo del abrigo de Dios, representa la comunión y protección, a través del reino espiritual de Cristo o reino de Dios entre nosotros, porque Jesucristo es el verdadero Tabernáculo y hay libertad para entrar al lugar Santísimo, por medio de la sangre de Jesucristo (Hebreos 10.19 al 20). Esto nos permite acercarnos confiadamente al trono de la gracia, hallando misericordia para el necesario auxilio (Hebreos 4.16). El Apocalipsis dice lo siguiente: “Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” (Apocalipsis 15.5). La tierra de Israel tenía el templo y conforme a lo dispuesto en el tabernáculo, incluía un velo (Éxodo 26.30 al 33), el cual se rasgó en dos, de arriba abajo, cuando Jesús expiró en la cruz (Marcos 15.37 al 38; Mateo 27.50 al 51; Lucas 23.45 al 46).


La palabra de Dios explica: “Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie” (Hebreos 9.8). Este velo establecía separación entre la primera parte, llamada el Lugar Santo, en donde estaba el candelabro, la mesa y los panes de la proposición, y tras el velo el Lugar Santísimo que tenía un incensario de oro y el arca del pacto, con una urna que contenía maná, la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del pacto (Hebreos 9.2 al 5), todo representativo de Jesucristo, en el mismo orden: la luz del mundo (Juan 8.12, 9.5), el pan sin levadura, que es la palabra sin alterar (1 Corintios 5.7 al 8), la puerta (Juan 10.9), olor fragante que agrada a Dios (2 Corintios 2.15), el pan de vida que descendió del cielo (Juan 6.30 al 59), el buen pastor (Juan 10.11 al 16; Hebreos 13.20; 1 Pedro 2.25), la lealtad y obediencia a los mandamientos de Dios (Hebreos 10.9).


La ley ritual y ceremonial, incluidas las fiestas rituales no son la excepción (Levítico 23.37; Números 10.10), todo esto tuvo su cumplimiento en Cristo (Hebreos 9.28 al 10.18). La culminación de dichas fiestas, los sábados rituales y ceremoniales, las nuevas lunas, fue profetizada en Oseas 2.11 y confirmada en el nuevo pacto en Efesios 2.15 y Colosenses 2.14 al 17. En Romanos 10.4, establece a Cristo como el fin de la ley ritual: propósito y finalización. Jesucristo es el centro y cumplimiento de la ley y de la profecía, el rito ceremonial era un símbolo de cumplimiento en Cristo. Él es la imagen real, verdadera, del simbolismo profético, desde la antigüedad, representado en los ritos. Siendo el propósito final y el término de la ley ritual, la llegada de Cristo (Romanos 10.4), a quien la Escritura le llama el consumador de la fe (Hebreos 12.2), se concluye la línea perfecta, planeada y trazada por el Padre, dando cumplimiento al plan de Dios, a través de su continuidad y perpetuidad mediante Cristo (Salmos 111.7 al 8, 119.151 al 152; Éxodo 12.14, 12.17, 27.20 al 21, 28.40 al 43, 29.4 al 9, 29.27 al 28, 30.7 al 8, 30.17 al 21, 40.9 al 15; Levítico 16.29 al 34, 23.26 al 32, 23.41 al 43; Números 10.8, 15.13 al 15).


En cuanto a la pascua, Jesucristo vino a ser el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1.29), con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1.19 al 20; Apocalipsis 13.8), entonces la sangre derramada ritualmente en el primer pacto, simbolizaba la redención y sacrificio de Cristo en la cruz, para perdón de los pecados. En el caso de la Pascua, comer la carne asada al fuego, panes sin levadura y con hierbas amargas, tienen su simbolismo. Comer la carne es alimentarse de la palabra de Dios y la enseñanza del Señor Jesucristo, vivir dignamente, comer su carne y beber su sangre, representado en la palabra de Dios (Juan 6.47 al 58).


Las hierbas amargas son los sufrimientos de Cristo y sus seguidores, obedientes y ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.7 al 9 y 14). Leer y vivir la Biblia, al distinguir a Cristo como el pan vivo descendido del cielo. Cuando celebraron la primera pascua, la orden era salir de Egipto, para servir a Dios. Egipto en su momento simbolizaba el pecado y paganismo, el alejamiento del mismo, significa acercarse más a Dios, consagrarse y santificarse ante el Creador, abandonar el pasado y ser nueva criatura, en un sentido espiritual y no como lo entendió Nicodemo, nacer de nuevo en un sentido literal (Juan 3.3 al 6).


En relación con las vestiduras, según la Biblia nos vestimos las armas de la luz, sin glotonerías y borracheras, sin lujurias y lascivias, sin contiendas y envidias, vestidos del Señor Jesucristo, sin proveer para los deseos de la carne (Romanos 13.12 al 14; Apocalipsis 22.14 al 15; Marcos 7.21 al 23). Vestidos del nuevo hombre, de toda la armadura de Dios (Efesios 6.11), en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4.24), ceñidos nuestros lomos con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz (Efesios 6.14 al 15; Lucas 15.22). Llevar el escudo de la fe, el yelmo (parte de la armadura que protege la cabeza y el rostro) de la salvación y la espada del Espíritu, o sea, la palabra de Dios (Efesios 6.16 al 17; 1 Tesalonicenses 5.8). Y vestidos de la misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia y vestidos del amor como vínculo perfecto (Colosenses 3.12 al 14). Las vestiduras de lino fino significan las acciones justas de los santos (Apocalipsis 19.8).


El pueblo unido al cumplimiento de los diez mandamientos, era el especial tesoro sobre todos los pueblos, siempre y cuando, escucharan su voz y guardaran su pacto (Éxodo 19.5 al 6): “Ata el testimonio, sella la ley entre mis discípulos” (Isaías 8.16). Dios había prometido un profeta como Moisés, a quien escucharían, porque Dios pondría sus palabras en su boca, para hablar las disposiciones de Dios, y quien no le oyere Dios le pediría cuentas (Mateo 17.5; Hechos 7.37 al 38; Deuteronomio 18.15 al 19). Luego viene Jesucristo y se cumple la perpetuidad de la ley a través del Señor.


Su voz es Jesucristo (Juan 3.31 al 36, 12.44 al 50, 14.10) y su pacto original de los diez mandamientos (Deuteronomio 4.13): “!A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8.20 y Proverbios 28.9). Los testigos de Cristo y de la obediencia, son el testimonio para todas las naciones hasta lo último de la tierra (Mateo 24.14; Hechos 1.6 al 8): “Cercano estás tú, oh Jehová, y todos tus mandamientos son verdad. Hace ya mucho que he entendido tus testimonios, que para siempre los has establecido” (Salmos 119.151 al 152). Además está escrito: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres” (Eclesiastés 3.14).


En el caso de un día de descanso o reposo, para dedicación a las actividades litúrgicas y eclesiásticas, es necesario en los empresarios, comerciantes y empleadores en general, brindar la oportunidad de un día libre, entre viernes, sábado y domingo, para posibilitar en los creyentes practicantes, la consagración y santificación, según sus posibilidades y credo religioso. Esta flexibilidad también se requiere en las organizaciones eclesiales, de ofrecer actividades litúrgicas y de reunión, tanto el día viernes, sábado y domingo, para facilitar la posibilidad de asistencia de sus feligreses, según el día libre laboral correspondiente.


En relación con la primera resurrección en la segunda venida de Cristo, serán transformados, tanto los resucitados como aquellos vivientes fieles a Cristo (1 Corintios 15.50 al 56). En esta resurrección se recibe cuerpo glorioso, incorrupto y con poder (1 Corintios 15.40 al 44), semejante a como Jesús resucitó (Salmos 17.15; Romanos 6.5; Filipenses 3.20 al 21), y a los ángeles de Dios (Mateo 22.30). Jesús en una visión se transfiguró delante de Pedro, Jacobo y Juan, para dar muestra y testimonio de la resurrección (imagen simbólica en Moisés y Elías), adquiriendo un rostro resplandeciente y vestidos blancos como la luz (Mateo 17.1 al 9).


En tiempo de Moisés los hombres vieron la gloria, la grandeza, oyeron la voz de en medio del fuego y pudieron seguir vivos (Deuteronomio 5.24 al 27), sin embargo, ningún ser humano, ni el mismo Moisés podía ver el rostro de Jehová. No había humano capaz de ver el rostro de Dios y que siguiera con vida (Éxodo 33.17 al 23). El relato menciona que Moisés habló cara a cara con Jehová (Éxodo 33.11; Números 12.5 al 8; Deuteronomio 34.10), se refiere a Jehová Hijo, el mismo que invoca a otro Jehová, que es el Padre (Zacarías 3.1 al 2), porque el Hijo es el mensajero o ángel, que hablaba en el monte Sinaí en representación del Padre (Éxodo 3.2 al 6; Hechos 7.30 al 32 y 35 al 38): “Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza… Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos” (Hechos 7.30 y 38).


En el tiempo de Abraham cuando le aparece Jehová, con dos ángeles más, antes de la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 18.1 al 3, 16 al 19.1), en este caso Jehová da a entender que para Dios el Padre no hay nada difícil (Génesis 18.13 al 14). Tiempo después cuando Abraham por fe, es probado y obedece, Jehová le habla desde el cielo diciéndole que ya conoce que él teme a Dios Padre, por cuanto no rehusó a su único hijo (Génesis 22.11 al 18), porque Abraham pensaba que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos (Hebreos 11.17 al 19), lo sucedido con el Hijo de Dios cuando fue levantado de entre los muertos por Dios Padre (Hechos 2.32, 3.15, 10.40, 13.30).


Su descendencia sería extranjera en tierra ajena, reducida a servidumbre y maltrato, pero saldría de ahí para el servicio a Dios (Hechos 7.6 al 7). José el hijo de Jacob, menciona la preservación de Dios para posteridad de su pueblo sobre la tierra, donde reciben vida por medio de gran liberación (Génesis 45.4 al 8). La promesa recibida, tenía cumplimiento en lo porvenir: “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra… Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11.13 al 16).


Dios ha preparado una ciudad: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11.8 al 10). Aquí es donde intervienen las buenas nuevas de salvación y vida eterna: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Apocalipsis 3.12).


La Escritura menciona el nacimiento de Jesucristo como salvador y como Dios con nosotros: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1.21 al 23). La Biblia dice: “… ¿Es verdad que Dios morará sobre la tierra?” (1 Reyes 8.27), y “¿Es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra?” (2 Crónicas 6.18). Según el Apocalipsis explica, acerca de la gloria de Dios al iluminar la ciudad de la nueva Jerusalén: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Apocalipsis 21.23). Es clave cuando se menciona que el Cordero es su lumbrera, en alusión al señor Jesucristo. La fuente que despide o irradia la luz, es la lumbrera, o sea, es Jesús mismo, quien con sus propias palabras le llama la regeneración y su trono de gloria: “Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria…” (Mateo 19.28, 25.31).


Los siervos de Dios le servirán y verán su rostro (Apocalipsis 22.3 al 4), porque él los iluminará (Apocalipsis 22.5), morará con ellos, y él mismo estará con ellos como su Dios (Apocalipsis 21.3). En cierta ocasión Tomás, uno de los discípulos de Jesús, exclama y llama al Señor como su Dios: “Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurado los que no vieron, y creyeron” (Juan 20.28 al 29).


La tierra del pueblo de Israel, sufrió la destrucción de Jerusalén y del templo, alrededor del año setenta del primer siglo; mucho tiempo antes, no muy lejos de la tierra de Israel, de camino entre Egipto e Israel, el ángel de Jehová se le apareció a Moisés en llama de fuego en medio de una zarza, en el monte Horeb, diciéndole que aquel lugar era tierra santa (Éxodo 3.1 al 5; Hechos 7.31 al 33). Aquel lugar, Horeb o Sinaí, monte de Dios, era tierra santa; luego a través del tiempo en ese mismo lugar, Moisés recibió las dos tablas de piedra (los diez mandamientos), y se le llama al pueblo como gente santa (Éxodo 19.1 al 6), de donde partieron para tomar posesión de la tierra prometida.


En forma alegórica, el territorio del pueblo de Israel, fue tierra santa, porque en ella estaba el santuario o tabernáculo de reunión, que era el lugar santo, como Jehová habló a Moisés: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis” (Éxodo 25.8 al 9). De entre todos los pueblos solamente en Israel había un tabernáculo con la presencia de Dios:


“Y Moisés tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que buscaba a Jehová salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento. Y sucedía que cuando salía Moisés al tabernáculo, todo el pueblo se levantaba, y cada cual estaba en pie a la puerta de su tienda, y miraban en pos de Moisés, hasta que él entraba en el tabernáculo. Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés. Y viendo todo el pueblo la columna de nube que estaba a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba. Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero…” (Éxodo 33.7 al 11).

A través del tiempo Moisés murió (Deuteronomio 34.5 al 6), y Josué fue su sucesor por elección de Dios (Josué 1.1 al 2); así sucesivamente fue pereciendo el pueblo de Israel, pero el santuario o tabernáculo de reunión se mantuvo entre ellos en forma movible y fácil de transportar de una parte a otra, hasta que el rey David pensó en construir un templo (1 Crónicas 17.1 al 6). Dios se lo concede por medio de Salomón hijo de David, construyendo aquel templo con paredes sólidas y fijas al santuario o tabernáculo de reunión (2 Crónicas 3.1 al 2). Se menciona un pasaje en donde se describe, acerca de la celebración de pascua en el lugar escogido por Dios, donde habitara ahí su nombre, y no se podía en cualquiera de las ciudades, sino en la escogida por Dios. Con el tiempo Jerusalén fue el centro de adoración y de las celebraciones rituales, anunciado en cierta forma al decir: “El lugar que Dios escogiere”, máxime por el templo fijo.


Sin embargo, Jesús predijo la destrucción del templo y en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (Lucas 21.5 al 6, 20 al 24; Mateo 24.1 al 2, 15 al 21; Marcos 13.1 al 2, 14 al 19). Porque era necesario desplazar el centro de adoración y extenderlo a todas las naciones: “Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66.1 al 2).


Todo el relato de esta historia es importante para relacionar el tabernáculo terrenal, como modelo, inclusive Moisés, comparado con Jesucristo y el tabernáculo celestial. El autor de Hebreos hace referencia a lo anterior precisamente al decir: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (Hebreos 8.1 al 2).


También en la segunda carta a los Corintios se dice: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5.1). Además: “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9.24 al 26). La Biblia dice de Jesucristo: “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1.19 al 20).


Entonces el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre,… Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15.24 al 28). También se dice la siguiente expresión: “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Filipenses 2.6). Además: “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios,… Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo… Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra,… Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?” (Hebreos 1.8 al 13).


Saulo, conocido como Pablo, en cierta ocasión, se reconoce fariseo e irreprensible en relación con la justicia de la ley (Filipenses 3.4 al 6). El proceder en sus principios es auténtico, arraigado en la instrucción recibida a los pies de Gamaliel (Hechos 22.3), el doctor de la ley y venerado por todo el pueblo (Hechos 5.34 al 35). En forma clara logra comprender el propósito y plan de Dios, la relación entre la ley y la gracia, prefijada conforme a los tiempos y su cumplimiento. Valora el significado de la ley, la profecía y su plenitud en Cristo, porque en la escuela paulina, se confirma el ritualismo de la ley como una figura o símbolo de la presencia de Cristo (Colosenses 2.16 al 17), reconoce más sublimes al amor y la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús (Filipenses 3.7 al 9).


Saulo testifica la no existencia de justificación por las obras personales, por el cumplimiento de la ley ritual o méritos de su propia justicia, sino por la fe de Cristo, la justicia en Dios por la fe. Es por medio del evangelio en el nuevo pacto al abrazar y aceptar la justicia de Dios, revelada por fe y para fe (Romanos 1.17), mediante la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre (Romanos 3.22 al 26).


La sangre es un símbolo de vida y Jesús se entregó en vida al servicio de los demás, con amor, gracia, paz y verdad: “Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Juan 2.29). Los Proverbios dicen: “Hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio” (Proverbios 21.3). Saulo confronta la ley ritual de matar a pedradas o lapidación: 1) Éxodo 22.20; Levítico 20.1 al 2. 2) Deuteronomio 17.2 al 5, 8.19. 3) Levítico 24.11 al 16. 4) Éxodo 35.2; Números 15.32 al 36. 5) Deuteronomio 21.18 al 21. 6) Éxodo 21.12; Levítico 24.17. 7) Levítico 20.10. 8) Éxodo 21.16; Deuteronomio 24.7. 9) Deuteronomio 19.16 al 21. 10) Josué 7.20 al 26, con la ley de vida del Decálogo o ley de los Diez Mandamientos, y su prohibición de matar (Éxodo 20.13; Deuteronomio 5.17), descubre que no puede ser justificado mediante las obras rituales de la ley (Gálatas 3.16, 5.2 al 6; Colosenses 2.11 al 14), o sea la parte ritual. Considera que mediante la ley del Decálogo se recibe el conocimiento del pecado (Romanos 3.19 al 20), y a través de la fe se logra la verdadera circuncisión de Cristo, para ser un verdadero adorador, sin mediar las obras rituales de la ley, sino por medio de Jesucristo.


Al venir la fe se confirma la obediencia a la ley (Romanos 3.30 al 31). La justificación como hijos de Dios, en el nuevo pacto, ya no es mediante la circuncisión ritual, simbolismo del primer pacto con el corte del prepucio; sino por recibir el amor de Cristo en el corazón, se obtiene la capacidad de obedecer realmente los mandamientos, fe y fuerzas, a través de la circuncisión en el corazón; en espíritu, no en letra (Romanos 2.28 al 29). La ordenanza de la ley es añadida, por causa de las transgresiones a los Diez Mandamientos (Gálatas 3.19). En esta ordenanza se manda apedrear a quienes quebrantan la ley escrita en tablas de piedra.


Ahora es práctico y vivencial. El nuevo pacto es un ministerio del espíritu vivificante, porque el Espíritu Santo es derramado en cada persona y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2 Corintios 3.6 al 17). Al ser ministro en el espíritu, logra entender la abolición de la ley ritual, de apedrear y de la circuncisión, mediante el sacrificio de Cristo en la cruz. Pablo es acusado, injustamente, con argumentos legalistas, en el arresto de Pablo en Filipos, se manifiesta el propósito de Dios, porque en esta oportunidad se convierten el carcelero y toda su casa (Hechos 16.23 al 34). Además por falsos testigos es arrestado en el templo (Hechos 21.27 al 36).


La aceptación del evangelio y a Jesús como Salvador, posibilita ser siervo de la justicia de Dios (Romanos 6.18, 20 al 23). La persona se aferra al estandarte de los mandamientos no escritos en tablas de piedra, sino escritas con el Espíritu del Dios vivo en tablas de carne del corazón (2 Corintios 3.2 al 3). El primer pacto a la persona sorprendida en el acto de trasgresión a uno de los Diez Mandamientos, permite su sentencia a ser apedreada. Y si alguno comete pecado oculto, sin ser sorprendido en el acto, por la acusación de dos o tres testigos (Deuteronomio 17.6, 19.15; Números 35.30), entonces se presenta sacrificio, ofrenda, holocaustos y expiaciones por el pecado de ignorancia (Hebreos 9.6 al 10, 10.5 al 10). Pablo reconoce el sacrificio de Cristo como sustitutivo de la ley ritual de la presentación de corderos, el viejo hombre es crucificado juntamente con él y el cuerpo de pecado es destruido (Romanos 6.6). Sella sus palabras con la expresión: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2.20).


La ley de Cristo está relacionado con:


a) Amar a Dios y amar al prójimo (Mateo 22.36 al 40; Juan 14.15, 15.10; Gálatas 5.14).


b) Amar a nuestros enemigos (Mateo 5.44; Lucas 6.27 al 30).


c) Andar como Jesús anduvo (Juan 13.15; 1 Juan 2.6).


d) Creer en Cristo como dice la Escritura (Juan 7.38).


e) Llevar la cruz del sufrimiento y seguir a Cristo (Mateo 10.38).


f) Negarse a sí mismo (Mateo 16.24 al 25).


g) No juzgar (Mateo 7.1 al 5; Marcos 4.24).


h) Perdonar (Marcos 11.25 al 26, 18.15 al 17 y 21 al 22).


i) Promulgar la doctrina de Jesucristo (Mateo 28.19; Marcos 16.15).


j) Reconocer que Jesucristo vino a salvar al mundo (Juan 12.47 al 48).


k) Todo el bien que queremos que los hombres hagan con nosotros, debemos hacerlo con los demás (Mateo 7.12).


La Biblia afirma que Jesucristo es el mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2.5), en quien podemos ser salvos: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4.12). Es por gracia y don de Dios que somos salvos (Efesios 2.5 y 8), por medio de la fe en el Señor Jesucristo (Hechos 16.30 al 31; Romanos 10.9). Desde antes de su nacimiento estaba anunciado por el ángel del Señor, que se llamaría Jesús (Salvador), porque él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1.21; Marcos 16.15 al 16; Hechos 4.11 al 12; 1 Corintios 15.1 al 2) y sería levantado como poderoso Salvador (Lucas 1.69). Una vez que ha nacido, nuevamente un ángel da el aviso de que había nacido un Salvador, que es Cristo el Señor (Lucas 2.11).


Jesús el Hijo de Dios, fue constituido sumo sacerdote, en el sentido de compasión hacia nuestras debilidades humanas, porque según nuestra semejanza, estuvo en medio de nosotros y fue tentado en todo, pero se mantuvo sin pecado. Al comprender la condición del ser humano, entonces media la misericordia a favor del oportuno socorro (Hebreos 4.14 al 16). Jesús conoce nuestra situación e interviene en favor nuestro para salvarnos del pecado. Debido al padecimiento de la muerte y por las aflicciones vividas, fue perfeccionado y pasó a ser el autor de la salvación de los seres humanos (Hebreos 2.9 al 10).


Jesús fue semejante a nosotros y vino a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote, para expiar los pecados del pueblo (Hebreos 2.17). Explica la Escritura que siendo tentado es poderoso para socorrer a los tentados (Hebreos 2.18). Y aunque era Hijo, por sus padecimientos aprendió la obediencia, llega a ser autor de eterna salvación para quienes le obedecen (Hebreos 5.8 al 9). Jesús se hace llamar la puerta de las ovejas, entrar por medio de él se logra salvación (Juan 10.7 al 9). Creer en el Señor Jesucristo por consiguiente es para ser salvo (Hechos 16.31), porque la salvación es con gloria eterna y se obtiene a través de Cristo Jesús (2 Timoteo 2.10). La salvación es la consecución de la gloria y las bienaventuranzas eternas enseñadas por Jesús.


Dios nos ha dado posibilidad de alcanzar salvación por medio de Jesucristo (1 Tesalonicenses 5.9), mediante la santificación por el Espíritu Santo y la fe en la verdad por el evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 2.13 al 14). Y mediante la fe, se espera lograr la salvación dispuesta para ser manifestada en los últimos tiempos, la finalidad de la fe es la salvación de nuestras vidas (1 Pedro 1.5 y 9). Además el ocuparse en el tema de la salvación, requiere temor y temblor (Filipenses 2.12). Estamos justificados en la sangre de Cristo y por él somos salvos de la ira, somos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo (Romanos 5.9 al 10). Los salvos siendo salvos esperan a Jesús por segunda vez, para salvación de los que le esperan (Hebreos 9.28).



Escritura tomada de la Reina Valera 1960. El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; Renovado © 1988 Sociedades Bíblicas Unidas.