TEODICEA CONTEMPORÁNEA


La teodicea contemporánea se puede analizar como la justicia divina final. La vida humana ha sido una constante manifestación de guerras hasta el día de hoy, inclusive la última batalla se menciona en la Biblia con el Armagedón. Esto representa o significa la culminación del gran conflicto final de los tiempos. Su origen se establece con la gran batalla en los cielos entre el Arcángel Miguel y sus ángeles, contra el reclutamiento de los ángeles caídos en rebeldía. El conflicto celestial se traslada a este mundo a través de los ángeles indecisos, donde unos se vuelven al bando de los fieles y leales al Hijo de Dios, mientras que otros humanos viven en desobediencia y rebeldía absoluta ante Dios. Se desmerita o empaña el mérito del Hijo al nivel celestial y se replica en lo terrenal, como se puede comparar o cotejar cuando Dios Hijo encarna entre nosotros como ser humano. Se hace constar que es el único nacimiento humano sin la procedencia previa como ángel indeciso, sino que corresponde a la exclusiva encarnación del mismo Hijo de Dios, por medio de la energía, fuerza y poder del Espíritu Santo de Dios Padre.


La reacción de repudio al Hijo por parte de los ángeles caídos en el cielo de Dios, es un tipo de laceración celestial, que se materializa físicamente con la crucifixión y muerte de Jesucristo el Hijo de Dios. Esta vez por parte de los ángeles indecisos que vienen a este mundo como seres humanos, para transformar la indecisión en decisión, ya sea para bien o para mal. La contemporaneidad muestra que de alrededor de cada ocho seres humanos, hay cinco que consideran a Jesús como un profeta más, sin la distinción de Dios Hijo o Hijo de Dios. Por esta razón, se le llama ángeles caídos porque la batalla angelical se transfiere al campo terrenal y finaliza con el juicio de Dios. La razón de la existencia del ser humano es para tomar la decisión de volver a la casa y patria celestial. Si Dios es el bien y es bueno por qué permite el mal. Lo que pasa es que Dios respeta la decisión de cada quien, como el Padre incondicional de sus hijos pródigos, Dios es justo y hace justicia. El ser humano trata de justificarse como la víctima, sin asumir su propia responsabilidad de indecisión dentro de los ángeles del séquito celestial, porque ya trae consigo la culpabilidad de indecisión por su falta de fidelidad y lealtad al Hijo de Dios.


Así que es Dios Padre el que justifica. El ser humano nunca podrá justificarse por sus propios alegatos de infidelidad y deslealtad al Hijo de Dios. Finalmente el ser humano es juzgado y condenado como un ángel indeciso que se vuelve en ángel caído, por la desobediencia y la rebeldía ante Dios. El libre albedrío es practicado por algunos con el libertinaje de hacer cada quien lo que quiera con su cuerpo y su vida. Si no fuera por Dios vendríamos a este mundo a ser unos incrédulos y paganos perpetuos, porque a los que aman a Dios, la vida le ayuda y sirve para recibir el bien y don de la vida eterna. A los que aborrecen a Dios, sus hechos los lleva al castigo eterno de la condenación de la muerte. Así como Dios le advierte a Adán y Eva acerca del camino de la muerte, pero ellos deciden morir antes que obedecer a Dios, en conformidad con su libre albedrío. Desde entonces el mal está encarcelado en prisiones de maldad, pero su semilla o simiente está germinada y anquilosada solapadamente en las intenciones y voluntad del ser humano, que es el que actúa con ímpetu para mal.


El ser humano es el responsable de sus propias decisiones y actos. El péndulo de la vida es el siguiente: el mayor beneficio o bien posible durante la vida presente es la oportunidad de la continuidad a la vida eterna. La muerte es un inmediato e instantáneo cerrar y abrir de ojos. Solamente es consciente del espacio, materia y tiempo el que se encuentra entre los vivos, porque percibe el avance de la edad y su entorno del hábitat donde se desenvuelve. El muerto nada sabe ni tiene memoria, hasta la resurrección de los muertos, porque los que saben y tienen memoria son los que están vivos, ya que saben o ven el transcurrir del tiempo. La muerte es el paso inmediato e instantáneo con el cuerpo transformado al encuentro con la segunda venida de Cristo, de lo contrario es el paso inmediato e instantáneo con la resurrección corporal del mismo cuerpo que se tenía al momento de morir, para ser juzgado en el juicio final de condenación y muerte eterna. Todas las aclaraciones de las acciones y hechos vividos serán comprendidas y entendidas, pero ya es tarde, porque el arrepentimiento, conversión y resarcimiento del mal, tiene que ser en el transcurso de la vida presente.


Es absolutamente y totalmente imposible que Dios haga mal o que mienta, porque su esencia, naturaleza y sustancia es únicamente el bien y todo lo que es bueno. El propio ser humano es el mal administrador de su vida y del planeta, que se le ha dado para administrar. Dios creó a sus criaturas con la capacidad y facultad de tomar decisiones. El ser humano es responsable de sí mismo y Dios siempre, en todo momento y tiempo histórico, ha respetado el libre albedrío humano. Hasta el tiempo del fin, porque en la vida eterna de ninguna manera existirá más el libre albedrío, de que cada quien haga lo que quiera, sino que prevalece solamente la voluntad de Dios Padre y de su Hijo. Ya no será un Padre incondicional que perdone los derroches de sus hijos pródigos. En relación con lo contemporáneo: ¿para qué hacer lo malo? Si la vida es fugaz, si la vida es muy pasajera y temporal. La muerte nos puede llevar directo al juicio final, a dar cuentas de nuestra vida, con todas las consecuencias y resultado final de nuestras decisiones.


Después de la vida presente, despertar de la muerte para recibir nuestro merecido de recompensa del bien, es mejor que ser ateo e incrédulo para darse cuenta posteriormente en la resurrección de los muertos, que ya es tarde, que no se puede hacer nada para cambiar el propio destino, que el rumbo final en relación con la eternidad es inevitable. La vida es muy corta para desperdiciarla en la maldad y el pecado, nadie puede hacer el mal y escaparse de Dios. Todo lo contrario el poder de Dios es que todo lo ve y no se le escapa nada. La justicia divina llega tarde o temprano. Unos tienen su justicia en vida y otros con la eternidad, sea para vida eterna o para muerte. Lo mismo sucede con los sistemas religiosos que confían y defienden la religión para salvación del pecado, más que en la obra redentora de Cristo. Tienen otros caminos con múltiples intercesores y mediadores aparte y fuera de Cristo. Según sus creencias y prácticas religiosas les van a salvar, aunque en la aparente teoría pretenden magnificar a Cristo, pero en la práctica con los hechos lo niegan.


Se utilizan manifestaciones milagrosas como pretexto para hacer creer que son poseedores de la verdad de Dios, aunque en oposición a sus mandamientos como la Dilatría. Se consideran asiduos imperfectos y que mucho han pecado por acciones, pensamiento y omisión, restando o sustituyendo la preeminencia de Cristo y haciendo infructuosa la redención. En este sentido es mejor pensar en el caso de los profetas Job y Jonás como personajes históricos literales, que considerar que son ficción o irrealidad de alegóricos, anagógicos, figurativos, metafísicos, metafóricos o simbólicos. Los libros de Job y Jonás son ejemplos del cumplimiento de la justicia de Dios. El estudio de la palabra de Dios debe ser en profundidad, es como una transmisión de código fuente encriptado, la llave de la comprensión y entendimiento es Cristo, para la activación y protección de nuestro conocimiento espiritual. La debilidad o deficiencia es la ausencia del “amor único interior que es solamente para Dios”, con todo el corazón, fuerzas, mente y vida.


Amar al prójimo como se ama a uno mismo, es un amor básico en una capa inferior del ser humano natural, que se eleva o trasciende al verdadero amor a Dios desde lo espiritual y celestial. No puede amar al prójimo quien no sabe amarse así mismo. Por lo tanto, amar al prójimo como se ama a uno mismo corresponde a un mismo tipo de amor. El amor a Dios sobre todo es el primer amor, de manera que existen solo estos dos tipos de amor. Este es el plan de Dios Padre, que escalemos el amor natural de amarnos entre seres humanos al amor al Hijo de Dios, a quien Dios Padre a destinado y establecido para que lleguemos al verdadero amor. La decisión de cada uno es propia para decidir amar a Jesucristo como su destino celestial. Nuestro ser interior tiene que tener este enfoque en el Hijo de Dios. Porque el bienestar nuestro consiste en buscar el bien de los demás, pero en el amor a Cristo Jesús. Todos tenemos la oportunidad de retornar a la casa y habitación celestial, de donde procedemos debido a nuestra indecisión de identificar y reconocer la autoridad y mérito del Hijo de Dios.


La teodicea contemporánea aprovecha el medio y accesibilidad mundial del Internet, porque Dios permite el crecimiento y desarrollo de la tecnología para la difusión del evangelio de Jesucristo. La misma estrategia utilizada con la expansión del cristianismo a través de la escritura del Nuevo Testamento en el idioma griego. En el imperio romano se posibilita la comunicación lingüística, en toda la región geográfica al trascender las fronteras culturales e idiomáticas, con el idioma conocido lo más común y popular posible, el mismo fue heredado por el imperio anterior tras la conquista de Alejandro Magno. El mismo fue promovido por la cultura helenística. Así en la actualidad trasciende el evangelio a toda la comunidad internacional con un movimiento que abarca por completo el globo terráqueo, hasta lo último del planeta, tanto en espacio como tiempo.


En su época las cartas o epístolas del Nuevo Testamento llegaron a una audiencia universal, aunque dentro del rango conocido del imperio, mientras que ahora llega directamente a todos los usuarios del servicio de internet, hasta el último rincón del planeta, sin límites culturales, fronterizos o sociales. Se impera el deber de vivir honestamente con principios, valores y virtudes, independiente de la nación donde se viva. Aspectos como la avaricia, codicia, egoísmo y envidia, corresponden a la acumulación de dinero o riqueza que no es el amor verdadero. Amarse así mismo es en relación con la amabilidad, bien, dignidad, excelencia, generosidad y solidaridad, para la factibilidad y poder de amar al prójimo que está a nuestro alrededor. Esto lo cumplen muchos naturalmente, pero se requiere ascender, escalar y trascender al amor principal de Dios, que es un amor que combina lo espiritual con lo celestial.


Continuará...