SEGUNDA EDICIÓN LA COMUNIDAD DE FE: ACUERDOS DE FE



Basado en la Biblia Versión Reina - Valera Revisión de 1960 (RVR60)

CAPÍTULO 1: EL ORIGEN DE LOS VALORES COMUNITARIOS


El origen y discernimiento entre el bien y el mal, o sea, el conocimiento de diferenciar entre lo bueno y lo malo, surgen desde Adán y Eva, representado en la acción de comer de un fruto del árbol de la ciencia. La Biblia contiene una gran cantidad de símbolos, estos posibilitan diversas interpretaciones, para explicar sus significados. El caso de Adán y Eva, representa el origen de la relación de convivencia entre individuos, su hábitat y Dios su Creador. También la capacidad interna de percatar, o sea, advertir y considerar, en relación con la toma de conciencia y el reconocimiento de sí mismo y de su entorno, además operan otras acciones como la de meditar, pensar y reflexionar.


El bien representa los valores y el mal los antivalores. El árbol de la ciencia es el medio para demostrar la obediencia al Dios verdadero o al dios falso, debido a la serpiente astuta como adversario en la adoración y servicio a Dios. La advertencia divina propone muerte, como consecuencia de la desobediencia o el fruto del pecado, mientras que la propuesta de seguir al dios falso excluye el resultado de la muerte, según la versión de la serpiente, en contraposión a Dios:


El Dios Creador: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.16 al 17).


El dios falso (serpiente): “Pero la serpiente era astuta,… la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?... Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis…” (Génesis 3.1 al 5).


El género humano, representado en Adán y Eva, mediante mentira, se engaña a sí mismo, actúa sin responsabilidad, a consecuencia de su abandono a la adoración y servicio al Dios verdadero. Se pasa de la inocencia a la malicia, cuya corrupción e injusticia perdura por generaciones. Hay un supuesto razonamiento previo, para alcanzar la sabiduría, al final prevalece la confusión, duda y falsedad. Se rinde culto y sumisión a la serpiente, en oposición a la voluntad del Dios Creador y contrario a la certeza de la fe:


“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles… ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (Romanos 1.20 al 25).

La serpiente, además de engañar al inicio al ser humano, lo hace con el resto del mundo: “… La serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero…” (Apocalipsis 12.9). Figurativamente el diablo y Satanás representa el pecado dominante en el mundo. Además de la mentira promueve el homicidio: “… Ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8.44). En relación con el sacrificio a dioses ajenos, es comparado con un sacrificio presentado a los demonios (Deuteronomio 32.16 al 21; 1 Corintios 10.19 al 22).


También Caín accede a su adoración: “…El diablo peca desde el principio… En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: Todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Juan 3.8 al 12). El ser humano toma el camino de Abel o de Caín, entre la justicia y la injusticia. La condición de Caín existe desde un principio, en la condición de todo aquel que vive sin temor a Dios y comete injusticia, prevalece en su vida la obra de la carne (Gálatas 5.19 al 21; Salmos 51.5, 58.3; Romanos 5.12, 6.23), del ego y de la muerte.


La justicia es un valor indispensable, como practicante de la adoración y servicio al Creador, de lo contrario se desconoce con los actos la obediencia y voluntad de Dios. Abel por la fe ofreció a Dios más excelente sacrificio que su hermano Caín y mostró ser justo (Hebreos 11.4), la fe es otro valor. Dios no se agradó de la personalidad de Caín, ni de su ofrenda: “… Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya…” (Génesis 4.1 al 5), por consiguiente, no se agradó del carácter de Caín, su reacción ante el medio, su actitud y comportamiento desleal y sanguinario.


La falta de ejercicio de los valores comunitarios, dejan vulnerable a la persona a cometer un antivalor, tal es el caso de Caín: “… Si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo…” (Génesis 4.7). Eva antes de tomar el fruto y comer del mismo, sufre un proceso de observación y deseo, su pensamiento cede ante la codicia: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable…” (Génesis 3.6). La fe, la justicia, la paz, la santidad, por ejemplo, no se pueden asumir como actitudes opcionales, porque en realidad son valores vitales, de suma importancia y trascendencia para la salvación y vida eterna. Las actitudes se relacionan con acciones, actos, comportamientos, conductas, cualidades y hábitos. La Biblia menciona (el subrayado es nuestro):


“¡Ay de ellos! Porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam… De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Judas 11 y 14 al 15).

El camino de Caín es el camino de injusticia, donde transita un supuesto profeta Balaam, con la presunción de maldecir al pueblo justo, cuya minoría o remanente del camino de Abel, es la que mantiene la justicia viva en un mundo de corrupción y lucro: “… los amonitas y moabitas no debían entrar jamás en la congregación de Dios, por cuanto no salieron a recibir a los hijos de Israel con pan y agua, sino que dieron dinero a Balaam para que los maldijera” (Nehemías 13.1 al 2 y Deuteronomio 23.3 al 5). El deseo vehemente del ser humano es su inclinación o tendencia al mal, el acumular con avaricia, la codicia insaciable, el egoísmo y el enriquecimiento ilícito. Caín presenta una ofrenda, sin intención de obedecer y prestar atención a su Dios Creador. El profeta Samuel en relación con la obediencia y ofrenda a Dios, dice:


“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado…” (1 Samuel 15.22 al 23).

La adoración, culto y servicio, implica obedecer y prestar atención a Dios. Caín en lugar de una ofrenda de amor y gratitud, pretende recibir la alabanza y pleitesía, como vanagloria, sin glorificar y honrar verdaderamente. Dios le dice: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?” (Génesis 4.7). Caín con el acto del homicidio, muestra los siguientes antivalores de egoísmo, envidia, furia, injusticia, mezquindad, odio, rencor, resentimiento y saña, de lo contrario hubiera mostrado los valores de amor, cariño, compasión, fe, fidelidad, justicia, lealtad, misericordia, paz, perdón, respeto y santidad. Dios le dijo a Caín: “¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?" (Génesis 4.6).


El deseo inherente al ser humano con la tendencia al mal, se llama concupiscencia. Es un deseo natural caracterizado por el apetito desordenado de bienes terrenales y placeres deshonestos. Se podría comparar en analogía y a manera de símbolo, a la serpiente astuta del huerto del Edén, con la atracción y seducción de la concupiscencia. Y según Santiago nos dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado: Y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1.13 al 15).


La consecuencia del acto de Caín es el pecado y la muerte espiritual, nuevamente los seres humanos rinden adoración, culto y servicio al dios falso, representado en la serpiente astuta y sus malos pensamientos: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6.16). Los dardos de fuego, no son carne ni sangre (Efesios 6.12), es decir, no son personas, sino los malos pensamientos desarrollados en las mentes de los seres humanos, mediante la concupiscencia. Esto se contrarresta con la conciencia espiritual y moral, para posibilitar el comportamiento responsable. El maligno representa a las personas sin responsabilidad, propensas a hacer y pensar mal. El escudo de la fe es el mecanismo empleado en la mente, como campo de batalla contra los engaños, malos pensamientos y mentiras.


La epístola del apóstol San Pablo a Tito indica: “Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1.15 al 16). Después de la creación, cuando se establece lo ritual dentro del culto a Dios y como rito de perdón de las ofensas cometidas, se distorsiona el culto a tal grado que Dios dice:


“Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados” (Amós 5.21 al 22). “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios?” (Isaías 1.11 al 12).

Se ofrecía para el sacrificio el animal ciego, cojo, enfermo o hurtado, profanando el nombre de Jehová Dios y su altar, habiendo Dios dicho: “No ofrecerás en sacrificio a Jehová tu Dios, buey o cordero en el cual haya falta o alguna cosa mala, pues es abominación a Jehová tu Dios” (Deuteronomio 17.1; Levítico 22.20). Deshonraron, menospreciaron y profanaron el nombre de Dios, quien menciona lo siguiente: “… Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo?... y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? Dice Jehová” (Malaquías 1.6 al 14). Las manos de los infractores, llenas de crímenes y de maldad, no aceptan la corrección, presentan ofrendas indignamente y Dios les pide: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías 1.16 al 17).


Dios dice: “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos. Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí” (Oseas 6.6 al 7). Dios quiere su conocimiento en la humanidad que nace en ignorancia: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre… me has hecho comprender sabiduría. Purifícame… y seré limpio;…” (Salmos 51.5 al 7). La carencia de instrucción es suplida por la sabiduría de la pureza y la mirada retrospectiva de la esencia de los valores de Dios: “Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: Solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6.6 al 8).


Nuevamente la palabra de Dios menciona los valores comunitarios, por ejemplo, hacer justicia y amar misericordia. El humillarse ante Dios, además de ofrecer acatamiento y sumisión, está relacionado con abatir el orgullo y tener humildad. La arrogancia y el exceso de estimación propia, reflejan la rebeldía del ser humano como un dios falso de sí mismo. Se constituye en un dios adversario ante su Dios Creador. La vida presenta muchos obstáculos y sufrimientos, con la finalidad de purificar y mejorar la personalidad. Precisamente uno de los cambios más difíciles para el ser humano, es cambiar la personalidad, a pesar de enfrentar todas las experiencias difíciles y malos momentos. El ser humano con el transcurrir de su vida, le cuesta llegar a ser mejor persona, salvo tenga conciencia y practique los valores. El Salmo dice: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51.16 al 17).


El espíritu quebrantado y el corazón contrito y humillado producen la purificación de la vida: las adversidades, dificultades y sufrimiento, purifican nuestro carácter, personalidad y temperamento. Nos ayuda a ser mejores personas, individual y colectivamente. La purificación es interior. El sufrimiento en la vida cotidiana, confirma, fortalece y madura a la persona, es parte de enfrentar las situaciones del mundo. La Sagrada Escritura dice: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14). Tanto la paz como la santidad, están entre los valores comunitarios, necesarios para la convivencia con todos y para la armonía y comunión con el Señor.


Los valores comunitarios, son indispensables para la capacidad de diferenciar o discernir entre el bien y el mal. Ya desde antaño, por medio de Dios se establecía ciertas diferencias opuestas entre sí, por ejemplo: “Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñará a discernir entre lo limpio y lo no limpio” (Ezequiel 44.23). Además: “Para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés” (Levíticos 10.10 al 11).


Desde el inicio Dios establece una ley de justicia, donde la ley moral de los Diez Mandamientos o Decálogo, es también una ley comunitaria, porque es útil para conocer y diferenciar entre el bien y el mal, en nuestra relación con Dios y el prójimo. Además son normas o reglas de convivencia en comunidad. Dios dice: “Estad atentos a mí, pueblo mío, y oídme, nación mía; porque de mí saldrá la ley, y mi justicia para luz de los pueblos. Cercana está mi justicia, ha salido mi salvación…” (Isaías 51.4 al 5).


1.1 LA LEY MORAL COMO LEY COMUNITARIA


Ahora bien, aunque toda la ley era de Dios, a una parte de ella se le llama la ley de Moisés. Dios quiso desde un principio, establecer cierta distinción de la ley de los Diez Mandamientos, sobre el resto de leyes, como Jehová dice: “... Con tal de que guarden y hagan conforme a todas las cosas que yo les he mandado, y conforme a toda la ley que mi siervo Moisés les mandó” (2 Reyes 21.8), pero el pueblo no obedeció fielmente, ni al mandato de Dios, ni al mandato de Moisés: “Por cuanto no habían atendido a la voz de Jehová su Dios, sino que habían quebrantado su pacto; y todas las cosas que Moisés siervo de Jehová había mandado, no las habían escuchado, ni puesto por obra” (2 Reyes 18.12). El profeta Oseas escribe de Israel: “Está dividido su corazón. Ahora serán hallados culpables; Jehová demolerá sus altares, destruirá sus ídolos” (Oseas 10.2).


En el caso de la ley de Moisés, en su aspecto ceremonial y ritual, de expiación, mediante sacrificio, derramamiento, rocío y remisión con sangre, nada perfeccionó:


Así dice la Escritura: “Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios... Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo” (Hebreos 7.18 al 19, 8.6 al 7). Así dice Jehová: “Porque no pusieron por obra mis decretos, sino que desecharon mis estatutos y profanaron mis días de reposo, y tras los ídolos de sus padres se les fueron los ojos. Por eso yo también les di estatutos que no eran buenos, y decretos por los cuales no podrían vivir” (Ezequiel 20.24 al 25). Nota aclaratoria: la segunda parte de este último pasaje se presenta como afirmación, según algunas de las traducciones bíblicas, pero en otras versiones corresponde a una interrogación.

En relación con el primer pacto, tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal, la ley añadida ordenaba sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, el transgresor quedaba perdonado de su ofensa, pero impune de la ley de muerte, al no ser apedreado cuando transgredía alguno de los Diez Mandamientos. En el nuevo pacto se pide presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como culto racional (Romanos 12.1), somos grato olor de Cristo (2 Corintios 2.14 al 17; Efesios 5.2), sacrificio acepto y agradable a Dios (Filipenses 4.18). Por medio del Señor Jesucristo ofrecemos sacrificio de alabanza, como fruto de labios que confiesan su nombre (Hebreos 13.15), con palabras de súplica y vueltos a Dios, con ofrenda de labios, según se venía recomendando desde tiempos antiguos (Oseas 14.2).


A los transgresores de la ley, la ley añadida le permitía realizar ciertos ritos, semejante a un indulto, o sea, perdonar la pena de muerte que tenía impuesta, exceptuar o eximir de la sentencia de ley de muerte, siempre y cuando, no fuere sorprendido en el acto mismo, sino que se mantenía como un pecado ignorado, de lo contrario si había dos o tres testigos en su contra, era sentenciado a muerte (Deuteronomio 17.6; Números 35.30). La Santa Escritura dice que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Romanos 7.4 al 6; Efesios 2.1; Isaías 59.2; Jeremías 17.9; Romanos 3.23), a fin de que no sirvamos más al pecado, pues no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia (Romanos 6.6 al 14).


Comparemos los siguientes pasajes (el subrayado es nuestro):


Primer pacto: “Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse, dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciendo: Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti (Deuteronomio 31.24 al 26).


Nuevo pacto: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2.14).


El santuario terrenal se componía del lugar santo y el lugar santísimo, uno al lado del otro, separados por un velo (Éxodo 26.30 al 33; Hebreos 9.2 al 3). El libro de la ley, fue puesto al lado del arca del pacto; este libro representa de manera simbólica el lugar santo, con referencia a la ley de sacrificios, y el arca del pacto representa el lugar santísimo, manifestado en los Diez Mandamientos. Jesucristo al abolir los sacrificios nos posibilita acceder a obedecer con poder el Decálogo. Abre un camino nuevo y vivo a través del velo (Hebreos 10.19 al 20): “Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados” (Romanos 2.13; Santiago 1.22 al 25). Toda la ley proviene de Dios (Lucas 2.22 al 24), pero al entregarla a su pueblo se establece la diferencia, porque ordena a Moisés escribir todo para memoria en un libro (Éxodo 17.14), donde se describe hechos históricos de Israel y según la tradición judía hay seiscientos trece preceptos. La ley guiaba la vida civil, ceremonial, espiritual, moral y salubridad.


Los preceptos fueron transformados en el nuevo pacto, inclusive algunos eliminados, por ser exclusivos para Israel, limitados en espacio geográfico, lugar y tiempo, con referencia específica a la tierra en la cual tomarían posesión (Deuteronomio 4.14, 5.31, 12.1, 31.12 al 13). Por ejemplo, la cesación de actividades en el Templo de Jerusalén por los acontecimientos del año 70 después de Cristo. Hay mandamientos directos de Dios y otros a través del profeta Moisés, claro está, todos provenían de Dios: “Y sobre el monte de Sinaí descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y les diste juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos, y les ordenaste el día de reposo santo para ti, y por mano de Moisés tu siervo les prescribiste mandamientos, estatutos y la ley” (Nehemías 9.13 al 14). La palabra prescribir es ordenar o adquirir algo con prescripción (ciertas condiciones durante un tiempo prefijado). Hay caducidad, pérdida de efectividad y vigencia, de la deuda, obligación o responsabilidad penal, debido a la finalización del cumplimiento de espacio temporal establecido por la ley en prescripción.


La Santa Biblia dice acerca de la ley de Dios y de la ley de Moisés (el subrayado es nuestro): “Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra; los Diez Mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra. A mí también me mandó Jehová en aquel tiempo que os enseñase los estatutos y juicios, para que los pusieseis por obra en la tierra a la cual pasáis a tomar posesión de ella (Deuteronomio 4.13 al 14). “Y no volveré a hacer que el pie de Israel sea movido de la tierra que di a sus padres, con tal que guarden y hagan conforme a todas las cosas que yo les he mandado, y conforme a toda la ley que mi siervo Moisés les mandó” (2 Reyes 21.8).


Dios establece y escribe los Diez Mandamientos directamente, las demás ordenanzas establecidas, se dan por escrito indirectamente a través de Moisés, quien las escribe en un libro (Deuteronomio 31.9) e igualmente se inician en el monte Horeb o Sinaí: “Esta es la ley del holocausto, de la ofrenda, del sacrificio por el pecado, del sacrificio por la culpa, de las consagraciones y del sacrificio de paz, la cual mandó Jehová a Moisés en el monte de Sinaí, el día que mandó a los hijos de Israel que ofreciesen sus ofrendas a Jehová, en el desierto de Sinaí” (Levítico 7.37 al 38). Pero este pacto de ordenanzas fue entregado por completo en los campos de Moab (Deuteronomio 29.1; Números 36.13). Ya para el pacto en Horeb o Sinaí, la ley de Moisés empezaba a estar escrita, aunque inconclusa en el libro de Moisés y el pueblo se había comprometido desde entonces, a cumplir todo lo dicho por Jehová, escrito por Moisés en el libro (Éxodo 24.1 al 8; Hebreos 9.18 al 20). Es entonces en esta ley donde se relata: “Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas...” (Deuteronomio 27.26). “Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová” (Levítico 18.5).


Cristo nos redime de esta maldición, en Gálatas se le llama de las cosas escritas en el libro de la ley: “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas… Cristo nos redimió de la maldición de la ley…” (Gálatas 3.10 al 14). Y según Efesios aboliendo la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, y mediante la cruz reconcilió con Dios a ambos pueblos en un cuerpo, haciendo la paz, por la sangre de Cristo (Efesios 2.12 al 18): “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo: Y la tierra tembló, y las rocas se partieron” (Mateo 27.50 al 51, Marcos 15.37 al 39, Lucas 23.45 al 47).


La ley de Moisés ordenaba apedrear (lapidar), a quienes quebrantan el Decálogo de la ley de Dios. La incorporación de la sentencia de muerte, por medio de la ley añadida, requiere especial atención para ser analizado, como se menciona en la Escritura: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!...” (Romanos 11.33). Según las ciencias bíblicas y ciencia de Dios: “La letra mata”, nos dice el apóstol Pablo en su segunda epístola a los Corintios y hace referencia al nuevo pacto, no de la letra, porque la letra mata (2 Corintios 3.6). Si retrocedemos al primer pacto, encontramos esta sentencia. Se toma como ejemplo el caso del CUARTO mandamiento, donde se sorprende a un hombre recogiendo leña en sábado y se deja en la cárcel, porque no estaba declarada la sentencia, al realizarse la consulta, Dios le dijo a Moisés en aquel momento lo siguiente: “Irremisiblemente muera...; apedréelo toda la congregación...” (Números 15.32 al 36). En otro pasaje explica: “Seis días se trabajará, mas el día séptimo os será santo, día de reposo para Jehová; cualquiera que en él hiciere trabajo alguno, morirá” (Éxodo 35.2). Dios permitió la sentencia de muerte, por las constantes transgresiones del ser humano a la ley de Dios de los Diez Mandamientos, y su ausencia de asumir la responsabilidad. Las siguientes descripciones son otros ejemplos:


PRIMERO : “El que ofreciere sacrificios a dioses excepto solamente a Jehová, será muerto” (Éxodo 22.20), “... de seguro morirá; el pueblo de la tierra lo apedreará” (Levítico 20.1 al 2).


SEGUNDO : “... Que hubiere ido y servido a dioses ajenos, y se hubiere inclinado a ellos,... entonces sacarás a tus puertas al hombre o a la mujer que hubiere hecho esta mala cosa, sea hombre o mujer, y los apedrearás, y así morirán” (Deuteronomio 17.2 al 5, 8.19).


TERCERO : “... Y el hijo de la mujer israelita blasfemó el Nombre, y maldijo; entonces lo llevaron a Moisés... y Jehová habló a Moisés, diciendo: Saca al blasfemo fuera del campamento, y todos los que le oyeron pongan sus manos sobre la cabeza de él, y apedréelo toda la congregación..., si blasfemare el Nombre, que muera” (Levítico 24.11 al 16).


QUINTO : “Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere,... entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá...” (Deuteronomio 21.18 al 21).


SEXTO : “El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá” (Éxodo 21.12; Levítico 24.17).


SEPTIMO : “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Levítico 20.10).


OCTAVO : “Cuando fuere hallado alguno que hubiere hurtado a uno de sus hermanos los hijos de Israel, y le hubiere esclavizado, o le hubiere vendido, morirá el tal ladrón,...” (Éxodo 21.16; Deuteronomio 24.7).


NOVENO : “Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él,... entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti... y no le compadecerás; vida por vida...” (Deuteronomio 19.16 al 21).


DECIMO : “Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel,... pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé;... entonces Josué, y todo Israel con él, tomaron a Acán... y todo cuanto tenía,... y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos y levantaron sobre él un gran montón de piedras, que permanece hasta hoy...” (Josué 7.20 al 26).


A continuación se señalan una serie de citas bíblicas relacionadas con los Diez Mandamientos, también como mención de su transgresión, por parte de algunos (siendo conocedores de la ley la quebrantaron), sin embargo, la misma fue escrita hasta en tiempos de Moisés, durante el primer pacto, y se presentan posteriormente al tiempo de Jesús, en el nuevo pacto, con el cambio de la letra a lo espiritual, la transición y trascendencia del ministerio de muerte a vida.


Anteriormente al profeta Moisés, se transmitían los mandamientos en forma verbal (Génesis 4.26, 5.22 al 24, 6.9, 13.4, 14.18 al 20, 26.5), de padres a hijos, aunque la ley no estuviera por escrito, existía el pecado, reinando la muerte en el transcurso desde Adán hasta Moisés, sin embargo, no fue como la transgresión de Adán, quien recibió un mandamiento directo de Dios (Romanos 5.13 al 14). El pecado entró a este mundo y todo ser humano sin excepción, arrastra las consecuencias del mismo, mediante la muerte, como paga del pecado, siendo necesaria la redención de Cristo.


Las citas bíblicas son las siguientes:


1) “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20.3; Deuteronomio 5.7).
Antes del primer pacto: Génesis 35.2 al 4; Éxodo 18.9 al 12; Números 33.4.
Durante el primer pacto: Éxodo 23.13, 32 al 33; Deuteronomio 32.16 al 17; Josué 24.14 al 24, 1 Samuel 7.3 al 4; 1 Reyes 18.24 al 40; Isaías 45.20 al 22; Jeremías 1.16, 2.11, 28, 5.19, 10.10 al 13, 35.15; Ezequiel 8.5 al 18; Oseas 4.12.
En el nuevo pacto: Mateo 4.10; Hechos 17.24 al 30, 19.26; 1 Corintios 8.5 al 6; Gálatas 4.8.


2) “No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las servirás...” (Deuteronomio 5.8 al 10; Éxodo 20.4 al 6).
Antes del primer pacto: Génesis 31.19, 30 al 35; Deuteronomio 29.16 al 17; Josué 24.2; Ezequiel 20.5 al 11.
Durante el primer pacto: Éxodo 20.23, 23.24, 32.1 al 8, 34.13 al 14, 17; Levítico 19.4; Números 25.2; Deuteronomio 4.15 al 19, 23, 7.4 al 5, 25, 12.3, 27.15, 29.18; Ezequiel 14.1 al 8; Daniel 3.12 al 30.
En el nuevo pacto: Hechos 15.20, 29, 17.29, 21.25; Romanos 1.21 al 23; 1 Corintios 8.1 al 4, 7 al 13, 10.19 al 22, 28, 12.2 al 3; 2 Corintios 6.16 al 18; 1 Tesalonicenses 1.9; 1 Juan 5.21; Apocalipsis 9.20.


3) “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano...” (Éxodo 20.7.; Deuteronomio 5.11).
Antes del primer pacto: Éxodo 17.7.
Durante el primer pacto: Levítico 19.12, 24. 11 al 16.
En el nuevo pacto: Mateo 5.33 al 37; Santiago 2.7, 5.12.


4) “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas...” (Éxodo 20.8 al 11; Deuteronomio 5.12 al 15).
Antes del primer pacto: Génesis 2.2 al 3; Éxodo 16.23 al 31.
Durante el primer pacto: Éxodo 31.12 al 17, 35.1 al 3; Levítico 19.3, 30, 23.3, 26.2; Números 15.32 al 36; 1 Crónicas 9.32; Nehemías 9.14, 13.15 al 22; Isaías 56.2, 58.13 al 14, 66.23; Jeremías 17.21 al 22, 27; Ezequiel 20.12 al 16, 20 al 24, 22.8, 26, 23.38, 46.1 al 3.
En el nuevo pacto: Mateo 12.1 al 13, 24.20, 28.1; Marcos 1.21, 2.23 al 28, 3.2 al 5, 6.1 al 2; Lucas 4.16 y 31, 6.1 al 10, 13.10 al 17, 14.1 al 6, 23.56; Juan 5.8 al 11, 7.21 al 24, 9.13 al 16; Hechos 13.14, 27, 42 al 44, 15.21, 16.13, 17.2 al 3, 18.4; Hebreos 4.4, 10.


5) “Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da” (Deuteronomio 5.16; Éxodo 20.12).
Antes del primer pacto: Génesis 9.22 al 25.
Durante el primer pacto: Éxodo 21.15, 17; Levítico 18.7 al 8, 19.3, 20.9, 11, 21.9; Deuteronomio 21.18 al 21, 27.16; Miqueas 7.6.
En el nuevo pacto: Mateo 15.4, 19.19; Marcos 7.10, 10.19; Lucas 18.20; Efesios 6.1 al 3; Colosenses 3.20.


6) “No matarás” (Éxodo 20.13; Deuteronomio 5.17).
Antes del primer pacto: Génesis 4.8 al 13, 9.6, 27.41 al 45, 37.26 al 27; Éxodo 2.11 al 15.
Durante el primer pacto: Éxodo 21.12, 23.7; Levítico 24.17; Números 35.16 al 21; Josué 20. 1 al 6; Jueces 9.17 al 24, 56 al 57; 1 Samuel 19.4 al 6, 22.17, 26.8 al 11; Jeremías 26.15; Oseas 4.2.
En el nuevo pacto: Mateo 5.21, 15.19, 19.18; Marcos 7.21, 10.19; Lucas 18.20; Romanos 13.9; Santiago 2.11.


7) “No cometerás adulterio” (Éxodo 20.14; Deuteronomio 5.18).
Antes del primer pacto: Génesis 12.10 al 20, 26.6 al 11, 39.7 al 9.
Durante el primer pacto: Levítico 18.20, 20.10; 2 Samuel 12. 7 al 10; Proverbios 6.32; Jeremías 5.7 al 9, 29.23; Oseas 4.2.
En el nuevo pacto: Mateo 5.27 al 28, 31 al 32, 15.19, 19.9, 18; Marcos 7.21, 10.11 al 12, 19; Lucas 16.18, 18.20; Juan 8.1 al 11; Romanos 7.1 al 3, 13.9; 1 Corintios 6.9; Gálatas 5.19; Hebreos 13.4; Santiago 2.11.


8) “No hurtarás” (Éxodo 20.15; Deuteronomio 5.19).
Antes del primer pacto: Génesis 30.33, 31.19, 38 al 39, 40.14 al 15, 44.7 al 8.
Durante el primer pacto: Éxodo 21.16, 22.1 al 12; Levítico 19.11; Deuteronomio 24.7; Josué 7.10 al 11; Jeremías 7.9; Oseas 4.2; Malaquías 1.13.
En el nuevo pacto: Mateo 15.19, 19.18; Marcos 7.21 al 22, 10.19; Lucas 18.20; Romanos 13.9; Efesios 4.28.


9) “No dirás falso testimonio contra tu prójimo” (Deuteronomio 5.20; Éxodo 20.16).
Antes del primer pacto: Génesis 20.1 al 10.
Durante el primer pacto: Éxodo 23.1; Deuteronomio 19.16 al 19; Salmos 27.12; Proverbios 6.16 al 19, 19.5, 9, 25.18.
En el nuevo pacto: Mateo 15.19, 19.18, 26.59 al 61; Marcos 10.19, 14.55 al 59; Lucas 18.20; Hechos 6.13; Romanos 13.9; Efesios 4.25.


10) “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20.17; Deuteronomio 5.21).
Antes del primer pacto: Génesis 3.6.
Durante el primer pacto: Números 11.32 al 34, Deuteronomio 7.25, Josué 7.20 al 21, Proverbios 6.24 al 26, 21.26, 23.1 al 6; Isaías 57.17; Miqueas 2.1 al 3; Habacuc 2.9.
En el nuevo pacto: Mateo 5.28; Hechos 20.32 al 34; Romanos 7.7, 13.9; 1 Corintios 10.6; 1 Timoteo 3.3, 8, 6.10; Tito 1.7; Santiago 4.2 al 3.


Cristo es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas (Hebreos 8.6), se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, y con su sangre limpia nuestras conciencias de obras muertas, para servir al Dios vivo: “… Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive. De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre…” (Hebreos 9.13 al 22; Levítico 17.11).


El propósito de los ritos incluidos en la ley, inclusive la circuncisión, era esperar el tiempo determinado: Jesucristo sería un solo sacrificio con su muerte y por la fe en su sangre habría redención (Gálatas 4.1 al 7). Quienes estaban en esclavitud bajo los rudimentos del mundo y sabiendo hacer lo bueno, infringían la voluntad de Dios, justificados en el hecho de presentar un sacrificio, ofrenda, holocausto o expiación por el pecado. Luego regresan a continuar una vida desordenada delante de Dios, pues bajo la ley están todos aquellos infractores constantes (1 Timoteo 1.8 al 10; Romanos 3.9 al 19 y 23). Por lo tanto, los ritos fueron tutela (ayo) (Gálatas 3.24), a cargo del amparo, defensa o protección del pueblo hasta la llegada de Cristo, mediante su redención (Romanos 3.19 al 26; 1 Pedro 2.24, 3.18; 1 Timoteo 2.6; 1 Corintios 15.3), ahora Jesús es el Mediador del nuevo pacto (Hebreos 12.24; 1 Pedro 2.9 y 24; Efesios 5.8 y 11; Colosenses 1.13).


La epístola del apóstol Pablo a los Romanos menciona lo siguiente: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10.4), se establece a Cristo como el fin de la ley ritual, tanto como propósito y como finalización. Caso contrario el Decálogo es una ley moral y comunitaria, contienen los principios de bien y de moral establecidos por Dios, como normas necesarias en la relación y convivencia entre personas, en comunidad. Jesucristo con el ejemplo práctico de vida, nos muestra como en la condición de ser humano es factible, el cumplimiento a cabalidad de la ley de los mandamientos de Dios, para integridad moral y espiritual: “…Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas…” (1 Pedro 2.21 al 24).


La Biblia dice: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos;… porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo… pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre… Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo” (Hebreos 7.26 al 8.7).

1.2 JESÚS MODELO DE LOS VALORES COMUNITARIOS


Pablo menciona que el fin, tanto como motivo (propósito) y término (conclusión), de la ley es Cristo (Romanos 10.4), ¿pero de cual ley? En Gálatas nos hace una pregunta: “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa...” (Gálatas 3.19). Si meditamos en este versículo notaremos dos leyes, una añadida a otra transgredida. En cuanto a la ley añadida nos dice, que hasta que viniese la simiente: Cristo (Gálatas 3.16).


Los escribas y fariseos, en cierta ocasión trajeron a Jesús una mujer acusada de lo siguiente: “… Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú pues, ¿qué dices?” (Juan 8.1 al 11). Según el relato, Jesús inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo, luego se enderezó para decirles, que el que estuviera sin pecado, fuera el primero en lanzar la piedra. Nuevamente se inclinó hacia el suelo para escribir en tierra, entonces todos se fueron y no apedrearon a la mujer, se alejaron desde los de más edad hasta los de menor edad, acusados por su conciencia.


Jesús con su dedo escribe en tierra, su nivel de conocimiento celestial es superior, mientras que el nivel de conocimiento espiritual del ser humano, es incongruente entre la noción y la praxis, Jesús baja de nivel, para ayudar de la mano al ser humano a subir y trascender, su disciplina provee respaldo y sustento al cumplimiento y ejercicio de los principios y valores. Jesús mencionó que en la cátedra de Moisés se sentaban los escribas y fariseos y así enseñaban, pero que no hicieran conforme a sus obras, porque decían y no hacían (Mateo 23.1 al 3). Existiendo una ley de los Diez Mandamientos en la cual el sexto enseña “No matarás”, nótese que aquella mujer transgredió el séptimo “No cometerás adulterio”, pero la ley añadida mandaba a matar a los transgresores de los Diez Mandamientos. Sin embargo, quienes condenaban a la mujer, acusados por su conciencia, por no estar libres de pecado, se retiraron desde los de más edad, porque más veces infringieron los Mandamientos, hasta los de menor edad, por tener menos infracciones, pero igual con cargos de conciencia o de culpa, ya sea por pecar en forma de ignorancia, indiferencia, omisión o voluntariamente.


Los intérpretes de la ley y los fariseos se ufanaban con gran vanagloria de ser muy fieles a la ley, no obstante, Jesús conociendo sus obras y lo oculto del corazón de cada uno, por ejemplo, les señaló acerca del día sábado, o sea, el cuarto mandamiento, que inmediatamente sacarían un asno o buey de su pertenencia, si el mismo cayera en un pozo (Lucas 14.3 al 6), a pesar de ser, según la ley, un día de reposo, esto no por el bien que pretendieran para el animal, sino por la conveniencia en sus intereses, la afectación de su propiedad, en lo material, monetario o económico.


¿Por qué entonces aquellos escribas y fariseos, intérpretes, promotores de la ley, en relación con su cumplimiento y enseñanza, siendo instructores, no obedecen, hurtan, adulteran y cometen sacrilegio? Se jactan de la ley y con infracción deshonran a Dios:

“He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Romanos 2.17 al 24).

El profeta Isaías dice: “Y ahora ¿qué hago aquí, dice Jehová, ya que mi pueblo es llevado injustamente? Y los que en él se enseñorean, lo hacen aullar, dice Jehová, y continuamente es blasfemado mi nombre todo el día” (Isaías 52.5). Llevaron a la mujer sorprendida en adulterio y no a su cómplice, el varón que estuvo con ella. Además no se atrevieron a apedrearla desde los de edad avanzada, más cargados de pecados por tener más tiempo de vida, hasta los más jóvenes que acusados por su conciencia, se alejaron muy avergonzados. Sucede un choque frontal de la ley añadida y lapidación contra la fe y misericordia divina: “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera... Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que por la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes” (Gálatas 3.21 al 22).


Prevalece el perdón y la misericordia de Dios: “Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujeto a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Romanos 11.30 al 32).


Jesús inclinado al suelo escribía en tierra con el dedo, como dice la Escritura: “¡Tierra, tierra, tierra! oye palabra de Jehová” (Jeremías 22.29). Así como el vínculo natural de todo ser humano viviente sobre el planeta, es el oxígeno, mientras tanto, el nexo de quien muere es la tierra, porque volvemos a la tierra, de la cual fuimos tomados, como está escrito, “polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3.19), por lo tanto, es necesario estar unidos espiritualmente y atender la palabra de Dios en el amor y temor. No sabemos el momento, donde dejaremos de respirar el aire de nuestra atmósfera, desaprovechando la oportunidad de la vida de hacer lo agradable ante Dios, como está escrito: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40.8).


No basta el conocimiento con deseo de obedecer la ley, sino la disertación y la retórica con respaldo del ejemplo, práctica, testimonio y vivencia. Es mediante la gracia y el poder de Dios el logro, eficiencia y eficacia de la obediencia. Así el Espíritu Santo es dado a quienes obedecen (Hechos 5.32). Dios por su buena voluntad produce el querer como el hacer (Filipenses 2.12 al 13), es quien enseña (Juan 6.44 al 45), da su don y gracia (Juan 1.12 al 13; Santiago 1.17), para su servicio con amor, fidelidad, gratitud y temor. Este último, no es al castigo, sino esencialmente un temor de aborrecer el mal (Proverbios 8.13), su temor es enseñanza de sabiduría (Proverbios 15.33), y quien le pide a Dios, recibe su sabiduría abundantemente y sin reproche (Santiago 1.5). Jesús dijo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17.17).


Jesús dijo: “… Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14.6). El camino, la verdad y la vida son todos los valores comunitarios, representados por medio de Jesús, mediante su ejemplo de vida, amabilidad, amor, ánimo, ayuda, bondad, compartir, compasión, cultura de paz, discipulado, enseñanza, fe, generosidad, igualdad, justicia, libertad, misericordia, participación social, solidaridad, ternura, tolerancia, entre otros valores y virtudes vitales para vivir en armonía con los demás. Los valores comunitarios mostrados por Jesús, nos lleva al Padre, porque: “... Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2.2 al 6).


La expresión andar como Jesús anduvo, es participar de una forma de vida promovida en la comunidad de fe, establecida por Jesús como modelo y ejemplo de vida, con la difusión y práctica de sus enseñanzas, parábolas y valores comunitarios. La Biblia dice (el subrayado es nuestro):


“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:


Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.


Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación.


Bienaventurados los mansos,
porque ellos recibirán la tierra por heredad.


Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.


Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.


Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios.


Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.


Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.”
(Mateo 5.1 al 10).


Jesús en una ocasión dijo: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio…” (Mateo 9.13). El valor de la misericordia es promovido por Jesús a través de su vida y sus enseñanzas, mientras que los sacrificios hacen alusión a la ley ceremonial y ritual del primer pacto o testamento. La fe de y por Jesús, es una fe real y esperanza verdadera, una visualización del reino, con valor práctico en el diario vivir y servicio. Es práctica más que elocuencia. La comunidad de fe surge con el discipulado, formación y educación transferida por Jesús a la comunidad del primer siglo. Mensajes, parábolas y enseñanzas útiles, es una forma de vida, valores y virtudes, comportamiento, trato y relación cordial. Es vivencial y ejemplar, más que teoría sin aplicación, es amor, ánimo, energía, servicio, vocación y voluntad.


Por lo tanto, en el sentido de la vida y propósito de la existencia, es indispensable la práctica de los valores comunitarios, mostrados en la Biblia mediante los frutos del Espíritu: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5.22 al 25). La Escritura dice: “… Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7.15 al 20) y “… sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11.6).


1.3 LA JUSTICIA, MISERICORDIA Y FE


Jesús resalta la justicia, misericordia y fe, como lo más importante de la ley: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: La justicia, la misericordia y la fe…” (Mateo 23.23). En su tiempo los fariseos se aferran a los preceptos de la ley, por ejemplo, diezmar toda hortaliza, pero pasan por alto la justicia y el amor de Dios. Jesús dijo: “Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios…” (Lucas 11.42).


Era necesario un equilibrio entre el contenido de la letra de la ley y el motivo, intención o propósito pretendido con la práctica de la ley, a saber, promover el amor de Dios, fe, justicia y misericordia: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13.10). Toda la ley y los profetas dependen de dos mandamientos: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo (Mateo 22.35 al 40). Ningún precepto adicional fuera de estos mandamientos, puede estar en contra del amor, frustrar, oprimir y perseguir a las personas con amargura, injusticia, odio, rencor y demás antivalores.


Ninguna interpretación de la ley puede ir en contra del amor y de la vida. En el caso del amor al prójimo como a uno mismo, un intérprete de la ley le pregunta al Señor acerca de ¿quién es su prójimo? El Maestro con una parábola de ejemplo (Lucas 10.29 al 37), le explica no solo quién es el prójimo, sino cómo ser uno el prójimo de todos los seres humanos a su alrededor, sin las discriminaciones culturales, étnicas, raciales y de otras índoles.


Es necesario abarcar el tema de la ley añadida o ley de muerte, lo ceremonial y ritual, la circuncisión, los sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, para comprender la afirmación de Jesús:


“Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo 12.6 al 8), “... Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9.12 al 13).

Los escribas y fariseos no lograban captar el amor de Dios, fe, justicia y misericordia, a pesar de ser estudiosos de las Escrituras, en aquella época integrada por la ley de Moisés, los profetas y los salmos (Lucas 24.44). No aprendieron a vivir la vida en Dios, el amor desinteresado e incondicional, a ser benevolentes, buscar el bien común y estimar a las personas con fuerza de voluntad. Tampoco entendían el amor a los enemigos, porque esperaban al Mesías como Libertador (Romanos 11.25 al 26), y no como pacificador con sus adversarios (Mateo 5.38 al 48).


El buen samaritano de la parábola representa el conocimiento celestial, donde estaba un hombre postrado en el camino, herido, despojado, por causa de unos ladrones, dejándole casi muerto que representan el conocimiento natural, anduvo por ahí un sacerdote, viéndole, pasó de largo, luego un levita quien hizo lo mismo, ambos eran instruidos en la ley, y estaban al servicio de la obra de Dios por ser de la tribu de Leví, los elegidos para el servicio y trabajo ministerial que representan el conocimiento espiritual.


Posiblemente tanto el sacerdote como el levita, actuaron así, apegados a la misma ley, según la interpretación de algunos preceptos, creyeron correcto no acercarse al herido, por si, en caso de estar muerto, no caer en inmundicia al tocarlo, ya que temporalmente podrían quedar inmundos en caso de tocar a alguien fallecido (Números 19.11 al 16; Levítico 21.1 al 4; Ezequiel 44.25). Pero un samaritano, supera el privilegio poseído por el sacerdote y el levita, ve al herido y es movido a misericordia, lo socorre y cuida hasta sanar por completo. Jesús pregunta al intérprete de la ley: “… ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Vé, y haz tú lo mismo” (Lucas 10.29 al 37). Está escrito: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2.13). Hay que vencer el mal con el bien.


Según esta parábola, el prójimo del herido no es el sacerdote ni el levita, supuestos servidores de Dios y conocedores de la ley de misericordia, sino el samaritano, quien realmente usa la misericordia (Lucas 10.25 al 37). No basta con la letra o teoría del conocimiento, es necesaria la práctica; no es suficiente el creer tener fe, también es necesario por las obras de la fe demostrar la eficacia de la fe, visualizar la fe por las obras de amor y misericordia (Santiago 2.14 al 18). Esto es semejante en nuestro tiempo, cuando se fundamentan dogmas o ideologías de determinada denominación, con la intención de elevar o sobreestimar el concepto de espiritualidad en cada persona, pero se infunde la discriminación, rivalidad religiosa, hasta el odio religioso, persecución y la muerte.


La ausencia de fe, justicia y misericordia, provoca en algunos la posibilidad de considerarse más santos en comparación a los demás (Isaías 65.5; Hechos 10.28), prevalece la creencia de tener la única verdad y absoluta, pero en realidad se deposita la confianza en dogmas y normas incoherentes e incongruentes al sentido de la vida y bien común manifestado en las Escrituras. Jesucristo con su ejemplo, rompe con todos estos paradigmas, vino a dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4.17 al 21). Lo demuestra cuando habla con una mujer samaritana, a pesar de que judíos y samaritanos tienen enemistad (Juan 4.1 al 10; Esdras 4.1 al 10; Nehemías 4.1 al 2).


En cierta ocasión, Jesús trata como benditos a quienes han suplido lo necesario a los hambrientos, sedientos, forasteros, necesitados de vestido, enfermos o privados de libertad. Jesús dijo lo siguiente:


“… Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis… ” (Mateo 25.31 al 46).

Se hace bien con amar al prójimo sin acepción de personas (Santiago 2.8 al 9) y hacer prevalecer la misericordia (Santiago 2.13), al servicio y auxilio en la miseria humana, sin intereses proselitistas. Esto corresponde a una plena identificación de solidaridad, en medio del sistema corruptor mundial (Gálatas 6.14; Efesios 2.1 al 3; Colosenses 2.20; 2 Pedro 2.19 al 20), de empobrecimiento espiritual y material, en detrimento de los necesitados.


Pablo escribe: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8.9). El ser enriquecido en el evangelio de Cristo, con abundancia en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud y amor (2 Corintios 8.7), produce como resultado la generosidad de compartir los bienes materiales con los más necesitados, como don o gracia recibida de Dios. Suplir las necesidades espirituales y materiales del carente de lo básico para la subsistencia, abunda en muchas acciones de gratitud a Dios, y glorificación a Dios por la obediencia al evangelio de Cristo, los valores del reino de Dios y por la generosidad en beneficio de todos (2 Corintios 9.8 al 14). En armonía, ayuda, comunión y solidaridad, se comparten los bienes espirituales y materiales (Romanos 15.27), según el ejemplo de las iglesias de la región de Macedonia y Acaya (Romanos 15.25 al 26; 2 Corintios 8.1 al 4).


Ciertamente se manda a las personas proveer para los suyos, mayormente a los de la casa (1 Timoteo 5.7 al 8), esta prioridad se explica porque el testimonio se inicia desde la casa y sirve como respaldo moral ante la sociedad en general. Además se recomienda hacer el bien a todos mayormente a los de la familia de la fe (Gálatas 6.10), esto porque se requiere proyectar el ejemplo hacia los demás desde la comunidad de fe, para dar ejemplo de convivencia en comunidad, o sea, tener todas las cosas en común (Hechos 2.44 al 47, 4.32 al 35), al mencionar mayormente, da a entender la práctica con todas las personas, indiferente del credo religioso, claramente expresado al decir hacer el bien a todos. Pero si se pretende tener fe y no ayudamos al necesitado, entonces no obramos justicia como instrumentos de Dios, por consiguiente es una fe vana y sin obras, porque no mostramos la fe por las obras (Santiago 2.14 al 18). El mayor obstáculo de prejuicio, para implementar la ayuda solidaria sin discriminación, es el proselitismo religioso con coerción, donde se condiciona la ayuda a cambio de aceptación religiosa, aquí no se cumple la justicia y misericordia de Dios, con equidad para todos y todas.


El pueblo de Dios tiene como guía a Jesucristo, porque enseña el camino y establece un precedente en la tierra, de donde se conserva la base o fundamento en la edificación de la doctrina eclesiástica, al ser Jesucristo la principal piedra (Efesios 2.17 al 22). El Señor Jesús es ejemplo del amor de Dios, esperanza, fe, justicia, misericordia, paz y santidad, al hacer el bien, en el servicio a Dios y al prójimo (Lucas 4.16 al 21).


1.4 LA TRANSICIÓN A LA GRACIA


El Salmo dice: “La boca del justo habla sabiduría, y su lengua habla justicia. La ley de su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán” (Salmo 37.30 al 31). El nuevo pacto presenta al justo y santo como templo del Espíritu de Dios (1 Corintios 3.16 al 17, 6.19), y la ley de Dios está en el corazón y la mente. La obediencia ya no es impositiva, por obligación, sino que nace por la gracia recibida de Dios (Romanos 5.17 al 21; 1 Corintios 1.4 al 7; 2 Corintios 1.12; Tito 2.11), porque se produce el amor, la disposición y voluntad para obedecer: “para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3.7).


La ley de Dios es santa, el mandamiento santo, justo y bueno (Nehemías 9.13; Romanos 7.12), es espiritual (Romanos 7.14), llamada ley real y ley de libertad (Santiago 2.8 al 12), pues el pecado es infracción de la ley (1 Juan 3.4), la injusticia es pecado (1 Juan 5.17) y el saber hacer lo bueno y no hacerlo (Santiago 4.17), de lo contrario la gracia se vuelve en libertinaje: “… hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia…” (Judas 4).


La gracia es un don de Dios en Cristo Jesús: “… esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2.1). Este esfuerzo en la gracia implica la misericordia y demostrar con hechos o realidades el verdadero amor de Dios (1 Juan 3.17 al 18, 4.20 al 21). La gracia posibilita una ley moral o comunitaria funcional y práctica, donde se refleja lo interno de la persona (similar a un espejo), congruente entre el pensamiento y el proceder. Esta congruencia entre gracia y ley, no es como la transgresión: “… el don no fue como la transgresión; … pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación… así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos 5.15 al 21). Esto redunda en un mejor ordenamiento en la convivencia diaria de los seres humanos y de respeto a la vida, caridad, descanso laboral, dignidad, respeto a la propiedad privada, solidaridad y valores.


La gracia es consecuencia del amor, bondad y misericordia de Dios: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios…, y su amor… nos salvó, … por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3.4 al 6). “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dió vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2.4 al 5). Jesús con su trayectoria se incorpora en pos del propósito de su Padre (Lucas 2.49), con su vida, cumple a cabalidad la obra encomendada por su Padre y con su labor en lo espiritual, refleja el espíritu de la ley en ánimo, balance, conocimiento, equidad, esfuerzo, experticia, justicia, obra, valor, vigor, virtud y vivencia (Mateo 23.23; Lucas 11.42).


Un ejemplo de la transición a la gracia: en una ocasión surge la pregunta: ¿Es lícito sanar en el día de reposo?, Jesús dijo: “... ¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo, no le eche mano, y la levante? Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo. Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra. Y salidos los fariseos, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle” (Mateo 12.9 al 14).


Los fariseos obedecían la ley impositivamente por obligación, mientras que el don de la gracia es por amor, benevolencia, bondad, compasión y misericordia. Estos fariseos por celos, envidia, insolencia y maldad, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle. También los intérpretes de la ley, según dijo Jesús: “… porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis… desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo; sí, os digo que será demandada de esta generación…” (Lucas 11.44 al 52). En el caso de la ley ritual, no se permiten en sábado ni encender fuego para cocina (Éxodo 35.3). Jesús quebranta el sábado, según alegan los fariseos, al sanar a un hombre paralítico en sábado, porque lo envía a caminar con su lecho en mano (Juan 5.5 al 13).


Jesús hace énfasis en la sanidad interna de las personas al decirles: “... No peques más” (Juan 5.14), en el sentido espiritual, Jesús no quebranta el día de reposo, más bien, lo presenta, en su mayor expresión de espiritualidad, manifestado por el bien, la justicia y la misericordia. En relación con los Diez Mandamientos, Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5.17). La Biblia dice: ni aun a nivel de las letras más pequeñas, como la jota (Mateo 5.18), la tilde (Lucas 16.17) y el punto (Santiago 2.10), pasarán de la ley o se verá frustrada u ofendida. A pesar de la rebeldía del ser humano, el Padre los corrige y los ama (Hebreos 12.5 al 11).


En esto consiste la gracia: Cristo se presenta con su vida en la tierra y transmite el amor y bondad de su Padre a través del ejemplo (Juan 14.10 al 12): “…Y amarás al Señor tu Dios… Y… Amarás a tu prójimo como a ti mismo...” (Marcos 12.28 al 34). Jesús les dice: “... De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22.34 al 40). Al respecto Jesús dijo: “… El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo… Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él para destruirle” (Marcos 2.23 al 3.6). “… Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenarías a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo 12.1 al 8).


Es necesario en los empresarios, comerciantes y empleadores en general, brindar la oportunidad de un día libre, entre viernes, sábado y domingo, para posibilitar en los creyentes practicantes, la consagración y santificación, según sus posibilidades y credo religioso, de un día de descanso y dedicación a las actividades litúrgicas y eclesiásticas. Esta flexibilidad también se requiere en las organizaciones eclesiales, de ofrecer actividades litúrgicas y de reunión, tanto el día viernes, sábado y domingo, para facilitar la posibilidad de asistencia de sus feligreses, según el día libre laboral correspondiente.


1.5 JESÚS Y LA GRACIA VERSUS LA LEY AÑADIDA


La ley de Moisés imposibilitó a las personas para ser plenamente justificadas (Hechos 13.39): la circuncisión, apedrear a los transgresores (lapidación), los sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, constituyen la Ley Añadida. Mientras tanto, la justificación se logra solo en Jesucristo y la fe en Dios (Habacuc 2.4; Romanos 1.17; Gálatas 3.1 al 5 y 11; Efesios 2.8 al 9; Hebreos 11.2 al 40). En el primer pacto media la ley, pero en el nuevo pacto se establece la gracia, mediante Jesucristo (Juan 1.17).


En relación con la ley del primer pacto o Antiguo Testamento, se mencionan la ley de Moisés y la ley de Dios. El Decálogo dado a conocer con “Los Diez Mandamientos” corresponde a la ley de Dios, mediante las palabras en forma escrita en tablas de piedra (Éxodo 24.12; Deuteronomio 4.13), entregadas a Moisés, quien menciona que Dios, cuando las entrega, no añade nada más, acerca de lo escrito en las tablas de piedra (Deuteronomio 5.22). Este proceder establece una diferencia en relación con los mandamientos y el resto de la ley, escrita por Moisés en un libro (Éxodo 24.4 al 8; Deuteronomio 31.9 y 24 al 26), ya que los Diez Mandamientos se escriben directamente por el dedo de Dios (Éxodo 31.18; Deuteronomio 10.4), como ley de fuego (Deuteronomio 33.2). En cuanto a la escritura de Dios, dice la Biblia lo siguiente: “Y volvió Moisés y descendió del monte, trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, las tablas escritas por ambos lados; de uno y otro lado estaban escritas. Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas” (Éxodo 32.15 al 16).


Comparando Lucas 11.20 con Mateo 12.28, el dedo de Dios representa el Espíritu de Dios, y las tablas de piedra ahora son representadas por el corazón: “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Corintios 3.2 al 3). También está escrito: “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos. Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado” (Hebreos 10.15 al 18).


En el primer pacto o testamento, la forma de recibir la ley fue en la letra y en el nuevo pacto en el Espíritu por gracia. En el primer caso, si algún infractor no era sorprendido en el acto, con un mínimo de dos o tres testigos, para él no había causa para ser acusado (Deuteronomio 19.15). La epístola a los Hebreos dice: “El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente” (Hebreos 10.28), entonces sin testigos, la ley añadida, ordenaba realizar los sacrificios, las ofrendas, los holocaustos y las expiaciones por el pecado de ignorancia, quedando el transgresor perdonado de su ofensa, pero impune de la ley de muerte al no ser apedreado (lapidado).


La palabra regir tiene relación con lo que está vigente y se aplica en las leyes, ordenanzas, estilos y costumbres en vigor y observancia, además tiene relación con dirigir, gobernar o mandar. En el primer pacto lo vigente para el pueblo de Israel, era ser conducido o guiado bajo el régimen de la letra, que era el modo de gobernarse o regirse a través de constituciones, prácticas, preceptos o reglamentos. El Espíritu Santo no había sido derramado en todo el pueblo, como sucedió en el nuevo pacto y como había sido dicho por el profeta Joel: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2.28 al 29; Hechos 2.16 al 18). En el nuevo pacto somos sellados con el Espíritu Santo en nuestros corazones, como señal del pacto (las arras) (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14), el cual ha dado Dios a los que obedecen (Hechos 5.32): “… El Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad…” (Juan 16.13).


De acuerdo con lo mencionado en el párrafo anterior, cuando se desobedece a Dios en sus mandamientos, la persona no es apedreada y muerta físicamente en el momento, aunque en el nuevo pacto siempre hay muerte o paga del pecado (Romanos 6.23), entonces espiritualmente se muere, porque se apaga y contrista al Espíritu Santo, con el cual se fue sellado (Efesios 4.30; 1 Tesalonicenses 5.19), la persona pierde el deseo o voluntad sobrenatural de amar, obedecer y servir a Dios, con fidelidad y perseverancia hasta el fin, para demostración de ser un verdadero hijo o hija de Dios. Ninguna condenación hay para los que en verdad andan conforme al Espíritu, la debilidad del ser humano, es fortalecida por el poder del Espíritu Santo, gracias a la obra de Cristo Jesús en beneficio nuestro (Romanos 8.1 al 10). La Biblia dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8.14).


Los Diez Mandamientos de Dios son el testimonio (Éxodo 25.16), los mismos fueron guardados en el interior de un arca (1 Reyes 8.9; 2 Crónicas 5.10; Deuteronomio 10.1 al 5), la cual fue llamada arca del testimonio, a su vez ubicada en el interior del tabernáculo del testimonio o de reunión (Éxodo 40.1 al 5). El profeta Jeremías menciona:


“Y acontecerá que cuando os multipliquéis y crezcáis en la tierra, en esos días, dice Jehová, no se dirá más: Arca del pacto de Jehová; ni vendrá al pensamiento, ni se acordarán de ella, ni la echarán de menos, ni se hará otra” (Jeremías 3.16). Entonces, analicemos ¿por qué el Apocalipsis menciona los siguientes pasajes?: “Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo…” (Apocalipsis 11.19). “… Los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12.17). “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14.12). “Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” (Apocalipsis 15.5).

La ley de los Diez Mandamientos fue entregada por escrito ante diez mil ángeles testigos ese día (Deuteronomio 33.2), por medio de la ley es el conocimiento del pecado (Romanos 3.20) y hay mucho gozo en el cielo, por motivo de cada pecador arrepentido (Lucas 15.7), especialmente por aceptar y reconocer la máxima voluntad de Dios. Se pasa de la muerte espiritual a la promesa de la vida eterna, en donde después de haber sido esclavo del pecado, entenebrecido por el mal, se recibe la oportunidad de tener la libertad para ser siervo de Dios, aunque de igual manera en subordinación, pero a diferencia, se recibe como recompensa o galardón la vida eterna, resultado de la obediencia y servicio de la justicia (Romanos 6.16 al 18 y 21 al 23), y es aquí en donde actúa la ley juntamente con la gracia, por el don y favor gratuito, misericordia y regalo de Dios.


En esto consiste el pacto entre Dios y la persona, esta última se sujeta a los mandamientos de Dios, a cambio recibe poder para vencer el mal, a través de la ayuda ofrecida por Dios mediante su Espíritu Santo. Cuando aparentemente alguno está destinado a una vida ajena a su obediencia, pero le llega la voz de Dios, entonces el llamamiento se vuelve irresistible, la luz divina del conocimiento llega a su mente y se ilumina su entendimiento, se genera la libertad electiva del servicio a Dios a conciencia y de corazón. Dios posibilita la gracia del nuevo pacto, como un sistema de perdón y redención del pecado, por medio de la fe en Jesucristo.


El tema de Jesús y la gracia versus la ley añadida, se presenta porque en el caso de los Diez Mandamientos, fueron escritos en el primer pacto con el dedo de Dios en tablas de piedra, pero en el nuevo pacto son escritos en nuestra mente y corazón con el Espíritu Santo. Según el profeta Jeremías, Dios daría un corazón, un camino y un pacto eterno, al dar su temor en el corazón (Jeremías 32.39 al 40). El primer pacto es un ministerio de condenación y muerte, el nuevo pacto es con gloria un ministerio del espíritu o de justificación (2 Corintios 3.7 al 9). El primero es en la letra, grabada con letras en piedra, con una ley añadida, como fin o propósito, para llevarnos a Cristo (Gálatas 3.23 al 4.7).


Esta ley añadida consiste en la sentencia de lapidación, la ley ceremonial y ritual, el rito de la circuncisión y los sábados ceremoniales y rituales. Cristo nos redime de la maldición de la ley, (aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas), porque es de fe y por la fe, la promesa del Espíritu Santo a los gentiles, según la bendición a Abraham (Gálatas 3.6 al 14).


1.6 EL JUSTO POR LA FE VIVIRÁ


El justo vivirá por fe (Romanos 1.17; Gálatas 3.11; Hebreos 10.38), afirma las Sagradas Escrituras: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2.4). La arrogancia y el exceso de estimación propia, por méritos propios o bienes poseídos, es el vivir para sí mismo con cierta incredulidad contraria a la fe en Cristo, porque la persona considera que no requiere de la fe para poder subsistir, sino por su propio esfuerzo: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos,… para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos… De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5.14 al 17).


El apóstol Pablo a los filipenses menciona: “Porque para mí el vivir es Cristo…” (Filipenses 1.21). El profeta Ezequiel anuncia la promesa de Dios: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos;… y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 11.19 al 20). Además se menciona: “… y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu…” (Ezequiel 36.26 al 27). El auge de la plenitud de la fe en el justo, se da a partir de la inspiración de Dios, por efecto de su energía, gracia y poder transmitida con su Espíritu.


Los pasajes anteriores también aplican en el nuevo pacto a los gentiles, debido a la promesa de la fe, donde se involucra al resto de las naciones. La muerte de Jesucristo en la cruz, establece la paz, respeto y solidaridad entre los pueblos. Jesús dijo: “… Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10.10). La vida en abundancia es ser lleno del Espíritu de Dios, con un corazón, espíritu nuevo y las leyes de Dios escritas en el corazón y la mente. La vida abundante en Jesús, corresponde a una vida cercana y consagrada a Dios, nutrida y rebosante en el Espíritu: “Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26.18).


Los seguidores de Jesús en el primer siglo, inicialmente son judíos e israelitas. Dios ofrece la apertura u oportunidad a los considerados gentiles: los griegos y demás pueblos y nacionalidades, quienes llegan a ser pueblo de Dios. Por esta razón el autor de la carta a los Hebreos, en el Nuevo Testamento, ratifica un pasaje del primer pacto, enfocado en la iglesia como nuevo pacto:


“Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo...” (Hebreos 8.8 al 9.1; Jeremías 31.31 al 34).

Así la promesa de vivir la justicia por fe alcanza a todas las naciones gentiles:


“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión… Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación…” (Efesios 2.11 al 16).

1.7 EL JUSTO Y EL JUICIO PREVIO


Los seres humanos son contenciosos (Romanos 2.6 al 11), al resistir la autoridad de Dios y caer en rebeldía, no obstante, se espera una resurrección de los justos, y la transformación de los que estén vivos en la misma justicia. Pero, ¿qué dictamina a una persona como digna de esperar la venida de Cristo? o ¿cuál fallo resuelve o sentencia a alguien como digna del arrebatamiento de los de Cristo en su segunda venida? (1 Tesalonicenses 4.16 al 17). Esto lo establece el juicio previo que empieza por la casa de Dios: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio…” (1 Pedro 4.17 al 19).


Cada hija e hijo de Dios demuestra con la vida, su causa justa, por ejemplo, el caso de Job (Job 1.6 al 8, 2.1 al 3, 38.1 al 7). El justo en vida presenta pruebas de que es un practicante de la justicia. Es primeramente en el pueblo de Dios, donde se determina quién es digno de ser levantado, para el encuentro con Cristo en su venida. En el transcurso de su diario vivir presenta los atestados de su justicia y práctica del bien. En cada participación de la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo, mediante la cena del Señor, se presenta como un justo que anda en el camino de justicia. La vida misma del cristiano es una carta, conocida y leída (2 Corintios 3.2), por su fidelidad, justicia y santidad.


El justo tiene confianza plena en el día del juicio (1 Juan 4.17), de ser excluido de la condenación (Juan 5.24). El Señor conoce lo oculto y las intenciones del corazón, y cada uno recibiría su alabanza de Dios (Mateo 12.35 al 37; 1 Corintios 4.5). El juicio lo realiza el Señor (1 Corintios 4.3 al 4), porque ha sido dado al Hijo (Juan 5.22), por medio de la palabra (Juan 12.48). Quienes practican la verdad vienen a Jesús, para manifestar sus obras que son de Dios (Juan 3.17 al 21), hay un proceso durante su vida, que dictamina su inocencia y derecho de morar con el Señor. Está establecido a los hombres, que mueran una vez y después el juicio (Hebreos 9.27), según sus obras (Apocalipsis 20.12), quienes no fueron creyentes practicantes y no están escritos en el libro de la vida (Hebreos 10.26 al 27; Apocalipsis 20.15), será como un horno (Malaquías 4.1). Es el castigo del lago de fuego y azufre, por consiguiente la muerte segunda (Apocalipsis 21.7 al 8).


1.8 RENACER A UNA NUEVA CREACIÓN


Analicemos el siguiente pasaje acerca de Jesús: “¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme? Respondió la multitud y dijo: Demonio tienes; ¿quién procura matarte? Jesús respondió y les dijo: Una obra hice, y todos os maravilláis. Por cierto, Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres); y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Si recibe el hombre la circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané completamente a un hombre?” (Juan 7.19 al 23).


Se enojaron con Jesús, porque había realizado una sanidad en sábado, ellos consideran el rito como inquebrantable antes que el respeto y valor a la persona con la posibilidad de ser una nueva creación. Se presenta una pugna en las prioridades, entre ser defensor incondicional del día de reposo, hacer el bien al enfermo para ser parte de una nueva creación o dar prioridad a la circuncisión. Cuando un niño cumplía los ocho días de nacido y si en este día concordaba con un día sábado, se le circuncidaba para que la ley de Moisés no fuera quebrantada, o sea, para ellos era un rito impostergable para el día noveno u otro día de nacido: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios” (Gálatas 6.15 al 16).


En el contexto actual del nuevo pacto, quienes renacen a una nueva creación, en lo interior, espiritualmente, mediante Cristo como Salvador personal, arrepentidos, convertidos y en santidad, son parte integrante de la iglesia de Dios y en la actualidad son pueblo de Dios e Israel de Dios, en el sentido espiritual. El Señor, Cristo Jesús, nos lavó de nuestros pecados con su sangre y según la primera epístola universal de San Pedro, ahora somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, y hemos alcanzado misericordia (1 Pedro 2.9 al 10).


Por lo tanto, ya no hay diferencia entre judío y griego (gentil) (Romanos 10.11 al 13), porque somos uno en Cristo Jesús, linaje de Abraham y herederos según la promesa (Gálatas 3.26 al 29): “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3.11), por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo (1 Corintios 12.13). Antes de Cristo, el pueblo de Dios era por descendencia, en la carne y sangre.


Si a un extranjero se le permitía formar parte del pueblo, para pertenecer al mismo, debía previamente circuncidarse, y comprometerse a guardar los ritos y tradiciones que obligaba la ley (Éxodo 12.48 al 49; Levítico 17.8 al 9, 18.26, 24.22; Números 9.14, 15.14 al 16; Deuteronomio 31.12). Ahora la salvación es por fe y gracia, la circuncisión en el corazón, es una identificación del pueblo de Dios, no de la letra sino del corazón, en espíritu (Romanos 2.28 al 29), porque actualmente las personas mismas son la circuncisión, quienes en espíritu sirven a Dios (Filipenses 3.3), como una nueva creación y por medio de la fe ejercida por el amor (Gálatas 5.5 al 6, 6.15 al 16).


La circuncisión de Cristo, en el cual se recibe circuncisión no hecha manualmente, en el sentido corporal o físico, sino que es un pacto donde Jesucristo va a influir vida en sus seguidores, al echar la muerte por el pecado del cuerpo pecaminoso carnal (Colosenses 2.11 al 13). Se recibe vida juntamente con Cristo y es por la gracia de Dios la oportunidad de salvación, por medio de la fe, donde nadie se podría gloriar de su propio mérito a través de la circuncisión en la carne (Efesios 2.4 al 13), ya sea como herencia familiar, étnica o de raza. La Biblia menciona lo siguiente: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios” (1 Corintios 7.19). La identificación del pacto con Dios es en relación con el cuerpo de Jesucristo y no por la circuncisión corporal del creyente.


Ya desde tiempos de Moisés se anunciaba la circuncisión especial del corazón: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?... Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Deuteronomio 10.12 al 16, 30.6).


Jeremías dice a los de Judá y Jerusalén: “... Arad campo para vosotros, y no sembréis entre espinos. Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio de vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalén; no sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras” (Jeremías 4.3 al 4; Levítico 26.41; Hechos 7.51 al 53). También dice la Escritura: “Y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13.39). En Cristo Jesús somos justificados, por medio de la fe en su sangre: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado... Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6.6 al 14).


Antes de Cristo, se consideraba a los paganos, como impuros o inmundos. Jesucristo con su primera venida promueve la fraternidad o hermandad, trae un cambio de mentalidad, por causa de la división entre seres humanos, hechos a la semejanza de Dios (Génesis 1.26 al 27, 5.1; Santiago 3.9), quien hizo al hombre recto pero ellos se desviaron (Eclesiastés 7.29). Cuando las Sagradas Escrituras, se refiere al ser humano como creado a la semejanza de Dios, es porque puede renacer a una nueva creación, para ser eterno, según la promesa de recibir la vida eterna, quien hace la voluntad del Padre y es juzgado como digno del reino de Dios, practicante de la espiritualidad, evitar el mal, hacer el bien, fe, paz, santidad y demás valores y virtudes practicadas como ejemplo por Jesús.


A raíz de la venida de Jesucristo surge un conflicto entre el Israel en la carne, por raza y el Israel de Dios, el espiritual. Pedro inició la evangelización o predicación a los gentiles, que no eran de la tribu de Judá, o sea, los habitantes de Jerusalén y Judea, él relata una manifestación de Dios o teofanía: “... Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10.28). Los habitantes de Samaria, cuando Jesús le habla y pide agua a una mujer samaritana, ella se extraña porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí (Juan 4.9). Con esto Jesús da a entender que él es nuestra paz, entre gentiles y judíos, sin embargo, a pesar de la paz propuesta por Cristo al morir en la cruz, entre ambos al hacer un solo pueblo, Pedro tuvo la confrontación de quienes le reclamaban por haber comido y entrado en casa de los llamados incircuncisos (Hechos 11.1 al 3).


Los más conservadores se aferran por cuestiones discriminatorias o raciales para mantener la circuncisión en la carne, como por obras tradicionalistas y no por la fe, obligando a circuncidarse, para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo (Gálatas 6.11 al 15). Además mantenían el rito de sacrificios de corderos, negando el único sacrificio de Cristo para perdón de pecados, mandando guardar la ley de sacrificios y ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, preservando de esta forma el sacerdocio literal y no el sacerdocio de Cristo, contrario a la fe en Jesús y opuesto al nuevo pacto. Se convirtieron en falsos hermanos, introducidos a escondidas, para tratar de regresarlos a la esclavitud de antes (Gálatas 2.3 al 5; Tito 1.10), la comunidad de fe de Galacia o iglesia de los Gálatas, se vio influenciada por los más extremistas y fanáticos (Gálatas 3.1 al 5, 4.9).


Así también guardaban otras partes de la ley, como el diezmo, pero dejaban lo más importante de ella, a saber, la fe, la justicia y la misericordia (Mateo 23.23). Se olvidaban de hacer el bien, demostrado por Jesús en la sanidad realizada a un hombre. Entender su oposición a esta sanidad, es importante para comprender la circuncisión, en su paso o transición, del primer pacto al nuevo pacto: Bien dice el apóstol Pablo en sus epístolas cuando menciona lo siguiente: “Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley. Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios” (Romanos 2.27 al 29).


Para confirmar que en el nuevo pacto, los hijos de Dios, se identifican por tener fe y un corazón arrepentido y santificado, citaremos: “No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes” (Romanos 9.6 al 8). Es aquí donde interviene Dios para dar un corazón arrepentido según su voluntad, como también endurecer el corazón al rebelde (Romanos 9.9 al 21). Por esto último, la gracia es un don y regalo por la misericordia de Dios, para reconocer y darle la gloria y honra, porque es obra de Dios. De manera que el ser humano no se jacte, al creer una herencia o dinastía de engendrar o concebir los hijos de Dios, o por la circuncisión física, el hacer ritos, ceremonias de redención con derrame de sangre, por la clasificación: color de piel, cultura, étnica, racial, status social o el poder económico, militar o político.


Es necesario analizar el siguiente pasaje del capítulo quince, de Hechos de los apóstoles, acerca del concilio en Jerusalén:


“15.1 Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. 15.2 Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y los ancianos, para tratar esta cuestión... 15.4 Y llegados a Jerusalén, fueron recibidos... 15.5 Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés. 15.6 Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. 15.7 Y después de mucha discusión,... 15.22 Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia,... 15.24 Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley, 15.25 nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros... 15.28 Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: 15.29 Que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien. 15.30 Así, pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquía, y reuniendo a la congregación, entregaron la carta; habiendo leído la cual, se regocijaron por la consolación... 16.4 Y al pasar por las ciudades, les entregaban las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las guardasen. 16.5 Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día” (Hechos 15.1 al 41 y 16.1 al 5).

En el pasaje anterior surge la polémica de la circuncisión y de la ley ritual. Esta influencia era muy fuerte entre los judíos (ver versículos del 16.1 al 16.3 de Hechos). En esta disensión, lo esencial y principal para el cristianismo, es el respeto a la dignidad del ser humano, indiferente de su color de la piel, etnia, idioma, nacionalidad o raza. Pablo lucha fervientemente en lo posterior, contra la discriminación. A través de muchas de sus cartas, aclara y explica el propósito de la ley (ceremonial, circuncisión y ritos), debido a esta marginación entre seres humanos.


Aún el apóstol Pedro junto con otros, se encontró en tal situación, que Pablo lo resiste cara a cara, porque era de condenar, también en su simulación Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de ellos (Gálatas 2.11 al 21). Bien dice Pablo: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5.1 al 4).


La controversia era tan grande que Pablo, después de haber hablado en contra, de la circuncisión en la carne y de la ley de los ritos, se le presionó para que se retractara y al sufrir persecución por poco le dan muerte. En el concilio de Jerusalén, encontramos en Hechos capítulo 15, donde Pedro dijo:


“... Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hechos 15.7 al 11).

1.9 JESÚS Y LOS SÁBADOS CEREMONIALES Y RITUALES


Los sábados ceremoniales y rituales fueron siete días al año en diferentes fechas y no necesariamente tenían concordancia con el séptimo día de la semana, porque se basaban en ciertas fechas. Se llamaban sábados o días de reposo ceremonial y ritual, aunque se diera durante un día de la semana diferente al séptimo, porque en estos días no se permitía trabajar o realizar cualquier labor personal, ajenas a la celebración o ceremonias establecidas en esa fecha (Levítico 23.4 al 44). Algunas ocasiones se celebraban junto con el sábado semanal, porque concordaba la fecha a celebrar.


A través del profeta Oseas, Jehová dice: “Haré cesar todo su gozo, sus fiestas, sus nuevas lunas y sus días de reposo, y todas sus festividades” (Oseas 2.11). Nótese en el pasaje anterior como Dios le llama: “sus”, haciéndolo propias de ellos (el pueblo) y ya no pertenencia de Dios, por ejemplo, hemos visto como algunos distorsionaban la voluntad de Dios, alterando el mandamiento, al llevar la ofrenda a Dios, con pan inmundo, con animal ciego, cojo, enfermo o hurtado. Realizaban las celebraciones sin fidelidad, integridad, respeto y reverencia a Dios, quien dice a través del profeta Isaías lo siguiente:


“No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas” (Isaías 1.13 al 14).

Ambos profetas eran contemporáneos, Oseas en el reino del norte (Israel) e Isaías en Judá. Dios habla en contra de los sábados rituales y de otras fiestas solemnes y rituales como las lunas nuevas. Su cumplimiento llega a su tiempo, profetizado por Daniel, cuando se quita la vida al Mesías, o sea, al Señor Jesucristo, a la mitad de la semana (miércoles 14 de Nisán de Pascua), Jesús muere a las 3 de la tarde, haciendo cesar el sacrificio y la ofrenda (Daniel 9.26 al 27; Marcos 15.34 al 42; Juan 19.31 al 37). El día siguiente, un jueves 15 de Nisán, era un sábado ceremonial y ritual de panes sin levadura, que según el evangelio de Juan era de gran solemnidad (Juan 19.31). Jesús resucita al tercer día (1 Corintios 15.4; Mateo 16.21, 17.23, 20.18 al 19, 27.62 al 63; Marcos 8.31, 9.31, 10.33 al 34; Lucas 9.22, 24.19 al 24), cumple tres días y tres noches sepultado (Mateo 12.39 al 40; Juan 2.18 al 22), hasta el inicio de la semana, correspondiente al domingo.


Si los sábados ceremoniales y rituales, junto con toda la ley ritual, fueron abolidos con la muerte de Jesucristo, dice el apóstol Pablo: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo” (Colosenses 2.16).


En la epístola a los Hebreos se dice:


“Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (Hebreos 9.9 al 10).

Levítico capítulo veintitrés explica la situación de las fiestas solemnes y sus fechas. Estos pasajes bíblicos, con respecto a los días de sábados rituales, aclaran diversos aspectos referentes a sus ceremonias, donde no se podía trabajar, por ejemplo, los días quince y veintiuno del mes bíblico de Nisán, no se trabajaba, como comúnmente se hacía con el séptimo día de todas las semanas del año. Se le llamaban sábados, al igual que el séptimo día de cada semana, por ser día de reposo laboral, dedicación y santificación.


En el sábado semanal, no se realizaban estas ceremonias rituales, excepto las acostumbradas del holocausto continuo, realizado todos los días del año, en forma continua, sin faltar uno (Números 28.1 al 10), se le agregaban algunas ceremonias y ritos, cuando además de ser sábado semanal, concordaba con alguna fecha que fuese sábado ceremonial y ritual, o que fuese luna nueva, comienzo de mes (Números 28.11 al 15; 1 Samuel 20.18 al 29).


El primero y segundo día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová, de los panes sin levadura, el día quince y el día veintiuno del primer mes del año bíblico (Nisán), no caía necesariamente en el séptimo día de la semana, sino cualquier día, basado por fechas (Éxodo 12.15 al 18, 23.15; Levítico 23.4 al 8; Números 28.17 al 25; Deuteronomio 16.1 al 8).


El tercer día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová, la gavilla de la ofrenda mecida (Levítico 23.15 al 21).


El cuarto día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová de las trompetas (Levítico 23.23 al 25; Números 29.1 al 6).


El quinto día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová del día de expiación o día de ayuno (Levítico 16.29 al 34, 23.26 al 32; Números 29.7 al 11).


El sexto y séptimo día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová de los tabernáculos (Levítico 23.33 al 43; Números 29.12 al 16, 35 al 38).


Estas fiestas comenzaban en:


_ Nisán (primer mes), que es entre marzo y abril.


_ Luego seguía otra en Siván (tercer mes), entre mayo y junio.


_ Posteriormente las últimas cuatro fiestas en Etanim (séptimo mes), entre setiembre y octubre.


El calendario bíblico es lunar, en luna nueva había una festividad con ofrecimiento de holocausto a Dios (Salmos 104.19; Números 28.11; 1 Samuel 20.24 al 29). Comparándolo con el calendario nuestro, Gregoriano, que es solar, cada luna nueva, que en el calendario lunar sería comienzo de mes, en el nuestro por lo general, estaríamos alrededor de mediados o pasados de medio mes.


A continuación se presenta el nombre de los meses con algunas citas bíblicas y se compara con los meses de la actualidad.


Estos meses también son importantes para determinar aproximadamente el mes del nacimiento de Cristo Jesús, citas bíblicas de Lucas 1.1 al 42 y 1 Crónicas 24.1 al 19.


Comparación de meses


*1) Éxodo 12.1 al 6, Ester 3.7, Nehemías 2.1 *2) 1 Reyes 6.1, 37 *3) Ester 8.9, *6) Nehemías 6.15, *7) 1 Reyes 8.2, *8) 1 Reyes 6.38, *9) Zacarías 7.1, Nehemías 1.1 *10) Ester 2.16, *11) Zacarías 1.7 y *12) Ester 3.7.


El primer mes es Nisán o Abib (Éxodo 12.1 al 2 y 13.4; Deuteronomio 16.1; Ester 3.7; Nehemías 2.1.); el segundo mes es Zif (1 Reyes 6.1 y 37); el tercero Siván (Ester 8.9); el cuarto Tamuz; el quinto Ab; el sexto Elul (Nehemías 6.15); el séptimo Etanim (1 Reyes 8.2); el octavo Bul (1 Reyes 6.38); el noveno Quisleu (Zacarías 7.1; Nehemías 1.1); el décimo Tebet (Ester 2.16); el undécimo Sebat (Zacarías 1.7) y duodécimo Adar (Ester 3.7).


Lucas 1.5 dice que Zacarías era de la suerte de Abías, el cual era un sacerdote que ofició mucho tiempo antes de Zacarías, según 1 Crónicas 24.10. El rey David organiza el sacerdocio y se reparte por suertes, con veinticuatro sacerdotes se oficia durante todo el año según 1 Crónicas 24.1 al 5, cada sacerdote oficia alrededor de dos semanas; en el caso de Abías verso 10 le corresponde la octava suerte, en este tiempo no existía el calendario Gregoriano, usado actualmente, sino los meses bíblicos, los cuales inician con el mes de Nisán entre marzo y abril. La octava suerte equivale a la quinceava y dieciseisava semana del año, entre la tercera y cuarta semana del cuarto mes bíblico Tamuz (ver tabla anterior). Este mes concuerda entre junio y julio, la segunda parte de Tamuz concuerda con la primera quincena de julio.


Según Lucas 1.23 al 25 Elizabet concibió después de aquellos días, o sea, en la segunda quincena de julio, el mes de Ab. En Lucas 1, versículos 11 al 14, el ángel le aparece a Zacarías y le anuncia que su mujer Elizabet tendría un hijo. En el versículo 23 dice: “Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa”. En el versículo 24 leemos que después de aquellos días concibe Elizabet; o sea, en el mes de Ab, a finales de julio.


Lucas 1.26 al 38 menciona que al sexto mes del embarazo de Elizabet, es decir de finales de julio a finales de enero, el ángel Gabriel fue enviado a María, para anunciarle que sería la madre del Salvador del mundo. En el caso de que María concibiera en este tiempo Lucas 1.42 al 43, contamos a partir de este último mes en adelante los nueve meses y nos lleva a octubre. Este mes todavía presenta una estación favorable cuando dio a luz, en el final de la estación seca e inicio de las primeras lluvias, por esto había pastores cuidando su rebaño Lucas 2.8.


Cuando leemos en Lucas 2.6 al 7, sabemos la posibilidad del nacimiento de Jesús en octubre, entre las dos primeras semanas del mes de Bul, en lugar del frío invierno de diciembre, correspondiente a la segunda semana del mes de Tebet. Se sitúa el nacimiento de Jesús medio año después de su primo Juan el Bautista y se considera la muerte de Jesús en el mes de Nisán, con treinta y tres años más seis meses de octubre a abril. Muere unos días antes de cumplir estos seis meses aproximados de edad el 14 de Nisán.


Jesucristo fue entregado por causa de las transgresiones (Romanos 4.25), desobediencias, impunidades, indiferencias y rebeliones. Las fiestas ceremoniales y rituales, con comidas, bebidas, ordenanzas, purificaciones y vestimentas, eran un símbolo para el tiempo presente, obligada hasta el tiempo prefijado de reformar, esa transición entre lo literal y lo espiritual (Hebreos 9.9 al 15): “... Edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2.5). Es necesario distinguir entre la sombra y el cuerpo real que proyecta esa sombra, el cuerpo es Cristo (Colosenses 2.14 al 17), la sombra es lo ritual como un prototipo.


Pablo advierte de quienes quieren someter a esclavitud, al rechazar la libertad en Cristo Jesús (Gálatas 2.3 al 5). La justificación no es por las obras de la ley, sino por la fe de y en Jesucristo (Gálatas 2.16), el Señor tiene preeminencia, ante lo que es figura, símbolo o sombra. Los Gálatas son insensatos, fascinados para no obedecer a la verdad, porque Cristo les fue presentado como crucificado (Gálatas 3.1 al 5), y han retrocedido y vuelto a guardar los días, los meses, los tiempos y los años (Gálatas 4.10 al 11), como en las fiestas rituales:


“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificios y ofrendas no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10.1 al 10).

En relación con los sábados rituales y la ley ritual, sombra del cuerpo de Cristo:


“Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7.4 al 6).

Para entender mejor el tema anterior, están las siguientes expresiones: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron...” (Romanos 15.4), “todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Colosenses 2.17), “... habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales,...” (Hebreos 8.4 al 5) y “lo cual es símbolo para el tiempo presente,...” (Hebreos 9.9).


1.10 EL RITO SIMBÓLICO Y SU SIGNIFICADO


La fiesta antigua, conocida como el pentecostés, representa para el nuevo pacto el derramamiento del Espíritu Santo (Hechos 2.1 al 4), pasando de lo literal a lo espiritual y de igual forma, las primicias de los primeros frutos, significa la resurrección de Jesucristo (1 Corintios 15.23).


Las trompetas significan anunciar el evangelio y predicar la palabra de Dios, como lo hacen los mensajeros de Dios, a toda nación, tribu, lengua y pueblo. No con el sonido literal de la trompeta manifestada en el monte Sinaí (Hebreos 12.18 al 19), tan fuerte provocando el estremecimiento del pueblo (Éxodo 19.16 y 19), sino con reverencia y temor a la trompeta de Dios, espiritual, que está en su palabra, a través de las Santas Escrituras, manifestación de autoridad y cumplimiento de su voluntad. Su voz conmoverá, no solamente la tierra, sino también el cielo, a la venida del Señor, en cumplimiento de su palabra (1 Tesalonicenses 4.16), con voz de arcángel y con trompeta de Dios. Porque en ese día se anunciará la resurrección de los muertos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta (1 Corintios 15.52), esto da a entender la importancia entre el simbolismo literal y su significado con lo celestial, para comprender su cumplimiento en Cristo (Hebreos 12.22 al 29), para hacer prevalecer la preeminencia en todo por medio de Jesucristo.


En cuanto al día de expiación, así como en el primer pacto, fueron purificadas las figuras de las cosas celestiales y había un santuario, figura del verdadero, Cristo entró en el cielo mismo para presentarse por nosotros ante Dios, haciendo un solo sacrificio de sí mismo, para quitar de en medio el pecado (Hebreos 9.23 al 26, 10.12 y 19 al 20). Y según el modelo tomado de Cristo, de igual forma se requiere llevar una vida diaria en sacrificio vivo, con nuestros hechos, agradables delante de Dios, con la presentación de nuestros cuerpos, santos y en culto racional (Romanos 12.1). Textualmente dice la palabra: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13.15 al 16).


Cristo se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, en olor fragante, igualmente es necesario andar en amor (Efesios 5.2), ser espiritualmente, olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios (Filipenses 4.18), derramando nuestras vidas en libación sobre el sacrificio y servicio de nuestra fe (Filipenses 2.17): “Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla” (Isaías 42.21). “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1.17).


El incienso significa las oraciones de los santos (Apocalipsis 5.8, 8.4), así dice el Salmo: “Jehová, a ti he clamado; apresúrate a mí; escucha mi voz cuando te invocare. Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde” (Salmo 141.1 al 2). La lámpara significa: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119.105). El desierto es la vida donde el mundo es un espejismo de dinero, fama, placer, poder y riqueza, Jesucristo es el verdadero oasis de vida eterna en consagración, devoción, gratitud, santidad y voluntad de Dios. El espejismo es el camino ancho, el oasis es el camino angosto de la disciplina, razonamiento espiritual y práctico: “El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento. El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría…” (Proverbios 15.32 al 33).


La fiesta de los tabernáculos, símbolo del abrigo de Dios, representa la comunión y protección, a través del reino espiritual de Cristo o reino de Dios entre nosotros, porque Jesucristo es el verdadero Tabernáculo y hay libertad para entrar al lugar Santísimo, por medio de la sangre de Jesucristo (Hebreos 10.19 al 20). Esto nos permite acercarnos confiadamente al trono de la gracia, hallando misericordia para el necesario auxilio (Hebreos 4.16). El Apocalipsis dice lo siguiente: “Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” (Apocalipsis 15.5). La tierra de Israel tenía el templo y conforme a lo dispuesto en el tabernáculo, incluía un velo (Éxodo 26.30 al 33), el cual se rasgó en dos, de arriba abajo, cuando Jesús expiró en la cruz (Marcos 15.37 al 38; Mateo 27.50 al 51; Lucas 23.45 al 46).


La palabra de Dios explica: “Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie” (Hebreos 9.8). Este velo establecía separación entre la primera parte, llamada el Lugar Santo, en donde estaba el candelabro, la mesa y los panes de la proposición, y tras el velo el Lugar Santísimo que tenía un incensario de oro y el arca del pacto, con una urna que contenía maná, la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del pacto (Hebreos 9.2 al 5), todo representativo de Jesucristo, en el mismo orden: la luz del mundo (Juan 8.12, 9.5), el pan sin levadura, que es la palabra sin alterar (1 Corintios 5.7 al 8), la puerta (Juan 10.9), olor fragante que agrada a Dios (2 Corintios 2.15), el pan de vida que descendió del cielo (Juan 6.30 al 59), el buen pastor (Juan 10.11 al 16; Hebreos 13.20; 1 Pedro 2.25), la lealtad y obediencia a los mandamientos de Dios (Hebreos 10.9).


La ley ritual y ceremonial, incluidas las fiestas rituales no son la excepción (Levítico 23.37; Números 10.10), todo esto tuvo su cumplimiento en Cristo (Hebreos 9.28 al 10.18). La culminación de dichas fiestas, los sábados rituales y ceremoniales, las nuevas lunas, fue profetizada en Oseas 2.11 y confirmada en el nuevo pacto en Efesios 2.15 y Colosenses 2.14 al 17. En Romanos 10.4, establece a Cristo como el fin de la ley ritual: propósito y finalización. Por lo tanto, en la actualidad no se requiere celebrar o conmemorar ritos cesados por Cristo, con su muerte en la cruz. Jesucristo es el centro y cumplimiento de la ley y de la profecía, el rito ceremonial era un símbolo de cumplimiento en Cristo. Él es la imagen real, verdadera, del simbolismo profético, desde la antigüedad, representado en los ritos. Siendo el propósito final y el término de la ley ritual, la llegada de Cristo (Romanos 10.4), a quien la Escritura le llama el consumador de la fe (Hebreos 12.2), se concluye la línea perfecta, planeada y trazada por el Padre, dando cumplimiento al plan de Dios, a través de su continuidad y perpetuidad mediante Cristo (Salmos 111.7 al 8, 119.151 al 152; Éxodo 12.14, 12.17, 27.20 al 21, 28.40 al 43, 29.4 al 9, 29.27 al 28, 30.7 al 8, 30.17 al 21, 40.9 al 15; Levítico 16.29 al 34, 23.26 al 32, 23.41 al 43; Números 10.8, 15.13 al 15).


En cuanto a la pascua, Jesucristo vino a ser el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1.29), con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1.19 al 20; Apocalipsis 13.8), entonces la sangre derramada ritualmente en el primer pacto, simbolizaba la redención y sacrificio de Cristo en la cruz, para perdón de los pecados. En el caso de la Pascua, comer la carne asada al fuego, panes sin levadura y con hierbas amargas, tienen su simbolismo. Comer la carne es alimentarse de la palabra de Dios y la enseñanza del Señor Jesucristo, vivir dignamente, comer su carne y beber su sangre, representado en la palabra de Dios (Juan 6.47 al 58). Las hierbas amargas son los sufrimientos de Cristo y sus seguidores, obedientes y ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.7 al 9 y 14). Leer y vivir la Biblia, al distinguir a Cristo como el pan vivo descendido del cielo. Cuando celebraron la primera pascua, la orden era salir de Egipto, para servir a Dios. Egipto en su momento simbolizaba el pecado y paganismo, el alejamiento del mismo, significa acercarse más a Dios, consagrarse y santificarse ante el Creador, abandonar el pasado y ser nueva criatura, en un sentido espiritual y no como lo entendió Nicodemo, nacer de nuevo en un sentido literal (Juan 3.3 al 6).


En relación con las vestiduras, según la Biblia nos vestimos las armas de la luz, sin glotonerías y borracheras, sin lujurias y lascivias, sin contiendas y envidias, vestidos del Señor Jesucristo, sin proveer para los deseos de la carne (Romanos 13.12 al 14; Apocalipsis 22.14 al 15; Marcos 7.21 al 23). Vestidos del nuevo hombre, de toda la armadura de Dios (Efesios 6.11), en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4.24), ceñidos nuestros lomos con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz (Efesios 6.14 al 15; Lucas 15.22). Llevar el escudo de la fe, el yelmo (parte de la armadura que protege la cabeza y el rostro) de la salvación y la espada del Espíritu, o sea, la palabra de Dios (Efesios 6.16 al 17; 1 Tesalonicenses 5.8). Y vestidos de la misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia y vestidos del amor como vínculo perfecto (Colosenses 3.12 al 14). Las vestiduras de lino fino significan las acciones justas de los santos (Apocalipsis 19.8).


En el caso de la purificación con agua, dice la Biblia: “... Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.25 al 26 y Hebreos 10.19 al 22). Cristo efectuó la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo (Hebreos 1.3), a través de su sangre nos limpia nuestras conciencias de obras muertas, para servir a Dios (Hebreos 9.14; 1 Juan 1.7). El bautismo en agua sirve para testimonio de nuestra aspiración de una buena conciencia hacia Dios, porque este bautismo no quita las inmundicias de la carne (1 Pedro 3.21). La limpieza consciente viene por la palabra de Dios y mediante la fe la purificación de nuestros corazones (Hechos 15.8 al 9). Por la fe en Cristo, somos bautizados y revestidos en él (Gálatas 3.26 al 27), para vivir conforme a la voluntad de Dios (1 Pedro 2.21 al 24, 4.1 al 2).


CAPÍTULO 2: LOS VALORES DEL REINO


El término reino tiene varios matices importantes, comprendidos como condición, dominio, estado, gobierno, plan o proyecto, tanto en el sentido material como inmaterial, ya sea en el presente o en la escatología de los tiempos finales y posteriores en la vida eterna. También según la energía, fenómenos, física, leyes y materia que la rigen y su evolución con el tiempo. Por otra parte, las cuestiones de conciencia, conocimiento, espiritualidad, del intelecto y psíquicas. Por lo general, el concepto reino se asocia a los altos mandos, para regir desde un nivel superior el resto de su composición, es decir, hay un techo de habitación, influencia, morada o refugio, protector de resguardo al reino y sus elementos dependientes que lo componen.


Desde el punto de vista bíblico, se compara reino con el cielo. Los tres grandes grupos en el plano natural, con características comunes, están los reinos animal, mineral y vegetal. Todos se integran dentro o bajo la cobertura espacial atmosférica del globo terráqueo. Este vendría a ser el primer cielo o reino natural, donde su gobierno es terrenal. En este reino aunque no se tome en cuenta al verdadero Dios (ateísmo o politeísmo), subsiste por leyes naturales que rigen la vida, establecidas desde un principio por el Creador, para que pueda existir la naturaleza con autonomía e independencia, en el paso del tiempo y de las generaciones.


El primer cielo o reino natural, contiene los aspectos biogeográficos, biológicos, ecológicos, fisiológicos y genéticos, pero debido al ser humano y su convivencia en sociedad, se inserta el aspecto social de la sociología y su interdependencia a la economía. El desarrollo cultural, étnico y geopolítico. Su influencia e intervención de las relaciones comerciales, financieras, industriales, militares, políticas y territoriales. La relación con la antropología, arqueología, geología, cosmografía, metrología, neurología, oceanografía, paleontografía, paleontología y psicología.


El relato de la creación menciona a Adán y Eva, que aunque no se menciona sus edades, posiblemente oscilan entre la juventud y adultos jóvenes. Siendo los primeros humanos, no tuvieron el proceso de infancia o niñez, porque fueron creados con la apariencia de varios años de existencia en el momento de su creación. Así los árboles, el petróleo, entre otros componentes de la naturaleza, pueden aparentar muchos miles de años o hasta millones de años y tener solo alrededor de unos seis mil años de existencia, en la fosilización de la era del ser humano actual. Esto no contradice la capacidad evolutiva, propia de la naturaleza o la fosilización de la existencia de eras anteriores.


2.1 EL REINO NATURAL


Dios es el creador de la ciencia, el ser humano la descubre. En el principio del reino natural, en relación con los humanos, solo existen Adán y Eva según el libro de Génesis 3.20: “...Por cuanto ella era madre de todos los vivientes”, y como está escrito en Hechos 17.26: “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación”. Luego del establecimiento del género humano surge la procreación a semejanza y conforme a la imagen de Adán: “Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen…” (Génesis 5.3). Además engendró tanto hijos como hijas: “Y fueron los días de Adán después que engendró a Set, ochocientos años, y engendró hijos e hijas” (Génesis 5.4).


Por ser los primeros humanos, Caín trata sexualmente con una pariente y multiplica su descendencia: “Salió, pues, Caín de delante de Jehová, y habitó en tierra de Nod, al oriente de Edén. Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz…” (Génesis 4.16 al 17). La población crece y surgen conductas como la poligamia: “… Y Lamec tomó para sí dos mujeres; el nombre de la una fue Ada, y el nombre de la otra, Zila… ” (Génesis 4.18 al 22), la orden era unirse simultáneamente a una sola persona, según Génesis 2.24.


2.1.1 LA ALIANZA O PACTO NATURAL


Dios establece una alianza o pacto natural (la energía y fuerza de la naturaleza). El ser humano es el responsable de administrar en forma autónoma e independiente a la naturaleza, para la estabilidad, conservación y permanencia de la misma. Es el humano quien tiene que rendir cuentas de la Creación, como un mayordomo encargado de la administración del planeta. La naturaleza tiene sus propias leyes de subsistencia establecidas por Dios desde un principio, algunas descubiertas o por descubrir a futuro. Hay ciencias y leyes de orden astronómico, atmosférico, biofísico, cósmico, dinámica, evolutiva, física, gravitacional, magnética, mecánica cuántica, meteorológica, microscópica, molecular, nuclear, química, radiactiva, reproductiva y de temperatura. La diversidad biológica y ciencias afines: citología, ecología, embriología, etología, fisiología, genética, histología, microbiología, morfología, inclusive las cognoscitivas, neurológicas, psicológicas, entre otras. El relato de la creación describe:


“... Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde…; árbol de fruto…, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género… Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años, y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra… Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra,… las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie… Y Dios los bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos,… Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie… Y creó Dios al hombre…; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra...” (Génesis 1.10 al 30).

Dios les ordena ser fecundos, multiplicarse y llenar la tierra: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y reñoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1.28). Esta autonomía e independencia Dios la permite para la existencia de la naturaleza por sí misma, pero, el dominio y gobierno del ser humano ha sido con infidelidad: “Mas si aquel siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le castigará duramente, y le pondrá con los infieles. Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes” (Lucas 12.45 al 47).


Dios el Creador no tiene ningún tipo de responsabilidad propia de la infidelidad del ser humano, quien corrompe la legislación natural, a pesar del respeto que merece la creación de Dios. Esta destrucción infligida por el humano hacia sus propios semejantes y a su hábitat en donde se desenvuelve, mediante la cultura de muerte, la industria de las guerras y el tráfico de armas, la contaminación industrial, la devastación y el desequilibrio de la naturaleza, el caos o catástrofes, las muertes por hambrunas, debido a la injusta distribución de la riqueza, la exacerbada ambición e idolatría al dinero.


El mismo ser humano es solo responsable de las consecuencias y de ninguna manera se podría culpar a Dios: “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y él dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra…” (Génesis 4.9 al 11). La misma actitud de Caín, fue la de sus padres: “Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí” (Génesis 3.12 al 13). Adán trasgrede la voz de Dios, Eva transgrede a Adán y Caín con la muerte de su hermano transgrede a sus padres, es la ruptura de la consagración familiar. Se replica la conducta genética de la naturaleza humana, en desobediencia, transgresión y muerte.


Estos son ejemplos cuando no se asume las consecuencias de la irresponsabilidad. Su negación aún está presente al día de hoy, en perjuicio de lo natural y en detrimento del propio ser humano. Es un atentado a extinguir la vida física, intelectual y moral, por cauterización de la conciencia y aplacamiento de la crítica moral y espiritual. Jesús dijo: “… Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo?” (Lucas 16.1 al 2). Por su infidelidad en la mayordomía de la administración del planeta, se presenta el diluvio en el tiempo de Noé. Actualmente se está llegando a su límite de habitación.


Después de la primera alianza o pacto natural con Adán y Eva, Dios ratifica otro con Noé y su familia: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Génesis 8.22). Esto es similar: “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5.45), a pesar de la aberración del ser humano por su extravío e inclinación al mal: “… porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud…” (Génesis 8.21). El arco iris es una señal de esta segunda alianza o pacto (Génesis 9.12 al 14 y 16 al 17).


La causa del diluvio fue la abominación, incredulidad e indiferencia del mundo contemporáneo a Noé. Dios promete no volver a enviar un diluvio (Génesis 9.11 y 15), protege la vida humana contra los animales y los mismos hombres, para evitar su exterminio (Génesis 9.2), reciben la orden de ser fecundos, de multiplicarse y llenar la tierra (Génesis 9.1 y 7). Se permite la alimentación de la carne de animal, aunque se prohíbe comer sangre (Génesis 9.3 al 4). Antes, en la primera alianza o pacto la alimentación fue vegetariana (Génesis 1.29 al 30).


2.2 EL REINO ESPIRITUAL


Al principio la tierra había sido maldita por motivo de la desobediencia del ser humano (Génesis 3.17), porque como consecuencia del pecado entró la muerte a él y a la naturaleza, entonces por causa del pecado, la muerte y condenación pasó a todos los hombres (1 Corintios 15.21 al 22), pero por la obediencia de Jesucristo somos constituidos justos y mediante él, reine la gracia por justicia y ya no el pecado para muerte (Romanos 5.12 al 21).


El ejecutar los estatutos y poner por obra las ordenanzas de Dios les hacía habitar sobre la tierra con seguridad (Levítico 25.18 al 19). Para no endurecer los corazones ni cerrar sus manos al hermano pobre, sino abrir la mano liberalmente, sin mezquindad de corazón, porque de esta forma se recibe bendición en todo emprendimiento, debido al mandamiento de Dios de ayudar al pobre y al menesteroso (Deuteronomio 15.7 al 11). En la época de los reyes en Israel, David administra justicia y equidad a todo su pueblo (2 Samuel 8.15). Luego a su hijo Salomón, Dios le insta a andar en integridad de corazón y en equidad, sin adorar y servir a dioses ajenos (1 Reyes 9.4 al 9; Proverbios 1.1 al 3, 2.9 al 10).


2.2.1 EL ORIGEN DE LA RELIGIÓN


El origen de la religión data desde Abel cuando muere por causa de la justicia, pero antes de morir ofrece a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanza testimonio de ser justo (Hebreos 11.4). Los hombres comienzan a invocar el nombre de Jehová desde un principio (Génesis 4.26). Enoc se conduce en el camino de justicia (Génesis 5.22), a riesgo de amenaza de muerte y Dios lo lleva a otro lugar, es traspuesto para salvar su vida de la persecución (Hebreos 11.5). Surgen creencias y prácticas, porque quienes hacían la voluntad de Dios, como hijos de Dios, en relación con la obediencia, se mezclan con las hijas de los hombres paganos (Génesis 6.1 al 7), sin embargo, Noé se preserva recto y justo ante Dios (Génesis 6.8 al 9), y halla gracia ante los ojos de Dios.


La religión trae consigo el surgimiento de los mitos, arquetipos y la aventura de un viaje al encuentro con la deidad. Por consiguiente, la energía, fuerza, y valentía hacia el conocimiento verdadero, con la superación de adversidades y obstáculos. Distorsionado en luchas de poder del gobierno humano, en lugar del dominio del temperamento, la modificación de la personalidad y la consolidación del carácter, para acercarnos al Dios verdadero y a una mejor convivencia entre seres humanos. Surgen los héroes y villanos, las vidas ejemplares y subordinadas a la confianza en Dios, frente a los rebeldes por desobediencia, obstinados al seguir su propio camino o destino. Toda una conspiración y complot, con los miedos y temores que esto implica. Los héroes y villanos a su vez son figuras y representaciones entre el bien y el mal, porque son consejeros y guías hacia lo bueno o lo malo. La religión influye en el conflicto espiritual determinante del destino de cada persona y su temor a la muerte. El contraste entre la luz y las tinieblas, entre el conocimiento y la ignorancia.


La religión se vuelve una práctica o medio cultural determinante de intercesión, interpretación y tradición. El cielo se convierte en un elemento con una connotación del lugar considerado como la morada de Dios, de manera que muchas veces la mirada hacia lo alto, es la meta propuesta para la iluminación y salvación de los humanos. El cielo como gobierno de Dios y la tierra como los gobernados. La idea de ir al cielo es muy antigua, desde la torre de Babel se pretende una cúspide de esa torre para llegar hasta el cielo (Génesis 11.4). Algunos tratan de justificar esto con las afirmaciones del caso de Enoc llevado por Dios (Génesis 5.24), quien vivió 365 años cuando fue llevado a otra parte (traspuesto), para que no lo mataran por causa de que él caminaba haciendo la voluntad de Dios, dando testimonio de haber agradado a Dios (Génesis 5.22 al 23).


La trasposición del caso de Enoc es semejante a la del profeta Elías (2 Reyes 2.16), donde se alega su estancia en el cielo (2 Reyes 2.11). Pero subió al primer cielo, las Escrituras mencionan el término cielos en plural (Nehemías 9.6; Salmos 148.4), por ejemplo, el apóstol Pablo menciona acerca del tercer cielo (2 Corintios 12.2). Elías no fue llevado en visión, sino en un torbellino, él simplemente fue trasladado de Samaria a Judá, porque tiempo después le llegó una carta a Joram rey de Judá, enviada por el profeta Elías (2 Crónicas 21.12), cronológicamente esto sucede posteriormente después de ser alzado en el torbellino, ya Jehová había intentado alzarlo en un torbellino antes (2 Reyes 2.1), el Espíritu de Jehová le llevaba en esa forma a cualquier parte (1 Reyes 18.12; 2 Reyes 2.16). También es traspuesto Felipe el evangelista y diácono, para ser llevado a Azoto (Hechos 8.39 al 40).


2.2.2 DIOS VERSUS EL POLITEÍSMO


La religión se inicia con las mejores intensiones de invocar a Dios e influir en el pueblo, pero no queda exenta de la maldad oculta: la avaricia, codicia, lucro, lujo, onerosidad, opulencia, vanidad y vanagloria, portador en quienes lideraron inicialmente la religión y se pervirtieron. Por esta razón, la mezcla de la religión con asesinato, blasfemia, fornicación, robo, sacerdocio sexual y promiscuo, sacrificios humanos y toda clase de dioses e idolatría. El interés espiritual se vuelve en agresión, engaño, corrupción, imposición, intimidación, irrupción, miedo, muerte, odio, pánico, persecución, poder y terror. Es el propio ser humano quien conceptualiza, construye e imagina con desenfreno, a sus propios dioses falsos, en afrenta al Dios verdadero, especialmente cuando prefiere adorar al sol, antes que a Dios:


“Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego;… No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos. Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día” (Deuteronomio 4.15 al 20).

El astro principal del sistema solar, en la eclíptica del solsticio y equinoccio, en los inicios de las estaciones del año, han impresionado desde la antigüedad al ser humano, al punto de ver al sol como objeto de adoración (Deuteronomio 17.2 al 5; 2 Reyes 23.4 al 5 y 11; 2 Crónicas 34.4; Isaías 17.8, 27.9; Ezequiel 6.4 al 6), incluso la influencia de la luna con su distancia hacia el planeta Tierra o los temblores relacionados con el cambio de clima en algunas zonas geográficas del hemisferio terrestre, como escribe el profeta Ezequiel: “Luego me dijo: ¿No ves, hijo de hombre? Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que estas. Y me llevó al atrio de adentro de la casa de Jehová; y he aquí junto a la entrada del templo de Jehová, entre la entrada y el altar, como veinticinco varones, sus espaldas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol, postrándose hacia el oriente” (Ezequiel 8.15 al 16).


El ser humano descarta la vida espiritual de hijo de Dios, por su infidelidad a la fe del Dios verdadero, es hijo de desobediencia e injusticia, con su idolatría, cuando ejercen la adoración y servicio a los dioses falsos, plantan árboles en honor a la diosa Asera: “La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da. No plantarás ningún árbol para Asera cerca del altar de Jehová tu Dios…” (Deuteronomio 16.20 al 22). “Derribarás sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios” (Éxodo 34.13 al 14). Hasta el mismo árbol, culturalmente, fue considerado como un dios, en la creencia de algunas personas. Un árbol representa el generador del oxígeno o espíritu de vida, porque mediante este oxígeno en la atmósfera, se mantiene y conserva la vida terrestre, además de otros elementos esenciales y vitales como el agua. Así, en el caso de la vida espiritual, Adán y Eva, en representación del ser humano, definen la prioridad entre el árbol de la ciencia y el árbol de la vida, entre el libre albedrío humano o natural y el libre albedrío espiritual y de Jesucristo.


La trascendencia de su elección lleva a la humanidad a desembocar trágicamente en el politeísmo, alejado de la voluntad de Dios, como consecuencia, al ser humano no se le permite disfrutar del árbol de la vida: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre…” (Génesis 3.22 al 24). Cuando el ser humano pretende ser como Dios, entra en un egocentrismo e idolatría de sí mismo, incompatible con el árbol de la vida y su fruto, ambos representativos de Jesucristo. Se presenta en la historia de la humanidad un politeísmo, en relación con los dioses falsos, en las diferentes formas de conceptualizar a Dios, en el fraccionamiento continuo de la religión y en las guerras proselitistas.


Lugares como Atenas en tiempos de Pablo estaba entregada a la idolatría (Hechos 17.16), similar en Corinto, ya que los griegos estaban saturados de idolatría y de sacrificio, viandas y presentes, los cuales ofrecían en sus celebraciones. Otras de las advertencias al respecto se encuentran en Apocalipsis (Apocalipsis 2.14 y 20), dirigida a Pérgamo y a Tiatira, iglesias de Asia. La práctica de ofrecer a los ídolos proviene de los pueblos paganos, esto es abominable delante de Dios, los gentiles sacrificaban animales a sus dioses y le sacrificaban niños (Levítico 18.21). Algunas veces los israelitas incurrieron en esta práctica, por ejemplo el rey Acaz ofreció a su hijo, ya que lo hizo pasar por el fuego según las abominaciones de las gentes, además sacrificó y quemó incienso en los lugares altos a otros dioses (2 Reyes 16.3 al 4). Lo mismo hizo Manasés, pasó a su hijo por fuego y adoró todo el ejército del cielo y construyó altares para dioses ajenos (2 Reyes 21.5 al 6). El rey Salomón cayó en esta transgresión, él edificó altar a los dioses de las gentes incluyendo a Moloc (1 Reyes 11.4 al 8).


La idolatría, es todo aquello que ocupe el lugar de Dios (Éxodo 20.3 al 5; Deuteronomio 4.15 al 18; Isaías 44.9 al 11) y lo substituya en nuestras actividades de la vida cotidiana. La fornicación es otra forma de idolatría, ya que es una inclinación excesiva, vehemente y desenfrenada por la unión sexual fuera del matrimonio, que atenta contra la integridad del propio cuerpo (1 Corintios 6.19). En muchos sistemas de adoración a dioses falsos, en sus ritos se incluyó la fornicación carnal como parte del acto de adoración a sus ídolos (Éxodo 34.15 al 16; Números 25.1 al 3; Apocalipsis 2.14 y 20), los mismos hijos del sacerdote Elí en el pueblo de Israel, cometieron actos ilícitos con las mujeres del pueblo (1 Samuel 2.22). Esta relación entre fornicación e idolatría dio motivo para que la fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, sean también idolatría (Colosenses 3.5). De manera que la misma avaricia es idolatría, está ligada a la codicia y la envidia. Es el apetito desmedido de las riquezas, como el amar el dinero sin saciarse del mismo (Eclesiastés 5.10), por ejemplo, los avaros no heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6.10; Efesios 5.5; 1 Timoteo 6.9 al 10).


2.2.3 LA ALIANZA O PACTO ESPIRITUAL


La alianza o pacto espiritual se manifiesta inicialmente entre Dios y Abraham, luego se ratifica con Moisés. En el caso de Abraham, la Biblia dice: “Tú eres, oh Jehová, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste el nombre Abraham; y hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste pacto con él…” (Nehemías 9.7 al 8). Abraham fue obediente a Dios, a pesar de que aún no se habían recibido los mandamientos por escrito, por ser mucho antes de Moisés, solamente se transmitían oralmente entre generaciones. La ley todavía no se había entregado de la forma escrita, sino oralmente: “Por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26.5).


Luego a los judíos se les confía la palabra de Dios (Romanos 3.1 al 2): el mandamiento y la custodia de los libros de Moisés y de los profetas. Dios permitió extender el conocimiento de la ley para ser revelado a todas las generaciones como está escrito: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio 29.29). En relación con los profetas, hablaron siendo inspirados por el Espíritu de Dios (2 Pedro 1.19 al 21). El Señor usó las profecías para anunciar por medio de sus profetas, los acontecimientos futuros, el recordatorio del cumplimiento de la alianza y la denuncia de la injusticia, reposando en ellos su Espíritu para profetizar (Números 11.25 al 29).


Los antepasados de Abraham servían a dioses extraños: “Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños” (Josué 24.2). Dios llama a Abraham para su adoración y servicio (Génesis 12.1 al 8; Isaías 51.2; Hebreos 11.8), él creyó a Dios y le fue contado por justicia, sus obras eran del agrado de Dios conforme a su voluntad. Está escrito para cada quien darle cuentas a Dios de lo realizado en vida y de sus propias obras (Job 34.11; Salmos 62.12; Mateo 16.27; 1 Pedro 1.17; Apocalipsis 2.23), la Biblia dice: “Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17.10). Además somos sellados con el Espíritu Santo en nuestros corazones, como señal del pacto (las arras) (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14), el cual ha dado Dios a los obedientes (Hechos 5.32).


Podríamos citar el ejemplo de la circuncisión en la carne como señal de pertenencia a Dios, y que recibió Abram (padre enaltecido), cuyo nombre fue cambiado por Abraham (padre de una multitud), según la promesa que sería padre de muchedumbre de gentes (Génesis 17.1 al 14).


Recibió entonces la promesa del pacto entre Dios, Abraham y su descendencia, por pacto perpetuo, para que fuera Dios de él y de su descendencia, por siempre: “Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado” (Romanos 4.11 al 12), cuya promesa alcanzamos aún en nuestros días, porque su cumplimiento llegó a su plenitud cuando la circuncisión sufrió la transición de lo literal a lo espiritual, la bendición llega a todas las naciones (Génesis 12.3; Gálatas 3.6 al 9), ya que en su simiente, que es Cristo, son benditas todas las naciones (Génesis 22.15 al 18 y 26; Hechos 3.22 al 26), lo que también se le confirmó a Isaac (Génesis 26.3 al 4).


Algunos símbolos del primer pacto luego fueron transformados en el nuevo pacto. Ahora estamos bajo el régimen nuevo del Espíritu. La Alianza o Pacto Espiritual se establece mediante la justicia de la fe:


“Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros... por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro” (Romanos 4.13 al 24).

Además está escrito: “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17.31).


Por causa de la fe se identifica realmente al pueblo de Dios, porque actúa con la fe de Abraham, según la promesa (Génesis 26.5):


“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras... ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe… Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2.17 al 26).

2.3 EL REINO DE DIOS


El ser humano en su búsqueda de Dios se vuelve un ser adorador y religioso, pero amar verdaderamente a Dios y aborrecer por completo la práctica del pecado y el mal, es una experiencia sobrenatural. Esto requiere conciencia, devoción, energía, fuerza, piedad milagrosa y voluntad, porque involucra un compromiso y pacto con Dios, mediante la vivencia de los valores comunitarios o del reino de Dios, que ayudan a fortalecer la relación personal con Dios, nuestro prójimo y el hábitat donde coexistimos.


Los valores del reino de Dios, moldean nuestra personalidad, para ser participantes de la naturaleza divina, como la esencia espiritual y el espíritu de justicia (el subrayado es nuestro): “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra: Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1.1 al 4). Por ejemplo, Dios nos incorpora a su reino, con la práctica en la vida diaria del gozo, justicia y paz (Romanos 14.17).


La personalidad incluye rasgos visuales de conducta o comportamiento, influenciada por las actitudes, aptitudes, carácter, costumbres, emociones, hábitos, pensamientos y sentimientos. El reino de Dios es promovido por Jesucristo y anunciado por el profeta Juan el Bautista. Ambos no vistieron ropas reales, ni vivieron en palacios de reyes, ni viajaron en los mejores carruajes, sino que su nobleza estaba en los sentimientos elevados, en su personalidad y forma de ser. Jesús dijo: “… Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído… y a los pobres es anunciado el evangelio… Mas ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestidura preciosa y viven en deleites, en los palacios de los reyes están” (Lucas 7.22 al 25). Y dijo: “Mas ¡ay de vosotros, ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!...” (Lucas 6.24 al 25).


Pedro, seguidor y discípulo de Jesús, instruido por su palabra, estaba aún sin comprender el sentido y significado del verdadero reino, lo imprescindible del cambio de actitud y de personalidad, reacciona con espada en la aprehensión: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco” (Juan 18.10). “Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (Mateo 26.52 al 54).


El ejercicio del reino eclesiástico, fundado por Jesús, donde Pedro mismo estuvo entre los fundadores con los demás apóstoles, no consiste en un reino económico, financiero, físico, literal, lucrativo, material, militar, político, semejante a las monarquías o repúblicas: “Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?... Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18.33 al 38). En muchas citas bíblicas se mencionan a Jesús como rey, por ejemplo el siguiente: “Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1.49). Así está escrito de Jesús: “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (Lucas 19.38).


Jesús dijo el reino de Dios está entre vosotros: “Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17.20 al 21). El reino de Dios es una forma de vida, de ayuda al necesitado, auxilio al pobre, al enfermo, prácticas de bien común, sin distinción de color de piel, ni discriminación a la mujer, credo, etnia, idioma, nacionalidad, posición social, raza, entre otros. Impera la armonía, la comprensión, el respeto, la sensibilidad y la valorización del ser humano (Lucas 10.8 al 9, 11.20, 16.16, 17.20 al 21; Hechos 1.3, 19.8).


Dios reina sobre nosotros a través de su Espíritu (Juan 14.16 al 17 y 23). Es un reino de ayuda, bienestar, convivencia y solidaridad, con el fundamento del mensaje de Jesucristo, manifestado en una forma de vida sin opulencia, lucro y vanidad. Es un reino de amor, apoyo mutuo, caridad, compartir, esperanza, fe, fraternidad, justicia y paz, con los más necesitados y empobrecidos, por consecuencias del sistema de indiferencia e injusticia social.


2.3.1 EL EVANGELIO ANTIGUO


El evangelio como buena nueva es muy antiguo, porque Dios establece sus verdades evidentes desde un principio, manifiestas en cada elemento de la creación y anunciadas públicamente por los profetas. En el Antiguo Testamento el profeta Isaías anuncia lo siguiente: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” (Isaías 52.7). También el profeta Nahum anuncia: “He aquí sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz…” (Nahum 1.15). Pero desde el tiempo de los profetas no todos practicaron el evangelio: “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10.16 al 17).


El evangelio antiguo instaba a la práctica de la confianza, justicia y paciencia en Dios el Creador, las buenas nuevas de salvación de su compasión y misericordia: “… tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5.10 al 11).


Noé anunció el evangelio de la justicia como pregonero: “y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos” (2 Pedro 2.5). No le creyeron a Noé, pero la buena nueva de salvación se mantiene: “Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor. Porque esto me será como en los días de Noé, cuando juré que nunca más las aguas de Noé pasarían sobre la tierra; así he jurado que no me enojaré contra ti, ni te reñiré” (Isaías 54.7 al 9).


En los profetas reposaba el Espíritu de Dios al profetizar y anunciar el evangelio: “… y les testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas…; porque eres Dios clemente y misericordioso” (Nehemías 9.30 al 31). Un sello es señal de autoridad, como se dice en el libro de Ester: “Escribid, pues, vosotros a los judíos como bien os pareciere, en nombre del rey; porque un edicto que se escribe en nombre del rey, y se sella con el anillo del rey, no puede ser revocado” (Ester 8.8). Cuanto más si se trata del sello del Espíritu Santo (2 Corintios 1.22; Efesios 1.13, 4.30).


El pueblo unido al cumplimiento de los diez mandamientos, era el especial tesoro sobre todos los pueblos, siempre y cuando, escucharan su voz y guardaran su pacto (Éxodo 19.5 al 6): “Ata el testimonio, sella la ley entre mis discípulos” (Isaías 8.16). Dios había prometido un profeta como Moisés, a quien escucharían, porque Dios pondría sus palabras en su boca, para hablar las disposiciones de Dios, y quien no le oyere Dios le pediría cuentas (Mateo 17.5; Hechos 7.37 al 38; Deuteronomio 18.15 al 19). Luego viene Jesucristo y se cumple la perpetuidad de la ley a través del Señor.


Su voz es Jesucristo (Juan 3.31 al 36, 12.44 al 50, 14.10) y su pacto original de los diez mandamientos (Deuteronomio 4.13): “!A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8.20 y Proverbios 28.9). Los testigos de Cristo y de la obediencia, son el testimonio para todas las naciones hasta lo último de la tierra: “Cercano estás tú, oh Jehová, y todos tus mandamientos son verdad. Hace ya mucho que he entendido tus testimonios, que para siempre los has establecido” (Salmos 119.151 al 152). Además está escrito: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres” (Eclesiastés 3.14).


2.3.2 EL EVANGELIO DE JESUCRISTO


La gracia de Dios nos fue dada en Cristo Jesús, enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia (1 Co. 1.4 al 5), no conforme a nuestras propias obras, sino según el propósito de Dios, mediante la obra de Jesucristo quitó la muerte y sacó a luz la vida (2 Timoteo 1.9 al 10): “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1.7 al 10).


Jesús vino a cumplir las buenas nuevas de salvación para nuestras vidas, con el anuncio del reino de Dios y el evangelio del servicio a la humanidad, sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 9.35 al 36; Marcos 1.14 al 15). En Jesús se cumple el jubileo representado por el año agradable del Señor, anunciado por el profeta Isaías, para dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos y libertad a los oprimidos (Lucas 4.16 al 21).


Así como en Jesús se multiplicaron los panes y los peces, es indispensable que en la actualidad compartamos de las bendiciones y de nuestros bienes con los demás. El Señor hizo el bien en forma incansable, dejó el ejemplo de amor, dedicación y servicio a la obra de Dios, en medio de la pobreza y la necesidad extrema. De igual forma es necesario que sirvamos a la sociedad en general, con las obras de Jesús en beneficencia al pueblo, su docencia, su evangelización, su impulso a la salud y llamado a vivir como un reino de Dios entre nosotros (Lucas 17.20 al 21). Esto hace de Jesús el Maestro por excelencia, quien es digno de seguir sobre sus pasos y ejemplo.


La comunidad de Dios en el primer siglo de la era cristiana, ejerció el jubileo no de la forma antigua, como celebración cada cincuenta años, sino en el sentido de un júbilo de alegría intensa y permanente, manifestado en la solidaridad del cristiano. Hay un gozo perpetuo, con admiración, afecto y sentimiento jubiloso por la esperanza depositada en Dios. Se recibe las bendiciones necesarias y suficientes para subsistir, especialmente al compartir equitativamente y con justicia con quienes están a su alrededor. La Escritura menciona a los creyentes como practicantes, al estar juntos, eran de un corazón y un alma, tenían todas las cosas en común, ninguno decía ser propio nada de sus posesiones, sino que repartían según la necesidad de cada uno, así que no había entre ellos ningún necesitado. También abundaban en la gracia, perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comiendo juntos con alegría, sencillez de corazón (Hechos 2.42 al 47, 4.32 al 35) y vida en el Espíritu Santo de Dios.


Jesucristo transmite la promesa del Espíritu Santo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14.16). El Padre lo enviaría en su nombre: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14.26). Una de las funciones del Espíritu Santo es la de guiar: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16.13). Ya desde el evangelio antiguo Dios llenaba de su Espíritu a algunas personas, para cumplir funciones especiales y específicas cotidianas: “Habló Jehová a Moisés, diciendo: Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte” (Éxodo 31.1 al 3).


2.3.3 EL EVANGELIO DE LA VIDA ETERNA


La Escritura dice: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15.21 al 22). El apóstol Pablo afirma que carne y sangre, en otras palabras, el ser humano con cuerpo corruptible, no puede heredar el reino de Dios (1 Corintios 15.50). En el caso de Enoc y los demás mencionados en Hebreos 11.1 al 12, murieron sin haber recibido las promesas (Hebreos 11.13 y 16 y 39 al 40). Job tenía la esperanza de la resurrección y de ver a Dios (Job. 19.25 al 27). Esta promesa fue mencionada por Jesús cuando dijo acerca de bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios (Mateo 5.8).


La Escritura menciona el nacimiento de Jesucristo como salvador y como Dios con nosotros: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1.21 al 23). La Biblia dice:


“... ¿Es verdad que Dios morará sobre la tierra?” (1 Reyes 8.27), y “¿Es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra?” (2 Crónicas 6.18). Según el Apocalipsis explica, acerca de la gloria de Dios al iluminar la ciudad de la nueva Jerusalén: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Apocalipsis 21.23). Es clave cuando se menciona que el Cordero es su lumbrera, en alusión al señor Jesucristo. La fuente que despide o irradia la luz, es la lumbrera, o sea, es Jesús mismo, quien con sus propias palabras le llama la regeneración y su trono de gloria: “Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria…” (Mateo 19.28, 25.31).


Los siervos de Dios le servirán y verán su rostro (Apocalipsis 22.3 al 4), porque él los iluminará (Apocalipsis 22.5), morará con ellos, y él mismo estará con ellos como su Dios (Apocalipsis 21.3). En cierta ocasión Tomás, uno de los discípulos de Jesús, exclama y llama al Señor como su Dios: “Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurado los que no vieron, y creyeron” (Juan 20.28 al 29).


Entonces cómo entender la expresión de que el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre,… Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15.24 al 28). También cómo entender la siguiente expresión: “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Filipenses 2.6). Además cómo entender: “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios,… Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo… Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra,… Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?” (Hebreos 1.8 al 13).


En tiempo de Moisés los hombres vieron la gloria, la grandeza, oyeron la voz de en medio del fuego y pudieron seguir vivos (Deuteronomio 5.24 al 27), sin embargo, ningún ser humano, ni el mismo Moisés podía ver el rostro de Jehová. No había humano capaz de ver el rostro de Dios y siguiera con vida (Éxodo 33.17 al 23). El relato menciona que Moisés habló cara a cara con Jehová (Éxodo 33.11; Números 12.5 al 8; Deuteronomio 34.10), se refiere a Jehová Hijo, quien invoca a Jehová Padre (Zacarías 3.1 al 2), porque es el mensajero o ángel, que le hablaba en el monte Sinaí (Éxodo 3.2 al 6; Hechos 7.30 al 32 y 35 al 38): “Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza… Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos” (Hechos 7.30 y 38).


En el tiempo de Abraham cuando le aparece Jehová, con dos ángeles más, antes de la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 18.1 al 3, 16 al 19.1), en este caso Jehová da a entender que para Dios el Padre no hay nada difícil (Génesis 18.13 al 14). Tiempo después cuando Abraham por fe, es probado y obedece, Jehová le habla desde el cielo diciéndole que ya conoce que él teme a Dios Padre, por cuanto no rehusó a su único hijo (Génesis 22.11 al 18), porque Abraham pensaba que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos (Hebreos 11.17 al 19), lo sucedido con el Hijo de Dios cuando fue levantado de entre los muertos por Dios Padre (Hechos 2.32, 3.15, 10.40, 13.30).


Por este motivo Jesús dijo que nadie había visto al Padre, refiriéndose a los humanos, porque se exceptuaba a él mismo (Juan 6.46), y a los ángeles que están con Dios (Mateo 18.10), además, otro pasaje dice que a Dios nadie le vio jamás (Juan 1.18). A través de Jesucristo y por tener él a Dios Padre en su corazón, es que hace visible delante de nosotros, al Padre en su forma de ser (Juan 14.7 al 10), o sea, la gloria de Dios Padre revelada en su Hijo Jesucristo, en cuanto a amor, gracia, misericordia, paz, propósito, unidad y verdad (2 Juan 3). Jesucristo es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1.15; 2 Corintios 4.4), porque Dios Padre es invisible (1 Timoteo 1.17), pero Jesucristo por su obra le dio a conocer, ya que siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a su Padre, como cosa a que aferrarse (Filipenses 2.5 al 6), manifestándose en carne (Juan 1.1 y 14), y posteriormente recibido arriba en gloria (1 Timoteo 3.16).


Dios Hijo en forma humana, semejante a los hombres, se humilla en obediencia hasta la muerte, por lo cual Dios Padre lo exalta y le da un nombre sobre todo nombre (Filipenses 2.7 al 11), por lo tanto Dios Padre enaltece a su Hijo (Hebreos 1.4 al 9), más que al resto de ángeles, porque le da un lugar a su diestra (Hechos 2.32 al 36; Hebreos 1.13; Apocalipsis 3.21). Esteban lleno del Espíritu Santo, viendo en dirección al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a su diestra (Hechos 7.55 al 56). Está al lado del Padre desde antes (Génesis 1.26, 11.7), desde el inicio en la creación está junto al Padre (Juan 1.2 al 3; 1 Juan 1.1 al 3), luego de su primera venida, regresa al Padre, al lado suyo, con aquella gloria que tenía desde antes que la creación estuviera terminada (Juan 17.1 al 8).


Para la primera resurrección en la segunda venida de Cristo, serán transformados, tanto los resucitados como aquellos vivientes fieles a Cristo (1 Corintios 15.50 al 56). En esta resurrección se recibe cuerpo glorioso, incorrupto y con poder (1 Corintios 15.40 al 44), semejante a como Jesús resucitó (Salmos 17.15; Romanos 6.5; Filipenses 3.20 al 21), y a los ángeles de Dios (Mateo 22.30). Jesús en una visión se transfiguró delante de Pedro, Jacobo y Juan, para dar muestra y testimonio de la resurrección (imagen simbólica en Moisés y Elías), adquiriendo un rostro resplandeciente y vestidos blancos como la luz (Mateo 17.1 al 9).


La promesa recibida, tenía cumplimiento en lo porvenir: “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra… Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11.13 al 16).


Dios ha preparado una ciudad: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11.8 al 10). Aquí es donde intervienen las buenas nuevas de salvación y vida eterna: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Apocalipsis 3.12). No entrarán los abominables, cobardes, fornicarios, hechiceros, homicidas, idólatras, incrédulos y mentirosos (Apocalipsis 21.7 al 8 y 27, 22.12 al 15).


2.4 EL EVANGELIO VERSUS EL DOGMA


El evangelio sea antiguo, de Jesucristo y para vida eterna, es un mismo evangelio, en el sentido de buenas nuevas de salvación, o la buena noticia proveniente del Creador. Mientras que hay muchas clases de dogmas, originadas por las criaturas, como respuesta y reacción al evangelio de Dios. Además, el dogma surge por otros motivos y fundamentos de todo sistema científico, doctrinal o religioso. Por ejemplo, Jesús les reprocha a los discípulos acerca de su actitud o reacción de incredulidad: “Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16.14 al 15).


El evangelio se predica en todo el mundo, a todo ser humano de la creación, en diferentes entornos de las civilizaciones, culturas, etnias y sociedades, pero el destinatario final es el ser humano, quien esté donde esté ofrece resistencia al evangelio. La prueba es el pasaje anterior, donde los mismos discípulos instruidos por Jesús, eran incrédulos y duros de corazón, respecto a la resurrección del Señor. Los mismos principales sacerdotes y fariseos testificaron lo siguiente: “… se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día… Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia” (Mateo 27.62 al 66).


Estos principales sacerdotes y fariseos, profesaban conocer y enseñar de Dios, pero trataron a Jesús como engañador. Dieron mucho dinero a la guardia, para rumorar el hurto del cuerpo por parte de los discípulos, dicho divulgado entre los judíos (Mateo 28.11 al 15). Estos mismos, recurrieron al falso testimonio para acusar y culpar injustamente a Jesús: “Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte” (Mateo 26.59). En el caso de los saduceos no creían que existiera resurrección (Mateo 22.23; Marcos 12.18), a pesar de acceder a la misma fuente de información que los fariseos y otros grupos religiosos.


Existe el dogma proveniente de la doctrina y tradición. El dogma por sí mismo es ineludible e inevitable, porque es parte de la interpretación y opinión generada por cada punto de vista o lentes con que mire cada persona. Entre la tradición están las doctrinas y costumbres que se conservan con el pasar del tiempo, algunas de ellas fueron censuradas drásticamente por Jesús, porque invalidaban el mandamiento de Dios (Marcos 7.6 al 9).


También existe el dogma de la sociedad y el dogma filosófico. Hay costumbres arraigadas a la sociedad, con la posibilidad de invalidar la palabra de Dios en algún aspecto. Es importante a la hora de analizar y respetar los mandamientos de Dios, no poner la mirada en criterios particulares, basados en deducciones y supuestos, en lugar del fundamento de Dios, la palabra dice: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2.8), y “En conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres...” (Colosenses 2.22).


Jesús dijo: “... ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición ?... Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición... Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres...” (Mateo 15.3 al 9), “Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres... Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición... invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas” (Marcos 7.8 al 13).


Hay aspectos legalizados a nivel de la sociedad en conflicto eclesiástico, espiritual o evangelístico. Por ejemplo, el abuso en la adicción a las bebidas alcohólicas o al fumado de tabaco, socialmente legal, pero a la vez dañino y perjudicial para la salud, o sea, censurado espiritualmente. Inclusive el exceso de alimentos como la ingesta abusiva de carnes rojas y procesadas: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna” (1 Corintios 6.12).


Otro ejemplo, el dogma social no resalta la importancia, práctica y significado de la cena del Señor, instituida por Jesucristo como uno de los fundamentos más sagrados del evangelio, sino a través de la iglesia, se da el lugar y obediencia merecida: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11.26) y “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él? Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. Ninguno busque su propio bien, sino el del otro” (1 Corintios 10.21 al 24).


2.4.1 LA DOCTRINA


El tiempo de Moisés presenta un tipo de doctrina a manera de teocracia, se mezclan las cuestiones de adoración, ceremonia, celebración, civil, docencia, espiritualidad, legal, política, religiosa y ritual, englobadas en lo ejecutivo, judicial y legislativo. Similar a una constitución política y otras leyes de reglamentos, procedimientos e instrucciones. Es la institución de normas civiles, públicas, salubridad, tanto individual como colectiva, de educación, convivencia, laboral y respeto a la propiedad privada. En la época de Jesús en Judea hay cierta separación entre lo político y lo religioso: “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados” (Lucas 3.1 al 3).


Jesús separa definitivamente lo político de lo religioso y espiritual: “Y le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos, para que le sorprendiesen en alguna palabra. Viniendo ellos, le dijeron: Maestro, sabemos que eres hombre veraz, y que no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios. ¿Es lícito dar tributo a César, o no? ¿Daremos, o no daremos? Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que la vea. Ellos se la trajeron; y les dijo: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Ellos le dijeron: De César. Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaron de él” (Marcos 12.13 al 17). Jesucristo enseña doctrina con autoridad: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7.28 al 29). Los gobernadores representan el conocimiento natural, los sumos sacerdotes representan el conocimiento espiritual, Juan el Bautista y Jesús representan el conocimiento celestial.


Dios nos habla por medio de su Hijo y le delega su autoridad como enviado (Hebreos 1.1 al 2; Juan 3.16 al 18): “Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan 7.16 al 18). Jesús nos advierte que nadie nos engañe, porque se levantarían falsos Cristos y falsos profetas (Mateo 24.4, 24), en otra ocasión dice que creamos en él como dice la Escritura (Juan 7.37), que no puede ser quebrantada (Juan 10.35). El apóstol Pedro llama a la profecía de las Sagradas Escrituras, la palabra profética más segura (2 Pedro 1.19 al 21), a la cual hacemos bien en estar atentos, dice él, como a una antorcha en lugar oscuro. Es como una luz guía del pueblo en la oscuridad, porque ninguna profecía escrita es de particular interpretación (1 Corintios 14.32), es Jehová mismo quien declara lo que hace y lo revela a sus siervos los profetas (Amós 3.7). La doctrina directa de Dios es sana, sin corrupción ni daño, mientras que el poder político es endeble, vulnerable a la corrupción: “… la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1.4).


Hay corrupción eclesiástica cuando algunos en aparente piedad la utilizan como pretexto para fuente de ganancia y convierten la actividad eclesiástica en un negocio personal o familiar, al final negocio propio y lucrativo debido al enriquecimiento y amor al dinero:


“Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales. Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6.3 al 10).

Luego Pablo mismo dice: “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gálatas 1.11 al 24). Jesús mismo les abre el entendimiento, porque era necesario el cumplimiento de todo lo escrito acerca de él, sus padecimientos y su resurrección al tercer día (Lucas 24.44 al 46). Un sincero y auténtico conocimiento de la doctrina de Dios, es encomendarse a su dirección y guía del Espíritu, sin ningún tipo de demagogia, de los que llegan para servirse con sus ambiciones: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 4.7 al 8; 2 Timoteo 1.14), “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” (Santiago 4.5).


2.4.2 EL DOGMA


El dogma es una definición de conceptos, por interpretación y opinión, tanto colectiva o individual, de quienes realizan el análisis de la doctrina. En relación con los dogmas eclesiásticos, son necesarios en la medida del fortalecimiento de la abstinencia y lucha contra el pecado, el amor, fe, hacer el bien a los demás, la misericordia de Dios, de la práctica de valores comunitarios y vivencia del reino de Dios. Hacer la justicia, obedecer el Decálogo, la ley de Cristo, saber y hacer lo bueno. Los votos de austeridad o pobreza, consagración y castidad como virtud opuesta al apetito carnal y pecaminoso, el dominio propio, santidad y vida ejemplar. Este fundamento o principios son prácticos en la cotidianidad, mientras otro tipo de dogma puede ser poco útil para la convivencia diaria, por ejemplo, las cuestiones escatológicas, fantasiosas e interpretaciones apocalípticas sin provecho para la vida diaria.


Por lo general el dogma de la religión son sus fundamentos principales. La Biblia dice: “… La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1.26 al 27). La autoridad de la religión determina la obligatoriedad de creer y practicar el dogma. La cuestión es la siguiente: ¿a cuál autoridad en el cristianismo, es necesario acatar primeramente, en los dogmas espirituales y religiosos? Pedro y Juan dijeron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4.19 al 20). Además agrega Pedro y los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5.29).


Hay dogmas comunes entre el fraccionamiento cristiano, otros dogmas son muy diferentes, inclusive contradictorios. La complejidad está en la asociación de un cristiano a determinada iglesia y su adhesión a los dogmas particulares de la misma. Pedro dice de Pablo: “… según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3.15 al 16). Según la Escritura no se ha dado a conocer el poder de Dios y la venida del Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas (1 Pedro 1.16 y 19).


Los lectores de la Biblia interpretan cada texto con diferentes opiniones, prueba de esto es la multitud de fraccionamiento dentro del cristianismo. Por ejemplo, los fariseos y saduceos utilizan la misma fuente de doctrina en las Sagradas Escrituras, mientras tanto, en el dogma, unos a diferencia de otros, interpretan y opinan la existencia o no de ángeles y resurrección: “Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas” (Hechos 23.8). En otro pasaje dice: “Entonces vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron... Entonces respondiendo Jesús, les dijo: ¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios? Porque cuando resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles que están en los cielos. Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés como le hablo Dios en la zarza, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis…” (Marcos 12.18 al 27).


Los fariseos y saduceos tienen sus propios dogmas, supuestamente en adoración y servicio a Dios, pero rechazan a Jesús y el mensaje enviado de Dios. Jesucristo en su primera venida a la tierra a habitar entre nosotros, lo hizo en carne, como se dice en el evangelio (Juan 1.14), esto significa que el vino en la condición de humano, nacido de mujer (Gálatas 4.4 al 5), desde niño crecía no solo en estatura, sino en sabiduría y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.40 y 52). Antes de ser entregado, oraba intensamente, y en su agonía su sudor era como grandes gotas de sangre (Lucas 22.39 al 44). Cuando murió fue traspasado con una lanza en el costado, y al instante salió sangre y agua (Juan 19.33 al 34), sin embargo, hubo quienes negaron esta condición de Cristo, y eran contrarios a él (1 Juan 4.1 al 3).


Se infiltraron en la iglesia, pero salieron de la misma, para que se manifestara que no eran parte de la iglesia (1 Juan 2.18 al 19), por su incapacidad para dejar el pecado y su forma de esclavitud. No reconocieron que Jesucristo como humano, de carne y hueso, terminó con el pecado, dejándonos ejemplo de amor genuino y pacificación, para hacer la voluntad del Padre antes que la propia. Estos son aquellos que en el pasado, defendían la circuncisión en la carne y los ritos, como camino fácil para pretender ser hijos de Dios, sin abstenerse del pecado. Está escrito “El alma que pecare, esa morirá…” (Ezequiel 18.20).


Así hoy en día muchos son tibios (Apocalipsis 3.15 al 16), y no según Jesucristo y sin el crecimiento que da Dios: “… todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo. Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios” (Colosenses 2.17 al 19).


Pero si se pretende la justificación, donde se pierde el respeto a la fidelidad hacia Dios, con algunas prácticas sin valor alguno contra los apetitos del pecado (Colosenses 2.20 al 23), porque se peca reincidente, por la creencia de pedir perdón al confesar de corazón y de labios el pecado (1 Juan 1.9) o considerar a Jesús como abogado ante el Padre (1 Juan 2.1), por considerar que interesa solo el corazón y no lo externo (2 Corintios 5.12). En estas situaciones sucedería como en el ritual antiguo abolido por Cristo, en donde en forma similar al pasado, se peca constantemente, justificado en ciertas creencias que le exoneran o perdonan de la culpa. Por ejemplo, el requisito de la condición de ser digno para participar de la cena del Señor (1 Corintios 11.27 al 34), y reiteradamente pedir perdón para estar en paz, como un rito o costumbre previa a la celebración: “… Todo aquel que permanece en él, no peca;… Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado…” (1 Juan 3.5 al 9).


2.4.3 EL PARADIGMA


La salvación por medio de Jesucristo, en el buen sentido de la palabra, es el paradigma dentro de la religión cristiana. Es un ejemplo y modelo de la consecución de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña. La desviación del paradigma se presenta mediante el fanatismo de lo absoluto, cuando se considera la salvación por la defensa de la interpretación y opinión de reglas eclesiásticas y dogmáticas, como única verdad y absoluta. Esto es la salvación por el producto de la división y fraccionamiento del cristianismo, diversas ideologías y fundamentalismos.


En realidad esta última posición es defender una falacia y utopía contraria a Cristo, por consiguiente, es una antítesis de la verdad cristiana, porque fomenta la enemistad, guerra, luchas de poder, miedo, odio, persecución, rencor, rivalidad y terror religioso, en detrimento del verdadero amor puro y justicia de Dios: “… Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3.13 al 18).


La salvación es por medio de Jesucristo, porque en el primer pacto se sacrificaban corderos, y esa sangre era derramada entre el pueblo, como símbolo de perdón de pecados. El propósito de ese holocausto era un símbolo o prototipo de Cristo, por ejemplo, Juan el Bautista llama a Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1.29), y es la sangre de Cristo en el nuevo pacto que limpia nuestras conciencias de obras muertas para servir a Dios (Hebreos 9.14 al 15), es así como Cristo ganó la iglesia por su sangre (Hechos 20.28), ya que la sangre preciosa del Señor Jesucristo nos limpia de todo pecado y redime nuestras vidas (Efesios 2.13; 1 Pedro 1.19; 1 Juan 1.7; Apocalipsis 7.14), para salvación y vida eterna.


El sacrificio ya lo hizo Cristo con su ejemplo y mucho amor, ahora nos corresponde el sacrificio de dedicación y entrega de nuestra vida, en amor puro, bondad, caridad, compasión, fraternidad, humildad, justicia, misericordia, nobleza, servicio, solidaridad y otros, necesarios para ayudar al bien común, bienestar e inclusión social y espiritual. La palabra de Dios pregunta: “Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3.13 al 16).


Algunos tienen el paradigma de fundamentar los dogmas absolutos como medio de salvación en lugar de Jesucristo. La respuesta la encontramos desde el Edén: el árbol de la ciencia no estaba solo, sino junto al árbol de la vida (representativo de Jesús): “Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol…, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Génesis 2.9). Esto representa un simbolismo y un significado, según la Santa Biblia: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida…” (Apocalipsis 22.14).


El verdadero significado de la salvación de los que lavan sus ropas, está asociado a la idea de vestiduras blancas y a la dignidad: “… Y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7.13 al 14). “… y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre…” (Apocalipsis 3. 4 al 5).


La dignidad corresponde con el resultado de las acciones que hacen a la persona digna de respeto y de la promesa del galardón, en este caso de la vida eterna. Estas acciones tienen relación con la excelencia, honestidad, honor y pundonor, y todo lo relacionado con el buen comportamiento y la sabiduría que es de lo alto: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3.17 al 18). Esta sabiduría es la propuesta y promovida por Jesucristo, predicada con su ejemplo y modelo de vida, mediante sus acciones, actitud y obra.


El caso de Adán y Eva fue un asunto de acciones: demostraron ser indignos, simbolismo a través de su desnudez o falta de las vestiduras: “Y lo sacó Jehová del huerto… Echó, pues, fuera al hombre…” (Génesis 3.23 al 24). Hubo una posición defensiva de justificación sin asumir responsabilidad. También las vestiduras pueden ser vestiduras de arrepentimiento y perdón. Al principio no hay malicia, sino cuando entra la malicia se sienten desnudos, antes son inocentes. Una vez que comen, se dan cuenta de la realidad enfrentada y pasan a un estado de conciencia. Se abren los ojos del entendimiento, la conciencia ahora le habla al ser humano, es el conocido diálogo entre Dios y la persona.


La Biblia tiene muchos simbolismos: árbol de la vida, libro de vida, Jesús dijo: “… Yo soy el pan de vida…” (Juan 6.35). Además: “... Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él...” (Juan 7.37 al 39). El árbol de la vida sirve para sanidad: “… Estaba el árbol de la vida,… y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22.2). Jesús ofrece al vencedor comer del árbol de la vida (Apocalipsis 2.7), para mantener y mejorar el estado de salud y vida espiritual, como trascendencia a la vida eterna en estado incorruptible e inmortal.


Así, la esencia que sustenta el paradigma cristiano, consiste en una sabiduría auténtica, pura y nutrida del amor y servicio a Dios, no tanto en la rígida defensa de interpretaciones y opiniones, sobre cuestiones religiosas, sino en la genuina escucha a Dios y obediencia a su voluntad, para vivir según el ejemplo y modelo de Jesucristo y recibir la guía del Espíritu Santo (Hechos 5.32). La savia del árbol de la vida, como energía y elemento vivificador, corresponde al verdadero interés y primordial del bien común. Ayudar al necesitado, educación, justicia, oportunidad, valorar la vida como inalienable y sagrada, contribuir en eliminar la desigualdad social y toda clase de discriminación, intolerancia y odio, extremismo, fanatismo, partidismo, radicalismo, luchas de poder religioso, por pretexto y provecho económico, político y militar.


La práctica de compartir, compasión, bondad, generosidad, misericordia, solidaridad, entre otros, demuestran el verdadero amor de Dios. La creación y distribución justa y equitativa de la riqueza, para dar al ser humano en general, las oportunidades de educación, esparcimiento, salud, trabajo, vestido y vivienda, necesarios para la subsistencia, crecimiento, desarrollo, felicidad y realización. Todas estas situaciones afectan desde lo micro social hasta lo macro social. La concientización contra la adicción, derroche, despilfarro, explotación, trata y comercio de seres humanos, corrupción de toda índole, enriquecimiento ilícito y el vicio, que a costa del daño y perjuicio del mismo ser humano, provoca su mal y destrucción.


El cuidado del mundo físico en su ambiente, ecología, calentamiento global y cambio climático, catástrofes naturales, contaminación ambiental y desequilibrio mundial, el problema presentado en la capa de ozono, el desperdicio y uso incorrecto de los recursos naturales. Las altas temperaturas atmosféricas, ciclones, deforestación, deshielo o cambio de eje del círculo polar ártico, epidemias, erupciones volcánicas, hambrunas, huracanes, incendios forestales, inundaciones, maremotos, pandemias, pestes, plagas, sequías, tempestades, terremotos, tormentas, tsunami, volcanes activos. El eminente peligro de las guerras y destrucción masiva, amenaza atómica, nuclear y termonuclear. Las frecuentes devastaciones, dominación territorial, formas de esclavitud, migraciones de grandes poblaciones por la inseguridad alimentaria, civil y de salubridad, por el desempleo, genocidios, hostilidad, intimidación, luchas políticas, militares, masacres, muertes masivas, persecución, racismo, violencia y xenofobia. El interminable terrorismo y el constante atentado al exterminio humano, con el desarrollo progresivo y provocativo de una posible tercera guerra mundial y última.


El paradigma de la salvación por los dogmas y no según Jesucristo, al omitir la realidad mundial y social descrita en los párrafos anteriores es similar a la alegoría de la paja y la viga: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano” (Lucas 6.41 al 42). La viga viene a ser toda la problemática enunciada anteriormente que atentan contra la integridad y salvación de la creación de Dios.


2.4.4 EL CAMINO A LA LIBERTAD


El libro de Génesis alude a una profecía mesiánica del anuncio de Cristo, sus sufrimientos y su liberación (Génesis 3.15). Inclusive la promesa hecha a Abraham y a su simiente (Cristo), porque en Cristo Jesús la bendición de Abraham llega a los gentiles (Gálatas 3.14 al 16). Su descendencia sería extranjera en tierra ajena, reducida a servidumbre y maltrato, pero saldría de ahí para el servicio a Dios (Hechos 7.6 al 7). José el hijo de Jacob, menciona la preservación de Dios para posteridad de su pueblo sobre la tierra, donde reciben vida por medio de gran liberación (Génesis 45.4 al 8). Dios libra a su pueblo de la aflicción en Egipto, envía a Moisés como gobernante y libertador, quien anuncia a Cristo como un profeta, a quien debían de escuchar (Hechos 7.34 al 37): “… y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Corintios 10.4).


A través del tiempo Moisés murió (Deuteronomio 34.5 al 6), y Josué fue su sucesor por elección de Dios (Josué 1.1 al 2); así sucesivamente fue pereciendo el pueblo de Israel, pero el santuario o tabernáculo de reunión se mantuvo entre ellos en forma movible y fácil de transportar de una parte a otra, hasta que el rey David pensó en construir un templo (1 Crónicas 17.1 al 6). Dios se lo concede por medio de Salomón hijo de David, construyendo aquel templo con paredes sólidas y fijas al santuario o tabernáculo de reunión (2 Crónicas 3.1 al 2). Se menciona un pasaje en donde se describe, acerca de la celebración de pascua en el lugar escogido por Dios, donde habitara ahí su nombre, y no se podía en cualquiera de las ciudades, sino en la escogida por Dios. Con el tiempo Jerusalén fue el centro de adoración y de las celebraciones rituales, anunciado en cierta forma al decir: “El lugar que Dios escogiere”, máxime por el templo fijo.


Sin embargo, Jesús predijo la destrucción del templo y en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (Lucas 21.5 al 6, 20 al 24; Mateo 24.1 al 2, 15 al 21; Marcos 13.1 al 2, 14 al 19). Porque era necesario desplazar el centro de adoración y extenderlo a todas las naciones: “Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66.1 al 2).


También Jesús le dijo a una mujer samaritana: “Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4.19 al 26).


En el año setenta (datos históricos), el templo fue destruido por completo, la importancia que recibía el templo, ya no sería más. Esto significa que el templo en la era cristiana, pasó a ser el cuerpo humano, constituido en templo para morada de Dios en Espíritu (Efesios 2.22), casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro 2.4 al 5), la cual casa somos nosotros (Hebreos 3.1 al 6), tanto individualmente, como en iglesia (1 Timoteo 3.15). Jesucristo comparó su cuerpo como templo (Juan 2.16 al 22), y en la palabra encontramos lo siguiente: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6.16). Este pasaje hace alusión a una declaración del profeta Ezequiel: “... Y pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Ezequiel 37.26 al 27). En forma de analogía, así como Jesús ingresó al lugar santísimo, también entra en nuestras vidas para que lo recibamos y aceptemos con todo el corazón: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3.20).


Todo el relato de esta historia es importante para relacionar el tabernáculo terrenal, como modelo, inclusive Moisés, comparado con Jesucristo y el tabernáculo celestial. El autor de Hebreos hace referencia a lo anterior precisamente al decir: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (Hebreos 8.1 al 2).


También en la segunda carta a los Corintios se dice: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5.1). Además: “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9.24 al 26). La Biblia dice de Jesucristo: “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1.19 al 20).


La libertad en Cristo nos hace libres de la esclavitud y el poder del pecado; y por ende de la condenación eterna, así que si Jesucristo nos liberta seremos verdaderamente libres (Juan 8.36). Cristo nos libertó con su muerte en la cruz del calvario y así pagó el precio por nuestros pecados, ahora somos siervos de la justicia y de Dios, teniendo por fruto la santificación y como fin la vida eterna (Romanos 6.17 al 22). Cuando estábamos en el pecado éramos esclavos del pecado, pero ahora somos libres porque a libertad hemos sido llamados (Gálatas 5.13). Salir de la ignorancia y permanecer en la palabra de Dios, contribuye con hacernos libres, porque al conocer la verdad nos liberta (Juan 8.32). La libertad en Cristo incluye ser libres de complejos de inferioridad o superioridad, aversión, discriminación, estereotipos, mitos y prejuicios.


Moisés en el primer pacto, hace referencia de como todo Israel vio las señales de Jehová ante Egipto y Faraón, sus siervos y su tierra, las grandes pruebas, señales y maravillas y les dice: “… Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Deuteronomio 29.2 al 4). Jesús dijo: “…Si vosotros permaneciereis en mi palabra… conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8.31 al 36). Además agrega: “… Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6.63). “El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 11.15). Un pasaje dice:


“Así que, teniendo tal esperanza, hablamos con mucha confianza; Y no como Moisés, que ponía un velo sobre su faz, para que los hijos de Israel no pusiesen los ojos en el fin de lo que había de ser abolido. Empero los sentidos de ellos se embotaron; porque hasta el día de hoy les queda el mismo velo no descubierto en la lección del antiguo testamento, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando Moisés es leído, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Mas cuando se convirtieren al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde hay el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando á cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3.12 al 18).

La libertad que hemos recibido en Cristo en el nuevo pacto, implica practicar la justicia y obedecer los mandamientos (Salmos 119.172). La libertad en Cristo no es hacer lo que se quiera, sino ser libre del pecado por hacer la voluntad de Dios. Esta libertad se entrelaza con la justicia, porque la libertad responsabiliza al ser humano de sus actos, ya que no está sometido por el pecado, una vez libre interviene la justicia para hacer lo correspondiente al orden y a la rectitud. Dios para dar la libertad de la esclavitud del pecado, justifica al ser humano por medio de la fe en la sangre de Jesucristo, justificando gratuitamente por su gracia, de manera que la gloria y la honra es para Dios, es el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús (Romanos 3.21 al 26).


La Escritura dice que si es por gracia no es por obras y si es por obras no es por gracia (Romanos 11.6). Las obras aquí referidas, son las obras de la ley, ceremonias, circuncisión y ritos. La justificación de Dios es por su misericordia y no por las obras de justicia que el ser humano hubiera hecho (Tito 3.5), es decir, es necesario presentar el cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Romanos 12.1), con buenas obras por sus frutos (Tito 2.14, 3.8 y 14), o sea, las obras de Jesús. La Escritura afirma que la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Santiago 2.17 al 18 y 26). También menciona en forma recíproca, al ser humano como justificado por las obras, y no solamente por la fe (Santiago 2.24), porque los practicantes vienen a Jesús, para manifestar sus obras que son de Dios (Juan 3.17 al 21).


2.4.5 EL MENSAJE CRISTOCÉNTRICO


La razón del ser, está en función de asumir conscientemente a Cristo como el centro de la vida, con una firme adhesión, convicción, devoción y excelencia a la consagración y santidad. Algunas personas existen solo en espera del envejecimiento, otras afanadas al logro de bienes y servicios, para ser valorados por sus posesiones, también hay quienes viven en confusión y desorden en espera de la felicidad. Hay una insatisfacción infinita y lo que llaman un vacío existencial. Un conformismo de acumulación de dinero, fama, poder, popularidad y riqueza, sin dar importancia a Dios y su palabra en su Hijo Jesucristo, como fuente de vida en plenitud.


La crisis y realidad mundial confrontan al ser humano con un vacío existencial de hambre insaciable de conocimiento del mensaje cristocéntrico, para alimento espiritual y una comunión fraternal. La Cena del Señor es comer el cuerpo y beber la sangre de Jesucristo, es la reverencia solemne de la comunión en obediencia, según se digiere y procesa la alimentación espiritual, mediante la explicación e interpretación de la exégesis, homilía, hermenéutica o sermón. La persona para reflexionar el mensaje de Cristo, requiere espiritualmente de nutrientes esenciales en el discernimiento del bien y del mal.


El secreto del sentido de éxito de la vida está en recibir a Jesucristo como el verdadero alimento de Dios. El salmista dice que es dulce al paladar la palabra de Dios (Salmos 119.103). El alimento divino es un manjar delicioso para quienes obedecen y Dios es quien posibilita el entendimiento. Una mesa servida con comidas variadas enriquece la cena, así es el mensaje de Dios como manjares deliciosos y nutritivos para la conciencia y el intelecto. El gusto o sabor del manjar está en el condimento, o sea, la sal y especias, dan el sazonador y el buen sabor a la comida, en el sentido espiritual, es el entendimiento, conocimiento razonado y comprendido. Jesús dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra;…” (Mateo 5.13). Además: “Buena es la sal; mas si la sal se hace insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros” (Marcos 9.50).


La paz es un ingrediente sustancial. Así, degustar el sabor agradable de cada alimento, es fuente de placer al paladar, semejante es para la mente, el ampliar el conocimiento y lograr la sensibilidad de la compasión, justicia, paz y ternura, entre otros valores. La gran diversidad de pensamiento genera riqueza de sabiduría, por consiguiente la oportunidad para vivir a plenitud el conocimiento de modo certero y consciente. Otros alimentos indigestan por su nocividad.


El conocedor de la palabra de Dios tiene que asumir responsabilidad cuando altera el mensaje. El alimento se desazona por el contenido de ingredientes nocivos utilizados por quienes preparan, sirven o se sirven de la mesa con alguna intención perversa, contraria a lo que Cristo representa. El propósito es el servicio con la referencia de Cristo, de ninguna manera servirse con egoísmo para lucrar y vivir en lujos, opulencia y vanidad diferente a Cristo. Se requiere un estudio bíblico imparcial, objetivo y recto, sin sesgos del cristianismo religioso fraccionado.


Dios provee el alimento al alcance de todos, sin acepción de personas, ni discriminación. El ser humano es el cocinero que varía la receta en conformidad con su intención. La comida está servida, algunas nutren el cuerpo y lo fortalece, otras enferman a la comunidad mundial, porque corresponde a un alimento alterado, especialmente con el fundamentalismo, extremismo radical, fanatismo hostil, legalismo religioso exacerbado, lucro religioso, ultra conservadurismo religioso e impío: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (Hebreos 6.4 al 6).


El sentido del éxito de la vida es lograr alcanzar el conocimiento y temor de Dios con equilibrio y sentido común, sin caer en extremos relativistas: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12.13). Los últimos tiempos ya los estamos viviendo, la venida de Jesucristo cada vez está más cerca, a Daniel en el libro profético, mucho antes del primer siglo de la era cristiana se le dice: “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Daniel 12.4). Estamos en tiempos en que la ciencia ha aumentado, muchos corren de aquí para allá, a través de veloces aviones, barcos, trenes y vehículos, la competencia comercial, la globalización, el aumento del estrés y de la violencia, se requiere en estos momentos de una total coherencia y una sólida comunión con Dios en la unidad con su Espíritu Santo.


Aceptar a Jesucristo como el centro de la vida fomenta la cultura de amor de Dios, calidad de vida, paz y santidad. El vínculo de su ejemplo, está en la praxis de la fe, justicia, misericordia y el respeto a la integridad, tanto físico y espiritual en toda la comunidad internacional. En el caso del amor, este se fortalece con la experiencia aprendida de la vida misma, visible en el rostro de nuestro prójimo, al hacer el bien sin dejar a nadie en inferior condición social ni marginal.


2.5 LA LEY DE CRISTO


Aceptar a Cristo significa negarse a si mismo, tomar su cruz y seguirle (Mateo 16.24), de lo contrario no se es digno de él (Mateo 10.38). No podríamos imaginar a Jesús sin la cruz (sufrimiento). Aceptar a Cristo es algo más que decirlo, es entregarse a él, dejar el pecado del mundo, entrar por la puerta estrecha y andar por el camino angosto como él anduvo (1 Juan 2.6). Jesús nos enseñó a no temer a los que matan el cuerpo y después nada más pueden hacer, porque se debe temer solamente a Dios Padre, de quien depende nuestra vida eterna (Lucas 12.4 al 7). Jesús dejó las bienaventuranzas del sermón del monte y dijo: “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (Mateo 10.19 al 20).


En el primer pacto la ley era amar al prójimo y aborrecer al enemigo, no obstante, en el nuevo pacto Cristo manda a amar a los enemigos, bendecir a los que maldicen, a hacer el bien a los que aborrecen, y orar por los que ultrajan y persiguen (Mateo 5.43 al 44; Lucas 6.27 al 31). El apóstol Pablo dice que en cuanto dependa de uno, hay que tener paz con todas las personas (Romanos 12.18). Debemos aprender a perdonar, siendo humildes, mansos y prudentes, ya que el mandamiento es amarnos unos a otros como Jesús nos amó (Juan 15.12). Las enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, envidias, homicidios, son parte de los frutos de la carne (Gálatas 5.20 al 21). Los hermanos de José por envidia intentan matarlo (Génesis 37.20 al 22), y lo echaron en una cisterna, posteriormente lo vendieron por veinte piezas de plata (Génesis 37.24 al 28). Coré y otros descendientes de Rubén, se levantaron contra Moisés y Aarón en el desierto (Números 16.1 al 4, 30 al 33). Absalón por venganza mató a su hermano Amnón (2 Samuel 13.28 al 29).


En el antiguo pacto era permitido el ojo por ojo y diente por diente, sin embargo, Jesús dice que no hay que resistir al que es malo, ni al que hiere, ni al que quiere poner a pleito, ni al que quita, ni al que obliga (Mateo 5.38 al 40). De las cosas que aborrece Jehová, son las manos derramadoras de sangre inocente y el que enciende rencillas entre hermanos (Proverbios 6.16 al 19).


El cristianismo son todos los seguidores de Jesucristo que conforman la iglesia. Sus enseñanzas y prácticas son las dadas por Jesús por medio de los evangelios. Su dogma de salvación pretende traer alivio al ser humano de la miseria, ofreciéndole calidad de vida en sus días de existencia y vida eterna después de su muerte, cuando llegue el tiempo de recibir la recompensa, por demostrar una vida ejemplar como el Maestro.


En Antioquia se le llamó cristianos por primera vez a los discípulos (Hechos 11.26, 26.28). Estos son todas las personas que han creído y se han convertido a Jesucristo como su salvador personal, ejerciendo su ejemplo y enseñanzas, de manera que siguen los pasos de Jesús, aún en el padecimiento (1 Pedro 2.21 al 23, 4.16). Por lo tanto, el cristianismo es algo recíproco, ya que la persona está en Cristo, pero también Cristo está en la persona, sus frutos son el resultado o la evidencia de un verdadero arrepentimiento, conversión y santificación, la Escritura dice que por sus frutos los conoceréis (Mateo 7.16). Los frutos del Espíritu son: benignidad, bondad, caridad, fe, gozo, mansedumbre, paz, templanza y tolerancia (Gálatas 5.22 al 23, 2 Pedro 1.5 al 8). El fruto mismo es el creyente practicante, se alimentan con su ejemplo quienes están a su alrededor. La templanza quiere decir moderar cualquier tipo de apetito y sujetarlo a la razón. La constancia, dominio propio, estabilidad y firmeza, previenen en la persona la altivez, el enojo y la ira, en el carácter, personalidad y temperamento: “… no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo…” (1 Pedro 4.12 al 13).


La ley de Cristo está relacionado con:


a) Amar a Dios y amar al prójimo (Mateo 22.36 al 40; Juan 14.15, 15.10; Gálatas 5.14).

b) Amar a nuestros enemigos (Mateo 5.44; Lucas 6.27 al 30).

c) Andar como Jesús anduvo (Juan 13.15; 1 Juan 2.6).

d) Creer en Cristo como dice la Escritura (Juan 7.38).

e) Llevar la cruz del sufrimiento y seguir a Cristo (Mateo 10.38).

f) Negarse a sí mismo (Mateo 16.24 al 25).

g) No juzgar (Mateo 7.1 al 5; Marcos 4.24).

h) Perdonar (Marcos 11.25 al 26, 18.15 al 17 y 21 al 22).

i) Promulgar la doctrina de Jesucristo (Mateo 28.19; Marcos 16.15).

j) Reconocer que Jesucristo vino a salvar al mundo (Juan 12.47 al 48).

k) Todo el bien que queremos que los hombres hagan con nosotros, debemos hacerlo con los demás (Mateo 7.12).

2.5.1 LO DE CÉSAR


En relación con la expresión “Lo de César”, corresponde a una separación del poder político manifestado en la sociedad. Se hace alusión a la hacienda pública con sus bienes y tributos necesarios para cada nación, en el cumplimiento de sus fines y funciones. Además hace alusión al poder judicial, en la administración de justicia, para velar por el fiel cumplimiento de las leyes civiles y la aprensión y castigo a quien comete el delito. Por otra parte, se hace alusión al poder ejecutivo, en el sentido de quienes gobiernan la administración del estado, nación o país. Como ciudadanos existe una sujeción a las autoridades civiles, porque al final de cuentas, para mantener el orden, evitar el caos y la anarquía civil, son puestos por Dios y se les debe obediencia, siempre y cuando, no sea en deslealtad, insubordinación o rebeldía contra la voluntad de Dios (1 Pedro 2.13 al 14, 3.22; 1 Timoteo 2.2; Hechos 7.10, 10.35; Génesis 41.34), quien es la autoridad superior sobre todo lo existente.


En la Escritura se insta a la sujeción a los gobernantes y autoridades, en obediencia y disposición a toda buena obra (Tito 3.1), claro está, condicionado a la conservación de los principios de Dios. Debemos someternos al poder judicial, como autoridades superiores, porque son de parte y establecidas por Dios, si nos oponemos a estas autoridades, incurrimos en rebeldía y acarreo de condenación (Romanos 13.1 al 2).


Si todos somos buenos ciudadanos, respetuosos de las leyes, de las autoridades de seguridad pública y de la administración judicial, saldrá beneficiada toda la población en general, debido al servicio prestado por estas autoridades al bien de la sociedad, pero si hacemos lo malo los tenemos en contra, porque no en vano andan armados. Es conveniente estar sujetos a ellos, no solo por el castigo sino por causa de la conciencia: “Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo” (Romanos 12.3 al 6).


La labor constante y permanente las veinticuatro horas los siete días de la semana, por parte del ministerio de seguridad pública o policía encargada de mantener el orden público y la seguridad ciudadana, los constituye en servidores de Dios con su desempeño continuo, por esta razón la importancia de los impuestos para el financiamiento. La responsabilidad y cumplimiento en el pago de los tributos públicos, también es mencionado por la Biblia: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto...” (Romanos 13.7). Acerca del tributo, Jesús responde a una consulta: “¿Nos es lícito dar tributo a César, o no? Mas él, comprendiendo la astucia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Mostradme la moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción? Y respondiendo dijeron: De César. Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20.22 al 25).


El no cumplir con la obligación de tributar y su recaudación efectiva, acarrea el déficit fiscal, que ocasiona mucho daño, porque gracias a esta contribución, se hace una mejor distribución de beneficios, que contribuye a reducir la desigualdad, proporcionando para todos educación, salud, seguridad, urbanismo y vivienda, entre otros. No se trata de que el pueblo esté exento de la justicia tributaria, sino que tenga derecho a salarios y trabajos dignos para sufragar sus compromisos. Observamos con esto que es necesario que haya un equilibrio en todas las áreas, que no le sobre a alguno lo que a otro le falta, ni tampoco se dé el enriquecimiento ilícito, en la medida de hacer conciencia en este sentido, viviremos mejor en comunidad, amor, equidad, justicia, paz y solidaridad.


Además la Biblia recomienda someternos a las autoridades, porque son de parte de Dios y han sido establecidas por él para bien de la sociedad (Romanos 13.1 al 5). Lo que se propone no es pensar en una relación entre amos y siervos, sino entre servidores de Dios, que promulgan y promueven el amor al prójimo entre unos y otros, los principios, el respeto y valores, ya en última instancia se infunde el castigo y temor al que hace lo malo.


La palabra de Dios dispone que debemos obedecer las leyes de la tierra, siempre y cuando no se opongan a la voluntad suprema de Dios, entre ellas está el pagar los impuestos. Así manda las Sagradas Escrituras, en diversos versículos (Mateo 5.15 al 22, 17.24 al 27; 1 Pedro 2.13; Romanos 13.7). Es nuestro deber tributar al estado o gobierno local, bienes inmuebles, renta y venta, ya que evadir los impuestos es faltar a la verdad, así como Jesucristo dijo que le diéramos a Cesar lo que es de Cesar y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22.19 al 21).


Jesucristo mismo tributó por no dar motivo a vituperio, él ordenó a Pedro echar el anzuelo en el mar y el primer pez que mordió el anzuelo tenía en su boca una moneda y con eso pagó por él y por Pedro (Mateo 17.24 al 27). Los tributos los utiliza el gobierno para los programas y el desarrollo. La palabra nos amonesta acerca de este deber (Romanos 13.6 al 7). Si observamos extorsión del derecho y de la justicia, sobre el alto vigila otro más alto, y uno más alto está sobre ellos (Eclesiastés 5.8), hay un monitoreo divino de los actos.


El mercado comercial y financiero siempre ha existido desde que el ser humano se organizó, los trueques e intercambios de productos, son un claro ejemplo, inclusive entre los mismos discípulos había uno llamado Judas, que se encargaba de custodiar el dinero para realizar las compras que requerían, de esta forma financiaban los gastos y otras necesidades, por lo tanto Jesús no estuvo en contra del sistema comercial y del dinero, tan necesario en el desarrollo de una sociedad, sino en el enriquecimiento y acaparamiento en favor de unos y perjuicio de otros, en deterioro del bien social.


En cada nación hay sistemas y políticas monetarias y el cambio de moneda internacional. La moneda tenía respaldo por la cantidad de lingotes de oro atesorado en el banco central en cada país, en la actualidad influye mucho el balance comercial y otros.


2.5.2 LOS MUCHOS LLAMADOS


Jesucristo dijo: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 20.16 y 22.14). Ciertamente hubo época en donde había mucha restricción o acceso a las copias de la Biblia, no existía la imprenta o con su invención el costo de impresión era muy elevado, además escaseaban las traducciones en otros idiomas. Esto ocasiona una mayor ignorancia masiva en el conocimiento de la lectura directa de la palabra de Dios. Entre las ventajas o desventajas, según se considere, era más fácil controlar la unidad de interpretación bíblica (hermenéutica), mediante la homilía o sermón dado a conocer al pueblo, por parte de los ministros o magisterio, la enseñanza era más centralizada: poder central y centro común. Sin embargo, la tendencia ha sido el fraccionamiento eclesiástico del cristianismo, debido a las muchas interpretaciones personales realizadas a la Biblia y por consiguiente la consecución de seguidores para cada tesis propuesta.


Históricamente predomina la intolerancia religiosa, los mitos y la ignorancia. Surgen personas observadoras, analíticas y críticas, con sentido crítico, objetivo o científico. Por ejemplo, se creía en la Tierra como plana y alguno afirmó su redondez (Isaías 40.22), también la rotación del planeta o la traslación en torno al sol, entonces se le amenaza con ser quemado en la hoguera, considerado un hereje sin retractar. La ciencia ha contribuido de muchas formas a adquirir conocimiento, para mejorar la calidad de vida y la longevidad de la humanidad, inclusive la tecnología ha traído mucho beneficio a la sociedad en las comunicaciones, la información y la accesibilidad académica.


La educación es fundamental en el crecimiento y desarrollo de los llamados. Ahora estamos en tiempos en que la ingenuidad en el pueblo de Dios no se justifica, en el sentido de sencillez para ser engañado o de ser incauto, a la hora de dejarse rodar por las corrientes filosóficas del mundo, que aparentan piedad, pero en realidad distorsionan el mensaje de Jesucristo. La sencillez es necesaria e imperativa en el cristianismo, siempre y cuando sea en el sentido del abandono al lujo, opulencia, ostentación y vanidad. Una vida en austeridad, caridad, humildad y solidaridad, es el punto de partida y límite demostrativo entre el llamado y el escogido, porque la abundancia de alguno representa escases en otro. Los llamados se conforman con conocer la necesidad, mientras que los practicantes aplican soluciones con el ejercicio de acciones permanentes, no solamente ocasional, sino constantemente.


Los muchos llamados podrían ser todos los creyentes y en el caso de los pocos escogidos podrían ser los verdaderos practicantes, por ejemplo, se dice de la ley: “porque no son los oidores… los justos ante Dios, sino los hacedores… serán justificados” (Romanos 2.13). Un ejemplo se presenta en el tiempo del diluvio, donde Noe pregona, o sea, da el anuncio y avisa, sin embargo, la palabra dice: “… en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvas…” (1 Pedro 3.20). El profeta Elías en cierta ocasión invoca a Dios: “… Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal” (Romanos 10.2 al 4).


El llamado también se presenta en tiempos de Faraón en Egipto, pero no creyeron a Dios, menos practicaron su voluntad: “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra” (Romanos 9.17). Los llamados están en todas partes de la tierra, es el anuncio del nombre de Dios hasta el último rincón del planeta. Otros casos se presentan con los profetas, por ejemplo, el profeta Isaías y su llamamiento a Israel: “También Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo…” (Romanos 9.27). Jesús dijo: “No temáis, manada pequeña…” (Lucas 12.32).


2.5.2.1 BUSCADORES DE LA VERDAD


El ser humano desde su nacimiento posee la facultad de investigar, procurar y reflexionar el conocimiento de toda ciencia, motivado por la búsqueda de una verdad. El objeto a alcanzar y descubrir es el conocimiento mismo. Este es infinito y se utiliza el cuestionar como una herramienta innata y vital, para proponer los fundamentos, pruebas y razones de cualquier teoría, desde su origen hasta su transición a la praxis. Se podría establecer muchas verdades humanas o una absoluta y única verdad de Dios. Por lo general las verdades del ser humano se limitan funcionalmente a la vida presente, mientras que la verdad de Dios está representada en Jesucristo para vida eterna. Juan dice que el que no persevera en la doctrina de Cristo no tiene a Dios (2 Juan 9), para perseverar hay que ser valiente y buscar la verdad de Jesucristo como testigo fiel y verdadero (Apocalipsis 3.14).


Jesús manifiesta que serían sus testigos, hasta lo último de la tierra (Hechos 1.8). El testigo es quien adquiere el conocimiento directamente, por ejemplo, Pablo fue uno de sus testigos delante de todos los hombres (Hechos 22.14 al 15). Esteban fue otro fiel testigo de Cristo hasta en el momento de su muerte (Hechos 22.20). Jesucristo en el Apocalipsis, a través del mensaje a Pérgamo, resalta a aquellos que retienen su nombre y no niegan su fe, ni a pesar de que uno de sus testigos fieles, llamado Antipas fue muerto (Apocalipsis 2.13). Indica Jesús que quien le niegue delante de los hombres, también él le negará ante el Padre que está en los cielos (Mateo 10.33).


Esta verdad en Jesús es un equilibrio del bien común, donde algunos se desvían con egoísmo al acumulamiento de bienes materiales, donde se desvalora el ser humano como persona, se aferran a su propia verdad terrenal y no a la verdad del reino de Dios: “… No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis. La vida es más que la comida, y el cuerpo, qué el vestido… Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo... Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas. No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lucas 12.22 al 23 y 30 al 34).


2.5.2.2 BUSCADORES DE LA SANTIDAD


Buscar a Dios es buscar la santidad: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57.15). El Señor Jesús es el puente y gran sumo sacerdote, entre el Padre y el ser humano (Hebreos 4.14 al 15), es más sublime que los cielos (Hebreos 7.26 al 27).


La tierra del pueblo de Israel, sufrió la destrucción de Jerusalén y del templo, alrededor del año setenta del primer siglo; mucho tiempo antes, no muy lejos de la tierra de Israel, de camino entre Egipto e Israel, el ángel de Jehová se le apareció a Moisés en llama de fuego en medio de una zarza, en el monte Horeb, diciéndole que aquel lugar era tierra santa (Éxodo 3.1 al 5; Hechos 7.31 al 33). Aquel lugar, Horeb o Sinaí, monte de Dios, era tierra santa; luego a través del tiempo en ese mismo lugar, Moisés recibió las dos tablas de piedra (los diez mandamientos), y se le llama al pueblo como gente santa (Éxodo 19.1 al 6), de donde partieron para tomar posesión de la tierra prometida.


En forma alegórica, el territorio del pueblo de Israel, fue tierra santa, porque en ella estaba el santuario o tabernáculo de reunión, que era el lugar santo, como Jehová habló a Moisés: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis” (Éxodo 25.8 al 9). De entre todos los pueblos solamente en Israel había un tabernáculo con la presencia de Dios:


“Y Moisés tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que buscaba a Jehová salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento. Y sucedía que cuando salía Moisés al tabernáculo, todo el pueblo se levantaba, y cada cual estaba en pie a la puerta de su tienda, y miraban en pos de Moisés, hasta que él entraba en el tabernáculo. Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés. Y viendo todo el pueblo la columna de nube que estaba a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba. Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero...” (Éxodo 33.7 al 11).

Cuando nos allegamos a Dios, le creemos y andamos en sus caminos, nos da potestad de ser llamados sus hijos (Juan 1.12). Un hijo de Dios con temor, obediencia y sometimiento a su palabra, es llamado a ser santo porque Dios es santo (Isaías 6.3): “SANTIDAD A JEHOVÁ” (Éxodo 28.36), “… santificado sea tu nombre” (Mateo 6.9). No basta con ser creyentes, sino con ser practicantes, apartados de muchos hábitos y costumbres del ordenamiento establecido en el mundo, de los sistemas de dominación de injusticia. Es la dedicación a la voluntad de Dios, con justicia y rectitud, en medio de los sistemas de vida inmoral y de todo aquello contraproducente a la pureza o moralidad (2 Corintios 6.17 al 18).


El Señor hace un reclamo muy serio cuando le llamamos Señor, pero no hacemos su voluntad (Lucas 6.46), será acaso la presunción de ser hijos de Dios sin ser santos, porque se requiere santidad en las situaciones buenas y malas, en la adversidad, dificultad, enfermedad, hostilidad y en la práctica de una moderación de abstinencia, austeridad, castidad, continencia, decencia, obediencia, sencillez, modestia y recato. Es necesario mantener una conciencia limpia y pura delante de Dios, para estar sujetos no por el castigo sino por causa de la conciencia (Romanos 2.13 al 15, 9.1, 13.5; 1 Corintios 4.4, 8.7, 8.12; Juan 8.9; 1 Timoteo 3.9, 4.2; Génesis 3.22; Hechos 23.1, 24.16).


La santificación de nuestro ser es necesaria para alcanzar la salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad (2 Tesalonicenses 2.13). La Escritura dice que sigamos la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Hebreos 12.14). Debemos ser santos como Dios es santo (Levítico 11.44, 19.2, 20.7 al 8; 1 Pedro 1.15 al 16), porque la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Tesalonicenses 4.3). Somos llamados a ser santos para Dios, así como él nos da ejemplo, para estar apartados de las formas de vida de injusticia y maldad, ajenas a Dios (Levítico 20.26). Santo significa apartado como el siervo Job, apartado del mal y temeroso de Dios, esto lo hacía íntegro y perfecto delante de Dios (Job 1.1 y 8).


El apóstol Pablo se dirige a los miembros de la iglesia de Dios, como santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos (Romanos 1.7; 1 Corintios 1.2; 2 Corintios 1.1, 13.12; Efesios 1.1; Filipenses 1.1; Colosenses 1.2). Además la Biblia dice que el santo, sea santificado todavía (Apocalipsis 22.11), porque tenemos por fruto la santificación (Romanos 6.19 y 22). La palabra santo se relaciona con la perfección (2 Corintios 7.1), santificándonos en la verdad que es la palabra (Juan 17.17 y 19), alabando a Dios como santos (Salmos 148.14), porque Dios nos ha llamado a santificación (1 Tesalonicenses 4.7), ya que nosotros también tenemos que ser apartados del mal (Juan 17.15), perfeccionando la santificación en temor de Dios (2 Corintios 7.1).


Cristo con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados (Hebreos 10.14). Hay que luchar por la perfección (2 Corintios 13.11), así como la palabra de Dios dice que seamos perfectos, porque nuestro Padre es perfecto (Mateo 5.48). También Jesús oró por sus discípulos para que fueran perfectos en unidad (Juan 17.23). El mismo Jesucristo nos perfecciona (1 Pedro 5.10), entonces es necesario presentarnos perfectos en Cristo Jesús, a través de la amonestación, enseñanza y sabiduría (Colosenses 1.28), para estar firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere (Colosenses 4.12). Por medio de las Sagradas Escrituras podemos llegar a ser perfectos, enteramente preparados para toda buena obra (2 Timoteo 3.16 al 17), en la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo (Efesios 4.13). Dios pide perfección a sus escogidos (Deuteronomio 18.13; 1 Corintios 1.10; 2 Corintios 13.11; Filipenses 3.15 al 16; Colosenses 4.12), rectitud y perfección al habitar y permanecer en la tierra (Proverbios 2.21).


Dios insta al patriarca Abraham a ser perfecto delante de él (Génesis 17.1). El justo es similar a la luz de la aurora, en aumento hasta la perfección del día (Proverbios 4.18). El joven rico a pesar de guardar los mandamientos, Jesús le recuerda la posibilidad de ser perfecto el no apegarse a lo material como prioridad (Mateo 19.21). La paciencia en forma completa nos ayuda a ser perfectos y cabales (Santiago 1.4). Si alguno no ofende en palabras es perfecto (Santiago 3.2). El amor es el vínculo perfecto (Colosenses 3.14). Pablo refiere la perfección como algo alcanzable: “… yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante…” (Filipenses 3.12 al 16).


2.5.2.3 BUSCADORES DE LA SALVACIÓN


La Biblia afirma que Jesucristo es el mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2.5), en quien podemos ser salvos: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4.12). Es por gracia y don de Dios que somos salvos (Efesios 2.5 y 8), por medio de la fe en el Señor Jesucristo (Hechos 16.30 al 31; Romanos 10.9). Desde antes de su nacimiento estaba anunciado por el ángel del Señor, que se llamaría Jesús (Salvador), porque él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1.21; Marcos 16.15 al 16; Hechos 4.11 al 12; 1 Corintios 15.1 al 2) y sería levantado como poderoso Salvador (Lucas 1.69). Una vez que ha nacido, nuevamente un ángel da el aviso de que había nacido un Salvador, que es Cristo el Señor (Lucas 2.11).


El Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo, por lo cual debemos de confesar que Jesús es el Hijo de Dios (1 Juan 4.14 al 15). Y sabemos que verdaderamente Cristo es el Salvador del mundo (Juan 4.42) y verdadero Hijo de Dios (Marcos 15.39). Por esta razón se le llama Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros (Mateo 1.23). Porque el Padre envió a su Hijo unigénito, para que el mundo sea salvo por él (Juan 3.16 al 18).


Jesús el Hijo de Dios, fue constituido sumo sacerdote, en el sentido de compasión hacia nuestras debilidades humanas, porque según nuestra semejanza, estuvo en medio de nosotros y fue tentado en todo, pero se mantuvo sin pecado. Al comprender la condición del ser humano, entonces media la misericordia a favor del oportuno socorro (Hebreos 4.14 al 16). Jesús conoce nuestra situación e interviene en favor nuestro para salvarnos del pecado. Debido al padecimiento de la muerte y por las aflicciones vividas, fue perfeccionado y pasó a ser el autor de la salvación de los seres humanos (Hebreos 2.9 al 10).


Jesús fue semejante a nosotros y vino a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote, para expiar los pecados del pueblo (Hebreos 2.17). Explica la Escritura que siendo tentado es poderoso para socorrer a los tentados (Hebreos 2.18). Y aunque era Hijo, por sus padecimientos aprendió la obediencia, llega a ser autor de eterna salvación para quienes le obedecen (Hebreos 5.8 al 9). Jesús se hace llamar la puerta de las ovejas, entrar por medio de él se logra salvación (Juan 10.7 al 9). Él es el camino, la verdad y la vida, se llega al Padre, por medio de él (Juan 14.6), creer en el Señor Jesucristo por consiguiente es para ser salvo (Hechos 16.31), porque la salvación es con gloria eterna y se obtiene a través de Cristo Jesús (2 Timoteo 2.10). La salvación es la consecución de la gloria y las bienaventuranzas eternas enseñadas por Jesús.


Dios nos ha dado posibilidad de alcanzar salvación por medio de Jesucristo (1 Tesalonicenses 5.9), mediante la santificación por el Espíritu Santo y la fe en la verdad por el evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 2.13 al 14). Y mediante la fe, se espera lograr la salvación dispuesta para ser manifestada en los últimos tiempos, la finalidad de la fe es la salvación de nuestras vidas (1 Pedro 1.5 y 9). Además el ocuparse en el tema de la salvación, requiere temor y temblor (Filipenses 2.12). Estamos justificados en la sangre de Cristo y por él somos salvos de la ira, somos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo (Romanos 5.9 al 10).


2.5.2.4 EL MUNDO DE LOS PROSÉLITOS


El mundo de los prosélitos es cuando la búsqueda de Dios, se vuelve figurativamente en una caza de partidarios, el propósito de Dios se desplaza o pierde importancia, porque la suplanta la parcialidad y unión de quienes pretenden lograr el fin de separar al recién convertido del común cristiano, para aumentar su propio grupo sectario, por beneficio e intereses propios. Jesús como autoridad establecida, advierte lo siguiente del proselitismo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mateo 23.15). Hay un celo exagerado y abusivo de fraccionar el cristianismo. Hay constantes fundaciones de iglesias particulares, por mera elocuencia, locuacidad, oratoria o charlatanería, pero sin el respaldo y la unidad del Espíritu Santo de Dios: “Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu” (Judas 19).


Jesús dijo: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12.30). Por ejemplo, la historia de la humanidad, registra a muchos inocentes que por causa de la fe, sufrieron cautiverio, destierro, esclavitud, injustas represiones, muerte, pérdida de identidad, persecución, saqueo, ultraje y violencia. La fatal combinación de la cruz de Cristo y la espada, la evangelización y el expansionismo militar, el poder religioso y el estado imperial, la pasión desenfrenada por adquirir fama, honores, pleitesía, poder y riquezas.


El mundo de los prosélitos es una ambición sin límites, pero a la vez es una barrera como cortina de humo o estática y ruido, que imposibilita comprender y ver el verdadero camino y misión de Jesús. Está escrito: “… No por fuerza… no como teniendo señorío…” (1 Pedro 5.2 al 3). Ya desde la antigüedad se anunciaba en las Santas Escrituras: “… No con ejercito, ni con fuerza, sino con mi Espíritu…” (Zacarías 4.6). Se contrastan las consecuentes luchas de poder, dogmas de opresión, fanatismos religiosos, extremismo fundamentalista, radicalismo, odio y muerte.


Pablo hace una comparación al decir que un poco de levadura leuda toda la masa (Gálatas 5.7 al 12). Esto se relaciona, en su simbolismo, la levadura con la malicia y maldad, por otra parte, los panes sin levadura son la sinceridad y verdad, el vivir diariamente, consciente de la autenticidad de la palabra de Dios y diferenciar de la falsa: “No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5.6 al 8).


Jesús dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo…” (Juan 6.56 al 58). Jesús es el pan verdadero, también hace ver a los seres humanos como ese pan con o sin levadura, quienes tienen levadura, están con la palabra alterada en sus corazones, refiriéndose a la doctrina y proselitismo de los fariseos y saduceos (Mateo 16.6 al 12). Al igual la levadura representa pecado y nosotros debemos estar separados de esa vieja levadura, en donde Cristo nos ha redimido de los pecados pasados, por medio de la fe en su sangre, a través de la gracia y de manifestar en este tiempo la justicia de Dios (Romanos 3.24 al 26), congruente con la verdadera misión.


El Apocalipsis dice: “…estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Apocalipsis 5.6). El profeta anuncia: “… He aquí un candelabro todo de oro… y sus siete lámparas… y siete tubos para las lámparas… Estos siete son los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra” (Zacarías 4.2 y 10). El profeta Isaías anuncia: “Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová… juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura” (Isaías 11.1 al 5).


La expresión de herir la tierra con la vara de su boca y matar al impío con el espíritu de sus labios, algunos lo asumieron literalmente en guerras religiosas y matar a sus semejantes del bando contrario. El análisis de un texto implica tomar en cuenta el aspecto cultural, figuras literarias, género literario, geográfico e histórico. El pasaje alude, en sentido figurado, a la vara de su boca y el espíritu de sus labios. En su tiempo Jesús deja al descubierto con su mensaje la maldad de las personas e injusticias.


Este pasaje tiene expresiones universales, juzgar con justicia a los pobres y argumentar con equidad por los mansos de la tierra. Jesús con su vida, vino a hacer visible el amor, juicio justo, misericordia, piedad y demás valores y virtudes del Padre invisible (Juan 1.18, 14.7 al 11; Colosenses 1.15; 2 Corintios 4.4 al 6; Hebreos 1.3), dando ejemplo como humano de capacidad para obedecer al Padre (Juan 13.15; Filipenses 2.8; Hebreos 5.7 al 10; 1 Pedro 2.21), quien dice: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones” (Isaías 42.1). La práctica cristiana, hace visible el ejemplo de vida, modelo y testimonio de Jesucristo. Herir la tierra y matar al impío, alude a eliminar de nuestras vidas el apego a lo terrenal, bienes materiales y a la impiedad del desprecio al necesitado y en desgracia, con el amor y respeto por el bien, la vida humana, por lo sagrado y santo.


En el cristianismo puro, real y verdadero se trata de obedecer plenamente a Jesucristo como líder espiritual y religioso. Aún los grupos de líderes religiosos cristianos colegiados, tienen que mantener un rumbo con dirección fiel y sumisa al Señor Jesucristo. Por ejemplo, el fundamento y magisterio es necesario, la sucesión apostólica y profética, es una guía para el pueblo de Dios por el sendero de la vida, para tratar de mantener un rumbo y dirección estable. Desde la antigüedad fueron ejemplos, Enoc, Noé y Abraham, pero luego, en el caso de Moisés falla, se le permite ver la tierra prometida, mas no puede entrar. Es requerimiento ante todo, disponer con fidelidad y permanencia la mirada y conocimiento puestos en Jesús. La honra, la gloria y el reconocimiento sean para Dios Padre y su Hijo amado Jesucristo, a quien el Padre designa para dar vida y salvación, a los practicantes escogidos de entre los creyentes llamados de todo el planeta.


Todo ser humano es creación de Dios y un potencial hijo e hija obediente de Dios, de lo contrario un hijo e hija rebelde y desobediente. La subordinación sobre todo es a Jesucristo: “Entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros. Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es” (Lucas 9.49 al 50). Esto significa que quienes consideran su salvación mediante el proselitismo y su religión, antes que en Jesucristo, entonces viven una fe ciega, tal es el caso de los fariseos, en una condición de comodidad y confort religioso, que se sienten ofendidos porque son intolerantes al mensaje de Jesús: “… Toda planta que no plantó mi Padre Celestial, será desarraigada. Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15.7 al 14), o sea, algunos supuestamente en nombre de Dios y por aparente evangelización, incurren en infundir desamor y odio religioso, al punto de los asesinatos y guerras de índole religioso.


2.5.2.5 ENCLAUSTRAMIENTO RELIGIOSO


Enclaustramiento religioso es el encierro o aislamiento mental en prejuicios. Es el juicio y opinión antes de tener un verdadero conocimiento. Se manifiesta en las ideas preconcebidas y discriminatorias que cohíben la libertad. Por ejemplo, los fariseos viendo la obra de Dios la rechazaron (Mateo 12.22 al 30). Quienes analizaban la ley en tiempos de Jesús, escribas (versados e intérpretes de la ley), entre ellos los fariseos y saduceos, tuvieron a su alcance la ley y la profecía, pero no entendieron el argumento o plan propuesto por la palabra de Dios, en relación con la venida de Jesucristo como el Camino para la Salvación, quien precisamente dijo: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5.20). En quienes no entendieron el plan de Dios, se cumple la moraleja de un epitafio con la leyenda: “aquí yace uno que no supo para que vivía”.


Jesús afirma lo siguiente: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muerto y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23.27 al 28). Lo externo es la persona y lo interno es la mente. Este enclaustramiento de fe ciega, es un aislamiento al mensaje de Dios, real y efectivo. La convicción, adherida fuertemente al cimiento de la razón, es la base de la equidad, justicia, rectitud y sinceridad. La autenticidad acompañada del sentido común a la hora de juzgar, produce un testimonio razonable y con acierto: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos” (Hebreos 11.1 al 2).


La fe se actúa, piensa y reflexiona. Fe y razón se complementan, es la adhesión del entendimiento y comprensión a una verdad de Dios, revelada mediante su gracia y llevada a la práctica. La fe estriba mediante el conocimiento, en ser libre de los prejuicios religiosos y sociales, para respetar y hacer el bien a todos sin discriminación, sin intereses egoístas, mezquinos y oportunistas, de beneficio propio y en detrimento de los demás. Algunos utilizan la estrategia de desacreditar otras interpretaciones y grupos, para ganar adeptos a su propio grupo de seguidores. Esto no es tener reunión o comunión aparente en el nombre de Jesucristo, es mera conveniencia proselitista y un celo por ganar y convertir personas a su doctrina o religión.


2.5.2.6 RELIGIOSOS ANÓNIMOS (RA)


Entre los primeros religiosos anónimos (RA) que encontramos en la Biblia están Nicodemo y José de Arimatea. El anonimato de Nicodemo se demuestra cuando viene a Jesús de noche, para no ser visto abiertamente y para no descubrir su identidad: “Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él” (Juan 3.1 al 2). Nicodemo se presenta y con su testimonio expone su concepto acerca de Jesús, a pesar de pertenecer al grupo de los fariseos y de ser principal entre los judíos, Jesús le dice: “No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo… Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Juan 3.7 al 10).


En relación con el anonimato de Nicodemo la Biblia resalta que los principales sacerdotes y los fariseos pensaban que ninguno de ellos había creído en Jesús: “… ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos?” (Juan 7.45 al 48), sin embargo, la Biblia destaca que Nicodemo era fariseo y vino a Jesús de noche: “Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos…” (Juan 7.50 al 52), “También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche…” (Juan 19.39).


Los religiosos anónimos (RA), son las personas con secuelas de pertenecer a grupos partidarios del absolutismo, donde se consideran únicos y verdaderos, infunden desprecio, difamación, discriminación, odio y rivalidad hacia otras religiones. Se consideran los más santos entre los santos, inmaculados y sin pecado, pero en realidad están llenos de antivalores, como la altivez, arrogancia, desamor, presunción, soberbia, orgullo y vanagloria. Desprecian las actitudes, porque para ellos la salvación personal y el galardón de la vida eterna, se fundamenta en su propio dogmatismo de creencias particulares, restando importancia a los valores.


En el caso de José de Arimatea, estos grupos infunden intimidación y miedo, a la pérdida de salvación fuera de su propio grupo, inclusive el temor a la discriminación, exclusión y represalias. Las personas afectadas quedan con un trauma psicológico, con la necesidad de terapia para superar la etapa traumática dentro de la religión, por consiguiente la reunión de apoyo neutral con otras personas que han sufrido situaciones similares. La Biblia dice: “… José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos…” (Juan 19.38).


Estos grupos religiosos tienen un celo irracional, con aparente libertad de Cristo, aunque al fin de cuentas hacen lo que les parece y les conviene. El apóstol Pablo menciona: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad? Tienen celo por vosotros, pero no para bien, sino que quieren apartaros de nosotros para que vosotros tengáis celo por ellos” (Gálatas 4.16 al 17). La Biblia relata acerca de una vez en tiempos antiguos, por falta de rey en Israel, que cada uno hacía lo que bien le parecía (Jueces 17.6, 21.25), pero en el cristianismo el rey es Jesús, lo cual testifica Natanael cuando reconoce a Jesús como Hijo de Dios, Rey de Israel y Natanael era un verdadero israelita, en quien no hay engaño, según la declaración directamente de Jesús (Juan 1.47 al 49).


La autenticidad como la de Natanael, es solo demostrable a través de la práctica con los hechos del diario vivir. La teoría poco o nada sirve si no hay aplicación, por esta razón Jesús llama a Natanael como verdadero, en quien no hay engaño. Los religiosos anónimos proceden de grupos sin congruencia, tanto en el discurso y en la práctica del amor, por la aversión a quienes consideran sus rivales religiosos por los diferentes dogmas: “… pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3.2 al 3).


2.5.2.7 EL DOGMA DE LOS EGÓLATRAS


Jesucristo se abstuvo de ser nombrado rey por parte del pueblo, de vivir en los mejores palacios, de vestir las mejores ropas reales o de viajar en los mejores carruajes. Este ejemplo, contrasta con otra representación de la serpiente astuta como dios falso, que es la mala distribución de las riquezas: “Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Lucas 4.5 al 8).


La serpiente conocida como serpiente antigua, diablo y Satanás (Apocalipsis 20.2), representa la adoración y servicio a los dioses falsos, entre ellos la adoración y servicio a las riquezas (en griego Mamón): “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16.13 al 15). El pasaje anterior menciona el caso de los fariseos como avaros, inclusive la misma avaricia es considerada en la Biblia como una idolatría: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: Fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Colosenses 3.5 al 6).


El afán de adquirir y atesorar riquezas se tenía por sublime y lo terrenal del apego a las inclinaciones o tendencias propensas a los placeres del mundo, contrarias a la obediencia a Dios: “… habrá hombres amadores de sí, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos… crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella…” (2 Timoteo 3.1 al 5).


La mayor rebeldía del ser humano ante Dios es similar a una egolatría y narcisismo, como culto y veneración así mismo, al dinero, fama, poder y riqueza. Este culto y fascinación a la personalidad, representa la entronización del mismo ser humano, como su propio dios, ante los habitantes del mundo, donde a algunos de sus dinastías, emperadores, faraones, gobernantes, jerarcas, líderes, poderosos, príncipes, pudientes, reyes y soberanos, son considerados como dioses y convertidos en asesinos, autoritarios, crueles, dictadores genocidas, injustos, sanguinarios y violentos, sin piedad alguna y sin temor a Dios. Ha prevalecido en la historia de la humanidad una cultura de impunidad, en los casos donde el pueblo respalda a sus líderes como a un dios falso, han seguido el camino de la muerte, aunque signifique estar en contra de la adoración y servicio a Dios.


Han muerto millones de inocentes, por causa de la apoteosis de quienes se han endiosado: altivos, arrogantes, engreídos, fatuos, soberbios, manifestado en los casos de cruzadas, expansionismo imperial, guerras religiosas y conflictos étnicos ancestrales. Desde el principio de los tiempos se utiliza a Dios como pretexto para la violencia. También la dominación e invasión territorial para la explotación de los pueblos: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune” (Proverbios 16.5).


El libro del Génesis afirma: “Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3.14 al 15). Como se dice, la serpiente en representación del mal o pecado del mundo, no funciona fuera del polvo, ya que se alimenta del ser humano: “… polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3.19). La profecía encaja en el remanente del pueblo justo, como siervo sufriente (Isaías capítulo 53), que recibe el anuncio de las buenas nuevas de salvación de los valores del reino de Dios, o sea, la buena noticia. Los seguidores de Jesucristo forman la comunidad de la iglesia, para aliviar al ser humano de su miseria e integrarlo al reino de Dios, a través del amor de Dios, fe, justicia, misericordia y demás valores comunitarios.


Un sepulcro se compara como símbolo, porque un sepulcro de muerte se contrarresta con el cuerpo, como un templo de vida espiritual: “Mas él hablaba del templo de su cuerpo” (Juan 2.21). Por siglos ha existido enemistad entre la serpiente y la mujer, una rivalidad y combate entre el pecado y el pueblo o la iglesia. Por ejemplo, el complot y confabulación e intriga contra Pablo por parte del gobierno imperial de Roma, y el poder religioso y sacerdotal imperante en Judea (Hechos 23.12 al 15, 24.1 al 5 y 22 al 27, 25.1 al 3). La herida en la cabeza de la serpiente, fue cuando Jesús destruyó al diablo con su vida santa y muerte en la cruz (Hebreos 2.14, 9.26). El pecado fue desactivado y quedó sin poder (Romanos 6.6):


“Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 Pedro 1.17 al 21).

La serpiente provoca una herida en la parte posterior de la planta del pie (calcañar), en alusión a los cristianos perseguidos y muertos. Se cumple la enemistad entre la simiente de la serpiente y la simiente de la mujer. Los salvos siendo salvos esperan a Jesús por segunda vez, para salvación de los que le espera (Hebreos 9.28). Recordemos la persecución contra los cristianos en el imperio romano:


“Y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13.4 al 8).

Está determinado dar a Dios cuentas de sí (Romanos 14.12): el amor excesivo de sí mismo o egolatría, hace del humano un ser amoral, falto de sentido moral, sin responsabilidad de dar cuentas de sus acciones y consecuencias, ni respeto por los preceptos morales, principios y valores, por esta razón son pocos los escogidos, de entre todos los llamados que aparentan piedad pero incumplen su eficacia, inclusive falsos ministros de la palabra.


2.5.3 LOS POCOS ESCOGIDOS


Jesús de camino a Jerusalén enseña por las ciudades y aldeas, entonces alguien le pregunta si son pocos los que se salvan: “… Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Lucas 13.22 al 24). Otras preguntas podrían ser: ¿por qué muchos procuran entrar y no podrán? y ¿tendrá alguna relación con el tema de predestinación por escogencia y elección por libre albedrío? Jesús dijo: “Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mateo 20.16, 22.14). La cantidad total de llamados son todos los creyentes y la parte menor que son los escogidos por gracia corresponde a los practicantes como Jesús.


Los primeros llamados fueron de Israel y los postreros llamados se trata del resto de población que no era de Israel, conocidos como gentiles. Hay un remanente escogido por gracia, los escogidos que han alcanzado: “… ha quedado un remanente escogido por gracia… ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos;… su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles…” (Romanos 11.5 al 12).


Otro pasaje menciona que si Israel fuera como la arena del mar, tan solo el remanente será salvo (Romanos 9.27 al 29). Entonces, ¿cuál es la relación entre la predestinación por escogencia y la elección por el libre albedrío? Existen tres tipos de libre albedrío: el natural, el espiritual y el de Jesús o celestial. Los muchos llamados están entre el libre albedrío espiritual y los pocos escogidos en el libre albedrío de Jesús o celestial. Para comprender la diferencia entre cada uno, es necesario saber inicialmente que en el libre albedrío natural, la persona procura con su propio esfuerzo conseguir su deseo: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre…” (Romanos 9.16). La Biblia dice: “… a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne…” (Gálatas 5.13).


El libre albedrío natural es la voluntad y facultad del ser humano para decidir y actuar por su propia determinación, sus propios logros y méritos. En el caso del natural algunos casos se confunden con el libertinaje. La utilidad de este libre albedrío, se ha degenerado a tal grado que cada quien actúa como le parece, sin la responsabilidad de las consecuencias de sus acciones, se incurre en el libertinaje del desenfreno en la conducta y el irrespeto general a los diez mandamientos, la pérdida de reconocimiento, estima y aplicación a la ley de Dios y su justicia.


El libre albedrío espiritual se presenta en la transición del paso de incrédulo a creyente, entre las dimensiones de conocimiento natural y espiritual. El saber y el hacer requieren ser éticamente congruentes, según los principios y valores: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo… Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente…” (Romanos 7.18 al 25). El hombre interior es la mente, de donde proceden las actitudes, carácter, conducta, personalidad y temperamento en lo emocional y afectivo. La influencia y evolución de todo esto, depende de la madurez en el conocimiento y pensamiento adquirido, según sea conocimiento natural, espiritual y celestial. Las personas pueden estancarse en un solo conocimiento o trascender de un conocimiento a otro. El conocimiento es infinito, tanto en el mundo natural, mundo espiritual y mundo celestial.


El tipo de libre albedrío espiritual es el que desplaza su propia voluntad natural, o sea, humana, y la sustituye por el conocimiento espiritual, de manera que al final no depende de sí mismo, sino de la voluntad de Dios: “… sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9.16). Lo que pasa es que muchos procuran trascender de la condición natural a la espiritual, pero no pueden desapegarse por completo de su libre albedrío natural: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5.16 al 17).


En el siguiente caso se compara el libre albedrío natural y el espiritual, Jesús dijo: “… El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6.60 al 63). Jesús emite su mensaje para todos, algunos lo reciben como personas naturales y otros como personas espirituales: “Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar” (Juan 6.64). Están los que tienen el libre albedrío natural: “Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6.65 al 66). Están los que tienen el libre albedrío espiritual: “Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6.67 al 69). Con la expresión ¿a quién iremos? se renuncia a la voluntad propia, para seguir a Jesús por voluntad espiritual como única opción.


Jesús les preguntó a los doce discípulos en el pasaje anterior, si se querían ir también. ¿Qué pasó con Judas Iscariote? Fue llamado entre los doce discípulos (Mateo 10.1 y 4). Claudicó y traicionó a Jesús (Mateo 26.14 al 16; Marcos 14.10 al 11 y 43 al 46; Lucas 6.16). Judas reconoce su pecado y la sangre inocente de Jesús, pero a pesar de su arrepentimiento se estancó y se quedó solamente en libre albedrío espiritual, de ninguna manera pudo trascender al conocimiento de Jesús o celestial (Mateo 27.3 al 5).


Mientras tanto, la palabra de Dios indica: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12.21). En el caso de Judas se dejó vencer por Satanás, en el sentido de la maldad, el pecado y los antivalores (Lucas 22.3 al 6; Juan 13.2): “Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo? Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; porque éste era el que le iba a entregar, y era uno de los doce” (Juan 6.70 al 71). Judas en la transición de su naturaleza humana a espiritual, no logra del todo despojarse o desprenderse de ser ladrón: “… porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella” (Juan 12.4 al 6). Siendo espiritual tenía una doble moral y apariencia de consagración, fidelidad y santidad, inclusive, toma indignamente la cena (Juan 13.21 y 26 al 27).


¿Cómo estar seguro de que Judas Iscariote disfrutó del libre albedrío espiritual pero no pudo trascender al libre albedrío de Jesús o celestial? Pedro mismo testifica acerca de Judas Iscariote: “… y era contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio… de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar…” (Hechos 1.15 al 26).


El libre albedrío espiritual se convierte o transforma en el libre albedrío según Jesucristo, conocido como el libre albedrío de Jesús o celestial, cuando trasciende y escala al conocimiento celestial de los que son predestinados a ser como Jesús: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él… habiéndonos predestinado…” (Efesios 1.3 al 5).


Los pocos escogidos son los practicantes como Jesús: “Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado… Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6.28 al 29 y 38). Este libre albedrío de Jesús o celestial, es la renuncia de Jesús de hacer su propia voluntad, para hacer la voluntad de Dios el Padre Celestial que le envió. Jesús dice: “Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3.21). Los verdaderos practicantes no tienen cualquier tipo de práctica, sino la enviada por Dios, según la misión a través de Jesucristo. El mundo de las religiones son todos los llamados inmersos en el libre albedrío espiritual, pero son pocos quienes escogen ser como Jesucristo.


Dios Padre establece un plan mediante el amor, predestina la adopción como hijos suyos, por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (Efesios 1.5). Los Salmos mencionado en los Hechos refiere a Jesús como engendrado de Dios (Salmos 2.7; Hebreos 1.5, 5.5): “Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa…, la cual Dios ha cumplido…, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Hechos 13.33). Dios predestina a muchas personas para una determinada misión: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué…” (Jeremías 1.5), por ejemplo Juan el Bautista: “porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre” (Lucas 1.15). Fuimos escogidos antes de la fundación del mundo, para que seamos santos, predestinados conforme a su propósito (Efesios 1.4 y 11).


En el caso de Jacob y Esaú desde antes de su nacimiento, Dios conoce el futuro de ambos y sus descendientes (Romanos 9.11 al 16), también utiliza a faraón según su propósito (Éxodo 7.3; Romanos 9.17). Aunque la Escritura menciona su deseo de la salvación para todos los hombres (1 Timoteo 2.4), sin acepción de personas (Juan 3.16 al 18; Hechos 10.34), muchos acontecimientos se forman previamente en el plan de Dios y otros suceden con su permiso. La Escritura dice que Dios por su beneplácito, o sea, aprobación y permiso, da a conocer el misterio de su voluntad, lo que se había propuesto en sí mismo para reunir en Cristo Jesús, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos: que recibiéramos la herencia en Cristo, según el propósito y designio de Dios, para ser sellados por el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de la herencia (Efesios 1.9 al 14).


La predestinación del ser humano es su separación del destino natural al destino celestial para vida eterna (Romanos 8.28 al 33, 9.11 al 18; Efesios 1.3 al 12, 2.10; 2 Tesalonicenses 2.13). Las Sagradas Escrituras mencionan la predestinación en muchos de sus pasajes (Jeremías 1.5, 9 al 10; 1 Corintios 1.9; Gálatas 1.15; Efesios 3.9 al 11; 1 Pedro 1.2, 2.9), se aclara que ciertamente existe la predestinación como parte del plan de Dios. Pero sin dejar de lado la consagración y la santificación, pues la Escritura dice que primero tuvieron que creer, para ser sellados (Efesios 1.13), y el apóstol afirma que primero se creé y luego se confiesa (Romanos 10.9 al 17), y todo aquel que creyere en Jesús (Romanos 10.11). Además no todos obedecen al evangelio (Romanos 10.16). Esto significa que es importante considerar otros aspectos, porque en la consagración hay dedicación de la persona para Dios, hay actitudes según lo que se profese, hay un sentido de ofrecimiento de vida en servicio, culto racional a Dios y conciencia al actuar. La santificación es que una persona se reivindica de su vida pasada, se regenera, rehabilita, reclama y defiende su derecho de elección, recupera el honor que le pertenece como hijo incorporado a Dios.


Jesús no ruega solo por sus discípulos, sino también por los creyentes en él por la palabra de ellos (Juan 17.20), y le ora al Padre pidiendo guardar en su nombre a los suyos (Juan 17.11 y 24). La predestinación tiene que ir acompañada de consagración y santificación. Aun en los que son predestinados, se cumple el proceso de ser primeramente llamado como escogido (Mateo 20.16, 22.14; Apocalipsis 3.20). El Señor sabe quién va a creer en él y quién no va a creer (Juan 6.64). Hay algunos pasajes donde se demuestra claramente que Dios escoge un solo sentido o camino, que es hacer su voluntad, sin embargo, el ser humano se toma la libertad al escoger, actuando con rebeldía y oposición, en sentido contrario a ese camino trazado por Dios (Génesis 4.7, 8.21; Deuteronomio 30.15 al 19; Josué 24.15; 2 Samuel 11.1 al 17; 1 Reyes 11.1 al 10, 18.21; 2 Reyes 17.33; Isaías 1.18 al 20), por esta razón manda a arrepentirse (Lucas 24.47; Hechos 2.38, 3.19), dice que si el justo se retirare no agradará a su alma (Hebreos 10.38 al 39).


Además en la carta a los Romanos, Pablo menciona el tema en el capítulo 8, versículos 28 al 39: a quienes aman a Dios, conforme al propósito de él, son llamados. En el versículo 29 al 30, hace notorio su plan o proceso: los que antes conoció, también los predestinó, para que fuesen hechos conforme la imagen de Cristo, porque él es el primogénito entre muchos hermanos. Y continúa diciendo acerca de los predestinados, los llamó y los justificó, y a los que justificó también glorificó. Siendo la razón por la que Pablo menciona que nada nos puede separar del amor de Dios, en Cristo Jesús. Aun los escogidos, requieren el esfuerzo por la salvación (Mateo 24.13), por ejemplo, el sufrir persecución (Mateo 5.10 al 12).


2.5.4 DIMENSIONES DE CONOCIMIENTO


Hay muchos pasajes en los cuales se demuestra que el humano es un ser pensante (Deuteronomio 30.19; Eclesiastés 7.29, 11.9; Isaías 1.19 al 20; Marcos 16.16; 1 Corintios 10.12; 1 Timoteo 2.4), puede experimentar tres tipos de realidades de conciencia. Existen tres grados o niveles en el plano dimensional de conocimiento: el natural, el espiritual y el celestial. Este plano dimensional de conocimiento se representa de forma alegórica, con una forma de cielo, gobierno, mundo o reino. Las Sagradas Escrituras mencionan: “Alabadle, cielos de los cielos…” (Salmos 148.4), el apóstol Pablo menciona las visiones y revelaciones del Señor y el tercer cielo: “Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo,… fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre… que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12.1 al 4).


Hay un tipo de conocimiento que con palabras no se puede explicar, sino con acciones y ejemplo de vida, el testimonio como prueba y justificación de la verdad, es una forma de entendimiento e inteligencia celestial (del cielo o paraíso), es poder de Dios:


“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es... De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” (Juan 3.5 al 12).

Lo nacido de la carne, carne es, en el sentido de que es naturaleza, mientras lo nacido del Espíritu es espiritual, es poder de Dios, así hay sabiduría humana y sabiduría de Dios: “para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1 Corintios 2.5 al 7).


El ser humano desde el principio empezó a invocar el nombre de Jehová (Génesis 4.26). En el caso de Noé caminó con Dios y halló gracia ante los ojos de Jehová, ya que fue justo y perfecto en sus generaciones (Génesis 6.8 al 9). Dios quiso que se acordaran y se volvieran a él, todos los confines de la tierra y todas las familias de las naciones a adorar delante de él (Salmos 22.27, 86.9, 96.9; Apocalipsis 15.4). Las personas siempre han buscado adorar algo o a alguien, lamentablemente muy pocos lo han hecho con el conocimiento del verdadero Dios (Hechos 17.22 al 23), otros en cambio habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios sino que han honrado y dado culto a las criaturas antes que al Creador, a pesar de toda su creación y de todas las maravillas de Dios, han preferido adorar cualquier otra cosa (Romanos 1.21 al 25). Jesucristo dijo a la samaritana que ellos adoraban lo desconocido (Juan 4.22): “… Si conocieras el don de Dios…” (Juan 4.10). Esta es una situación muy generalizada en la actualidad, ya que la condición de la mayoría, quizás busca llenar un vacío sin importar lo que adora. Pablo entre todos los altares encontró en Atenas un altar al Dios no conocido (Hechos 17.23).


El propósito de la creación del ser humano, está en lo que Pablo llama la dispensación del misterio escondido en Dios, el Creador de todas las cosas. Esto con el propósito de que las muchas formas de la sabiduría de Dios sean dadas a conocer entre los seres creados, por medio de la fe en Cristo Jesús (Efesios 3.9 al 12). Pablo afirma que este propósito de Dios y su gracia nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos y manifestada con la venida del Salvador Jesucristo por el evangelio dado también a los gentiles (2 Timoteo 1.9 al 11). Entonces la finalidad de la creación del ser humano implica que ellos adquieran el conocimiento de Dios para alabanza de su gloria, a través del evangelio de Jesucristo dado inclusive a los gentiles. También para la administración de la gracia de Dios entre los seres humanos, siendo los gentiles coherederos y miembros del mismo cuerpo, copartícipes de la misma promesa (Efesios 3.1 al 8).


La dispensación de Dios durante todos los tiempos inicia desde la creación. En el huerto del Edén como Creador le concede la vida al ser humano, le distribuye labores para que cuide y labre el huerto, además encomienda a Adán los animales para darles sus nombres. Le encarga al ser humano la responsabilidad de administrar la naturaleza, al decirle que llene la tierra, la sojuzgue y señoree. Hay una administración general de Dios sobre la creación y el ser humano, porque le da mandamiento a la humanidad, determina sus consecuencias en el caso de actuar con rebeldía a su voluntad, establece un límite de existencia y un juicio final.


El pecado del ser humano no fue una improvisación, sino parte del plan de Dios para su dispensación, porque luego se le absuelve de su falta por medio de Cristo, liberándolo de su culpa y obligación de cumplir con la ley de los ritos, de la circuncisión y de la sentencia de muerte a ser apedreado por transgresión (lapidación).


La redención del ser humano es por medio de Cristo, porque hizo un único sacrificio derramando su propia sangre en la cruz, previsto desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los últimos tiempos. Esta solemnidad requiere en el ser humano, una conducta de temor en respeto y reverencia todo el tiempo de su peregrinación por este mundo (1 Pedro 1.17 al 20). Dios nos escoge en Cristo antes de la fundación del mundo, para ser santos y sin mancha delante de él, para alabanza de la gloria de su gracia. Por medio de la redención por la sangre de Jesucristo y el perdón de pecados, nos da a conocer el misterio de su voluntad, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, por el evangelio de la salvación y del reino de Dios, para creer en él y ser sellados con el Espíritu Santo (Efesios 1.3 al 14).


Esta dispensación final es la participación del reino de Dios prometido para los que obedecen, pero el misterio se descubre y sale a la luz, cuando se aprende a vivir la vida en Dios, a partir de la iglesia misma como pequeño reino de Dios sobre la tierra. El conocimiento pleno de esta dispensación está en mantener el sentido original de la iglesia del primer siglo, cuya característica destaca en la entrega y servicio por los demás, promoviendo valores de equidad y justicia, extendiéndolas a todos los gentiles, perseverando unánimes, estando juntos y teniendo en común todas las cosas, compartiendo según la necesidad de cada uno, partiendo el pan y comiendo juntos con alegría y sencillez, alabando a Dios como en un solo corazón, teniendo todas las cosas en común, viviendo realmente en comunidad (Hechos 2.44 al 47, 4.32 al 35) y reino de Dios.


La sabiduría de Dios es para entender la relación entre el conocimiento netamente natural y el definido como espiritual. Estos conocimientos autónomos, sin límites, tienen su fundamento en su propia legislación: la convivencia entre las civilizaciones y culturas o la descrita en el Antiguo Testamento con la ley de Dios, las acciones y consecuencias, la promoción y vivencia del amor de Dios, la fe, la justicia, la misericordia, la paz y santidad, el cumplimiento y obediencia a su alianza. El caos natural se ha vuelto un sepulcro, lo espiritual para purificación y lo celestial un impulso divino por causa de la vida eterna.


En el caso de la sabiduría del ser humano, por sí sola ha sido insuficiente, en términos espirituales, cuando la persona se excluye así misma de la posibilidad de tomar en cuenta la sabiduría proveniente de Dios el Creador, el saber de procedencia de lo alto:


“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Corintios 2.6 al 8).

Según el pasaje anterior, no se habría crucificado a Jesús sí hubieran entendido el mensaje de la sabiduría de Dios, pero el ser humano con su propia sabiduría, influenciada por intereses egoístas, mezquinos y particulares, luchas de poder, status social, compromisos políticos, militares, económicos o financieros, distorsiona el entendimiento y la idoneidad del juicio. Inclusive el mundo religioso en el plano espiritual, tiene una dependencia recíproca en intereses y conveniencias con el mundo natural y político.


2.5.4.1 CONOCIMIENTO NATURAL


Observemos la diferencia entre conocimiento natural y conocimiento espiritual. Jesús dijo: “Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10.42 al 45). Este conocimiento de Jesucristo y su servicio, trasciende entre el conocimiento natural y el espiritual (1 Corintios 1.17 al 2.13). Inclusive el que se estanca solo en lo natural no puede percibir lo espiritual, porque para él es locura: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2.14; Efesios 4.18). También dice Santiago en un pasaje de su epístola:


“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3.13 al 18).

La Biblia dice: “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres” (Salmos 115.16). Jesucristo trae consigo el conocimiento de Dios: el conocimiento espiritual y el conocimiento celestial: “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos… Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida…” (Juan 3.31 al 36). En relación con la tierra dada a los hijos de los hombres, cuando alguien comete un acto ilícito, se esconde u oculta, porque se considera digno de castigo por tal acción, reconoce y distingue el mal cometido:


“Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2.14 al 16).

El conocimiento natural se basa en las facultades humanas y las leyes naturales, necesarias para la subsistencia del ser humano. Figurativamente este tipo de conocimiento corresponde al gobierno del primer cielo o primer grado de conciencia. Por ejemplo, las actividades económicas, empresariales, industriales y financieras, lo civil en la relación e intereses entre ciudadanos, el cuidado del medio ambiente, los espectáculos artísticos, culturales y deportivos, el intercambio comercial y laboral, lo militar, los poderes ejecutivo, judicial y legislativo, lo político en el gobierno de las naciones, la salubridad, la seguridad pública, entre otros.


Este conocimiento natural es inagotable y no tiene límites, tal es el caso del poder legislativo, que nunca se termina de legislar en cada periodo de gobierno establecido por cada país, siempre surgen necesidades propias de cada región y cultura, cambios, evolución y tecnología, con el tiempo se presentan nuevas situaciones en el diario vivir y en la convivencia con los demás, donde se requiere actualización o nueva regulación, según cada época y las leyes civiles nuevas.


El conocimiento natural es aquel donde el ser humano tiene noción de su propia existencia (Salmos 16.7; Juan 1.9). El ser humano es innato desde su creación, en cuestionar, dudar e investigar. Su capacidad natural le posibilita analizar, pensar y reflexionar, para tomar sus propias decisiones, en algunos casos llamado libre albedrío o libertad de elección, aunque en algunos casos se combina con el libertinaje, debido al abuso de exceder el límite en la libertad de elección. A partir de Jesús el libre albedrío se condiciona en el libre albedrío de Jesús, o sea, tener la mente de Jesucristo en la toma de decisiones, para que sean conforme a la voluntad de Dios. Esto se cumple en los escogidos o predestinados a ser como Jesucristo, tanto en enseñanza y práctica, en ejemplo y modelo de vida.


El pecado esclaviza al hombre y lo condena, la Escritura dice que si el justo con dificultad se salva: ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador? (1 Pedro 4.18; Juan 3.19, 8.34). Para aquellos que nunca se arrepienten ni se convierten a Dios, tienen muchas razones para ser juzgados y condenados en el día del juicio, ya que tanto en el primer pacto como en el nuevo pacto, toda desobediencia y rebelión recibe justa paga de retribución (Hebreos 2.2 al 3). El pecado se infiltró desde el principio en el ser humano, en el huerto del Edén, desde ahí ha estado presente en la vida humana. Esto le ha traído consecuencias a la humanidad, cuyo desenlace final es la muerte, pues la paga del pecado es muerte (Romanos 6.23). El pecado es transgresión de la ley (1 Juan 3.4), toda injusticia es pecado (1 Juan 5.17), y el pecado está en el que sabe hacer lo bueno y no lo hace (Santiago 4.17; 1 Juan 5.17), la hipocresía o doble moral.


En algunos casos la Biblia habla de carne en referencia al pecado opuesto al Espíritu Santo o poder de Dios entre los obedientes (Romanos 8.5 al 8; Gálatas 5.16 al 17). El énfasis está en el apetito desordenado de placeres deshonestos o concupiscencia, que al ser concebido da a luz el pecado (Santiago 1.14 al 15), bajos instintos, inclinación y propensión sin reflexión. Las obras del pecado están descritas en los Gálatas: se menciona al adulterio, borracheras, celos, contiendas, disensiones, enemistades, envidias, fornicación, hechicería, herejías, homicidios, idolatría, inmundicia, iras, lascivia, orgías, pleitos y cosas semejantes a estas (Gálatas 5.19 al 21).


En las Sagradas Escrituras se mencionan varias faltas, donde se asevera acerca de quienes hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios. Otra lista semejante la encontramos en Romanos, en donde se afirma que son dignos de muerte quienes tienen estas prácticas, entre las que están el aborrecimiento a Dios, altivez, avaricia, contienda, deslealtad, desobediencia a los padres, detracción, engaño, envidia, fornicación, homicidio, implacabilidad, injuria, injusticia, inmisericordia, invención de mal, maldad, malignidad, murmuración, necedad, perversidad, sin afecto natural y soberbia (Romanos 1.29 al 32; 1 Corintios 5.9 al 11, 6.9 al 11; Efesios 5.3 al 7; 2 Timoteo 3.2 al 5; 1 Juan 3.15; Apocalipsis 21.8 y 27, 22.15).


La Biblia también dice: “Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6.16 al 19). La carta a los Hebreos nos advierte de la severidad de Dios (Hebreos 6.4 al 6, 10.26 al 27 y 30 al 31, 12.28 al 29), porque con él no se juega, debido a que si nos descuidamos, somos tibios o mediocres quedamos excluidos de él (Apocalipsis 3.16), ya que hay faltas consideradas leves, pero se hacen hábito en el diario vivir de placer, poder y riqueza.


El ámbito espiritual y de las religiones, no se contempla en el conocimiento natural, sino que escala a otro nivel de conciencia, porque dentro del ámbito natural puede estar enclavado un sector de la población mundial, con la negación de la existencia de un Dios personal y Creador de lo natural, contrario al conocimiento de adoración, alabanza y servicio al Dios verdadero. Este sector natural se fundamenta en las cuatro “i”, a saber: incredulidad, indecisión, indiferencia e ignorancia, en relación con el escepticismo de la conciencia sin fe y el materialismo, con duda respecto a la creencia religiosa y a la sustancia espiritual, sin la sensibilidad al desapego de lo superficial y terrenal.


La búsqueda de Dios es el propósito real de la existencia humana: la transformación y transcendencia de lo natural a lo espiritual, hasta llegar a la conciencia celestial. Sin este conocimiento se estanca el objeto y propósito final de la vida, como está escrito:


“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1.1 al 4).

El espíritu o intención del ser humano natural, determina su propia voluntad hacia un fin o meta, ya sea solo terrenal o incursionar en términos espirituales, para alcanzar lo celestial. La Biblia dice:


“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.12 al 16).

El mundo de los ajenos a Dios, rehúye un compromiso y responsabilidad con el Creador, la vida natural de la persona sobrevive en el mundo físico, desde su nacimiento hasta su muerte sin depender de glorificar y honrar a Dios, debido principalmente a las facultades propias e innatas del ser humano: antropológico, biológico, corporal, ecológico, fisiológico, genético, social y civil, su relación con otras ciencias, el arte, economía, filosofía y política. La persona sobrevive por meritos propios de la vida natural, sin necesidad de trascender al plano espiritual, sino con base en las oportunidades de la vida, salud, ocupación habitual, empleo, salario, preparación académica, oficio, profesión o trabajo vario.


La sociedad actual se encuentra muy afanada con muchos quehaceres para obtener bienes y servicios, valora al ser humano en la medida de los bienes logrados, se ha convertido en una sociedad materialista. Cuando una persona aparentemente está destinada a vivir una vida ajena a la voluntad de Dios, porque en ella no hay señal alguna de querer obedecer los mandamientos, sin embargo, cuando le llega la voz de Dios, el llamamiento es irresistible, a través de la luz transmitida a la mente, ilumina su entendimiento y posibilita la libertad de elegir el servicio a Dios de corazón. Dios interviene porque hay un pacto directo con la persona, esta última se sujeta a las disposiciones, a través de la ayuda recibida por el Espíritu Santo, dándole poder para vencer. Es la introducción de un sistema redentor, de los pecados del ser humano y obtención de su perdón, mediante la gracia del nuevo pacto, por medio de nuestro Señor Jesucristo.


Las concupiscencias son los apetitos desordenados de placeres deshonestos contrarios a Dios, las cuales practican las personas que desconocen su voluntad. Es la corrupción en el mundo a causa de los deseos asociados a la concupiscencia (2 Pedro 1.4), dejarse llevar por el pecado y obedecerlo en este apetito deshonesto (Romanos 6.12; Tito 3.3; 1 Pedro 4.1 al 5): “… orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra… y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe” (2 Tesalonicenses 3.1 al 2). Hay casos que la Biblia habla del mundo en alusión al pecado, se refiere al orden injusto establecido en nuestro planeta, estructuras socio-económicas, distribución injusta de la riqueza, políticas, costumbres, sistemas de dominación perjudiciales para el ser humano, donde impera la decadencia, la transgresión y la muerte (Juan 15.18 al 20; Santiago 4.4; 1 Juan 2.15 al 17, 3.3 al 13, 4.4 al 6, 5.4 al 5,17 al 19).


2.5.4.2 CONOCIMIENTO ESPIRITUAL


Dios ama al mundo de seres humanos, prueba de esto es que ha enviado a su Hijo para que el mundo sea salvo por medio de él (Juan 3.16 al 18), porque las obras del mundo han sido mala (Juan 3.19 al 21, 15.18 al 19). El practicante es hijo de Dios, cuando sin aislarse de la sociedad, se guarda del mal (Juan 17.15 al 18), rechaza el ejercicio del pecado partícipe en la sociedad del mundo (1 Juan 2.15 al 17), porque el nacido de Dios con fe enfrenta la maldad, vence con el bien el mal (Romanos 12.17 al 21; Juan 5.4) y se preserva en santidad.


Recibir a Jesús es aceptar y admitir su mensaje, se universaliza y hace extensivo a todos los seres humanos creyentes en su nombre y practicantes: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1.11 al 13). El creer hace referencia a practicar sus enseñanzas y a ser semejante en su vida, no basta con el saber, sino con el ser y el hacer, en otras palabras el ejercicio o la aplicación del saber.


La persona nacida de Dios, no puede aislarse del mundo, en el sentido de evadir en la sociedad el ejercicio del amor de Dios y la misericordia al necesitado, es imprescindible hacer el bien a los demás y amar a todos a su alrededor, con el fin de proveer lo necesario, ya sea abrigo, acompañamiento, apoyo, asilo, protección y refugio. ¿Qué recompensa tendría aquel que solamente ama a quienes también lo aman? Sin hacer equidad y justicia para cada necesitado, porque Dios mismo hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5.44 al 48).


Dios hizo al hombre recto, más ellos buscaron muchas perversiones (Eclesiastés 7.29), por consiguiente el pecado deja al hombre en condición de muerte (Colosenses 2.13; 1 Pedro 2.24). En esta condición nadie puede justificarse delante de Dios (Job 25.4; Isaías 59.2; Jeremías 2.22), por lo tanto, Dios por amor preparó un Plan de Salvación (Juan 3.16), ya que Jesucristo vino a salvar lo perdido (Mateo 18.11). El pecado es la desobediencia a Dios, así como la acción de Adán y Eva, tuvo consecuencias al desobedecer el mandamiento de Dios. Por esta transgresión fueron expulsados del Edén los primeros seres humanos (Génesis 3.1 al 24), quedando el ser humano destituido de la gloria de Dios por cuanto todos pecaron (Romanos 3.23), siendo acusados de estar bajo pecado (Romanos 3.9). El pecado entró en el mundo por un hombre, y como consecuencia la muerte, así la muerte pasó a todos los humanos (Romanos 5.12). Desde el principio su tendencia es el pecado (Génesis 3.6, 6.5), entonces la paga del pecado es la muerte (Romanos 6.23).


Para la redención del pecador, Jesús nos rescató con su muerte en la cruz. Por la redención obtenemos el perdón de pecados (Efesios 1.7). Pagó un precio con su sangre y nos sacó de la esclavitud del pecado, llevándonos a la santidad, ya que nos redimió de toda iniquidad (Tito 2.14), a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu (Gálatas 3.13). Somos justificados mediante la redención que es en Cristo Jesús (Romanos 3.24 al 26). Dios nos libró de la potestad de las tinieblas, y nos trasladó al reino de su Hijo, en quien tenemos redención por su sangre (Colosenses 1.13 al 14; Apocalipsis 5.9 al 10), de manera que Cristo Jesús además de sabiduría, justificación y santificación, ha sido nuestra redención (1 Corintios 1.30). Además a través de Jesucristo recibimos la restauración.


La restauración consiste en que el pecador vuelva a la condición que tenía antes de haber pecado, con completa recuperación (Ezequiel 33.11 y 14 al 16). Restaurarse es el resultado de la conversión, es como entresacar lo precioso de lo vil (Jeremías 15.19), es restaurar la justicia en el ser humano (Job 33.26). Para la restauración es necesaria la intervención de la mansedumbre (Gálatas 6.1). En la parábola del hijo pródigo se da un ejemplo de volver en sí y restaurarse (Lucas 15.17 al 24). La persona afligida debe suplicar a Dios que la restaure (Salmos 80.3, 7 y 19, 85.4), con los siguientes pasos:


a) Levantarse con fe y surgir de la condición pecaminosa con la ayuda de Dios.

b) Impulsarse a seguir adelante, fortalecido de la mano de Jesucristo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13).

c) Desenvolverse y motivarse con el apoyo de su propio esfuerzo para ejercitarse en sus principios y valores.

d) Mantenerse con la ayuda del Espíritu Santo, permanecer y perseverar hasta el fin en la gracia y obediencia a Dios.

El primer paso es tener fe en Dios, sin la misma es imposible ser de su agrado (Hebreos 11.6), hasta alcanzar un conocimiento confiado, firme y seguro en lo que se espera, con la creencia y seguridad aún sin haberlo visto, porque la fe es la certeza de lo esperado y convicción de lo que no se ve (Hebreos 11.1), por lo tanto, es necesario andar por fe y no por vista (2 Corintios 5.7). Esta fe viene por el oír de la palabra de Dios (Romanos 10.17).


Sin embargo, tener fe en Dios no es solo saber su existencia, sino creer a su voluntad y hacer como él manda, es creer a su juicio y a su recompensa, porque sin obras de obediencia a Dios y misericordia al prójimo, entonces la fe es muerta (Santiago 2.14 al 26). Por la fe creemos en todo lo hecho por Dios y alcanzaron buen testimonio los antiguos; no se pudo por las obras de la ley de Moisés ser plenamente justificado (Hechos 13.39), como la circuncisión, apedrear a los transgresores, hacer sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, sino mediante la fe en Dios (Habacuc 2.4; Romanos 1.17; Gálatas 3.1 al 5, 11; Efesios 2.8 al 9; Hebreos 11.2 al 40): “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1.17).


La justificación no fue por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino que somos justificados por la gracia de Dios, debido a su misericordia, regeneración y renovación en el Espíritu Santo (Tito 3.4 al 7). Para la justificación es necesaria tanto la gracia como la fe en forma recíproca, ya que van de la mano. Somos justificados por la fe y es por medio de Jesucristo que tenemos entrada por la fe a la gracia, una vez justificados en su sangre, por él seremos salvos (Romanos 5.1 al 2 y 9).


El resultado de la gracia es la salvación, por medio de la fe que es don de Dios (Efesios 2.7 al 8). De manera que el poder que justifica es la gracia divina, mediante la fe que nos responsabiliza a hacer justicia a los demás, ya que primeramente actúa la misericordia de Dios, luego por la misericordia recibida se procura hacer misericordia, con buenas obras y útiles a los seres humanos para ayudar en los casos de necesidad (Tito 3.8 y 14).


La justificación no es consecuencia de obras propias, sino que las buenas obras son un resultado de la gracia y la fe que opera justicia y paz en la persona. Las obras evidentemente son las de Jesús. El conocimiento espiritual se basa en los dones, ministerios y operaciones de Dios, figurativamente correspondientes al gobierno del segundo cielo, en relación con lo espiritual.


Cuando el ser humano verdaderamente oye la voz de Dios, a través de su palabra, pasa a un estado de conciencia y alcanza a entender ciertos aspectos espirituales, religiosos y teológicos ignorados, comprende lo de suma importancia y prioridad. Toma un rumbo en donde la persona es consciente del propósito de la existencia, entra a su vida el evangelio, la gracia y el poder de Dios.


El nuevo entendimiento acerca de la vida espiritual, no se limita a realizar solamente actividades naturales de subsistencia: alimentación, descanso, domicilio, esparcimiento, estudio, familia, trabajo y vestido, sino que incorpora actividades eclesiásticas, acción espiritual, comunitaria y social, trabajo clerical, laico y ministerial, ayuno, consagración, contemplación, lectura y estudio bíblico, meditación, oración, práctica de los valores del reino de Dios, reflexión, santidad y vigilia, para la convivencia en armonía, conmiseración, bien común, paz y solidaridad. La vida es un equilibrio, se requiere integrar y satisfacer las necesidades biológicas, docentes, económicas, educativas, espirituales, fisiológicas, religiosas y sociales. Cultivar el intelecto, el carácter, la personalidad, la sociabilidad, la comunión, con los demás, uno mismo, el medio ambiente, con Dios el Padre, su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo.


En la aplicación de estatutos y juicios justos que Dios ha dado, al guardarlos y ponerlos por obra (Deuteronomio 4.5 al 8), está la sabiduría y la inteligencia, y es Jehová quien da directamente la sabiduría en la persona (Proverbios 2.6; Santiago 1.5). Hay palabra de edificación, exhortación y consolación dada por el Espíritu Santo para beneficio de la iglesia, ya que infunde sentimientos de paz, piedad y virtud, buscando cada uno agradar a su prójimo en lo que es bueno (Romanos 14.19, 15.2 al 5; 1 Timoteo 4.13; 2 Timoteo 3.16, 4.12). Bíblicamente el profetizar es para edificación, exhortación y consolación (1 Corintios 14.3). Es necesario seguir lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación (Romanos 14.19). Impulsar el ánimo y la edificación los unos a los otros (1 Tesalonicenses 5.11), con enseñanza edificante cuando se trata de exhortar con algunos mensajes, se debe hacer con mucho amor, cuidado y prudencia. Hay mensajes con el objetivo de consolar a la iglesia, cuando hay aflicción, angustia o persecución.


La adoración es la alabanza, culto, obediencia y oración a Dios Padre que está en el cielo y a su Hijo Jesucristo, con conciencia de lo que se hace, o sea, conocimiento interior y reflexivo para hacer el bien y evitar el mal. Es lo que la palabra de Dios llama culto racional, para presentar el cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que no se conforma, sino que se renueva en el entendimiento, para comprobar la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12.1 al 2). La palabra dice que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Juan 4.23 al 24). En el acto de adoración que describe el salmista involucra arrodillarse y postrarse delante de Jehová nuestro Hacedor (Salmos 95.6).


Dios es digno de suprema alabanza, entonces es bueno exaltar su misericordia (Salmos 106.1, 117.1 al 2, 145.3). Hay que aclamar alegremente a Jehová y cantarle con júbilo, venir ante su presencia con regocijo (Salmos 95.1 al 2, 100.1 al 5). Una de las cosas principales que debe tener el hijo de Dios en su corazón y en su vida es el gozo del Espíritu de Dios. Al estar alegre una forma de demostrarlo es cantando alabanzas (Santiago 5.13), hay que darle la gloria y la honra a Dios Padre, pues es el creador de lo visible e invisible, y a su Hijo Jesucristo (Apocalipsis 4.11, 5.11 al 14). Hay que cantar con salmos, himnos inspirados y alabanzas reveladas (Efesios 5.19). También la alabanza a Dios es un elogio a él (Hebreos 13.15), y es el aprendizaje y obediencia a su palabra (Colosenses 3.16).


La oración es la comunicación directa del ser humano con Dios. Hay poder en la oración y es eficaz. Se requiere orar al Padre en el nombre de su Hijo Jesús (Juan 14.13 al 14), crédulo de recibir la petición (Mateo 21.22). Hay que orar a Dios para hacer lo bueno y evitar el mal (Mateo 6.13; 2 Corintios 13.7). Es necesario orar siempre sin desmayar (Lucas 18.1), porque Dios oye al temeroso y obediente de su voluntad (Juan 9.31). El oye la oración sincera hecha con humillación (2 Crónicas 7.14; Santiago 4.8 al 10), que se acerca y le busca con fe (Hebreos 11.6), porque es importante el espíritu quebrantado, con el corazón contrito y humillado (Salmos 51.17). La obediencia es clave para ser escuchada (Proverbios 28.9), y el estar en paz con el prójimo (Mateo 5.23 al 24). Es necesaria la oración en comunidad (Hechos 12.12), rogar los unos por los otros (Santiago 5.16), orar por los miembros de la iglesia (Efesios 6.18), y por los seres humanos (1 Timoteo 2.1 al 3) en general.


Hay pasajes acerca de la oración de postrado y rodillas (Salmos 95.6). Conforme se pueda, se recomienda la oración en estas posiciones, siempre y cuando las condiciones del lugar lo permitan o no haya ningún impedimento, debido a capacidad física diferente. Es devoción realizar la oración de rodillas, como el profeta Daniel que se hincaba de rodillas tres veces al día (Daniel 6.10), esta posición es una forma de humillación ante Dios. En la Biblia la expresión caer sobre el rostro significa postrarse (Números 14.5, 16.4; 2 Crónicas 7.3). Se debe doblar las rodillas en el nombre de Jesucristo (Isaías 45.23; Hechos 21.5; Romanos 14.11; Filipenses 2.10 al 11). Jesús nos dio el ejemplo cuando oró de rodillas ante el Padre (Lucas 22.41). El apóstol Pablo dejó precedente de orar en esta posición (Efesios 3.14).


La oración debe hacerse con orden, porque se ora con el espíritu y con el entendimiento (1 Corintios 14.15 y 40), la oración colectiva debe ser por una situación a la vez (Hechos 1.24, 4.24; Colosenses 4.2 al 4), cuando se ora todas las mentes deben estar unificadas en un mismo pensamiento. En cuanto a esto, la oración pública en la congregación se recomienda su dirección por una sola persona (2 Crónicas 6.12 al 13; 1 Corintios 14.16 al 17), porque la oración del grupo con diversidad de peticiones a la vez, tanto de los hermanos como de las hermanas, no puede sobrepasar en tono por encima de quien dirige la oración (1 Corintios 14.23), se realiza la oración con la mente.


En vista de la necesidad de comunión del ser humano, tanto con Dios como con las demás personas, en beneficio de su relación personal y con el medio ambiente que le rodea, existen actividades que enriquecen espiritualmente y socialmente al creyente, hablamos del ayuno, convites de comidas fraternales y vigilias. En cada reunión de la comunidad de fe y en la actividad de culto se cumple con la comunión y congregación.


Las Sagradas Escrituras pueden influir sabiduría necesaria para la salvación por la fe que es en Jesucristo, son inspiradas por Dios y útiles para redargüir, para corregir, para instruir en justicia (2 Timoteo 3.15 al 17; 2 Pedro 1.20 al 21), fue escrita para nuestra enseñanza (Romanos 15.4). La palabra de Dios es verdad (Juan 17.17). Jesucristo no enseñó como de parte suya, sino lo que el Padre le daba que hablase (Juan 12.49). Las palabras que habló Cristo son espíritu y son vida (Juan 6.63), la persona que cree en él como dice la Escritura (Hechos 18.28), tiene promesa de que en su interior fluya el Espíritu de Dios (Juan 7.38 al 39). El cielo y la tierra pasarán pero sus palabras no pasarán (Salmos 119.89 al 90; Mateo 24.35). La palabra siempre cumple su propósito en aquello para lo que es enviada (Isaías 55.10 al 11).


El apóstol Pablo le recomienda a Timoteo ocuparse en la lectura, la exhortación y la enseñanza (1 Timoteo 4.13). Jesús mismo dice que escudriñemos las Escrituras o sea que las examinemos y averigüemos en forma minuciosa lo que está escrito (Juan 5.39), él nos dio el ejemplo de dominar plenamente las Escrituras (Lucas 24.27), en la sinagoga se levantó a leer (Lucas 4.16). Así como fue abierto el entendimiento de los discípulos, para comprender las Escrituras (Lucas 24.45; Hechos 16.14), también recibimos la ayuda a través del Espíritu Santo para entender las mismas (Juan 14.26).


La palabra de Dios alumbrará el camino en nuestro diario vivir (Salmos 119.105), por esta causa es buena costumbre leer todos los días una porción de la Escritura. Este tipo de hábito mantiene los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.14). En la Biblia encontramos varios ejemplos de personas que acostumbraban leer la Escritura, está el caso del etíope (Hechos 8.27 al 35), los hermanos de Berea que la escudriñaban cada día (Hechos 17.11), y Timoteo que desde niño sabía las Sagradas Escrituras (2 Timoteo 3.15).


La palabra de Dios siempre es oportuna, nunca se vuelve obsoleta, de manera que es un conocimiento útil para todos los tiempos, es viva y eficaz, que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Es por medio del Espíritu de Dios que se recibe palabras de poder, como la palabra de sabiduría y la palabra de ciencia (1 Corintios 12.8), porque es Dios quien da la sabiduría a los sabios y la ciencia a los entendidos (Daniel 2.21).


La palabra de ciencia es un conocimiento que Dios le da al ser humano, que contiene las demostraciones de la revelación del Espíritu Santo, para dar conciencia y razonamiento útil en beneficio de la vida (Números 24.16; Proverbios 2.10, 19.2; Daniel 5.12; 1 Corintios 1.5, 12.8). La palabra de sabiduría es dada por revelación del Espíritu Santo, ya que consiste en un conocimiento profundo que permite un buen juicio para saber conducirse (1 Corintios 12.8; Santiago 3.17). El espiritual cumple con su obligación como parte de sus deberes que atañen a la vida religiosa, con la espiritualidad correspondiente, es solamente parte de su compromiso y responsabilidad básica y mínima: “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17.10). Mientras que el celestial trasciende.


2.5.4.3 CONOCIMIENTO CELESTIAL


El conocimiento celestial es un tipo de conciencia e inteligencia que trasciende de lo espiritual a lo celestial. Se presenta un nuevo pensamiento consiente del plan y propósito del reino de los cielos: “… buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3.1 al 2). Este conocimiento celestial se basa en la adhesión y predestinación a ser como Jesucristo. Figurativamente es un gobierno del tercer cielo, porque es tener la conciencia y mente de Cristo: “… Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.16).


Para comprender este tipo de conocimiento, se compara con la analogía de la resurrección: “Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales” (1 Corintios 15.46 al 48). Alegóricamente es igual en el conocimiento, se nace natural, o sea, terrenal, luego, según la medida de la fe, se posibilita escalar al conocimiento espiritual, para finalmente consolidarse al nivel del conocimiento celestial, al adherirse y revestirse de Cristo en su semejanza de vida.


El conocimiento celestial transciende de la misericordia a la máxima plenitud de la voluntad de Dios. La diferencia entre conocimiento natural y celestial, se distingue más claramente en la historia de la humanidad, a partir del ejemplo de vida de Jesucristo. Se registran sucesos de genocidios por guerras y masacres, llevados a cabo en el nombre del Señor Jesús, con la finalidad de imponer y extender geográficamente la religión cristiana. Por ejemplo, en el tiempo de la conquista de los europeos frente a los nativos de América, pero esta situación no representa creer en su nombre, el asesinato, división, intolerancia, irrupción, muerte, odio, persecución, repudio, rivalidad religiosa y violencia, es contraproducente a la enseñanza de Jesús como ejemplo, modelo de vida cotidiana en amor, valores comunitarios y universales.


La verdadera trascendencia al paraíso, es trascender a la práctica del amor y justicia de Dios. Prevalece el respeto inalienable a la vida humana, la convivencia de reino de Dios entre nosotros, los derechos humanos irrenunciables, irrevocables e intransferibles, la misericordia, paz y santidad. Predomina lo celestial, ante lo animal, carnal, diabólico, malo, pecaminoso y terrenal: “… cuyo dios es el vientre,… que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos…” (Filipenses 3.18 al 21), “porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3.15).


En Dios se vive el verdadero amor (Romanos 5.8), de su procedencia (1 Juan 4.7), y le amamos porque él nos amó primero (1 Juan 4.19). El amor a Dios es guardar sus mandamientos (1 Juan 5.3): “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4.8). En el caso de la ausencia en la comprensión del mensaje de Jesús, la vida queda sin trascendencia ante Dios (Colosenses 3.1 al 4), solamente terrenal y superficial: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso…” (1 Juan 4.20). Jesús dijo: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15.12 y 17).


Algunos se estancan en la salvación por religiosidad. En este sentido, a pesar de las barreras dogmáticas y religiosas, influyentes en su época, Jesús no presentó su adhesión a la política o religión oficial del momento. El sector religioso oficial rechaza a Jesús: “Muy de mañana, habiendo tenido consejo los principales sacerdotes con los ancianos, con los escribas y con todo el concilio, llevaron a Jesús atado, y le entregaron... Pilato le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondiendo él, le dijo: Tú lo dices. Y los principales sacerdotes le acusaban mucho... Mas Jesús ni aun con eso respondió; de modo que Pilato se maravillaba” (Marcos 15.1 al 5).


Más adelante se dice: “Y Pilato les respondió diciendo: ¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos? Porque conocía que por envidia le habían entregado los principales sacerdotes” (Marcos 15.9 al 10). Los líderes religiosos podrían ser muy catedráticos y doctos, pero en el plano espiritual, tenían antivalores como la envidia. Su apego a esta envidia los ubica entre el conocimiento natural y el espiritual, pero no logran trascender al celestial, prueba de esto es que rechazan a Jesucristo como Salvador personal. El conocimiento celestial es por medio de la gracia de Dios, mediante la fe en Cristo Jesús: “y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2.6). Sin esta sabiduría, la creencia es forzada e impositiva con violencia, caso sucedido con las guerras religiosas del enojo, intolerancia, muerte y odio.


En el primer siglo existían grupos religiosos como los fariseos y los saduceos, quienes rechazaron a Jesús. No comprendieron la relación entre la ley y su transformación a la gracia. En una ocasión Jesús se refiere a los maestros de la ley y los fariseos como personas que con sus hechos niegan lo que con sus labios confiesan: “… Mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen” (Mateo 23.2 al 3). Esto significa que son creyentes pero no practicantes, son espirituales de carácter religioso, pero no celestiales, predestinados a ser como Cristo.


Los acuerdos de fe ejercidos y transmitidos por la comunidad de fe, emergida en el primer siglo, con la enseñanza y práctica de Jesucristo, con ánimo, armonía, principios de conciencia moral y voluntad. Es una confesión de fe o profesión de fe a conciencia, convicción, meditación y reflexión: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6.17 al 18).


Es un ordenamiento de disposiciones establecidas sobre la base del amor y la fe, el modelo ejemplar de vida es Jesucristo, con la apertura de su enseñanza a todo el mundo, sin hacer acepciones de personas. Jesús es fuente de vida abundante para todas las naciones, sin discriminación académica, color de piel, cultural, discriminación a la mujer, económica, edad, étnica, geográfica, idioma, racial y status social. La diversidad de iglesias no es una competencia a la libre, con la presunción de exclusión o inclusión delante de Dios, hay formas de injusticia religiosa, debido a la fragmentación del cristianismo, según la interpretación individual, particular o privada. Las religiones cristianas presentan su máximo esfuerzo por brindar un medio, herramientas y mecanismos para acercar al ser humano natural hacia Dios, no obstante, la única verdad absoluta es Jesucristo, quien nos posibilita el conocimiento celestial.


2.5.5 LUMINARES EN EL MUNDO


Los seres humanos espirituales son como luminares en medio de las tinieblas, estén donde estén, en su entorno hay corrupción. La persona como espiritual no está exenta o inmune de ser absorbida por la densa oscuridad, hasta apagarse. Se reconoce pecador pero sin practicar el pecado, sino en una lucha continua contra el pecado. La vocación de mantener la calidad de vida espiritual frente a su entorno, es preservar los principios y valores a pesar de la adversidad.


La espiritualidad es un logro consecuente de las acciones, por medio de la libertad de decisión espiritual o libre albedrío espiritual, o sea, una facultad de propia determinación. El espiritual es candidato a trascender y salir del ámbito espiritual al celestial: “… ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida…” (Filipenses 2.12 al 16). Esto es similar a lo mencionado por Daniel, acerca de los entendidos, donde resplandecerán y comprenderán (Daniel 12.3 y 10), llegando a ser luminares y resplandecientes en el mundo (Filipenses 2.15), luz en el Señor andando como hijos de luz (Efesios 5.8; 1 Tesalonicenses 5.5), a través del testimonio de la conducta.


Jesús rodeado de personas ignorantes (Lucas 18.34, 24.25 al 27; Hechos 3.17 al 18), creció desde niño en sabiduría y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.52), su mente fue sumergida en un océano de conocimiento (Mateo 13.54; Lucas 4.21 al 22 y 32), llena de la luz de Dios, clara y transparente. Tiene el entendimiento encendido, semejante a una antorcha resplandeciente, con lo cual ilumina el conocimiento de la gloria de Dios a través de él (2 Corintios 4.6). El ser humano, por causa del mal, estaba destituido de la gloria de Dios. Cristo con su venida, tuvo la misión de reconciliarnos con el Padre. Se establece un nexo entre Dios y los seres humanos, con Jesucristo como mediador (Romanos 5.8 al 11). Dios es el que resplandece en los corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4.3 al 6).


Al relacionar el simbolismo del primer pacto con el nuevo, en la parábola de Jesús, refiriéndose al reino de los cielos, comparado con diez vírgenes, encontramos acerca del aceite puro como la unción del Espíritu (Salmos 89.20), significa las personas preparadas en espera del Señor, en forma constante y permanente (Mateo 25.1 al 13). Las lámparas representan la palabra (Salmos 119.105) y la unción del Espíritu posibilita percibir la comprensión y discernimiento. Jesús menciona que la lámpara del cuerpo es el ojo (Mateo 6.22 al 23), y si el ojo es bueno, todo el cuerpo está lleno de luz. Jesús insta a las personas a ser la luz del mundo, donde vean las buenas obras y glorifiquen al Padre de los cielos (Mateo 5.14 al 16).


Por lo tanto, las lámparas son las personas conservadoras de la palabra de Dios con la unción del Espíritu, son aquellos siervos vigilantes, con sus lomos ceñidos y sus lámparas encendidas, preparados, velando y esperando la venida del Señor (Lucas 12.35 al 40; Apocalipsis 2.5), en forma continua y permanente. Dios puso una luz para alumbrar el camino del ser humano, mencionado por el salmista al decir: “Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas” (Salmos 43.3).


El testimonio es como una lumbrera que da luz en las tinieblas, es una forma de corresponder con gratitud y reflejar la obra del Señor en nuestras vidas (Hechos 1.8; Efesios 5.8 al 17; 1 Pedro 3.14 al 16; Apocalipsis 12.17). Desde la antigüedad el testimonio ha sido el poner por obra los mandamientos de Dios, para hacer prevalecer la justicia en nuestras vidas y sea visto por todos como un ejemplo, de generación en generación (Deuteronomio 6.24 al 25). Es resplandecer como luminares en el mundo (Filipenses 2.15), es creer con el corazón para justicia y confesar con la boca para salvación (Romanos 10.10). Es ser luz del mundo (Mateo 5.14), para alumbrar a todo aquel que está alrededor, de manera que vean la obra de Dios en nosotros y glorifiquen al Padre que está en los cielos (Mateo 5.16).


El mismo poder de Dios para actuar en nosotros, da testimonio de que somos hijos de Dios (Romanos 8.16). El testimonio se manifiesta al predicar la palabra con acciones prudentes, en la cautela, con los hechos, humildad, mansedumbre, paciencia, sabiduría, en el vestir, en el vocabulario. Además, practicando lo honesto, justo, puro y verdadero, entre otros (Filipenses 4.8 al 9). El mensaje es llevado a todas partes, para que otros sean salvos y constituidas personas justas (Hechos 5.29, 32; Romanos 1.5, 5.19, 15.18, 16.19; 1 Pedro 1.22).


Vivimos en una sociedad permisible donde el desenfreno de la conducta, está sumida en la esclavitud del pecado; inclusive considerados creyentes obedecen la palabra parcialmente. La palabra gracia se ha tergiversado casi por completo. El pueblo de Dios está llamado a obedecer y permanecer firme hasta el fin (Mateo 24.13). La obediencia y perseverancia van de la mano, si una falla la otra fracasa. Todos los días nos aseamos y nos alimentamos; así es la vida espiritual, tanto la obediencia como la perseverancia no pueden descuidarse, para seguir el consejo de mantener firme la profesión de la fe sin fluctuar (Hebreos 10.23): “No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5.7 al 10).


La iluminación y obediencia es mantener un buen comportamiento y cumplir con la voluntad de Dios, a pesar de lo difícil que sean las circunstancias, según el ejemplo de Cristo (Hebreos 5.7 al 9). La obediencia a Dios, es cumplir sus mandamientos, según nos enseña el mismo Señor Jesús, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones y para testimonio de la luz de Dios en el diario vivir (cotidianidad).


2.5.6 EL DIOS DE PUERTAS ABIERTAS


La revelación de Dios es por excelencia la manifestación de la verdad secreta u oculta, para que cumplamos su palabra (Deuteronomio 29.29). Dios revela lo profundo y escondido (Daniel 2.22), mediante su Espíritu (1 Corintios 2.9 al 11), y trae a su memoria al ser humano, con fines de auxilio, ayuda, y bendición: “Y se acordó Dios de Noé…” (Génesis 8.1). “… Dios se acordó de Abraham…” (Génesis 19.29). “Y se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos” (Génesis 30.22).


Dios mantiene su puerta abierta a Israel en la esclavitud de Egipto a través del pacto: “Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre. Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios” (Éxodo 2.23 al 25, 6.5 al 8). La comunicación con Dios es mediante la humillación e invocación, oración, búsqueda y conversión a Dios: “… entonces yo oiré desde los cielos… Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración…” (2 Crónicas 7.14 al 15).


2.5.7 EL TRIBUTO A DIOS O DIEZMO SOLIDARIO


Las Sagradas Escrituras dicen: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15.4). En relación con el tributo a Dios o diezmo solidario, todo inicia con la tribu de Leví, como tribu sin territorio y esparcida por todo Israel, salvo algunas ciudades de domicilio, ubicadas en todas las demás tribus: “Habló Jehová a Moisés en los campos de Moab, junto al Jordán frente a Jericó, diciendo: Manda a los hijos de Israel que den a los levitas, de la posesión de su heredad, ciudades en que habiten;… Y en cuanto a las ciudades que diereis de la heredad de los hijos de Israel, del que tiene mucho tomaréis mucho, y del que tiene poco tomaréis poco;…” (Números 35.1 al 8; Josué 21.1 al 2 y 41).


El diezmo corresponde a la décima parte, o sea, es un porcentaje, su aporte es un monto mayor equivalente en quienes más tienen, en comparación con quienes reciben menos ingresos. La tribu de Leví no tuvo posesión entre la repartición de los territorios, solo los lugares para habitación: “En aquel tiempo apartó Jehová la tribu de Leví, para que llevase el arca del pacto de Jehová, para que estuviese delante de Jehová para servirle, y para bendecir en su nombre, hasta hoy, por lo cual Leví no tuvo parte ni heredad con sus hermanos; Jehová es su heredad, como Jehová tu Dios le dijo” (Deuteronomio 10.8 al 9; Josué 13.32 al 33). Así, en las sociedades actuales hay partes de la población divididas en clases sociales, donde la clase baja son las más desposeídas y de menos oportunidades en la vida, en el sentido material de bienes y servicios, preparación académica, opciones laborales y de remuneración. Estas clases clasificadas o consideradas como bajas, son socorridas por las clases medias y altas con el diezmo solidario.


Esta situación no se trata de un anacronismo, o sea, una utilización anticuada y fuera del tiempo vigente, porque Dios en su sola potestad y conocimiento futuro, prevé y provee un mecanismo de bienestar social y bien común, para un equilibrio, con el financiamiento y economía de los que más pueden a favor de los más necesitados. La tribu de Leví al quedar por fuera de entre los terratenientes, subsistiría con la alimentación provista para el servicio a Dios: “Los sacerdotes levitas, es decir, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad en Israel; de las ofrendas quemadas a Jehová y de la heredad de él comerán. No tendrán, pues, heredad entre sus hermanos; Jehová es su heredad, como él les ha dicho… porque le ha escogido Jehová tu Dios de entre todas tus tribus, para que esté para administrar en el nombre de Jehová, él y sus hijos para siempre… Igual ración a la de los otros comerá, además de sus patrimonios” (Deuteronomio 18.1 al 8).


Dios es la heredad, en el sentido de que nuestro Creador no va a desamparar al ser humano en lo necesario para la subsistencia. Los levitas recibirían el diezmo de parte de todas las demás tribus: “Y Jehová dijo a Aarón: De la tierra de ellos no tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte. Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel. Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión” (Números 18.20 al 21 y 24). En la sociedad actual le corresponde a quienes tienen ingresos estables, contribuir para el bien de aquellos en condición de pobreza y extrema pobreza. Esto requiere asumir responsabilidad por parte de quienes tienen lo suficiente y pueden compartir con los demás, para una distribución más justa y equitativa en la sociedad.


El diezmo era una forma de contribución territorial, acerca de la décima parte de las cosechas agrícolas y ganado: “Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová… Y todo diezmo de vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, el diezmo será consagrado a Jehová… Estos son los mandamientos que ordenó Jehová a Moisés para los hijos de Israel, en el monte de Sinaí” (Levítico 27.30 al 34). El diezmo retribuye su labor: “Y lo comeréis en cualquier lugar, vosotros y vuestras familias; pues es vuestra remuneración por vuestro ministerio en el tabernáculo de reunión. Y no llevaréis pecado por ello, cuando hubiereis ofrecido la mejor parte de él; y no contaminareis las cosas santas de los hijos de Israel, y no moriréis” (Números 18.31 al 32).


Inclusive se cumplía que el mismo beneficiado con recibir el diezmo, tenía que ofrendar a Dios también la décima parte del diezmo: “Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Así hablarás a los levitas, y les dirás: Cuando toméis de los hijos de Israel los diezmos que os he dado de ellos por vuestra heredad, vosotros presentaréis de ellos en ofrenda mecida a Jehová el diezmo de los diezmos. Y se os contará vuestra ofrenda como grano de la era, y como producto del lagar. Así ofreceréis también vosotros ofrenda a Jehová de todos vuestros diezmos…” (Números 18.25 al 30). En otras palabras, en nuestro tiempo, los mismos pobres que reciben ayuda, tienen su deber solidario de compartir con los de extrema pobreza o miseria, para hacer surgir el nivel de bienestar en todos los niveles.


La pobreza consiste en vivir con lo necesario para subsistir, pero la extrema pobreza o miseria está por debajo del límite de subsistencia. Ahora bien, con Jesús cambia el destinatario del diezmo solidario. Esto tiene una simbología, significado y representación: actualmente no hay sacerdocio Levítico sino que Jesucristo es el sacerdote mediante la tribu de Judá: “Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley; y aquel de quien se dice esto, es de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Hebreos 7.12 al 17).


El diezmo solidario ahora se entrega directamente a Jesucristo, según el orden de Melquisedec. Resulta que en este orden media Abraham, mucho antes del legislador Moisés, o sea, Abraham representa no solo a las religiones identificadas con su legado, sino que en Melquisedec se involucra la justicia y el sacerdocio, anterior a la institución del sacerdocio levítico, como figura de un sacerdocio universal de justicia, paz y responsabilidad social y fraternal: “donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes y le bendijo, a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz; sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre… Y aquí ciertamente reciben los diezmos hombres mortales; pero allí, uno de quien se da testimonio de que vive… Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley), ¿qué necesidad habría aún de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón?” (Hebreos 6.20. y Hebreos 7.1 al 7.11).


Por lo tanto, el diezmo solidario es un compromiso y legado generacional, inclusivo de toda la humanidad, como ofrenda a Dios el Creador. Es la solución mundial a la justificación actual de la propiedad privada, empresarial o industrial, en función social y del bien común. Es el valor y el precio justo para disminuir la desigualdad e injusticia social. La práctica del diezmo solidario contribuye a la austeridad, por parte de quienes más tienen y más quieren, esto ayuda a contrarrestar el consumismo salvaje, la voracidad del sistema de endeudamiento y usura, por consiguiente, promueve el bienestar, paz y seguridad con responsabilidad social.


La forma de entregar el diezmo solidario al sacerdocio universal de Jesucristo es la siguiente: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (Mateo 25.31 al 32). El pasaje anterior claramente establece a todas las naciones, no solamente cristianos, espirituales, religiosos, sino a quienes han habitado cada nación.


Entonces, continuemos con la lectura anterior y luego reforzamos con el profeta Malaquías: “Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí… Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeño, a mí lo hicisteis… Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles… De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25.33 al 46). Ser justo es practicar justicia.


La función del diezmo era proveer del alimento necesario y costear las necesidades de los desposeídos y sin tierras, que aunque tenían derechos por ser también una tribu de Israel, sus oportunidades eran limitadas, restringido solo a un lugar de domicilio y un trabajo en el ministerio y servicio a Dios. Era un tipo de remuneración por sus labores, similar a un salario, pero sin poseer territorios como para vivir de ganancias, a manera de explotar la tierra, con las cosechas, intercambio o comercio, sino dependientes de la colecta del diezmo para sobrevivir.


Así, comparado con nuestros tiempos, en la actualidad el aporte de las demás tribus vendría a ser como una función de responsabilidad social universal. Los pobres siempre existirán dijo Jesús: “Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis” (Juan 12.2 al 8). Los pobres los tendremos en la sociedad, por lo menos con lo necesario y suficiente para sobrevivir, sin caer en la extrema pobreza o miseria, pero con el auxilio del resto de la sociedad. El diezmo solidario es compartir de forma justa la décima parte, con los necesitados y devolver así, a Dios, una pequeña parte de todo lo recibido en el transcurso de esta vida.


El pasaje anterior indica acerca de Judas Iscariote, siendo discípulo era ladrón de la misma bolsa del financiamiento o tesorería, para el ministerio de Jesús. En cierta ocasión, Dios dice que le han robado: “Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa…” (Malaquías 3.8 al 10). La casa de Dios ahora en Jesucristo es una casa universal: “Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿o cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?” (Hechos 7.47 al 50).


Hay un procedimiento vigente para entregar a Dios los diezmos solidarios, siempre habrá pobres con necesidad: en los adultos mayores, amistades, el barrio, compañeros de estudio, comunidad, conocidos, desempleados, discriminados, enfermos, extranjeros, familiares, huérfanos, indigencia en la calle, indocumentados, inmigrantes, madres solteras, marginados, niños (as) de la calle, peregrinos, privados de libertad, situación de adicción a las drogas, vecindad y viudas.


En todo el planeta cada contribuyente es responsable de que la ayuda llegue directamente a los más necesitados, próximos a su alrededor en cada nación. Esto es vivir en fraternidad y solidaridad. La Escritura nos orienta al respecto: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17.24 al 25). En el caso del financiamiento para la administración y organización congregacional y eclesiástica, existen las colectas especiales, contribuciones voluntarias, donativos específicos y ofrendas (Mateo 6.2 al 4, 10.7 al 10; Lucas 9.2 al 3; 1 Corintios 9.4 al 18).


La responsabilidad del cumplimiento es personal y a conciencia: esto se entiende como un zoom desplazado desde la continuidad de un plano de enfoque a otro. Por ejemplo, primero la tribu de Leví es beneficiada por el diezmo recaudado entre las demás tribus de Israel. Luego Dios establece un cambio de sacerdocio, donde deja de ser la tribu de Leví y pasa a ser su Hijo Jesucristo, el sacerdote por siempre. El diezmo solidario se entrega a Jesús por medio de los necesitados. En este zoom Dios está por sobre todo, observa nuestro proceder y cumplimiento del amor de Dios, fe, justicia, misericordia, paz y santidad. Se determinan las condiciones de convivencia de nuestra existencia y por un tiempo establecido, para glorificar y honrar a nuestro Creador. Es deber del ser humano cumplir a cabalidad con sus obligaciones contributivas, máximo si se trata de la vida de otras personas, se constituye en un asunto de suma importancia y trascendencia ante Dios. En el mundo hay injustamente por causa del mismo humano, mucha gente muriendo de hambre y sed.


Jacob, nieto de Abraham, realiza un voto acerca del diezmo, mucho antes del sacerdocio levítico: “E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (Génesis 28.20 al 22).


Los habitantes del planeta somos parte de una misma comunidad humana, Dios quiere una convivencia de justicia para todos y todas, ya que el ser humano es el administrador de las riquezas de este mundo para el bien común: “Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti? Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon” (Malaquías 3.13 al 15).


Dios dice: “Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama… He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Malaquías 3.18. y (Malaquías 4.1 al 4.6). Luego la Biblia aclara acerca de Juan el Bautista: “… Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1.13 al 17).


Juan el Bautista predicaba: “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego. Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? El les dijo: No exijáis más de los que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario” (Lucas 3.9 al 14). Juan el Bautista enseña al pueblo el compartir y la solidaridad, desde vestimenta hasta alimentos. A los trabajadores públicos les muestra el camino sin corrupción, sin perjudicar y sin privilegios excesivos o abusivos, al decir que estén conformes con el salario. Al final de cuentas también los que menos tienen son igualmente conciudadanos de los que más tienen. La Escritura dice: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2.5).


2.5.8 EL CRISTIANISMO SIEMPRE RENOVADO


La renovación continua del cristiano está en el corazón y la mente, como dice en los Salmos: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Salmos 51.10 al 12). La persona con el tiempo se envejece, pero su interior se renueva de día en día (2 Corintios 4.16). Esta renovación es en el espíritu de la mente, o sea, en la intención de los pensamientos y se renueva la personalidad en la justicia y santidad. Es un proceso de renovación hasta el conocimiento pleno (Colosenses 3.10): amor, benignidad, compasión, consagración, humildad, mansedumbre, misericordia, paciencia, perdón y santidad (Colosenses 3.12 al 14).


La renovación es un volver permanentemente a un primer estado u origen de la relación con Dios: “Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio” (Lamentaciones 5.21), para perseverar y mantener el amor y la justicia de Dios. Desde un principio, el ser humano al ejecutar los estatutos y poner por obra las ordenanzas de Dios, les hacía habitar sobre la tierra con seguridad (Levítico 25.18 al 19). Para no endurecer los corazones ni cerrar sus manos al hermano pobre, sino abrir la mano liberalmente, sin mezquindad de corazón, porque de esta forma se recibe bendición en todo lo que se hace y se emprende, porque es mandamiento de Dios ayudar al pobre y al menesteroso (Deuteronomio 15.7 al 11).


Se requiere reanudar o restablecer en forma constante las buenas relaciones con los semejantes y con Dios, especialmente en la ayuda mutua, justicia de Dios y sincero amor. Por esta razón es importante y necesaria la acción eclesiástica, en términos de contribuir económicamente y financiera para el bien común. Por medio de la ofrenda voluntaria para ayudar a los santos pobres, según como proponga cada uno en su corazón, porque Dios ama al dador alegre (Romanos 15.26; 2 Corintios 9.5 al 15). En 1 Corintios 16.1 al 3, leemos acerca de una colecta semanal apartada por cada hermano y hermana, la cual posteriormente el apóstol Pablo la recogía para hacerla llegar a los santos de Jerusalén. Así en la actualidad la ofrenda voluntaria para los santos pobres y el diezmo solidario, se complementan para ayudar a los necesitados, tanto dentro como fuera de la comunidad eclesiástica. También hay ofrendas de abarrotes y ropa limpia, en buen estado para repartir.


El cristiano siempre se renueva integralmente, tanto en lo espiritual como en la solidaridad material: “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2.15 al 17). Los Salmos mencionan el ejemplo del cuidado y renovación de Dios en la creación: “Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; abres tu mano, se sacian de bien. Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Salmos 104.27 al 30). La Biblia menciona que Dios restaurará al ser humano su justicia (Job 33.26).


En los Salmos se encuentran algunas súplicas para restauración:


“Oh Dios, restáuranos; haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos” (Salmos 80.3, 7 y 19).


“Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación…” (Salmos 85.4).


2.5.9 EL CRISTIANISMO REFORMISTA MODERADO


El término reformar se relaciona con ajustar, arreglar, construir, corregir, dar nueva forma y rehacer. En el cristianismo la reforma es moderada, sin exceder las reglas delimitadas por Dios mediante su palabra. La Biblia tiene textos difíciles de entender, que algunos analistas o intérpretes realzan excesivamente como fundamentales entre sus doctrinas, para establecer una característica diferenciadora que los identifique y distinga en relación con la interpretación de otros grupos eclesiásticos. Ejemplos de estos pasajes bíblicos de difícil interpretación:


_ “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Corintios 15.19).


_ “De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?” (1 Corintios 15.29).


_ “Porque también Cristo padeció… en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados,…” (1 Pedro 3.18 al 20).


_ “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11.14).


_ “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad…” (Judas 6).


Para la lectura se requiere: “... No pensar más de lo que está escrito...” (1 Corintios 4.6), como también nos dice Pablo: “Porque no os escribimos otras cosas de las que leéis, o también entendéis; y espero que hasta el fin las entenderéis” (2 Corintios 1.13). De manera que si la Biblia se explica por sí misma, se puede evitar una interpretación especulativa, fantasiosa y de suposiciones fuera del contexto bíblico, porque una lectura ajustada a lo escrito y sentido bíblico, es la palabra de Dios sin interpretación privada e inspirada por el Espíritu Santo (2 Pedro 1.20 al 21). Tanto lo escrito como su interpretación deben ser a través del mismo Espíritu de Dios, el sentido de la Escritura se explica por sí misma.


También Pedro se refiere: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4.11); de esta manera se elimina la tergiversación (forzar y torcer) el sentido de la palabra de Dios al darle una mala interpretación. Se requiere analizar la escritura con base en el contexto cultural e histórico, por el cual se escribe el pasaje, la necesidad resuelta en ese momento y las personas destinatarias del mensaje. Luego, tener mucho cuidado al traerlo al presente y aplicarlo en la actualidad, en nuestras propias circunstancias, sin descuidar lo establecido por Dios: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella” (Deuteronomio 4.2). Hay otras citas bíblicas al respecto Deuteronomio 12.32; Proverbios 30.5 al 6; Apocalipsis 22.18 al 19). Hay castigo para quien afirma alguna palabra como dicha por Dios sin haberla él mandado (Deuteronomio 18.20; Jeremías 23.29 al 31, 29.23) y hay recompensa cuando no se aparta ni a diestra ni a siniestra de las palabras que ha ordenado (Deuteronomio 28.13 al 14), esto es, con justicia una posición media entre los extremos.


La rigidez de fundamentar creencias como enseñanza eclesiástica, es el drástico hermetismo para cambiar y corregir lo erróneo con el paso del tiempo. Por ejemplo, hubo época en la administración de la iglesia por medio de la jerarquía eclesiástica, donde de forma flexible pudo escuchar las iniciativas de reforma de Martín Lutero con sus noventa y cinco tesis, en su lucha contra lo considerado como abusos y errores de la iglesia, sin embargo, la reacción fue de intimarle con autoridad y fuerza para que se retractara. Posteriormente recibe condena y excomunión, al final fracasa también por cierta actitud propia de intransigencia. La iglesia oficial en lugar de dialogar termina en una contrarreforma. Lutero desiste de la unidad y sin pretenderlo es el origen de un cristianismo fraccionado, entre bandos que inclusive llegan a cruentas guerras y exterminio de creyentes. Prevalece la división, enemistad, intolerancia, luchas de poder y odio. También entre occidente y oriente.


CAPÍTULO 3: PABLO, EJEMPLO DE VIDA AL SERVICIO MINISTERIAL Y COMUNITARIO


La distribución ministerial entendida bajo los conceptos paulinos, acerca de los sucesos entorno a la vida de Pablo, las causas de su forma de pensar dentro de la comunidad de fe y su ministerio. Se reitera acerca de Pablo su gran capacidad e inspiración para escribir muchas de sus cartas: “… Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3.15 al 16).


Un ejemplo, de un pasaje de Pablo, que algunos han convertido en controversial: “Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento. Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. Digo, pues a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando” (1 Corintios 7.6 al 9).


3.1 SAULO INSTRUIDO POR GAMALIEL


Saulo, en cierta ocasión, se reconoce fariseo e irreprensible en relación con la justicia de la ley (Filipenses 3.4 al 6). El proceder en sus principios es auténtico, arraigado en la instrucción recibida a los pies de Gamaliel (Hechos 22.3), el doctor de la ley y venerado por todo el pueblo (Hechos 5.34 al 35), rechaza la nueva enseñanza promovida por el cristianismo, pero su resistencia e intransigencia es quebrantada, al recibir la luz divina por medio de Jesucristo. En forma clara logra comprender el propósito y plan de Dios, la relación entre la ley y la gracia, prefijada conforme a los tiempos y su cumplimiento. Valora el significado de la ley, la profecía y su plenitud en Cristo, porque en la escuela paulina, se confirma el ritualismo de la ley como una figura o símbolo de la presencia de Cristo (Colosenses 2.16 al 17), reconoce más sublimes al amor y la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús (Filipenses 3.7 al 9).


Saulo testifica la no existencia de justificación por las obras personales, por el cumplimiento de la ley ritual o méritos de su propia justicia, sino por la fe de Cristo, la justicia en Dios por la fe. Es por medio del evangelio en el nuevo pacto al abrazar y aceptar la justicia de Dios, revelada por fe y para fe (Romanos 1.17), mediante la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre (Romanos 3.22 al 26).


La sangre es un símbolo de vida y Jesús se entregó en vida al servicio de los demás, con amor, gracia, paz y verdad: “Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Juan 2.29). Los Proverbios dicen: “Hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio” (Proverbios 21.3). Saulo confronta la ley ritual de matar a pedradas (lapidar). Esta ley la encontramos en las siguientes citas bíblicas por cada uno de los diez mandamientos: 1) Éxodo 22.20; Levítico 20.1 al 2. 2) Deuteronomio 17.2 al 5, 8.19. 3) Levítico 24.11 al 16. 4) Éxodo 35.2; Números 15.32 al 36. 5) Deuteronomio 21.18 al 21. 6) Éxodo 21.12; Levítico 24.17. 7) Levítico 20.10. 8) Éxodo 21.16; Deuteronomio 24.7. 9) Deuteronomio 19.16 al 21. 10) Josué 7.20 al 26. Esta confrontación de la lapidación se presenta frente a la ley de vida del Decálogo o ley de los Diez Mandamientos, y su prohibición de matar (Éxodo 20.13; Deuteronomio 5.17). Pablo descubre que no puede ser justificado mediante las obras rituales de la ley (Gálatas 3.16, 5.2 al 6), o sea, la parte ritual, inclusive el rito de la circuncisión. Pablo considera que mediante la ley del Decálogo se recibe el conocimiento del pecado (Romanos 3.19 al 20), y a través de la fe se logra la verdadera circuncisión de Cristo, para ser un verdadero adorador, sin mediar las obras rituales de la ley (Colosenses 2.11 al 14), sino por medio de Jesucristo.


Al venir la fe se confirma la obediencia a la ley (Romanos 3.30 al 31). La justificación como hijos de Dios, en el nuevo pacto, ya no es mediante la circuncisión ritual, simbolismo del primer pacto con el corte del prepucio; sino por recibir el amor de Cristo en el corazón, se obtiene la capacidad de obedecer realmente los mandamientos, fe y fuerzas, a través de la circuncisión en el corazón; en espíritu, no en letra (Romanos 2.28 al 29). Antes de su conversión era un ministro en la letra, al consentir injustamente la muerte a pedradas contra Esteban (Hechos 7.58 al 60). La ordenanza de la ley es añadida, por causa de las transgresiones a los Diez Mandamientos (Gálatas 3.19). En esta ordenanza se manda apedrear a quienes quebrantan la ley escrita en tablas de piedra. Es un ministerio de condenación y muerte, se sustenta solo en la letra o teoría.


Ahora es práctico y vivencial. El nuevo pacto es un ministerio del espíritu vivificante, porque el Espíritu Santo es derramado en cada persona y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2 Corintios 3.6 al 17). Al ser ministro en el espíritu, logra entender la abolición de la ley ritual, de apedrear y de la circuncisión, mediante el sacrificio de Cristo en la cruz. Por esta razón, la muerte de Esteban es injusta, el ser lapidado y sufrir tal condena conforme con la antigüedad, ya no tiene justificación legal en el nuevo pacto. Sin embargo, Jesús menciona que algunos matarían pensando que rendirían servicio a Dios (Juan 16.1 al 4).


La aceptación del evangelio y a Jesús como Salvador, posibilita ser siervo de la justicia de Dios (Romanos 6.18, 20 al 23), la persona se aferra al estandarte de los mandamientos no escritos en tablas de piedra, sino escritas con el Espíritu del Dios vivo en tablas de carne del corazón (2 Corintios 3.2 al 3). El primer pacto a la persona sorprendida en el acto de trasgresión a uno de los Diez Mandamientos, permite su sentencia a ser apedreada. Y si alguno comete pecado oculto, sin ser sorprendido en el acto, por la acusación de dos o tres testigos (Deuteronomio 17.6, 19.15; Números 35.30), entonces se presenta sacrificio, ofrenda, holocaustos y expiaciones por el pecado de ignorancia (Hebreos 9.6 al 10, 10.5 al 10). Pablo reconoce el sacrificio de Cristo como sustitutivo de la ley ritual de la presentación de corderos, el viejo hombre es crucificado juntamente con él y el cuerpo de pecado es destruido (Romanos 6.6). Sella sus palabras con la expresión: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2.20).


3.2 SAULO EL PERSEGUIDOR


Saulo es un furioso perseguidor al consentir el arresto y la muerte de los seguidores de Cristo. A partir del primer mártir Esteban, acontece una persecución contra los creyentes de Jerusalén, por lo cual se esparcen por las tierras de Judea y de Samaria; excepto los apóstoles. Saulo entra casa por casa para arrestar a hombres y a mujeres para encarcelarlos (Hechos 8.1 al 3), cuya iniciativa lo lleva hasta presentarse ante el Sumo Sacerdote, para pedirle cartas hacia las sinagogas de Damasco y encontrar algunos fieles a la enseñanza de Jesús, con el fin de traerlos presos a Jerusalén para castigo (Hechos 9.1 al 2, 22.4 al 5).


Saulo se obsesiona por hacer retractar a todos los creyentes en Cristo, se enfurece contra los cristianos y los fuerza a blasfemar. Los persigue hasta en las ciudades extranjeras, considera su deber la lucha contra los seguidores de Jesús de Nazaret (Hechos 26.9 al 11), trata a estas personas y sus creencias como un atentado contra el más riguroso grupo de su religión, el fariseísmo (Hechos 26.4 al 5), algunos consideran al cristianismo como una nueva herejía (Hechos 24.14).


3.3 DE SAULO A PABLO, LA CONVERSIÓN AL CRISTIANISMO


Saulo conocido como Pablo tiene una transición de perseguidor de los cristianos a perseguido por causa del nombre de Jesús. Un día, cuando Saulo iba camino a Damasco, se le aparece el Señor Jesús, lo rodea con un resplandor del cielo, Saulo cae y oye la voz de Jesús, pero queda ciego. Por la oración de Ananías, un siervo del Señor, recobra la vista, se convierte al cristianismo, se bautiza y pasa unos días con algunos discípulos. Llega a ser un instrumento escogido, para llevar el nombre del Señor en presencia de los gentiles, reyes y del pueblo de Israel (Hechos 9.3 al 19).


A pesar de la crueldad demostrada por Pablo, especialmente en el caso de la muerte de Esteban, se aprende a través de su historia, de cómo Dios transforma al ser humano en un instrumento útil, con el poder de hacer el bien y evitar el mal, el respeto a la integridad y vida humana, amor a Dios y al prójimo como a uno mismo. Contrario a las creencias o ideas extremistas, ya sean ultra conservadoras, radicalismos religiosos, rivalidades étnicas o raciales, luchas de poder, odio, opresión, tortura o de cualquier índole discriminatoria, agresiva y violenta.


3.4 PABLO EL DEFENSOR DE LA COMUNIDAD DE FE


Pablo es rechazado por los judíos al iniciar una nueva etapa de su vida, en defensa de las comunidades de fe, sus detractores cierran las puertas al Señor y endurecen sus corazones. El Señor tiene cuidado de Pablo, lo anima con amor para fortalecer su confianza (Hechos 23.11). Por causa de su amor y esfuerzo, por testificar del Señor en Jerusalén, así es enviado con el mismo aliento y fuerzas a Roma. Se cumple el propósito de Dios en la vida de Pablo, a pesar de la gran adversidad, lo protege para la predicación de su palabra en Roma, inclusive delante de gobernantes.


Pablo defiende la fe ante el pueblo de Israel y gentiles, e incluso, reyes como Félix, Festo, Berenice y Agripa, entre otros líderes de la administración del momento, quienes son altos jerarcas del gobierno de la época. El rey Agripa por poco se persuade a ser cristiano. El apóstol Pablo demuestra su inocencia, injustamente es acusado y con su defensa en beneficio de la comunidad de fe, se rectifica de la persecución realizada antes de su conversión a Cristo, al reivindicarse no es merecedor de prisión menos de muerte (Hechos 26.24 al 32), máxime porque su servicio es para Dios.


3.5 PABLO EL IMITADOR DE CRISTO


Pablo es ejemplo de imitar a Cristo (1 Corintios 11.1), en el amor verdadero, la entrega total y el servicio, sin procurar el beneficio personal (1 Corintios 10.24, 32 al 33). Pablo insta a Timoteo a ser ejemplo en amor, conducta, espíritu, fe, palabra y pureza (1 Timoteo 4.12). Imitar a Pablo (1 Corintios 4.16; Filipenses 3.17), igual como él a Cristo, es seguir los pasos de Jesús, en la justicia y santidad de la verdad, sin palabras corrompidas, sin contristar el Espíritu Santo con antivalores: amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, malicia, sino de misericordia al aplicar el perdón (Efesios 4.24 al 32).


Cristo como ser humano (1 Juan 4.2) sobre la tierra, establece un precedente en la condición de carne y hueso, llega a ser el modelo por excelencia para sus seguidores, en acciones, amor, conducta, obediencia, perseverancia y valor. Se mantiene fiel y fortalecido, a pesar del sufrimiento que le esperaba con inminencia (Lucas 9.22). Está escrito: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece… Mi Dios pues, suplirá todo lo que os falta…” (Filipenses 4.13 y 19).


El Señor Jesús cuando le llega la hora de ser entregado, escarnecido y crucificado, ora intensamente en la intimidad con su Padre, con mucha aflicción y angustia, para ser fortalecido y poder soportar el momento esperado. En esta oración, su sudor es como grandes gotas de sangre derramadas en tierra, su corazón palpitante siente el consuelo de la presencia divina, no obstante, se acerca el acecho de sus verdugos y la traición. Sus ojos dulces, piadosos, llenos de amor y misericordia, observan la acción del ser humano, que le causaría un castigo inmerecido, a pesar de mostrar tanta bondad y compasión, al ayudar y sanar a los más necesitados.


Jesús conoce el corazón y la mente de cada persona (Mateo 9.3 al 4, 22.18; Lucas 5.22; Juan 2.23 al 25, 5.42), abriga la esperanza, de que en medio de la maldad de sus adversarios, surja un destello de luz, de amor genuino y fe verdadera, similar al amor entregado personalmente, sin reproche ni reservas, sino con todo su ejemplo. Y aún en la plenitud de su muerte, en el momento final, en la cúlmine del abandono, dolor y sufrimiento, por el desprecio e injusticia recibida, brotan en sus labios humanos, desde lo más profundo de su corazón, con el amor divino derramado en todo su ser, las siguientes palabras: “… Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… En tus manos encomiendo mi espíritu…” (Lucas 23.34 y 46).


3.6 EL TESTIMONIO DE PABLO COMO TESTIGO DE CRISTO


Pablo es acusado, injustamente, con argumentos legalistas, en el arresto de Pablo en Filipos, se manifiesta el propósito de Dios, porque en esta oportunidad se convierten el carcelero y toda su casa (Hechos 16.23 al 34). Además por falsos testigos es arrestado en el templo (Hechos 21.27 al 36).


Pablo mismo relata su testimonio: “... En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11.23 al 28).


La descripción de estos peligros muestra la adversidad contra Pablo, incluso, sufre naufragio por una tormenta (Hechos 27.13 al 44), a pesar de todos los obstáculos sufridos por Pablo como siervo de Dios, recibe el poder para soportar las aflicciones, padecimientos y persecuciones por causa del evangelio, por ejemplo en Antioquía, en Iconio y en Listra lo libra el Señor. En cierta ocasión Dios dice a su pueblo: “He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción” (Isaías 48.10).


El testimonio es la demostración de la vivencia en forma ejemplar, es la justificación y prueba, del cumplimiento y ejercicio, por ejemplo, la práctica de los valores comunitarios. Pablo fue un testigo de Cristo, se muestra como ejemplo de vida, según las enseñanzas de Jesús y su demostración de valores en su diario vivir: “… Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron…” (Hechos 26.21 al 23). “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4.7 al 8).


Jesús manifiesta que serían sus testigos, hasta lo último de la tierra (Hechos 1.8). Así como Pablo fue uno de sus testigos delante de todos los hombres (Hechos 22.14 al 15), también Esteban fue un fiel testigo de Cristo hasta en el momento de su muerte (Hechos 22.20). Jesucristo en el Apocalipsis, a través del mensaje a Pérgamo, resalta a aquellos que retienen su nombre y no niegan su fe, ni a pesar de que uno de sus testigos fieles, llamado Antipas fue muerto en medio de ellos (Apocalipsis 2.13). Jesús mismo se hace llamar el testigo fiel y verdadero (Apocalipsis 3.14). Y señala que cualquiera que le niegue delante de los hombres, también él le negará delante del Padre que está en los cielos (Mateo 10.33). Para ser un fiel y verdadero testigo de Cristo, es indispensable poseer la perseverancia y el valor en él.


Cuando Jesús explica la parábola del sembrador, menciona acerca de la semilla en buena tierra, equivalente a las personas con corazón bueno y recto al retener la palabra oída, y dar fruto con perseverancia (Lucas 8.15). Por otra parte, el que persevere hasta el fin será salvo, según declaración misma de Jesús y la predicación del evangelio acerca del reino (Mateo 24.13 al 14).


3.7 EL SENTIMIENTO DE ABANDONO Y AFLICCIÓN


En cierta ocasión el profeta Elías invoca a Dios contra Israel: “… Señor a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme…” (Romanos 11.2 al 4, 1 Reyes 19.1 al 18). Jesucristo en la cruz exclamó “… Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27.46). Muchas veces por causa de la palabra se sufre persecución, estando expuestos a la aflicción, opresión y tribulación (Romanos 12.12; 2 Corintios 1.6; 2 Tesalonicenses 1.4 al 5). Pablo y Timoteo fueron ejemplos documentados de estos sufrimientos (2 Timoteo 3.10 al 12).


Juan aclara acerca de quien no persevera en la doctrina de Cristo en realidad no tiene a Dios (2 Juan 9), esta perseverancia implica confianza, esperanza, paciencia y valentía. El perseverar en el evangelio y retener la palabra, es para salvación, de lo contrario se cree en vano (1 Corintios 15.1 al 2). Santiago habla de bienaventurado quien persevera, sin ser oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra (Santiago 1.25). Es necesaria la capacidad del amor para poder sufrir (1 Corintios 13.7), son bienaventurados los sufrientes (Santiago 5.10 al 11), porque si sufrimos también reinaremos con el Señor (2 Timoteo 2.3 y 12).


Cuando se habla de valentía, se refiere a la acción resultante, a la hora de tomar en forma decidida una determinación, hasta llevarla a cabo sin prejuicios o temores. No se trata meramente de pensar la idea de actuar, sino de su ejecución a plenitud. El propósito se refleja a través de la práctica, con ánimo pronto, en forma resuelta y voluntaria, sin miedo a los obstáculos presentados. La valentía se complementa con la perseverancia, después de la toma de una iniciativa y el emprendimiento de una meta establecida. Se requiere la fidelidad hasta el fin, a pesar de la adversidad, para lograr los objetivos según la misión y visión definida para salvación.


Es muy importante para ser un fiel y verdadero testigo de Cristo, poseer el valor y la perseverancia en él. Por otra parte, Jesús dice: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24.13). Conocedor de la palabra de Dios (2 Pedro 1.19), que es viva y eficaz (Hebreos 4.12), cuando Pedro le insinúa no sufrir la crucifixión, Jesús le reclama que ¿cómo podría rehusarse al cumplimiento profético de las Sagradas Escrituras, evitando el padecimiento y sufrimiento? Porque entonces ¿cómo se cumpliría la Palabra? Ya que es necesario que así se haga (Mateo 26.52 al 54), según el anuncio profético.


La decisión de Jesús en este sentido fue abrigar todo el valor suficiente para perseverar hasta el fin, en el propósito por el cual viene a este mundo. Jesucristo verdaderamente comprende el motivo de su vida y el plan de Dios para con él y con aquellos en torno a su persona. No se sale del objetivo principal de su venida, respecto a la obediencia y servicio a su Padre que estaba en los cielos, ni se deja deslumbrar o influenciar con la distracción de cortinas de humo o por el ruido ensordecedor del mundo. Acata firmemente la misión encomendada e influye su conocimiento en la ignorancia predominante de su época, para beneficio de las generaciones posteriores hasta el día de hoy.


La Biblia dice: “… ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas? El que camina en justicia y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala; éste habitará en las alturas; fortaleza de rocas será su lugar de refugio; se le dará su pan, y sus aguas serán seguras” (Isaías 33.14 al 16).

3.8 LA COBERTURA Y PROTECCIÓN


Jehová Dios ha sido una fortaleza y libertador, de quienes lo invocan (2 Samuel 22.1 al 7; Salmos 40.16 al 17). La Escritura da por bienaventurado aquel cuya esperanza está en Jehová su Dios, el cual hizo los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que hace justicia a los agraviados, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, levanta a los caídos, guarda a los extranjeros, al huérfano y a la viuda sostiene, reinará Jehová para siempre (Salmos 146.5 al 10).


Siendo nosotros hijos del Dios Altísimo nos dejó una protección contra la adversidad si somos justos (Proverbios 12.21). Sabemos que Dios hizo el día del bien para gozar y el día de la adversidad, que tanto lo uno como lo otro tienen un propósito (Eclesiastés 7.14), sin embargo, llegará el momento en que el mal no existirá más (Mateo 25.41; Apocalipsis 20.10). Este mal se opone a Dios y por consiguiente adversa contra sus hijos (Job 1.6 al 11, 2.1 al 6; 1 Pedro 5.8; Apocalipsis 12.9, 20.2 y 10). Donde hay contienda, destrucción, división, mentira, odio, oposición, pleito, rencor y toda clase de maldad, está la adversidad, el mal y malignidad presente. Los nombres relacionados son los siguientes:


a) Acusador (Apocalipsis 12.10).
b) Beelzebú (Mateo 12.24 al 27).
c) Belial (2 Corintios 6.15).
d) Destructor, Apolión (Apocalipsis 9.11).
e) Diablo (Mateo 4.1).
f) El dios de este siglo (2 Corintios 4.4).
g) El malo (Mateo 13.19).
h) Engañador, mentiroso, homicida, adversario y astuto (Génesis 3.1; Juan 8.44; 2 Corintios 2.11; 1 Pedro 5.8; Apocalipsis 2.24).
i) Maligno (Efesios 6.16).
j) Principe de la potestad del aire (Efesios 2.2).
k) Satanás (2 Corintios 11.14).
l) Serpiente antigua y gran dragón (Apocalipsis 12.9).
m) Tentador (1 Tesalonicenses 3.5).

El temor de Dios es una base principal para hallar gracia ante sus ojos, como la cualidad de Job: ser temeroso de Dios (Job 1.1, 2.3, 4.6). Este es el principio de la confianza y sabiduría (Salmos 111.10, 119.161; Proverbios 1.7, 8.13, 14.26 al 27, 15.16, 33, 19.23; Eclesiastés 12.13; Isaías 66.2; 2 Corintios 7.1; Efesios 5.21; 1 Pedro 1.17; Apocalipsis 14.7). El temor de Dios proporciona estabilidad, felicidad, gozo, satisfacción, seguridad, es el principio de la obediencia, pero no por miedo al juicio, como un temor de cobardía, inseguridad y miedo (Apocalipsis 21.8), prejuicio o idea preconcebida que cohíbe actuar con libertad. El verdadero amor echa fuera el temor (1 Juan 4.18). Dios se agrada de cualquier nación que le teme y obra justicia (Hechos 10.35). Dios mismo ha puesto temor en el corazón, para que no se aparten de él (Jeremías 32.40), este temor de Jehová es aborrecer el mal (Proverbios 8.13). En un hogar donde hay temor de Dios, hay bendición y protección de Dios, está la fuerte confianza y esperanza, es manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte (Proverbios 14.26 al 27).


Dios en su cobertura y protección está en contra de las conductas subversivas, que son aprendidas y se oponen a la voluntad de Dios, como las prácticas de la adivinación (Levítico 19.31), del agorero en supersticiones o sortílego en adivinación por medio de suertes (Deuteronomio 18.10 y 14), del espiritismo como médiums al tratar de comunicarse con los difuntos (Deuteronomio 18.11 al 12), la hechicería (Gálatas 5.20), que tendrá su parte en el lago ardiente con azufre y fuego, que es la muerte segunda (Apocalipsis 21.8). Solo Dios provee la cobertura y protección espiritual, ningún ser humano puede sustituir a Dios: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre… y su corazón se aparta de Jehová…” (Jeremías 17.5 al 8).


CAPÍTULO 4: VALORES Y TRABAJO MINISTERIAL


4.1 VALORES MINISTERIALES


La autoridad establecida por Dios, para ser cabeza de la iglesia, es Jesucristo (Efesios 1.22 al 23, 5.23; Colosenses 1.18). Toda la estructura de trabajo eclesial le está sujeta en reverencia, servicio y temor, cada obrero ministerial con su servicio rinde tributo al Señor, que es digno de toda la alabanza, gloria, honra y poder, conscientes de un servicio en lo más sagrado de las actitudes, actos, adoración, desempeño y servicio con entrega, esfuerzo, gratitud, honestidad, obediencia, rectitud, testimonio y vocación.


Es prioridad del obrero permanecer fiel en cualquier circunstancia, lugar y momento, sin anarquía o desorden en la función ministerial. Los pilares entre los valores comunitarios de un ministro de la palabra de Dios, están:

1) Confianza (1 Tesalonicenses 2.4).

2) Honestidad y honradez (Salmos 51.6; Hebreos 13.18; 2 Corintios 8.21; 1 Tesalonicenses 4.12).

3) Integridad (Job 2.3; 1 Reyes 9.4; Isaías 26.7; Proverbios 19.1 y 20.7).

4) Respeto (Romanos 13.7).

5) Servicio (Romanos 14.18 al 19; Apocalipsis 2.19).

El fundamento bíblico de la autoridad y unidad, con referencia a la estructura ministerial, está en Efesios 4.1 al 16. Es un sistema de trabajo recomendado por la palabra de Dios, para mantener la armonía en las funciones administrativas y ministeriales. La unidad de trabajo en equipo generada por el Espíritu Santo es una garantía del proceso de perfección de los obreros en el ministerio, por medio del conocimiento y de la fe, porque la comprensión y el entendimiento posibilita rendir culto en forma comprometida y racional. El oficiar como ministros del Señor requiere un engranaje de servicio y unidad, en cumplimiento del ordenamiento bíblico. La iglesia es de Jesucristo, quien dice: “… edificaré mi iglesia…” (Mateo 16.18). Esta unidad de la iglesia es el vínculo común identificado por la sujeción a Cristo: “… así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo,…” (Efesios 5.23 al 24).


Jesús da testimonio de servicio y manifiesta al respecto que quien quiera ser grande o el primero debe ser un servidor (Marcos 9.35, 10.42 al 45). Se recomienda de corazón y con el pensamiento puesto en el Señor, colaborar y servir, no por apariencias, sino con amor a Cristo el Señor de manera genuina y sinceridad: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,…” (Hebreos 12.2).


La Escritura, en Romanos capítulo 12, versículo 3, insta a cada persona, conforme con la medida de la fe repartida por Dios, a desarrollar la capacidad de pensar con cordura para no tener más alto concepto de sí mismo sino el apropiado. Esto significa evitar la jactancia o vanagloria. En los versículos 4 al 5, compara la iglesia con un cuerpo compuesto por muchos miembros, cada uno de ellos con diferentes funciones. En los versículos 6 al 11, se mencionan los diferentes dones según la gracia recibida, por ejemplo, el de enseñanza, exhortación, misericordia, presidir, profecía, repartir y servicio, pero en todos los casos el amor es necesario con diligencia y sin fingimiento, sin pereza, sino fervientes en espíritu.


En 1 Corintios, capítulo 12, versículos del 4 al 10, explican la diversidad de dones, ministerios y operaciones. En estas clases se distribuyen los diferentes dones, fe, palabra de ciencia y palabra de sabiduría. En el caso de los versículos del 11 al 27:


“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? … Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo,... Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”.

En el versículo 28, se mencionan a los apóstoles, maestros, profetas, el don de administrar y ayudar. Al final del capítulo se menciona procurar los dones mejores, posteriormente, se recomienda acompañarlos con amor verdadero. Algunos de estos dones se pueden procurar y lograr, según el empeño y esfuerzo de cada persona, otros dones se pueden adquirir solamente por medio del Espíritu Santo. Dios, a través de su Espíritu se manifiesta ante el ser humano, solo cuando quiere y en su sola potestad. A las personas les corresponde la conformidad, esperanza, paciencia, respeto y reverencia, de acuerdo con la voluntad de Dios.


Son irrevocables los dones y el llamamiento de Dios. Esto significa para los grupos ministeriales y obreros en general, servir a los propósitos de Dios en beneficio de la humanidad, con Jesús como modelo de compasión, humildad, mansedumbre de corazón, padecimiento, sufrimiento, valor y vida ejemplar. Se requiere seguir el ejemplo de Jesucristo como referente y el de la conducta de las personas imitadoras de Cristo. Pablo llega a ser un gran siervo de Dios, y de servicio a la comunidad de fe, delega funciones en Tito, quien a su vez delega labores en otros (Tito 1.5), como un verdadero engranaje: todos colaboran por el buen funcionamiento ministerial, sin acaparamiento de los cargos o egoísmos, en cadena, cooperan para exaltar, honrar y servir al Nombre de Dios.


El momento oportuno del tiempo de Dios es necesario para el obrero, porque desarrolla capacidad de paciencia y tolerancia, se vuelve un pacificador de corazón limpio, con la prudencia suficiente para preservar la dignidad y el honor. Todo tiene su tiempo si se confía en Dios plenamente, un ejemplo es el caso de Moisés, quien inicialmente actúa en defensa del pueblo, pero no lo hace en el tiempo propicio, y fue hasta cuarenta años después, conforme con la determinación y dirección de Dios, cuando llega en forma oportuna ese momento (Hechos 7.22 al 36), esto es lo que algunos llaman el tiempo establecido por Dios, donde se requiere adoración, alabanza, comunión, confianza, esperanza, meditación, oración, paciencia, ruego, santidad y súplica.


Jesucristo no vino al mundo a hacer su propia voluntad, sino la del Padre (Juan 5.30, 6.38, 7.16 al 18), aún en la condición de humano permanece fiel, para establecer un precedente de ejemplo (1 Pedro 2.21 al 23). Pasa de Dios Hijo a Hijo de Dios, porque con su padecimiento aprende la obediencia como Hijo, alcanza perfección y llega a ser autor de eterna salvación para los obedientes (Hebreos 1.5 al 13, 5.5 al 10; Salmos 2.7, 45.6 al 7; Zacarías 3.2): “… vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2.12 al 14). Además, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2.20). Al estar en agonía ora más intensamente y su sudor es como grandes gotas de sangre, a pesar de esta situación prevalece en su vida la voluntad del Padre (Lucas 22.40 al 44) y la fidelidad.


Cristo demostró una real vocación de servicio; en el caso del obrero ministerial es necesaria su conducción como Jesús, el permanecer en Jesús implica andar como él anduvo (1 Juan 2.6). Si Dios crea un sistema de trabajo, los grupos ministeriales, requieren estar sujetos al sistema y mantener la estructura, liderar conforme con la voluntad de Dios. En el concilio donde participa el fariseo Gamaliel (Hechos 5.34 al 39), se mencionan algunos hombres levantados a liderar por cuenta propia, con un desenlace lamentable, otros lo hacen de parte de Dios, quienes se mantienen fieles a las directrices y mandamientos de Dios, a pesar de las dificultades, peligros y persecuciones.


4.2 DISTRIBUCIÓN DEL TRABAJO MINISTERIAL


En la comunidad de fe del primer siglo, hay un precedente de murmuración en algunos de sus miembros por causa de los ministros; la atención en el servicio no es eficiente y en la distribución diaria algunas viudas se quedan sin recibir lo necesario. Al principio no dan abasto las labores de un único grupo de trabajo, entonces surge la necesidad de equilibrar la prioridad de la predicación frente al servicio de las mesas. Por esta causa, en Hechos 6.1 al 7, se inicia la delegación de funciones materiales en un grupo de trabajo, separado del servicio de la instrucción de la palabra de Dios. Así es como la comunidad de fe, empieza a ordenarse administrativamente y surgen los primeros indicios de la necesidad de una iglesia organizada.


Esta división del trabajo se inicia entre el diaconado y el trabajo pastoral, surgen diferentes tareas, aunque para las actividades se mantiene una coordinación, porque se involucra tanto lo espiritual como lo material (Hechos 2.42 y 46 al 47). Estos dos grupos se complementan y tienen igual importancia, su función en forma paralela, facilita la especialización y perfección de cada área, para un mejor desempeño en su respectiva especialización.


Las comunidades de fe del primer siglo de la era cristiana en la región del Este Mediterráneo. Especialmente en las zonas de Judea, Galilea, Antioquía y Grecia, ciudades como Jerusalén, Efeso, Corinto, Tesalónica, Filipos y Colosas, documentadas en las cartas paulinas o de la escuela paulina. También la carta a la comunidad de Roma y las cartas personales a Timoteo y Tito, entre otras, sirve como guía para evaluar la problemática social del momento. Dios ha establecido e implementado una estructura de conocimiento, según las necesidades diarias en adoctrinamiento, ayuda, consejería, denuncia de la injusticia, diaconía, evangelización, labor profética, mayordomía, servicio, supervisión de la obra, trabajo pastoral y valores comunitarios, con el paso del tiempo se han mantenido vigentes, por ser esenciales para la convivencia humana y espiritual.


Es vital responder a los más necesitados: adultos mayores, huérfanos, madres solteras, niños de la calle, personas con capacidades diferentes o especiales, pobres, sin techo o en situación de indigencia, viudas u otros. Proyectar el trabajo ministerial y de la comunidad de fe al servicio general de la humanidad, en lo micro-social como el abandono, desintegración familiar, violencia doméstica o intrafamiliar, y lo macro-social como el agotamiento del agua, calentamiento global, cambio climático, concentración de riqueza y distribución no equitativa, contaminación del medio ambiente, deforestación, desempleo, epidemias, globalización, hambre, reciclaje, salud y sobrepoblación.


La comunidad de fe tiene el llamado de servir a la sociedad, en el amor, consenso, diálogo, diversidad cultural, respeto, solidaridad, unanimidad y demás valores comunitarios, para lograr un cambio de comportamiento humano y evitar su destrucción ambiental y social, sin discriminación o marginación académica, color de la piel, condición económica, discriminación a la mujer, edad, étnica, idioma, nacionalidad, racial y status social. La estructura propuesta en el nuevo pacto no es solo una organización, sino un organismo vivo, lleno de movimiento, con una doctrina viva y personas activas, en adoración, alabanza, obediencia y servicio a Dios.


La iglesia es semejante a un reino de armonía y convivencia, donde se proclama a Jesucristo como fuente de vida abundante para todas las naciones, con bienestar, calidad de vida, compartir, comunión, esperanza, libertad, salud y salvación, con una cultura de paz, similar al reinado del Justo Mesías o reino de Dios con autoridad desde los cielos. Cada integrante actúa, piensa y reflexiona, como cuerpo de Cristo con células vivas de un organismo vivo, bien estructurado y formado; todos los miembros se ayudan mutuamente, con funciones definidas y diversas, según la actividad de cada persona.


4.3 EL MINISTRO ECLESIÁSTICO


El ministro eclesiástico de acuerdo con la administración de Dios y el anuncio cumplido de la palabra de Dios (Hechos 26.16; Efesios 3.7; Colosenses 1.25), afirma lo siguiente: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4.10). Los servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios, tienen el requisito de fidelidad (1 Corintios 4.1 al 2) e irreprensibles administradores de Dios (Tito 1.7).


El ministro está para servir y no para ser servido, es un colaborador, compañero, mensajero, ministrador en las necesidades, hermano en la fe (Filipenses 2.25), nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina (1 Timoteo 4.6), como fiel ministro de Cristo (Efesios 6.21; Colosenses 1.7, 4.7). El trabajo pastoral es amplio y variado: acompañamiento, apoyo, asesoramiento, consejería, oración, servicio, visitación, vocación y voluntad. Es un oficio de responsabilidad humana, social, espiritual y religiosa. En el caso del oficio vigente de sacerdocio eclesiástico, no se analiza y describe en este libro por falta de espacio.


Lucas, el evangelista e investigador de los hechos históricos, ordena por escrito los sucesos acontecidos en torno a Jesús (Lucas 1.1 al 4), con la referencia de los relatos de quienes al principio, son testigos de Cristo, para cumplir lo siguiente expresado por Lucas: “Para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lucas 1.4). El ejemplo y nobleza de la hermandad de Berea (Hechos 17.10 al 12), esta comunidad no rechaza de buenas a primeras el escuchar lo novedoso, o sea, el mismo mensaje antiguo pero con una interpretación mejorada, según la concepción del nuevo pacto. Reciben el mensaje con toda solicitud y escudriñan cada día en las Escrituras la certeza de cada enseñanza. El caso contrario se presenta en la discusión de Pablo con los filósofos epicúreos y estoicos, cuando es llevado al Areópago de Atenas, para conocer la nueva enseñanza, pero la innovación es rechazada de plano por la audiencia al exponer acerca de la resurrección de los muertos. Se interesa Dionisio el areopagita, una mujer llamada Damaris y otros (Hechos 17.16 al 34).


El apóstol Pablo le recomienda a Timoteo, quien desde niño conoce las Escrituras (2 Timoteo 3.15), el ocuparse en la enseñanza, exhortación y lectura (1 Timoteo 4.13). Jesús recomienda escudriñar la palabra (Juan 5.39), y en este sentido se muestra como ejemplo de dominar su contenido (Lucas 24.27), participa de la lectura en la sinagoga (Lucas 4.16). Con la ayuda del Señor y la lectura en comunidad, el entendimiento fluye para brotar con abundancia y facilidad la comprensión (Lucas 24.45; Hechos 8.27 al 35, 16.14), debido a la intervención del Espíritu Santo (Juan 14.26). La Palabra alumbra el camino del diario vivir (Salmos 119.105), en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.14), con claridad, fidelidad y transparencia: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir en justicia” (2 Timoteo 3.16).


En un ministro es necesaria la capacidad de escuchar e investigar, para saber si las propuestas concuerdan con los propósitos bíblicos del amor, fe, justicia, misericordia y el hacer el bien, no solamente en lo relativo a la doctrina social sino en los dogmas generales de la iglesia, congruentes con la paz y la santidad. Un ministro es un servidor de los necesitados y pobres, tanto en el plano espiritual y material de subsistencia. El ministro realmente progresa y es próspero, en la medida de su vida ejemplar en ayuda, compartimiento, contribución y solidaridad, sin lujos, opulencia, ostentación y vanidad.


4.4 NACER DE NUEVO: DESTINO POR VOCACIÓN


El nacer de nuevo es un proceso de acercamiento a Dios; es nacer del agua y del Espíritu, para dejar atrás la vida antigua (Juan 3.1 al 8); es un cambio de vida, de actuar, hablar y pensar, sin la vanidad de la mente (Efesios 4.17). Volver a nacer es renovar el espíritu o intención de la mente (Efesios 4.22 al 23), por el llamamiento, arrepentimiento, conversión y santificación. Abandonar el sistema de injusticia y ser una nueva criatura (2 Corintios 5.17), con renuncia de la pasada manera de vivir, vestida del nuevo ser humano creado según Dios: en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4.24), renovada hasta el conocimiento pleno (Colosenses 3.9 al 10), para ser un portador de la luz, con la llama de fuego divino, de fe, gracia y amor de Dios genuino y con júbilo permanente.


La Biblia dice: “… Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro… Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios…” (Juan 3.1 al 8).


4.4.1 CONCEPTO DE BAUTISMO


La palabra bautizar hace referencia a inmersión o sumergir. Cuando esto sucede se pasa de un estado a otro, por ejemplo, al hundir un material en agua sufre un cambio, debido al líquido queda empapado, porque el agua busca cubrir o llenar lo zambullido. El bautismo es una representación simbólica. Cuando Israel es guiado por Moisés, el pueblo es bautizado al cruzar en medio del Mar Rojo, con las aguas divididas como muro a su derecha, a su izquierda y debajo de la nube (Éxodo 14.21 al 22; 1 Corintios 10.1 al 2). El bautismo de inmersión en agua no es el único bautismo existente, porque hay diversas formas de bautismos con sentido espiritual, liberación y purificación.


Otra forma de bautismo es la limpieza que produce la palabra de Dios Padre, por medio del arrepentimiento, conversión y santificación. En este bautismo se recibe el conocimiento con claridad, llega la luz divina abundante y rebosante hasta llenar la mente de la persona con la palabra de Dios, para iluminación del conocimiento de su gloria, por medio de Jesucristo (2 Corintios 4.6). La palabra de Dios hace limpieza en las personas (Juan 15.3) y provee santificación (Juan 17.17), porque dichas palabras son espíritu y vida (Juan 6.63). Entonces, la persona se llena del conocimiento de la voluntad de Dios, o sea, su mente se llena en toda inteligencia espiritual y sabiduría, para caminar conforme con el agrado de Dios; manifiesto en los frutos de toda buena obra (Colosenses 1.9 al 10). Lo único que excede a todo conocimiento, es el amor de Cristo, podemos ser plenamente capaces de comprender y entender todas sus dimensiones, para ser llenos de toda la plenitud de Dios (Efesios 3.17 al 19).


El bautismo de inmersión en agua es simbólico, se realiza una representación de la muerte y resurrección de Cristo, pero esto no quita las inmundicias de la carne, sino renueva la buena conciencia hacia Dios (1 Pedro 3.21). No basta con el bautismo de inmersión en agua, es necesario el bautismo de inmersión en Jesús. Cuando la persona es sumergida en agua, en forma figurada es sepultada en su vieja humanidad y levantada para andar en vida nueva (Romanos 6.4). La esencia de todo este acto es crucificar la vieja forma de ser juntamente con Cristo, a fin de no servir más al pecado (Romanos 6.5 al 6), o sea muerto al pecado pero vivo para Dios en Cristo Jesús, para no obedecer más a las concupiscencias (Romanos 6.11 al 12), vivir delante de Dios como vivo entre los muertos, y presentar el cuerpo como instrumento de justicia (Romanos 6.13), bajo la gracia del Señor Jesús, los valores universales del evangelio y reino de Dios entre nosotros.


Se menciona el ser bautizado como inmersión o sumergir en Cristo Jesús, esto es en el simbolismo de su muerte (Romanos 6.3). En relación con el Espíritu Santo, también encontramos un signo de bautismo, en el sentido de beber (1 Corintios 12.13) y ser lleno del Espíritu (Efesios 5.18). Por ejemplo, se destacan personas llenas del Espíritu de Dios: Juan el Bautista (Lucas 1.15), Elisabet (Lucas 1.41), Zacarías (Lucas 1.67), Jesús (Lucas 4.1), Pedro (Hechos 4.8), Esteban (Hechos 7.55), y Pablo (Hechos 13.9). La Escritura dice: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús… Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad…” (Filipenses 4.7 al 9).


4.4.2 BAUTISMO DE JESÚS


En los evangelios está la expresión referente al bautismo de Jesús en los tres tiempos verbales: pasado, presente y futuro, complemento uno del otro y necesarios como modelo en el proceso del cristiano (verificado en distintas traducciones de la Biblia, se incluye un ejemplo de la versión Reina-Valera revisión 1960, el subrayado es nuestro):


1) Pasado : “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua...” (Mateo 3.16). “Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Marcos 1.9).


2) Presente : “... ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados” (Marcos 10.38 al 39).


3) Futuro : “Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido? De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Lucas 12.49 al 50).


1) En el caso del verbo bautizar en tiempo pasado: se toma en cuenta la vida ejemplar de Jesús, obediencia y fidelidad delante del Padre, como el equivalente al arrepentimiento y conversión predicados por Juan el Bautista y confirmados a través del bautismo de inmersión en agua. Jesús al comenzar su ministerio, tiene cerca de treinta años, desde su inicio se muestra ante el pueblo como un ejemplo o modelo, en justicia y obediencia. Su condición en el conocimiento y práctica de la palabra de Dios es testificada por la voz del Padre al llamarlo “Hijo amado”, en quien tiene complacencia (Lucas 3.21 al 23). Esto demuestra que Jesús está preparado en el momento de recibir el bautismo de inmersión en agua, porque cumple con la condición de limpieza en su mente, por el conocimiento de la palabra de Dios. Jesús no comete pecado ni se halla engaño en su boca (1 Pedro 2.22); desde niño crece en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.40 y 52), la limpieza adquirida por la palabra de Dios, lo prepara para enfrentar y resistir el pecado.


Jesús se mantiene fiel a Dios en su ministerio de principio a fin. Se presenta oficialmente en el cumplimiento de su misión a partir del bautismo en agua, previo a un período de preparación con ayuno y oración. Pero esta presentación la hace con conciencia, conocimiento, convicción y voluntad, figura del verdadero arrepentimiento, conversión y santidad, requisito de toda persona emprendedora del camino de servicio ministerial, fidelidad a Dios y dispuesta a enfrentar adversidades y pruebas de consagración.


Jesús requiere ser bautizado en agua, porque conviene ser modelo para las demás personas, cumplir así plenamente la justicia, aunque en su caso no sea un bautismo para perdón de pecados, pero es necesario o conveniente hacerlo igual, para mostrarse como ejemplo, en cumplimiento de toda justicia y obediencia a Dios (Mateo 3.13 al 15). Así como Juan el Bautista, cumple la misión de preparar el camino, para la primera venida de nuestro Señor Jesucristo, mediante la predicación de arrepentimiento, conversión y santificación. En la actualidad corresponde la labor ministerial del anuncio de las buenas nuevas de salvación y del evangelio del reino de Dios, preparar el camino de la segunda venida del Señor Jesucristo, quien viene esta vez sin relación al pecado, sino para salvar a cuantos lo esperan (Hebreos 9.28).


2) En el caso del verbo bautizar en tiempo presente: una vez bautizado Jesús en inmersión en agua, continúa su proceso de servicio a Dios, inclusive de sufrimiento constante por la espera de su arresto, escarnio, tortura y crucifixión. Aunque era obediente e Hijo de Dios, por el padecimiento aprende la obediencia, es perfeccionado por su temor reverente, con ruegos y súplicas de gran clamor y lágrimas (Hebreos 5.7 al 8). Sufre el dolor en carne y hueso, en condición humana termina con el pecado y vive conforme con la voluntad de su Padre (1 Pedro 4.1 al 2).


Jesús tiene un bautismo constante, lleno de la palabra de Dios por medio del conocimiento y la comunión por la oración, es lleno del Espíritu Santo para fortaleza en las pruebas, vive constantemente un bautismo amargo de aflicción, burlas, dolor, escarnios, flagelación, juicio, maltrato, ofensas, padecimientos, persecuciones, sufrimiento y traición. Lo abofetean, azotan, desnudan, escupen, hieren, humillan, niegan y finalmente crucifican.


A continuación un resumen desde las tres perspectivas de los evangelios:


Mateo 26.36 al 46.

Cuando Jesús ora en Getsemaní, comienza a entristecerse y a angustiarse en gran manera, hasta la muerte, ora tres veces al Padre para pasar aquella copa, aunque pide prevalecer la voluntad de su Padre. Luego llega la hora y es entregado en manos de pecadores.


Marcos 14.32 al 42.

Jesús llega a Getsemaní y comienza a entristecerse y a angustiarse, dice estar muy triste hasta la muerte, entonces se postra en tierra y ora a Dios. Dice Abba Padre, todas las cosas son posibles para Dios, solicita apartar esa copa, pero conforme con la voluntad de su Padre. Ora tres veces diciendo las mismas palabras. Finalmente es entregado en manos de pecadores.


Lucas 22.39 al 46.

Jesús va como solía al monte de los Olivos y se aparta de sus discípulos, se pone de rodillas y ora al Padre, solicita pasar aquella copa, aunque la prioridad es hacer prevalecer la voluntad del Padre. Se le aparece un ángel del cielo para fortalecerlo. Al estar en agonía, su oración es más intensa con sudores como grandes gotas de sangre, que caen en la tierra.



3) En el caso del verbo bautizar en tiempo futuro: Juan el Bautista al bautizar menciona al venidero tras él, o sea, se refiere a Jesús, el Cordero de Dios redentor del pecado del mundo (Juan 1.29 al 30), esto nos lleva a tres años y medio después, cuando Jesucristo derrama su sangre en la cruz para redención y salvación del pecado (Mateo 1.21). Jesús experimenta el bautismo como un proceso, llega a su plenitud cuando es levantado por su propio Padre (Hechos 2.22 al 24 y 32, 5.30, 13.29 al 30, 17.31), de la muerte de tres días (Marcos 10.33 al 34; Hechos 10.40 al 41), porque no lo deja sumergido en el sepulcro, equivalente para nosotros a un bautismo simbólico en su muerte, mediante la inmersión de la persona en agua e inmersión en el Señor Jesús, o sea, las personas vivas físicamente, mueren al pecado y resucitan para vivir llenas de la plenitud de Cristo espiritualmente.


El punto es el siguiente: hay un bautismo de inmersión en Jesús, el mismo es un bautismo representativo de su muerte (1 Corintios 15.29), entonces se toma el bautismo histórico de Jesús mismo como un proceso, modelo de la condición previa, durante y después de descender a las aguas. No basta con descender a las aguas y creer que con este acto, ya se es salvo por siempre, por lo contrario, se cuenta la condición previa y posterior, con fidelidad a Dios en todo tiempo, gozo perpetuo y servicio permanente. Por esta razón es un bautismo de inmersión en Jesús, principio y fin, él es, era y ha de venir, es el mismo de ayer, hoy y siempre (Hebreos 13.8; Apocalipsis 1.8).


Ahora bien, Juan el Bautista es lleno del Espíritu Santo (Lucas 1.15), no obstante, él considera necesario ser bautizado por Jesús (Mateo 3.14). El bautismo de inmersión en Jesús es para testificar como Jesús lo hizo. Al iniciar Jesús su ministerio, Juan recibe su inmersión en Jesús y se cumple, igualmente, toda justicia en él. Luego es arrestado, encarcelado y decapitado por causa de testificar y denunciar la injusticia, a través del mensaje de la palabra de Dios. Según palabras de Jesús, Juan vino en camino de justicia y los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo no le creyeron, pero publicanos y rameras creyeron al mensaje, y se convirtieron; mientras los principales sacerdotes y los ancianos no se arrepintieron de sus malos caminos para creerle (Mateo 21.23 al 32; Lucas 7.29 al 30).


Por otra parte, posteriormente, los impíos e injustos, van a ser lanzados en el fuego del castigo, o sea en el lago de fuego ardiente con azufre preparado para los pecadores (Apocalipsis 20. 12 al 15). Juan, el Bautista le llama paja quemada en el fuego donde nunca se apaga (Mateo 3.11 al 12), se refiere al fuego proveniente del Dios Eterno, por eso es un fuego eterno en relación con su procedencia, una sentencia firme para quienes no demuestran frutos dignos de arrepentimiento y conversión, así como el árbol sin buen fruto es cortado y echado en el fuego:


“Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (Lucas 3.9). Además: “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7.19 al 20).

4.4.3 PROCESO DEL BAUTISMO


El proceso del Bautismo es un aprendizaje y demostración de obediencia. El creyente experimenta a plenitud el bautismo como un proceso durante toda su vida cristiana, comparable con el proceso de una vasija al adquirir forma, poco a poco, moldeada por su creador y diseñador. Este proceso se inicia con el llamamiento, el arrepentimiento y la conversión; conforme se incrementa el discernimiento del bien y del mal, se abandonan todos los vicios nocivos, especialmente al tomar conciencia, como resultado de la combinación de comportamiento y entendimiento. La persona empieza a demostrar la sabiduría adquirida por medio de acciones liberadoras, o sea, congruente a la libertad en Cristo, por consiguiente, renuncia a sus malos hábitos y costumbres para mejorar su calidad de vida. Luego, con la declaración pública (ante testigos), por medio del acto consciente y voluntario de la inmersión en agua, testifica su convincente decisión de seguir al Señor Jesucristo por medio de la consagración, santidad y unción.


El proceso de la vasija no termina al finalizar su formación, luego se deposita en un horno de fuego para su acabado final y continúa con su vida útil en el tiempo estimado de utilidad. El ser humano es formado como un vaso para honra y Dios es el alfarero (Romanos 9.20 al 21). El proceso continúa, una vez demostrada la capacidad de cumplir con la justicia, poseer el poder de resistir las pruebas y sufrimientos purificadores para la condición del cristiano en sus actitudes, carácter, emociones, estado anímico, sensibilidad, sentimientos, personalidad, temperamento y voluntad.


Este es el fuego purificador para el justo (Isaías 33.14 al 16), en forma constante y disciplinada se obtiene cambios; alcanza cierto grado de madurez y enfrenta la transición de la inexperiencia en la palabra de justicia y la madurez, por el uso de los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.13 al 14). Esto lo hace ser espiritual, porque su mente pasa a tener la mente de Cristo; de lo contrario, la persona no percibe ni puede entender las cosas del Espíritu de Dios, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2.14 al 16), o sea, por el uso o práctica de los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Entonces, por el mismo proceso el creyente modifica su conducta, como un verdadero templo del Espíritu Santo, cuida sus pasos para no ser partícipe de actos desagradables ante Dios (Salmos 1.1 al 2). De acuerdo con la comparación de la vasija, cuando es apta para ser usada, se deposita en ella el aceite de la unción, en este caso son los dones, operaciones y ministerios por medio del Espíritu Santo. El cristiano sigue en crecimiento hasta alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, la unidad de la fe, el conocimiento de Jesucristo (Efesios 4.13) y la práctica del evangelio.


No obstante, también hay vasos de deshonra: personas que no cumplen a cabalidad el proceso de formación, tal es el caso, registrado en Hechos de los apóstoles, de Simón, un practicante de las artes mágicas, quien oye el mensaje de salvación y se motiva a seguir a quienes predican la palabra de Dios, pero se queda solamente con el llamamiento (Mateo 22.14), porque baja a las aguas en el bautismo sin estar verdaderamente arrepentido y convertido. Prueba de esta afirmación es la declaración de Pedro acerca del corazón de Simón: caracteriza su corazón como no recto delante de Dios y en hiel de amargura y prisión de maldad (Hechos 8.12 al 23). La persona sin frutos de arrepentimiento y conversión no es apta para testificar, públicamente, con el bautismo en agua, ya que por sus frutos se da a conocer (Mateo 7.15 al 20, 12.33 al 37; Juan 15.1 al 8).


También algunas personas a falta de los frutos del Espíritu Santo, se desviaron de la verdad, ya sea con profanas y vanas palabras, que no aprovechan sino que perjudican a los oyentes, trastornando la fe de algunos. Por ejemplo, la Escritura menciona a Himeneo y Fileto quienes decían acerca de la resurrección que ya se había efectuado (2 Timoteo 2.14 al 18). Por consiguiente tampoco hay preparación para recibir el bautismo del don del Espíritu Santo. En desobediencia no se puede recibir el Espíritu de verdad, porque el poder de Dios mora y está únicamente en quienes están en comunión con él (Juan 14.15 al 17), armonía y obediencia.


Pero en todo caso, el hacer valer una postura en defensa de cualquier enseñanza, sea a favor o en contra, no implica ser contencioso. No debe ser costumbre el contender (1 Corintios 11.16; Filipenses 2.3; 1 Timoteo 6.4 al 5), especialmente cuando algunos pretenden contender para no obedecer a la verdad (Romanos 2.8), inclusive si hay quienes predican a Cristo por contención (Filipenses 1.15 al 16), con más razón quienes se oponen. El siervo del Señor no debe ser contencioso (2 Timoteo 2.23 al 26), ahora bien, para el estudio minucioso de la Biblia, es necesario en forma respetuosa, contender ardientemente por la fe, en el sentido de preservar la sana doctrina, ya que se advierte de aquellos que quieren convertir en libertinaje la gracia de Dios (Judas 3 al 4; Tito 2.1).


4.4.3.1 JESÚS Y PEDRO COINCIDEN CON EL PROCESO DEL BAUTISMO


El proceso del bautismo de acuerdo con la mediación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, según cada caso tiene una causa y un efecto:


Causa y efecto del bautismo

Figura: Causa y efecto del proceso del bautismo según la mediación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


Es necesario para toda persona reunir las diferentes etapas del proceso del bautismo. En el caso del arrepentimiento, da como resultado la conversión a través de sus frutos. El bautismo de inmersión en agua sugiere la idea de simbolizar la muerte, sepultura y levantamiento en la resurrección de Cristo. Quienes reciben el sello del Espíritu Santo pasan por el fuego de prueba. Jesús y Pedro hacen mención del proceso del bautismo comparado en la siguiente tabla:


Proceso del bautismo

Figura: Comparación del proceso del bautismo visto por Jesús y Pedro.


En relación con el proceso de prueba, Dios prueba a la persona para dar a cada uno según el fruto de sus acciones: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras. Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas;…” (Jeremías 17.10 al 11). Dios examina la mente y observa cuidadosamente las intenciones de cada persona, verifica las actitudes, comportamiento, conducta y reacciones. Prueba el amor, la benevolencia y la generosidad de corazón, porque la buena voluntad está en no acumular injustamente las riquezas sin compartir.


4.4.4 DOCTRINA DE LOS BAUTISMOS


En Hebreos encontramos la palabra bautismo en plural: “De la doctrina de bautismos...” (Hebreos 6.2). Esta expresión hace referencia a un proceso de varios bautismos, complemento uno con otro. Se completa el proceso como un solo bautismo (Efesios 4.5). Es necesario para el cristiano cumplir con cada bautismo para el proceso de perfección, semejante a la senda del justo que es como la luz de la aurora en aumento hasta perfeccionar el día (Proverbios 4.18). Estos bautismos son:


1) El bautismo de arrepentimiento de obras muertas y conversión, por medio de la limpieza de la palabra de Dios Padre y la santificación.


2) El bautismo de inmersión en agua e inmersión en el Señor Jesús, el cual se hace en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados.


3) El bautismo del Espíritu Santo y fuego.


El siguiente pasaje se refiere a los tres bautismos (el subrayado es nuestro):


“Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Efeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hechos 19.1 al 6).

Pablo, después de recorrer algunas regiones, llega a la ciudad de Efeso donde encuentra discípulos sin recibir el don del Espíritu Santo. Ellos tienen el llamamiento, arrepentimiento y conversión, por medio de la limpieza en la palabra de Dios Padre, predicado por Juan el Bautista, además de la santificación. Estos discípulos no habían sido bautizados en inmersión en agua en el nombre del Señor Jesús. Una vez realizado este bautismo, Pablo impone sus manos en el recibimiento del Espíritu Santo de los nuevos bautizados. La Biblia dice: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12.13).


El ser bautizado en su nombre es señal de compromiso y de pasar a ser de su pertenencia, en cuyo nombre fuimos bautizados: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22.16). Jesús fue levantado de la tumba por su propio Padre, por esta causa y nombre de Jesús se predica el arrepentimiento y el perdón de los pecados en las naciones (Lucas 24.46 al 47). Los creyentes son testigos de Cristo y tienen el don del Espíritu Santo por la obediencia y fidelidad.


“El Dios de nuestros padres levantó a Jesús,... A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5.30 al 32).

Pablo acerca del arrepentimiento para con Dios, de la fe en el Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, testifica y empapado del conocimiento, absorbe la palabra de Dios, conserva toda humildad y sirve al Señor con todo ánimo y devoción, no rehúye de anunciar y enseñar, a pesar de las diversas prisiones, pruebas y tribulaciones, tanto por la que había pasado, como por las que le esperaba experimentar a futuro, de las cuales ya estaba advertido por el Espíritu Santo (el subrayado es nuestro):


“… Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones” (Hechos 20.18 al 23).

4.4.4.1 BAUTISMO FAMILIAR


El apóstol Pablo menciona en una de sus cartas el bautismo familiar: “También bauticé a la familia de Estéfanas…” (1 Corintios 1.16). Por otra parte, se menciona la expresión “la iglesia que está en su casa”: “Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio a los santos. Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan. Me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia. Porque confortaron mi espíritu y el vuestro; reconoced, pues, a tales personas. Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor” (1 Corintios 16.15 al 19). Esto es la iglesia doméstica.


La Biblia muestra varios ejemplos de bautismo familiar, por ejemplo, el caso de Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira: “Y cuando fue bautizada, y su familia…” (Hechos 16.14 al 15). Bautizar una familia, sin discriminación de la edad, es válido, condicionado al compromiso de los progenitores o encargados familiares, en mantener la instrucción y seguimiento de la familia en las obligaciones cristianas, inclusive de los niños pequeños, infantes, adolescentes o jóvenes bautizados, para el crecimiento en la fe y el proceso de madurez física y espiritual, especialmente en la perseverancia hasta el fin: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24.13 al 14). Esto aplicaba tanto en el año 70 de la destrucción de Jerusalén, como en el tiempo actual, porque la perseverancia es indispensable para mantener siempre los principios y valores.


En varias ocasiones Pablo dirige sus saludos a través de sus cartas, con la mención de la expresión: “iglesia de su casa” (Romanos 16.5) o “iglesia que está en su casa” (Colosenses 4.15; Filemón 2). Esto hace alusión a la iglesia familiar, pero no se refiere exclusivamente a la reunión litúrgica de un grupo de personas parientes, similar a una casa de oración o templo, sino a una vida familiar en Jesús. Por lo tanto, el sentido de la iglesia familiar está en la comunión familiar y la promesa de salvación mediante Jesucristo. Cuando Pablo le dijo al carcelero, que creyera en el Señor Jesucristo y sería salvo él y su casa (Hechos 16.31), se refiere a la educación cristiana, proyectada primeramente desde el núcleo familiar hacia la iglesia en general. La parte más pequeña eclesiástica es la familia, por medio de Jesús, según la promesa a Abraham: “… En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra” (Hechos 3.25).


Es en el hogar donde fundamentalmente y de suma importancia, se transmiten e inculcan los principios y valores cristianos a los niños, niñas, adolescentes y demás jóvenes de la iglesia. Es responsabilidad de cada familia velar por la conducta y proceder de sus hijas e hijos y dar cuentas de su crianza. Entonces, cuan necesario es la morada de Jesús en cada familia representada en la iglesia, como en cierta ocasión el Señor entró en casa de un varón llamado Zaqueo y dijo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa...” (Lucas 19.8 al 9), momentos antes Zaqueo expresa su condición de arrepentimiento, conversión y muestra las obras de justicia delante del Señor. Por lo tanto, Jesús reina en cada familia y es el modelo para los padres de familia y estos a su vez son el ejemplo y modelo para sus hijas e hijos.


La Biblia testifica de un varón llamado Cornelio, al cual declara como justo, temeroso de Dios y de buen testimonio (Hechos 10.22), además se menciona su piedad y temor de Dios con toda su casa, además de su constante oración a Dios (Hechos 10.1 al 2). Así como Jesús es sacerdote en su pueblo (Hebreos 7.20 al 8.2), los padres de familia ejercen un sacerdocio en sus familias (1 Pedro 2.5 y 9), orando intensamente a Dios por sus hijas e hijos, clamando por las promesas y bendiciones para ellos. En la antigüedad, un varón llamado Job, temeroso de Dios y apartado del mal (Job 1.1), rogaba e intercedía ante Dios por sus hijos y en esa época se levantaba de mañana, ofreciendo holocaustos conforme al número de todos ellos (Job 1.4 al 5), similar a una alegoría de un sacerdocio familiar. La Biblia dice: “sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo…” (1 Pedro 2.5). Además dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios…” (1 Pedro 2.9).


El amor, ayuno, ejemplo, esfuerzo, instrucción, oración y testimonio de los padres de familia, es el medio para ofrecer como aporte de mediación en pro de sus hijos. Aún en los hijos e hijas hasta cierta edad, reciben santificación por medio de la conducta y vida cristiana de uno de sus padres, inclusive el cónyuge cuando no es creyente, es santificado por medio de su pareja cristiana (1 Corintios 7.14). La educación cristiana familiar, se imparte a sus miembros, por medio de sus dirigentes, en este caso, los padres de familia, cuando asumen la responsabilidad de la educación y comportamiento de sus hijos, como está escrito: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22.6). Jesús no permitía que los discípulos impidieran la presentación de los niños al Señor, donde él imponía sus manos y los bendecía (Mateo 19.13 al 15; Marcos 10.13 al 16; Lucas 18.15 al 17). Así los niños pueden ser incluidos en el bautismo familiar: “… ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa… y en seguida se bautizó él con todos los suyos…” (Hechos 16.27 al 34).


Los temas como el afecto y cariño entre cónyuges y entre padres e hijos, aporte en las finanzas, autoestima, ayuda mutua, buenos sentimientos, compañerismo, compartir la felicidad en los buenos momentos y dar apoyo en las malas situaciones, comportamiento correcto, cooperación y solidaridad con sus familiares, desarrollo y fortalecimiento de principios y valores, disciplina y motivación al estudio y al trabajo, distribución de trabajo en los quehaceres del hogar, estimular los buenos hábitos y las sanas costumbres, gratitud de los hijos, incentivar la fuerza de voluntad y el amor, madurez en la forma de pensar, mantener la dignidad y reaccionar decentemente a las circunstancias, prosperidad y solidaridad espiritual y material en la familia, reconocer los puntos débiles y aportar soluciones, resaltar las virtudes, respeto, responsabilidad paternal, vencer el mal con el bien, entre otros temas que son necesarios para el crecimiento y desarrollo familiar y del hogar.


4.4.4.2 ARREPENTIMIENTO Y CONVERSIÓN


El bautismo de arrepentimiento y conversión se logra por medio de volver en sí y recapacitar, como en la parábola del hijo derrochador de sus bienes, perdidamente vive, pero recapacita y es recibido por su padre incondicional y misericordioso, porque este hijo volvió en sí para arrepentirse (Lucas 15.17 al 24). Hay un pesar de dolor por los pecados: “… la tristeza que es según Dios, produce arrepentimiento para salvación…” (2 Corintios 7.10). En este caso, el afectado tiene un reencuentro consigo mismo, surge el deseo y la necesidad de limpieza personal, a través de la comunión recibida al acercarse al Padre y el incremento de la fe por el oír la palabra de Dios (Romanos 10.17). La fe se piensa, razona, reflexiona y se vuelve irrevocable el llamamiento de Dios (Romanos 11.29).


El ser humano es el único responsable de su injusticia y pecado, pretende culpar a Dios, sin medir que sus propias acciones retribuyen su consecuencia. Todo lo contrario, Dios es paciente para que el ser humano se arrepienta: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2.4). “El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3.9). La mente de la persona se constituye en un recipiente: poco a poco empieza a sacar el contenido sucio y a limpiar con una unción fresca del mensaje de salvación.


Bien dijo el salmista: “... Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando” (Salmos 23.5), se renueva hasta el conocimiento pleno, abandona sus prácticas de antivalores, la avaricia, adulterio, blasfemia, borracheras, celos, contiendas, disensiones, enemistades, enojo, envidias, fornicación, hechicerías, herejías, homicidios, idolatría, impureza, inmundicia, ira, lascivia, malicia, malos deseos, mentira, orgías, palabras deshonestas, pasiones desordenadas, pleitos y cosas semejantes a estas (Colosenses 3.5 al 10; Gálatas 5.19 al 21). La palabra de Dios limpia la mente de pecado, sana el mal pensamiento incitador y se renueva: “… Despojaos del viejo hombre…” (Efesios 4.22; Colosenses 3.9), o sea, el viejo humano es la vieja personalidad y la vieja forma de ser perjudicial.


Juan el Bautista predica el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados (Marcos 1.4), volver los corazones, traer la justicia y prudencia, preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor (Lucas 1.16 al 17). Fueron bautizados por él en el río Jordán con la confesión de sus pecados (Mateo 3.5 al 6), excepto algunos sin arrepentimiento, entre ellos fariseos y saduceos, que Juan no les permite la inmersión en agua y los llama ¡Generación de víboras! Los envía primeramente a hacer frutos dignos de arrepentimiento antes de aparentar ser hijos de obediencia. Les menciona, en forma de analogía, del árbol sin buenos frutos cortado y echado en el fuego (Mateo 3.7 al 10). La gente, entre ellos publicanos y soldados, preguntan ¿cuáles son las acciones a seguir por parte de cada persona? Según cada caso, para todos hay respuestas o soluciones, para demostrar los frutos dignos de arrepentimiento (Lucas 3.9 al 14), conversión y santificación.


Juan bautiza para arrepentimiento (Mateo 3.11), por ser en agua no es para producir arrepentimiento, porque es requisito previo el estar arrepentido. De lo contrario, para bautizarse en agua, Juan no hubiera exigido este requerimiento. Por lo tanto, Juan ejerce dos bautismos, uno a través de la predicación de la palabra generadora de arrepentimiento y el otro, es consecuente del primero, por medio del bautismo en inmersión en agua e inmersión en Jesús, se testifica públicamente del recibimiento de dicho arrepentimiento.


La conversión es llevar a la práctica, la vida y testimonio ejemplar, generado mediante un verdadero arrepentimiento. La predicación de Juan el Bautista es de arrepentimiento para perdón de los pecados (Marcos 1.4; Lucas 3.3), una vez logrado el efecto en quienes lo reciben y producto de esta predicación, se confirma públicamente con el bautismo de inmersión en agua, para testimonio en la comunidad como paso de obediencia. Cuando Juan es encarcelado, Jesús predica el evangelio del reino de Dios diciendo: “… El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1.14 al 15). Desde entonces comienza Jesús a predicar, y a decir: ¡arrepentíos! (Mateo 4.17). Jesús enfatiza reiteradamente al decir: “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente…” (Lucas 13.3 al 5). Por sus frutos los conoceréis, dice Jesús (Lucas 6.43 al 45) y envía a sus doce discípulos de dos en dos, para llevar la predicación del arrepentimiento (Marcos 6.12).


También el apóstol Pedro insta al pueblo de Israel al arrepentimiento y conversión para borrado de sus pecados (Hechos 3.19), donde él mismo le llama bautismo predicado por Juan (Hechos 10.37) y presencia como los mismos gentiles reciben de Dios el arrepentimiento para vida (Hechos 11.18), con las palabras por las cuales se puede ser salvo (Hechos 11.14). Por otra parte, Pablo testifica como Juan predica el bautismo de arrepentimiento a todo el pueblo de Israel (Hechos 13.24), antes de la venida del ministerio de Jesús.


Para hacer efectivo el bautismo de arrepentimiento no basta con transmitir la predicación a la colectividad, se requiere, individualmente, de personas dispuestas a recibir el conocimiento de la palabra de Dios, para purificación de sus vidas. Por ejemplo, quienes estuvieron en el arca durante el diluvio, fue una figura de bautismo: “…esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua” (1 Pedro 3.20 al 21). Según se asimile cada caso, de manera gradualmente, este conocimiento, entonces se manifiesta la sabiduría de cada persona, con el acto del bautismo en agua y la finalidad de testificar públicamente, el reconocimiento y aceptación de seguir a Jesucristo, además de confesar la renuncia completa al pecado para perdón de los mismos.


Con respecto a la predicación del bautismo de arrepentimiento, Pablo nos confirma: “… Anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento. Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el templo, intentaron matarme. Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio… Que el Cristo había de padecer,… para anunciar luz al pueblo y a los gentiles” (Hechos 26.19 al 23).


El arrepentimiento inicia previo al bautismo en agua y continúa como un camino de perfección en el conocimiento. Constantemente se reconoce y renuncia a faltas cometidas por ignorancia u omisión, conforme llega la luz del conocimiento nuevo, se hace las obras dignas de arrepentimiento en forma continua y permanente, para una mejora constante o lucha por la perfección. Inclusive se ejerce un control sobre el temperamento (Proverbios 14.17 y 29, 15.18, 19.11, 29.22; Eclesiastés 7.9; Gálatas 5.16 al 26) genético. Dios dice en su palabra: “Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor, convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18.30 al 32).


4.4.4.3 BAUTISMO DE INMERSIÓN


El bautismo de inmersión en agua es el bautismo en el nombre de Jesucristo. Juan el Bautista ejerce el bautismo en agua y menciona a quien viene después de él, o sea, a Jesús (Juan 3.22 al 30, 4.1 al 2). Juan confiesa no ser el Cristo, pero siempre al bautizar menciona a quien viene tras de él, al Cordero de Dios, redentor del pecado del mundo (Juan 1.19 al 37). Cuando Felipe anuncia el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizan hombres y mujeres (Hechos 8.12).


Un etíope, eunuco y funcionario de Candace, reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, después de creer de todo corazón en Jesucristo, es bautizado al descender al agua (Hechos 8.27, 35 al 38). El apóstol Pedro manda bautizar en el nombre del Señor Jesús a Cornelio, a sus parientes y a sus amigos (Hechos 10.1 al 2, 24, 30 al 33 y 48). En el caso de Pablo y Silas, cuando están en la ciudad de Filipos, hablan la palabra del Señor a un carcelero junto con los de su casa, y al creer en el Señor Jesucristo se bautizan él y todos los suyos (Hechos 16.31 al 33). También en la ciudad de Corinto, hay un principal de la sinagoga llamado Crispo, quien cree en el Señor con toda su casa, además de muchos de los corintios al oír, creen y son bautizados (Hechos 18.8). Pablo mismo se bautiza e invoca el nombre de Jesús (Hechos 22.16).


Hay una relación entre los bautismos de inmersión en agua y de inmersión en Jesús o en su muerte. Cuando el candidato a bautismo camina en dirección a un río o pila bautismal, para ser bajado a las aguas, es similar a una marcha fúnebre donde hay testigos presentes. Pablo al referirse a la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, dice: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Filipenses 3.10). Ser sumergido en el Señor, implica experimentar plenamente la aflicción de Jesús por luchar contra el pecado.


En cierta ocasión, los escribas y fariseos piden una señal, Jesús menciona la señal del profeta Jonás dentro del vientre del gran pez por tres días y tres noches (Mateo 12.38 al 41; Lucas 11.32), también destaca el arrepentimiento de la ciudad de Nínive con el mensaje de Jonás, en cambio escribas y fariseos piden señal y no se convierten al mensaje de Jesús (Lucas 11.37 al 12.1). La señal de tres días y tres noches hace referencia a la muerte, sepultura y resurrección de Jesús (Mateo 16.21, 17.23, 20.19; Marcos 9.31, 10.34; Lucas 9.22, 18.33, 24.7 y 46; 1 Corintios 15.4). Pablo habla de ser bautizado en Cristo Jesús y en su muerte: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” (Romanos 6.3 al 5). Por el bautismo somos sepultados y resucitados en su semejanza, se compara en su muerte de igual forma en su resurrección (Colosenses 2.12).


En el caso de la práctica de bautismo de infusión, en los infantes bebés o niños pequeños, esto es un bautismo de presentación del nuevo integrante en la iglesia o comunidad de fe, como parte del bautismo familiar. Aunque algunos podrían considerar como necesario, el bautismo de inmersión en agua, durante la vida joven o adulta del niño, para testimonio de su propia decisión y voluntad de seguir al señor Jesucristo como creyente practicante. Lo cierto es que si el infante es guiado e instruido eficazmente en la palabra de Dios, no tiene por qué desviarse en el camino de la perdición, sino que tendrá bases firmes y consolidadas como hijo de Dios.


4.4.4.4 BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO Y FUEGO


La Escritura, cuando menciona al ángel del pacto, lo compara con fuego purificador, y como jabón de lavadores (Malaquías 3.1 al 2), este es un anuncio de la primera venida del Señor Jesús. Juan el Bautista anuncia a Jesús como quien bautiza en Espíritu Santo y fuego, con su aventador en su mano (instrumento para echar al viento y limpiar los granos en las eras o aventar el fuego), para limpiar su era, recoger su trigo en el granero y quemar la paja en fuego (Mateo 3.11 al 12; Lucas 3.16 al 17). Hay dos tipos de fuegos: uno purificador y otro destructor.


En relación con el fuego purificador el Espíritu de Dios reposa en las personas (1 Pedro 4.12 al 14), entonces el creyente practicante da lugar al bien a los demás y aún a los enemigos, amontona sobre su cabeza ascuas de fuego (Romanos 12.20). Dios hace a sus ministros llama de fuego (Hebreos 1.7), al avivar el fuego del don de Dios (2 Timoteo 1.6) y la necesidad de ser afligidos para someter a prueba la fe, comparada con el oro es más preciosa y se prueba con fuego (1 Pedro 1.6 al 7).


Antes del bautismo del Espíritu Santo y fuego, para erradicar la maldad y el pecado en la colectividad humana, existió el exterminio físico de las personas, para eliminar la trasmisión del mal, motivo de guerras del Antiguo Testamento: “Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida,… para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 20.16 al 18).


Lo que pasa es que muchas personas a pesar de conocer en algún momento de sus vidas, acerca de la existencia del verdadero Dios, prefieren continuar con sus abominaciones: “… Y reinó Acab hijo de Omri sobre Israel en Samaria veintidós años. Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él. Porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-baal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró. E hizo altar a Baal, en el templo de Baal que el edificó en Samaria. Hizo también Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová Dios de Israel” (1 Reyes 16.29 al 33).


Los profetas denuncian esta injusticia y sufren persecución. Por ejemplo, profetas como Elías y otros. En el caso del profeta Jeremías en su tiempo sufre afrenta, angustia, burlas, escarnio, murmuración y persecución por parte de sus adversarios. Estos pretenden prevalecer contra él y estar a la expectativa para presenciar si el profeta claudica. Entonces, Jeremías confirma cómo Dios prueba a los justos, ve el corazón y los pensamientos de quienes encomiendan su causa. En la situación más crítica no quiso hablar más de Dios, ni hablar en su nombre, no obstante, según Jeremías hay en su corazón como un fuego ardiente metido en sus huesos, el cual trata de sufrir y no puede (Jeremías 20.7 al 12). Este es el fuego purificador inevitable e irresistible, para hacer prevalecer el bien y para la santificación. Job dijo: “Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro. Mis pies han seguido sus pisadas; guardé su camino, y no me aparté” (Job 23.10 al 11).


Jesús dijo: “Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?” (Lucas 12.49). Después de la resurrección le encomienda a sus discípulos esperar la promesa del Padre, para ser bautizados con el Espíritu Santo (Hechos 1.5). El cumplimiento viene del cielo con un estruendo y un viento fuerte, con el mismo se llena el lugar y se les aparece lenguas repartidas como de fuego sobre cada persona, entonces son llenos del Espíritu Santo (Hechos 2.1 al 4). Así existe el pentecostés personal.


Por otra parte, está el fuego de la destrucción, de cuando se manifieste el Señor Jesús en llama de fuego, para dar retribución a quienes no conocieron a Dios, ni obedecen el evangelio (2 Tesalonicenses 1.6 al 10). Y de la horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego para devorar a los adversarios (Hebreos 10.26 al 27), porque nuestro Dios es fuego consumidor (Hebreos 12.29).


El profeta Elías enfrenta lo siguiente: “Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle: y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra. Y Elías volvió a decir al pueblo: Sólo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres. Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno, y córtenlo en pedazos, y pónganlo sobre leña, pero no pongan fuego debajo; y yo prepararé el otro buey, y lo pondré sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho” (1 Reyes 18.20 al 24).


El Espíritu Santo es la señal de nuestra herencia para el día de liberación (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14, 4.30). La Escritura menciona la analogía entre Jesús como una planta de uvas y de las personas que permanecen en Jesús como hojas con frutos de la planta. Algunas de estas hojas no permanecen unidas al tallo, entonces, se secan, caen y son recogidas para ser echadas en un fuego ardiente (Juan 15.6), por ejemplo, en tiempos de Lot al salir de la ciudad de Sodoma, llueve del cielo fuego y azufre, y destruye a todos (Lucas 17.28 al 30). Pedro dice como Dios libra al justo Lot, pero reserva a los injustos para ser castigados en el día del juicio (2 Pedro 2.6 al 10): “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 Pedro 3.7).


La exclusión de la promesa de vida eterna y del reino de Dios, sin galardón, es el castigo eterno: “… Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos” (Lucas 13.27 al 28). Finalmente el profeta Elías clama: “… Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 Reyes 18.36 al 40).


CAPÍTULO 5: LA ADMINISTRACIÓN MINISTERIAL


5.1 EL ORDENAMIENTO Y NORMATIVAS


El relato de la creación muestra cómo Dios desde el principio ordena el mundo físico y establece las leyes cósmicas (Génesis 1.1 al 25). En el huerto del Edén ubica al ser humano con instrucciones de administrar todo lo creado, con límite o regulación en los árboles (Génesis 1.26 al 28, 2.15 al 17, 3.23 al 24). Antes del diluvio, en tiempos cuando la generación se ha corrompido, personas como Enoc y Noé caminan con Dios, ejercen su voluntad y son personas justas, perfectas en su época con la gracia de Dios ante sus ojos (Génesis 5.22, 6.8 al 9).


La conducta y las relaciones entre seres humanos, son reguladas con leyes procedentes de su Creador. Posterior al diluvio, el mensaje de Dios, también se transmite oralmente entre generaciones y se destaca Abraham por su obediencia a Dios al oír su voz, guardar su precepto, sus mandamientos, sus estatutos y sus leyes (Génesis 26.5).


5.2 LA ADMINISTRACIÓN EN LA ÉPOCA DE MOISÉS


La época corresponde al tiempo de Moisés, el pueblo de Israel crece en gran número y las leyes se establecen por escrito, entonces surge la necesidad de juzgar los conflictos entre personas. Realizar esta labor únicamente por Moisés, es exhaustivamente cansado y desgastante, debido al exceso de trabajo. Precisamente la problemática se presenta con la falta de distribución del trabajo, delegación de funciones y autoridad en otros (Éxodo 18.13), el suegro de Moisés recomienda otro sistema de trabajo:


1) Jetro observa las circunstancias.


2) Hace un estudio de la situación y luego cuestiona (Éxodo 18.14).


3) Moisés expone el método actual de trabajo y responde la entrevista realizada por Jetro (Éxodo 18.15 al 16).


4) El suegro de Moisés establece un diagnóstico y análisis (Éxodo 18.17): enfoca causas, consecuencias, el exceso de cansancio de Moisés. De esta manera identifica la principal causa y determina la solución (Éxodo 18.18).


La solución fue integrar más recurso humano, distribuirlo por grupos de trabajo (delegación de funciones o tareas). Moisés está anuente al cambio para mejorar, se dispone a escuchar el asesoramiento de su suegro, quien le replantea sobre nuevas bases un mejor sistema de trabajo. Jetro le comunica las ideas y una solución (Éxodo 18.19), sugiere las estrategias para contrarrestar las causas por el exceso de trabajo de Moisés, con el establecimiento de los siguientes objetivos específicos:


1) En el caso de Moisés: mostrar el camino, enseñar y delegar en los jueces.


2) En el caso del pueblo: andar por el camino y obedecer las enseñanzas de Moisés y de los jueces (Éxodo 18.20).


Moisés sigue el consejo de su suegro y las recomendaciones:


o Da participación a las personas del pueblo en las actividades.


o Nombra personas con ciertos requisitos para ser jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre cien, sobre cincuenta y sobre diez.


Los requisitos necesarios del personal para llevar a cabo el trabajo (Éxodo 18.21 al 22), como jueces justos, posibilitan el cumplimiento cabal de las tareas administrativas necesarias (Éxodo 18.23).


Moisés determina implementar el nuevo sistema de trabajo, comunica su decisión al pueblo y a los nuevos jefes de grupos. Además faculta a cada juez en sus funciones por grupos de mil, cien, cincuenta y diez, luego de prepararlos con la capacitación necesaria para el puesto. Se emprende lo planeado para lograr el fin propuesto (Éxodo 18.24).


Hay una coordinación en las siguientes relaciones:


1. Entre cada juez y el grupo de personas en el momento de impartir juicio.


2. Entre cada uno de los jueces.


3. Entre los jueces y Moisés, como equipo de trabajo.


Los requisitos: virtud, temor de Dios, verdad y sin avaricia. Se logra un juicio justo en el menor tiempo de espera posible, por medio de la distribución de grupos de trabajo (Éxodo 18.25), en consecuencia, se evita el desfallecimiento de Moisés, de quienes imparten el juicio y del pueblo cuando llega a consultar sus asuntos y las diferencias con otras personas. Se permite lo siguiente:


a. Realizar un juicio justo en cada caso con el dominio de las ordenanzas de Dios y sus leyes.


b. Mayor cantidad de personal disponible para el ejercicio de juez.


c. Menor tiempo de espera en la resolución de los casos.


El esfuerzo de cada persona se integra oportunamente para el logro del objetivo común. Se establecen las diferencias entre los asuntos graves, o sea, los más complejos y entre los más pequeños o sencillos, las responsabilidades durante el ejercicio del juicio, la autoridad propia y de cada juez (Éxodo 18.26).


La institución del sistema, estructura y organización en general se fundamenta en documentos escritos: las ordenanzas y la ley, similar a una constitución, se mantienen como autoridad, independiente de quienes son las personas o de la época de su aplicación, porque Josué continúa el legado de Moisés y la Escritura: “… También escribió allí sobre las piedras una copia de la ley de Moisés…” (Josué 8.30 al 35). La transformación de la ley a la gracia, a partir de la primera venida del Señor Jesucristo, se presenta como una enmienda requerida de acuerdo con las necesidades surgidas y el ajuste según la realidad del momento profético anunciado.


5.3 LA ADMINISTRACIÓN DESPUÉS DE JESÚS


La cabeza de la iglesia es Jesucristo (Efesios 1.22, 4.15, 5.23; Colosenses 1.18, 2.10 y 19; 1 Pedro 2.7). El fundamento de apóstoles y profetas, por medio de la palabra de Dios y el sistema ministerial, son la base del edificio, Jesucristo es su fundamento (1 Corintios 3.11) y la principal piedra del ángulo (Efesios 2.20 al 22; 1 Pedro 2.6). Por medio de su obra se da origen y fundamento a la iglesia como un tipo de administración y organización. Es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad (1 Timoteo 3.15), en Cristo Jesús (1 Tesalonicenses 2.14). Pablo menciona la iglesia y dirige sus cartas (1 Corintios 1.2, 10.32, 11.16 y 22; Gálatas 1.13). Hay iglesias locales, con diferentes características y problemáticas, como en Corinto (2 Corintios 1.1). Los integrantes del mundo integran la iglesia universal.


La Biblia dice: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Corintios 9.14). El obrero ministerial necesita financiamiento, para dedicarse a tiempo parcial o completo al servicio de la obra, siempre y cuando, sea sin lucro, opulencia y ostentación, sino austeridad y modestia, sin lujos ni vanidad.


Otros pasajes resaltan al obrero como digno de su alimento y salario (Mateo 10.10; Lucas 10.7; 2 Corintios 11.8 al 9; 1 Timoteo 5.18). De acuerdo con el don recibido (1 Pedro 4.10), cada obrero ministerial ejerce su actividad con capacidad y facilidad en el cargo. Esto redunda en beneficio, para la calidad del servicio y se ofrece en cada área una atención eficaz, con experiencia y preparación suficiente. Dios hace el llamado para su servicio mediante la vocación: algunos entregan mejores frutos, inclusive la persona misma se vuelve un fruto y alimenta con su ejemplo y servicio a los demás. En la parábola de los talentos (Mateo 25.14 al 30), se hace alusión a los talentos dados a los siervos, según la capacidad de cada uno; algunos rindieron en forma satisfactoria; pero otro lo hizo en forma negligente como un servidor inútil.


La especialización ejercida es necesaria con profesión, para desarrollar sin reservas lo mejor de cada servidor, con toda la capacidad, conocimiento, deseos de superación, energía y presentar la mejor ofrenda posible, excelente en fragancia de olor grato para Dios (2 Corintios 2.14 al 17; Efesios 5.1 al 2). El término profesión se emplea con frecuencia en la carta a los Hebreos, consiste en creer, manifestar y ejercer un oficio (Hebreos 3.1, 4.14, 10.23), conocido como la buena profesión (1 Timoteo 6.12 al 13).


5.3.1 EL PROCESO MINISTERIAL


Hay un proceso ministerial o secuencia de trabajo entre los grupos ministeriales. Las funciones diversas en los grupos de obreros, determinan un proceso en el cuerpo de Cristo, mediante las especializaciones en los diferentes campos de trabajo. Importante sin discriminación académica, edad o a la mujer:


I. Los evangelistas tienen el primer contacto de presentar el evangelio de Jesús a las personas, tal es el caso de Felipe el evangelista y el etíope (Hechos 8.26 al 40). En esta etapa se presentan las siguientes situaciones:


o Los evangelistas proclaman a Cristo resucitado, con palabras de llamamiento, arrepentimiento y conversión. Además de la santificación. Utilizan las buenas nuevas de salvación por medio de Jesucristo y anuncian un reino de Dios dirigido desde los cielos (reino cotidiano de Dios).


o Además de cautivar la atención de las personas hacia Cristo, enseñan las primeras lecciones de las palabras de Dios, con el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno (Hebreos 6.1 al 2).


o Cada postulante (candidato a ser admitido en la comunidad de fe), acepta plenamente a Cristo el salvador personal, demuestra con toda formalidad y seriedad un verdadero interés de vivir para servir con devoción a Dios. La asimilación de lo aprendido y el discernimiento, llegan a su plenitud cuando logra testificar con frutos dignos de arrepentimiento y conversión, respaldado por la calidad de sus acciones, principios, valores, veracidad y virtudes. Además de una vida en consagración y santidad.


o El nuevo converso por medio del bautismo en agua, hace una declaración pública de su determinación de seguir la fe de, para y por Jesús. Recibido este bautismo pasa a formar parte de la membresía formal de la iglesia, en el sentido doctrinal, porque en el campo administrativo es miembro cuando se integra a la asociación o congregación.


o Una vez cumplida la labor los evangelistas, entonces proceden a transferir las personas a los maestros para un discipulado doctrinal y valores comunitarios.


II. Los maestros se hacen cargo de los nuevos conversos, imparten una vasta preparación del discipulado doctrinal:


o Adoctrinan, preparan con firmes fundamentos de la palabra de Dios, hasta completar un nivel de aprendizaje y consolidación en los discípulos.


o Los discípulos asisten a todas las actividades generales de la iglesia, y como complemento los maestros les otorgan atención especial y enseñanza por medio del discipulado doctrinal.


o Con un acto solemne en la iglesia, transfieren a los pastores la responsabilidad de velar por el mantenimiento espiritual, de estos nuevos miembros de la iglesia, que han completado su preparación de discipulado.


III. Los pastores hacen la sucesión del cuidado espiritual de quienes han finalizado el discipulado doctrinal. Le dan seguimiento a las necesidades espirituales de las personas, por medio del trabajo pastoral y las pastorales específicas. En el caso de los asuntos materiales proceden así:


o Presentan formalmente a los nuevos miembros de la iglesia con el grupo ministerial de diáconos. Estos últimos quedan a disposición de ayudar en la medida de lo posible, a los nuevos integrantes de la iglesia, en las necesidades materiales.


IV. Los diáconos, simultáneamente con los pastores, quedan como responsables de los nuevos miembros. Los pastores en lo espiritual y los diáconos en lo material.


La meta ministerial es hacer de cada uno de sus integrantes un instrumento vital, en la función de trabajo en equipo. Lograr acciones conjuntas y coordinadas con un esfuerzo simultáneo, mediante la evangelización, adoctrinamiento, trabajo pastoral y diaconía, con la supervisión necesaria para el buen cumplimiento de los procesos, en la presentación de Jesucristo como ejemplo y modelo de la calidad de vida y proveedor de vida abundante.


5.3.2 EL GRUPO MINISTERIAL DE EVANGELISTAS


En relación con el mensaje de llamamiento, arrepentimiento, conversión y santificación, en cierta ocasión el apóstol Pablo expresa lo siguiente: “... ¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9.16). En esta exclamación se manifiesta gravedad, cuando no se cumple a cabalidad con esta misión. Jesucristo comisiona el hacer discípulos: enseñar y bautizar (Mateo 28.19 al 20). Toda la comunidad de fe o iglesia, comparte con otras personas, el evangelio del Camino de Salvación.


Una iglesia sin evangelización organizada, no logra el propósito de vitalizar, mostrar actividad y movimiento, consecuente al crecimiento de la comunidad de fe. Las llaves del reino fueron entregadas al apóstol Pedro, él fue el primero en predicar y acercar a Dios a los de la circuncisión y a los de la incircuncisión (Hechos 2.22 al 42, 4.4, 10.1 al 48). Estas llaves del reino son utilizadas durante el evangelismo con el mensaje de salvación y del reino de los cielos. Las puertas del Hades o sepulcro no prevalecerá contra la iglesia, no desaparecerá, ni la muerte tendrá victoria sobre la iglesia, por medio de la evangelización de la vida santa.


Es indispensable la existencia, función y operatividad del grupo ministerial de evangelistas, constituido en la estructura ministerial de la iglesia (Efesios 4.11 al 12), para perfeccionar a los santos en la obra del ministerio. Esta labor implica la especialización de la palabra de llamamiento, para los nuevos conversos, en sus primeros pasos de arrepentimiento, conversión y santificación. Los recién convertidos, requieren al principio un seguimiento sistemático, por parte de los evangelistas, para consolidar un fundamento firme en su nuevo nacimiento. Por esta razón, es necesario un grupo de trabajo especializado en esta temática y lograr en forma eficiente la evangelización, previo a la preparación de los recién conversos, en el adoctrinamiento impartido por el discipulado de los maestros.


Por razones obvias solamente se permite el evangelismo puro, sin favorecer, fomentar y practicar el proselitismo, sino las buenas nuevas de salvación, amor de Dios, fe, justicia y misericordia. Es fundamental en los evangelistas, tener en claro los límites de enseñanza, entre el evangelista, el maestro y viceversa. También en relación con los cargos de pastor y de diácono, es importante para cada grupo ministerial, conocer sus fronteras de enseñanza en la especialización de cada área de desempeño y trabajo ministerial, para una mejora continua en la labor.


5.3.3 EL GRUPO MINISTERIAL DE MAESTROS


Por diversas circunstancias, razones o situaciones, la recepción de los mensajes en las predicaciones no es captada en un cien por ciento. Es importante dar una asistencia en la instrucción, de forma individual o personalizada, y en grupos pequeños, por lo tanto, a través de estudios bíblicos aclarar las dudas de cada miembro eclesiástico. Por medio de lecciones durante un período establecido, se puede abarcar en forma completa cualquier tema complejo y se logra el tiempo óptimo o más requerido para el aprendizaje. Esta labor compete al grupo ministerial de maestros, para consolidar y promover el estudio e investigación como biblistas.


Los maestros son los responsables de enseñar con el sistema de estudios bíblicos, impartido de las siguientes maneras:


a. Dentro del auditorio principal, casa de oración o templo, ya sea en forma general o distribuida por grupos.


b. En aulas, si las instalaciones de la iglesia están acondicionadas.


c. En los hogares de cada familia o al reunir varias familias en una misma casa (estudios bíblicos familiares).


Según sea el caso, el grupo ministerial de maestros establece, organiza y planifica programas de estudios bíblicos con horarios, lugares, los maestros titulares y suplentes. Además, es el responsable de capacitar a los obreros ministeriales, buena comunicación con el proceso de publicaciones, para la edición del material didáctico impreso, digital o informático en páginas web. Imparte el discipulado doctrinal, una enseñanza más personalizada, llevan el control del avance y nivel de aprendizaje de cada discípulo, para un control adecuado y seguimiento sistemático.


El credo, confesión o profesión de fe o dogma, es materia de los maestros como los especialistas en adoctrinar y desarrollar temas profundos. Otros grupos ministeriales, también tienen integrantes con el dominio de la enseñanza, pero a los maestros les corresponde adoctrinar con capacidad y gran preparación demostrada, especialmente como doctores de la ley, doctrinas profundas y otras enseñanzas bíblicas difíciles de entender (2 Pedro 3.15 al 16), ejercen como biblistas especializados.


La Biblia es un océano de conocimiento, en el cual el discípulo con ayuda del maestro puede adentrarse hasta lo más profundo de cada enseñanza. Los evangelistas proporcionan la leche espiritual, mientras que los maestros dan la vianda espiritual (Hebreos 5.12 al 14). Después del cumplimiento de la misión de los evangelistas, seguros de llegar al tope de preparación con cada persona evangelizada, entonces los maestros inician su función de capacitación, para dar cimientos sólidos en el credo, confesión o profesión de fe o dogma a los nuevos conversos. Estas son las dos etapas iniciales de aprendizaje en los nuevos conversos, antes de la etapa de trabajo pastoral y pastorales específicas.


Para dar confianza, esperanza y ayudar en las debilidades y problemas de las personas, se requiere reforzar su fe por medio de la convicción. Según la capacidad de recepción y asimilación del mensaje, mediante un proceso de aprendizaje, se aumenta gradualmente el conocimiento del discípulo, con la finalidad de la aceptación y práctica de cada enseñanza. Esto, previo a la transición del nuevo converso al grupo ministerial de pastores, quienes le dan el mantenimiento necesario para permanecer y perseverar en los principios, verdades y valores adquiridos.


Los maestros son los encargados del mantenimiento y operación de los sitios o páginas web, redes sociales, presentaciones, material didáctico y libros digitales, sistemas informáticos de control y seguimiento del avance de aprendizaje del discipulado.


5.3.4 EL GRUPO MINISTERIAL DE PASTORES


Los pastores en el área espiritual, tienen una función de administración especial y específica de la mayordomía, a cargo del cuidado y dirección de las personas. Apacientan la iglesia del Señor (Hechos 20.28) e imparten la palabra de Dios con buenos resultados de su conducta, al mostrarse como ejemplos para imitar su fe (Hebreos 13.7): “... No como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5.1 al 3). Es necesario ejercer el pastoreo como ordena la Biblia, al cuidar la grey de Dios no por fuerza, sino con ánimo pronto, de corazón y voluntad, no por ganancia deshonesta, sino con toda honestidad y honradez.


Cuando se menciona en el versículo 1 de 1 Pedro 5: “... A los ancianos que están entre vosotros”, se refiere a ancianos en plural, porque en el pastoreo de cada iglesia local se recomienda, de acuerdo con la palabra de Dios, la dirección en manos de un equipo pastoral (Hechos 14.23; Tito 1.5), en lugar de una sola persona. La palabra anciano es sinónimo de obispo y pastor, las tres palabras significan lo mismo, es un mismo cargo y cumplen una misma función. Salvo en algunos casos el término obispo está asociado a la labor de supervisor.


Un pasaje de las Escrituras menciona tener por dignos de doble honor, a los ancianos con un buen gobierno, mayormente a los docentes y predicadores (1 Timoteo 5.17). Con base en este pasaje, todos los pastores deberían motivarse a enseñar y predicar, sin embargo, no se puede reducir el concepto de pastor, a realizar esta labor únicamente, ya sea, desde un altar, auditorio, aulas o púlpito. Hay diversas labores pastorales, pastorales específicas, pastoral juvenil, pastoral infantil y una infinidad de labores pastorales, aunque no enseñen o prediquen, forman parte del grupo ministerial de pastores.


Entre las funciones de pastoreo en el campo están la ayuda a los enfermos y visitación (Santiago 5.14). La pastoral carcelaria de privados de libertad. A las personas con capacidad diferente o especial con limitaciones funcionales. A los necesitados de consejería matrimonial. En intercesión de problemas entre padres e hijos, parientes cercanos y control del enojo. A los afectados por adicción o dependencia química (alcohol, tabaco, narcóticos o insomnio), drogadicción, farmacodependencia y vicios. A los miembros de la iglesia ausentes temporal o distanciados de la congregación. Al socorrer en coordinación con los diáconos a los empobrecidos o en extrema necesidad familiar y del hogar, especialmente a quienes están con hambre. Al dar ánimo y levantar la moral de quienes están desempleados, al tratar de ayudarles a conseguir un trabajo y si lo requieren suplir temporalmente lo necesario. Cuando se asesora y ayuda a las madres solteras a luchar y seguir adelante, para superar su situación de abandono. Al comprender y estimular a los adultos mayores, a vivir plenamente la etapa de la vejez, disfrutar la vida con alegría por su utilidad, en su conocimiento y sabiduría de provecho para los más jóvenes.


Al dirigir actividades de alabanza y oración por las casas. Acompañar en el dolor a los sufrientes, porque padecen o tienen familiares con enfermedad terminal y crónica (SIDA, cáncer y leucemia), depresión, otras enfermedades y problemas de salud. Orientar a jóvenes pandilleros o a quienes están en prostitución. Socorrer a los indigentes, deambulantes y niños de la calle. Dar servicio social, material y espiritual, donde haya pobreza y necesidad, con énfasis en los lugares y barrios marginados. Ayudar a quienes se encuentran en codependencia o en situación de agresión o violencia intrafamiliar. Trabajar en equipo y cooperación, para una recuperación, restauración e integración a la sociedad, sin ningún tipo de discriminación, marginación o proselitismo.


En Ezequiel 34.1 al 22, Dios habla en contra de los pastores negligentes, porque descuidan el trabajo de campo:


“... Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, ni volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia...”

Tal como se describe en este pasaje se presentan las siguientes similitudes:


1) Cuando los pastores sirven únicamente por el interés de recibir un salario o por recibir exaltación y reconocimiento, no se ubican en el nivel de la vida de Cristo; al contrario viven en lucro, opulencia y vanidad, sin prestar un servicio de corazón, amor de Dios, con el cuidado de responsabilidad social, práctica de los valores comunitarios, vocación y voluntad.


2) Cuando actúan con indiferencia a las necesidades del campo o con negligencia, porque se conforman con fungir dentro del local desde un altar o púlpito.


El obrero es digno de su salario y la iglesia tiene la responsabilidad de proveer para su mantenimiento, pero Jesús advierte de quienes sirven solo por un salario, sin dar la importancia al bienestar de las ovejas, buscan un cargo para lucrar, de manera que desempeñan una labor sin consentimiento del Señor (la puerta de las ovejas y el buen pastor) (Juan 10.1 al 15), porque pastorean por cuenta propia y se convierten en una élite acaudalada, con ministración sin respaldo divino. Así como se conmueven las entrañas por amor al sufrimiento de Cristo, quien vivió en austeridad y humildad, de igual manera es necesario compungir el corazón, por amor a los sufrientes, para acompañar en el dolor y fomentar el sentido comunitario y solidario.


La arrogancia, engreimiento, enriquecimiento acumulativo, extremismo, fanatismo, radicalismo, rivalidad, odio, onerosidad, opulencia, orgullo, soberbia, vanagloria, vanidad, son contrarios al amor, ejemplo, fe y vida de Jesús. Las buenas relaciones entre seres humanos, en armonía, bien común y comunión los unos con los otros, requieren una equidad, equilibrio y justicia, en la distribución de bienes y servicios, caridad y solidaridad al compartir con los demás.


5.3.5 EL GRUPO MINISTERIAL DE DIÁCONOS


Los diáconos son los responsables y encargados de lo material, inclusive servir en las mesas. La labor en lo material es amplia, como diaconía, mayordomía, por ejemplo, la ayuda a huérfanos y viudas. Es fundamental la buena coordinación entre el diaconado y el grupo ministerial de pastores, para conocer y solventar todas las necesidades materiales. Pueden solicitar el asesoramiento de los pastores, para determinar las prioridades y urgencias, según las necesidades diarias, tanto las imprevistas como las planificadas.


En cuanto a la atención a las viudas de la iglesia sin pensión, el grupo ministerial de diáconos, es el responsable y encargado de velar, porque se cubra en la medida de lo posible, esta necesidad, principalmente con aquella viuda que tiene verdadera urgencia. Algunas de las viudas pueden ser sostenidas por familiares creyentes, de esta forma la iglesia puede disponer de lo suficiente para ayudar a las viudas desamparadas y solas (1 Timoteo 5.16). Las mujeres viudas son las diligentes en oraciones y súplicas, de buen testimonio y mayores de sesenta años, según se menciona en la primera carta a Timoteo (1 Timoteo 5.5 y 9 al 10).


Otro caso similar se presenta, con los adultos mayores de sesenta años, que tienen dificultad de sobrevivir con sus gastos diarios, porque no reciben pensión o tienen una pensión muy baja. También, por causa de su vejez, de invalidez o dificultad para trabajar y recibir un ingreso adicional, aún cuando, en algunos casos, tienen hijos inconscientes porque no ayudan responsablemente.


En el caso de los huérfanos, se trata de niños, niñas o adolescentes (menores de edad), con ausencia de padres, ya sea porque han fallecido, debido a desconocimiento de la identidad o abandono de los niños (as). Al no tener la edad suficiente o estar en proceso de terminar sus estudios, son personas en espera de alcanzar su independencia laboral y económica, porque de momento no tienen la capacidad para subsistir por sí mismos y necesitan la ayuda para sobrevivir.


La administración eclesiástica, de bienes y servicios, está a cargo del grupo ministerial de diáconos en conjunto con el grupo organizado para asuntos materiales y consejo administrativo local. Integran parte del concepto de mayordomía y como grupos de trabajo cumplen su función al servicio de Jesucristo, el Señor de la casa de Dios (Hebreos 3.1 al 6). Permanecen como siervos fieles (1 Corintios 4.1 al 2), sobre su casa, al cuidado administrativo encomendado por Dios. En Lucas 16 versículos 2 y 10 se demanda fidelidad, porque se pedirá un rendimiento de cuentas de la administración realizada, aunque sea en algo pequeño, debido a que la persona fiel o injusta en lo poco procede de igual forma en lo mucho. Cuando se ejerce una diaconía, mayordomía o administración en forma fiel y prudente se es bienaventurado y se recibe recompensa (Lucas 12.42 al 44).


Las funciones de mayordomía en lo material están vinculadas al cuidado de los activos, contabilidad, finanzas, inventarios y tareas de la cocina. Se requiere dedicación, respeto y cuidado de las instalaciones, sus mobiliarios, utensilios y su mantenimiento. Esto implica todas las actividades en las cuales se evidencia el servicio a Dios en lo material, compra, suministro y preparación de alimentos, material de aseo, limpieza en general y en las actividades, lo necesario para cualquier trabajo eclesial, prevenir la escasez mediante planes de contingencia con soluciones de ahorro y distribución justa. Hay muchas formas de ayudar y contribuir, el compartir, escuchar y apoyar es una demostración de aprecio e interés. Pero igual de importante es suplir lo necesario en lo material cuando se requiere, es comprender y amar a aquellas personas en condiciones de limitación de oportunidades.


5.3.6 DOBLE DESEMPEÑO MINISTERIAL


El trabajo ministerial evangelístico, se organiza en función de despertar el afecto y la atención de las personas hacia Cristo, inspirado en anunciar el reino de Dios, las buenas nuevas de paz y de salvación. Sí hay capacidad en el evangelista, puede fungir al mismo tiempo con las labores de diácono, como lo hizo Felipe (Hechos 21.8), e integrar ambos grupos ministeriales, distribuir su tiempo para participar de diácono en las actividades de la iglesia, y cuando no hay actividad, puede fungir su labor de evangelización, principalmente en el campo, fuera de los edificios de las instalaciones. Aunque colabora en la programación de mensajes evangelísticos dentro de las aulas, locales, áreas al aire libre dentro de las instalaciones de la iglesia, en el auditorio principal, casa de oración, templo o en emisora radial o televisiva.


Un diácono puede, al mismo tiempo, ser un evangelista como el caso de Esteban (Hechos 6.5 y 8 al 10), todo depende de su capacidad y disposición para realizar ambas labores. Pero no se permite a un diácono ejercer de forma simultánea, como pastor o viceversa, porque es necesario respetar el orden en la distribución de funciones y especialización del trabajo de los grupos ministeriales según el cargo.


Los cargos locales de pastoreo y diaconado no son compatibles en una misma persona, bíblicamente se establece la diferencia de labores, en relación con la función del servicio a las mesas, atención de la distribución diaria y el no descuidar a las viudas, mientras otros persisten en la oración y en el ministerio de la palabra.


Particularmente, el diácono no está en obligación de enseñar, salvo el diácono - evangelista, por las funciones propias del evangelismo en lo relativo a la enseñanza y promulgación del evangelio de Jesucristo, sin embargo, quién se desempeña solo como diácono, puede enseñar acerca de su especialidad, según su capacidad para exponer, cualquier tema en relación con el diaconado.


Por otra parte, en algunos casos hay un doble desempeño en la labor de maestro, colaborador como pastor y viceversa, pastor colaborador como maestro, según su capacidad de pertenecer a ambos grupos. Por lo tanto, los desempeños en la labor de maestros y pastores son compatibles entre sí, pero son incompatibles con las funciones de evangelistas y diáconos, para preservar el orden, especialización, organización y estructura de las labores establecidas para cada grupo de servicio ministerial.


CAPÍTULO 6: OTRAS FUNCIONES MINISTERIALES


6.1 LA FUNCIÓN APOSTÓLICA


Los apóstoles supervisan la armonía doctrinal y de confraternidad, tanto local como regional, monitorea la condición de la membresía por medio de recorridos en las diferentes localidades (2 Corintios 8.23; Filipenses 2.25), para ver cómo marcha cada iglesia local en su proceder (Hechos 15.36), armonía, confraternidad, doctrina, espiritualidad y moral, para asegurar la supervisión, el establecimiento y mantenimiento de los grupos ministeriales en cada iglesia local (Tito 1.5).


El grupo de apóstoles desempeñan las siguientes funciones, con su respectiva especialización: las finanzas, misiones y publicaciones. Un ejemplo es el desempeño del apóstol Pablo y de la escuela paulina, especialmente en la labor misionera y su aporte documentado por medio de las cartas (1 Tesalonicenses 5.27), dirigidas tanto a las comunidades de fe, como a ciertas personas específicas. Pablo solicita firmeza y retener la doctrina, aprendida personalmente, como por medio de las cartas (2 Tesalonicenses 2.15). En Colosenses 4.16 se ordena compartir las cartas entre las diferentes localidades, esto demuestra la necesidad de copiar, intercambiar las cartas, equivalente hoy a realizar publicaciones masivas. El concilio de Jerusalén (Hechos 15.1 al 6), trata la necesidad de solucionar diversos conflictos de la iglesia, fundamentados en la comunicación de cartas escritas (Hechos 15.30), con autoridad (2 Tesalonicenses 3.14), por ser acuerdos consensuados, de parte de los grupos ministeriales, la iglesia, y el Espíritu Santo (Hechos 15.22 al 23 y 28). Los apóstoles recorren y entregan en cada localidad los acuerdos para ser practicados (Hechos 16.4). En el tiempo actual, el proceso de publicaciones trata de dar una interpretación adecuada a cada enseñanza bíblica, aportar soluciones a los conflictos presentados en la iglesia y corregir las deficiencias en lo cotidiano. Promover los principios cristianos y valores comunitarios necesarios en la cotidianidad.


El apóstol Pablo se distingue y sobresale de gran forma, pero su autoridad como apóstol, está en el nivel de los demás misioneros. Las obligaciones y derechos no son inferiores (2 Corintios 11.5), ni superiores, por ejemplo, en Hechos 15.36 al 41, encontramos una decisión de Bernabé, sin subordinarse a Pablo. Bernabé y Marcos deciden recorrer la región de Chipre, mientras tanto Pablo y Silas recorren Siria y Cilicia. La misión se extiende a todas partes y se organiza por regiones, en el caso de la región de Acaya a Pablo le colabora Timoteo (2 Corintios 1.1, 11.10), y le ayuda en Macedonia, juntamente con Erasto y en Creta le asiste Tito (Tito 1.5). En las regiones de Acaya y Macedonia hay varias iglesias locales como Atenas, Corinto, Berea, Tesalónica y Filipos. En la región de Asia se encuentran otras localidades como Efeso, Laodicea, Colosas y Antioquía.


Por motivo de los viajes se requiere financiamiento para la obra misionera. Es necesaria la colaboración de cada iglesia local en este sentido, con el fin de cumplir a cabalidad la función del apostolado y la supervisión. Una vez conscientes de su importancia, se recauda y aportan los recursos económicos, necesarios para el desempeño de los apóstoles en esta labor. Este financiamiento lo defiende muy bien Pablo, en 1 Corintios 9.1 al 19, cuando se refiere a los derechos de un apóstol: “... ¿Acaso no tenemos derecho de comer y beber?... ¿O sólo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar?... Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio...”. La ayuda de cada localidad beneficia toda la región, con las visitas y recorridos en la supervisión de los apóstoles. Son observadores permanentes para el cumplimiento de la predicación, práctica de sana enseñanza (2 Timoteo 2.15 al 18; Tito 2.1), exhortación con toda paciencia y doctrina (2 Timoteo 4.2).


Se reitera que la acción de Dios no es discriminatoria ni hace acepción de personas. Dios actúa en la vida humana en forma integral, con su gran misericordia ayuda a las personas en todos los ámbitos de la vida, consuela, fortalece y suple lo necesario a otras personas por medio del mismo ser humano. Por lo tanto, la comunidad de fe es un canal o medio de Dios para ayudar a otros sin marginación. Así como se conmueven las entrañas por el sufrimiento de Cristo, de igual manera es necesario compungir el corazón por amor a los sufrientes, para acompañar en el dolor y fomentar el sentido comunitario. Por esta razón es importante ser abiertos para aprender de Dios, en pro de las buenas relaciones entre seres humanos, en armonía y comunión los unos con los otros. De lo contrario las consecuencias de aferrarse a las ideas preconcebidas, discriminatorias, con acepción de personas, es no ser consecuente al sentido de bien común, contrario a la función de servicio apostólico.


6.2 LA FUNCIÓN PROFÉTICA


La función profética es fundamental en el nuevo pacto dentro de la estructura de trabajo ministerial (Hechos 13.1; Efesios 4.11). El profeta anuncia la verdad de la palabra de Dios en forma clara y transparente, denuncia directamente el mal y el pecado, advierte sus consecuencias y proclama la justicia para edificar y rescatar a los oyentes, en cumplimiento fiel de la misión encomendada por Dios de instar a la obediencia. Es un atalaya o centinela, vigila la rectitud y observa cuidadosamente todo procedimiento, y compara con la Escritura, rinde cuentas de su labor con toda valentía para la corrección de lo deficiente. No tiene temor de ser despreciado o perseguido, por sus señalamientos contra el pecado.


El profeta Ezequiel es advertido, de la responsabilidad de la muerte del impío a causa del pecado, si no le amonesta y habla en contra de su mal camino (Ezequiel 3.17 al 21, 33.7 al 9). Al profeta Jonás, Dios no le permite, rehusar de cumplir la misión profética, en contra de la gran ciudad de Nínive (Jonás 1.1 al 17).


La predicación de Juan, el bautista, fue contra el pecado, como un profeta con autoridad de Dios, aunque le significara ser apresado y muerto. El profeta denuncia las injusticias cometidas por el pueblo o contra el pueblo, así Juan predica en favor del arrepentimiento al decir en la palabra:


“... Predicando… y diciendo: Arrepentíos… Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento,... y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mateo 3.1 al 10).

La labor de Juan el Bautista, a manera de un profeta – evangelista, fue traer el mensaje de llamamiento, arrepentimiento, conversión y santidad. Anuncia con exhortaciones, las buenas nuevas al pueblo (Lucas 3.18), y prepara el camino del Señor, porque después de cumplir con su misión, viene Jesús como profeta - maestro a hacer un discipulado y enseñar al pueblo por tres años y medio.


El profeta Moisés menciona del envío, por parte de Dios, de otro profeta como él. Si no se oye la palabra de Dios a través de dicho profeta, entonces se le pide cuentas a la tal persona rebelde (Deuteronomio 18.15 al 19). Jesús fue poderoso en hechos y en palabra (Lucas 24.19). Cuando Jesús enseñaba a sus discípulos, algunos le dijeron: “... Dura es esta palabra, ¿quién la puede oír?... desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él... ” (Juan 6.60 al 69). El mensaje del profeta se requiere en sentido Cristo céntrico para la salvación, quien lo reciba tiene palabras de disciplina en el Señor Jesús, doctrina viva, exigencia, justicia, rigor y vida eterna.


Un profeta no puede desvirtuar la palabra de Dios. En el primer pacto había una compañía de profetas (1 Samuel 10.5), unidos por una misma finalidad: dar el mensaje de Dios con o sin predicción, pero con proclamación de la justicia y obediencia a Dios, por medio de una escuela o comunidad de profetas presidida por Samuel (1 Samuel 19.20). Los profetas son usados como instrumentos de Dios a través de su Espíritu (1 Samuel 10.9 al 12). Se predice sucesos venideros, porque Dios les revela su secreto a sus siervos los profetas (Amós 3.7), especialmente para estar advertido y preparado con plena confianza a Dios en los temas de providencia y salvación.


Algunos se desvirtuaron en beneficio propio (Jeremías 2.8), dieron vanas esperanzas con visiones de su propio corazón, se ganaron la voluntad de otros con una forma falsa y servil, al contar sueños mentirosos sin ser profecía de Dios (Jeremías 23.16 al 40, 27.9 al 22). Las Escrituras mencionan el caso de la falsa profecía del profeta Hananías, esta profecía no es verdadera, no concuerda con el profeta contemporáneo Jeremías, ni según los profetas anteriores a su época. Este falso profeta habla sin ser enviado por Dios, hace confiar en mentira al pueblo y manifiesta rebelión, al final es castigado con muerte (Jeremías 28.1 al 17), como consecuencia de sus actos.


Los profetas de la iglesia utilizan las Sagradas Escrituras como guía y referente de especialización en el campo de la profecía bíblica, así como los maestros desarrollan y profundizan el tema de la ley. Estos profetas utilizan como fuente profética las Sagradas Escrituras, porque es la palabra profética más segura e inspirada por el Espíritu Santo (2 Pedro 1.19 al 21). En la iglesia local existe el principio de asociar, en un grupo, a las personas con el don de profecía, el cual recibe el nombre de “Compañía de Profetas”, con el fin de escudriñar, analizar y sacar conclusiones de la profecía bíblica. Se reitera la afirmación de la Biblia en el siguiente texto:


“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 4.10 al 11).

Es vital conocer la profecía bíblica para apercibir al pueblo de Dios, porque sin profecía el pueblo se desenfrena (Proverbios 29.18). En la actualidad, la escuela de profetas es para compartir el conocimiento de denuncia de la injusticia, entre los integrantes del grupo compañía de profetas, según la especialidad de esta labor. Se requiere y necesita una mejor interpretación en el campo profético, libre en su totalidad de conjeturas, escatología fantasiosa, espectacularidad, especulaciones, fenómenos mágicos, futuros deslumbrantes, invenciones anacrónicas y toda clase de suposiciones futuristas, que desvían la atención de lo realmente importante en la práctica de principios y valores necesarios para el diario vivir: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14).


El profeta actual se pronuncia en nombre de Dios, en armonía con su palabra escrita y congruente con el mensaje de los profetas bíblicos, en comunión con la ley de Dios y la profecía. En su vida refleja absoluta fidelidad a Dios con fundamento apostólico y profético, con Jesucristo como principal piedra del ángulo de la edificación (Efesios 2.20 al 22). Esta compañía de profetas, analiza la profecía, prevé una cuidadosa interpretación en conjunto, invoca la dirección de Dios e intervención de su Espíritu y no cae en la falsa profecía, advertido desde tiempos de Moisés (Deuteronomio 13.1 al 5, 18.20 al 22).


Dios dijo a través de su siervo Moisés: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella…” (Deuteronomio 4.2, 12.32), lo cual es confirmado en Proverbios 30.5 al 6 y Apocalipsis 22.18 al 19, castiga cuando se afirma alguna palabra, como dicha por Dios, sin haberla él mandado (Jeremías 29.23). Recompensa a quien no se aparta, ni a diestra ni a siniestra de sus palabras (Deuteronomio 28.13 al 14). Jesús advierte contra los falsos profetas, porque a pesar de ser hacedores de maldad, creen que por invocar al Señor son justificados, sin obedecer la voluntad perdurable o perpetua de Dios (Mateo 7.15 al 23), sino que buscan fama, pleitesía, prestigio y reconocimiento en aparente consagración y santidad.


6.3 EL DESORDEN LITÚRGICO DE CORINTO


Según 1 Corintios 14.3 el profetizar es para consolación, edificación y exhortación. La Biblia menciona la labor de las profetisas, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, pero el ejercicio del don de profecía en el nuevo pacto sufre cierta regulación, tanto en la mujer como en el varón, debido a la falta de orden en la liturgia. Dios no es Dios de confusión, sino de paz, afirmado en 1 Corintios 14.33. Ni tampoco es para tener la costumbre de contender (1 Corintios 11.16).


En la comunidad de Corinto se altera la liturgia, por causa de quienes participan desordenadamente al hablar en lenguas y al profetizar, algunos interrumpen al preguntar o conversar acerca de la revelación e interpretación de las lenguas, otros pretenden sobresalir como profetas o profetizas sobre el resto de la membresía, creando un abuso en las participaciones colectivas.


La primera carta a los Corintios insta a hacer todo decentemente, con orden (14.40). Para lograr esto, se regula la participación en la revelación, lenguas e interpretación por turno, a lo más dos o tres y los demás juzguen (14.27, 29 y 31). Esto de juzgar implica creer u opinar para sí mismos, si varios conversan, discuten, murmuran o preguntan a la vez, sumado a quienes hablan en lenguas al mismo tiempo, se genera desorden (14.23). En el caso de las lenguas, cuando no hay quien interprete, se ordena hablar para sí mismo y no en voz alta (14.28). Se manda a callar a quién ha tenido participación, para dar oportunidad a otros (14.30). El desorden genera una mala impresión en las visitas o espectadores: “Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?” (1 Corintios 14.23).


Pablo menciona no menospreciar las profecías, pero recomienda examinar todo y retener lo bueno (1 Tesalonicenses 5.20 al 21). Al examinar la profecía, algunas mujeres incurren en preguntar y conversar en plena actividad litúrgica, otras provocan desorden al participar como profetizas en forma simultánea y en voz alta, otras profetizas con presunción, tratan de figurar al utilizar como excusa el don de profecía sobre los demás, para dar la impresión de mucha consagración o santidad. Todo esto, Pablo lo censura y manda callar a tales mujeres: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar,... porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Corintios 14.34 al 35). Según esta recomendación es prioritaria la reverencia y el orden litúrgico, inclusive la mujer no puede libremente divulgar las profecías recibidas, solamente con orden y regulación.


La profecía no es para presumir de posición privilegiada, ante Dios o la iglesia, por presunción de consagración, espiritualidad o santificación. ¿Qué pasa si la visión o sueño, fue por una sugestión de la mente, influenciada por fenómenos naturales, problemas de salud, drogas implícitas en los medicamentos, ignorancia de la palabra de Dios, por causas como la fascinación (engaño o alucinación), obsesión (algunos por síntomas de neurosis depresiva), por ofuscación (que es entenebrecer la razón y confundir las ideas), por persuasión (tratar de convencer o influenciar), por perturbación (sin paz ni tranquilidad), histeria, problemas de psicosis o insomnio? Es peligroso utilizar la profecía, en los casos de fundamentar una doctrina de la iglesia, contradictoria al sentido general de las Sagradas Escrituras, sin edificación o para justificar la maldad o pecado.


En la ciudad de Filipos, se reunieron algunas mujeres junto al río, en el lugar donde suelen orar; primeramente se observa cómo entre ellas se distingue una mujer con el nombre de Lidia, vendedora de púrpura, adoradora de Dios y atenta a la enseñanza de Pablo. El Señor abre el entendimiento de ella y es bautizada con su familia, por haber sido encontrada fiel al Señor (Hechos 16.12 al 15). Por otra parte, en la misma ciudad, una muchacha con la capacidad de predicción y de descubrir lo desconocido, insiste por muchos días en delatar públicamente a Pablo y a los demás creyentes, como hijos del Dios Altísimo y anunciantes del camino de salvación. Al desagradar a Pablo esta actitud, la reprende y ella pierde su capacidad de predecir (Hechos 16.16 al 18). Este caso contrasta con el de Lidia, ambas conscientes de la existencia del Dios verdadero; una lo adora y recibe más conocimiento al aceptar a Cristo en el corazón. La otra, sin razonamiento, sino por intuición, percibe de forma clara la verdad y procede a delatar en voz alta el servicio a Dios, presentado por Pablo y sus acompañantes, pero no recibe la palabra, ni la atesora en su propio corazón.


En el pasado hubo profetisas o sacerdotisas de dioses falsos, algunas entregadas a la fornicación, como un ritual religioso, luego llegan al cristianismo con la presunción de mantener el liderazgo y tomar autoridad sobre el rumbo de la iglesia. Esta es una de las razones, para regular su participación como profetisas, a partir de la iglesia de Corinto. En el Apocalipsis se menciona el caso de la iglesia en Tiatira, donde hay adversidad contra Dios por medio de una mujer llamada Jezabel, se dice supuestamente ser profetisa, pero enseña e induce a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos (Apocalipsis 2.18 al 23). El nombre de esta mujer es comparado con el de una mujer, hija de Et-baal rey de los sidonios, tomada por Acab rey de Israel, inducido a servir y adorar al dios falso Baal, hasta hacer un templo y altar en Samaria, y una imagen de la diosa Asera, para provocar la ira del Dios verdadero de Israel (1 Reyes 16.29 al 33). Acab actúa incitado por su mujer Jesabel (1 Reyes 21.25 al 26), quien mata a los profetas de Dios (1 Reyes 18.4 y 13), y ofrece una fuerte oposición a la palabra de Dios.


Los casos mencionados en el párrafo anterior, son ejemplos de liderazgos mal encaminados, porque el verdadero liderazgo es influir el bien y la rectitud en los demás. Un líder no se impone, logra acuerdos con diálogo y participación. Transmite la información, conocimiento y entendimiento sin recelo. Entre sus características están la humildad, negociación y el servicio. Reconoce cuando no tiene la razón, no puede ser un manipulador sino satisfacer por convencimiento. Un líder tiene aptitud, autoridad con control de sí mismo, capacidad por disposición natural, sabe delegar responsabilidades, suficiencia y toma de decisiones coherentes. Tiene actitud, creatividad, estímulo, intuición, logra interactuar y motivar.


6.4 EL DON DE PROFECÍA BAJO EL CONTROL DE LOS PROFETAS


La interpretación del don de profecía, se encuentra bajo el control de los profetas, en este sentido a las mujeres, inclusive las profetisas, se les ordena consultar en casa a sus maridos (1 Corintios 14.35), esta función la cumple la compañía de profetas, porque no todas las mujeres, sean o no profetisas, tienen marido, marido creyente o marido profeta, con el conocimiento adecuado para responder la consulta. La visión o sueño es analizado por el grupo, sobre la base principal de no menospreciar ninguna profecía y examinar detenidamente cada una. Con este análisis, se determina la conveniencia de dar a conocer la profecía externamente al grupo, según la palabra: “No apaguéis al Espíritu, no menospreciéis las profecías, examinadlo todo; retened lo bueno, absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo;…” (1 Tesalonicenses 5.19 al 23).


Cada profecía recibida es examinada y comparada con las Sagradas Escrituras, como referencia, pues está escrito: “Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz…” (1 Corintios 14.32 al 33). Pablo, a pesar de estar condicionado dentro de una cultura con raíces patriarcales, la cual considera al sexo masculino superior al femenino, actualmente denominado con el nombre de machismo, regula en relación con la profecía, tanto a las mujeres como a los varones por igual y sin marginación.


La precaución específica para la mujer en 1 Corintios 14.34 al 35, es de no hacer una interpretación a la ligera con la consecuencia de inducir al varón al error, porque en 2 Corintios 11.3, la compara con el ejemplo de Eva, extraviada en su propia mente al cuestionar y distorsionar sus sentidos en confusión, esto la lleva a incurrir en rebeldía con la participación de Adán. En realidad no hay sexo superior al otro, la acción de Eva al hacer uso de su inteligencia la confronta con una duda e investiga por sí misma el conocimiento de lo cuestionado, capacidad innata provista por Dios en el ser humano, tanto en el hombre y en la mujer.


Pablo les pregunta a las mujeres, si acaso de ellas se ha iniciado el mensaje de la palabra o solo a ellas ha llegado este mensaje (1 Corintios 14.36), hay una unidad de trabajo, entre varones y mujeres sin ser unos superiores a otros. Al principio los discípulos de Jesús llegaron a ser ministros de la palabra (Lucas 1.2), posteriormente, se integran otros ministros, entre ellos Pablo (Hechos 26.16), pero Jesús desde el inicio le da participación a la mujer, observamos la integración de la mujer en el ministerio de Jesús, sin discriminación alguna, inclusive colaboran tanto en el servicio como con sus propios bienes:


“Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes” (Lucas 8.1 al 3).

Tal y como se menciona en el párrafo anterior, la mujer tiene participación en el ministerio de Jesús, fundador de la comunidad de fe, por consiguiente, promotor de los valores comunitarios. En todo caso, la organización e institucionalización de esta comunidad, como iglesia y sus normas respectivas, no justifican la discriminación de la mujer, en la labor de servicio ministerial. Aunque en la formación de la iglesia, por desordenes litúrgicos se establecen regulaciones, esto no autoriza excluir o marginar a la mujer en la participación general del trabajo administrativo, eclesiástico y de grupos ministeriales (evangelistas, maestros, pastores y diáconos), menos marginarla en impartir la enseñanza, clases, liderar, oficiar en las actividades, liturgias, ceremonias o celebraciones eclesiásticas, misioneras y caritativas. Es indispensable la capacidad de unión en función de la comunidad, sin intereses particulares para promover los comunitarios.


Pablo le recuerda a la mujer tomar en cuenta al varón, como mensajero de Dios, porque el varón es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza del varón y Dios Padre la cabeza de Cristo (1 Corintios 11.3). En este pasaje la expresión “cabeza” es en señal de preceder en existencia, principio, origen o fuente de vida. Dios precede en existencia a Cristo; Cristo al varón y el varón a la mujer. Porque Adán fue formado primero y después Eva (1 Timoteo 2.13). Por esta razón en el caso de Corinto se propició una costumbre local de cubrirse la cabeza las mujeres para orar o profetizar, como recordatorio, de señal de autoridad en relación con el hombre, a quien se le pide descubrirse la cabeza para orar y profetizar:


“Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles. Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios” (1 Corintios 11.8 al 12).

Cabe destacar la expresión del párrafo anterior: “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”. En el contexto del pasaje, el término ángeles se relaciona con mensajeros o el mensaje, donde se requiere que la mujer se cubra la cabeza y el varón se descubra, de lo contrario la mujer afrenta al varón y este último a Cristo: “Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza...” (1 Corintios 11.4 al 5). Debido a los mensajeros, delegados de Dios, en este caso los profetas, la mujer se cubre la cabeza solo para orar y profetizar, como señal de respeto a la autoridad del mensaje profético. No es necesario cubrirse en todo el acto litúrgico, la Escritura menciona para orar o profetizar.


La mujer a pesar de ser un vaso o instrumento profético, el cubrirse la cabeza es un recordatorio para ella, en el sentido de no precipitarse a tomar la dirección, e interpretación en forma privada, sino callar en la congregación (1 Corintios 14.34), y esperar el debido proceso para exteriorizar la profecía recibida, con el análisis en comunidad mediante la compañía de profetas. Sea una revelación (voz audible) sueño o visión, es indecoroso a la mujer hablar de estas situaciones en la congregación (1 Corintios 14.35). No es prudente, promulgar lo recibido, ni involucrar a nadie, hasta que se pronuncie al respecto la compañía de profetas.


En cuanto a cubrirse o descubrirse la cabeza, únicamente para orar y profetizar, según corresponda, y no en todo el acto litúrgico, si alguien quiere omitir o discutir este orden, según 1 Corintios 11.16, las iglesias de Dios no acostumbran contender, solo se resolvía un orden litúrgico o de celebración, específicamente local (Corinto) y para la acción o acto de orar y profetizar. Pablo afirma a quien se cree profeta y espiritual, reconocer los mandamientos del Señor (1 Corintios 14.37), la medida resolvía un recordatorio de nunca precipitarse en la dirección e interpretación, por encima del Señor y de las Escrituras. El cubrirse o descubrirse no es vinculante para perder la salvación, se practicó por un orden.


También en las Sagradas Escrituras se menciona la expresión del marido como cabeza de su esposa (Efesios 5.23 al 24), la sujeción indicada se refiere a unidad y no a sometimiento, sino en forma recíproca sometidos unos a otros sin discriminación de sexo, en el temor de Dios (Efesios 5.21). Al marido le corresponde velar por el cariño y amor de su esposa, cuidarla como a su propia carne (Efesios 5.28 al 33), dar honor a la mujer como a vaso más frágil, o sea, con mayor atención y cuidado (1 Pedro 3.7).


Las casadas están sujetas a sus maridos, en el sentido de armonía y unidad como lo hacen con el Seño (Efesios 5.22, 25 al 27). El marido no es cabeza en el sentido de poder absoluto, cualquier persona sea hombre o mujer, no está sujeto o sujeta a servidumbre en tales casos (1 Corintios 7.12 al 17), por ejemplo en la actualidad, por causa de adulterio, agresión doméstica (intrafamiliar), abandono familiar, incesto, incumplimiento conyugal premeditado, intransigencia o cualquier aspecto dañino y perjudicial. La Biblia dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.25 al 26).


6.5 LA MUJER EN EL MINISTERIO


La mujer desempeña un papel muy importante en el trabajo ministerial. Su participación en los grupos ministeriales y de apoyo es muy valiosa en igualdad de condiciones al varón. Realiza funciones dentro del campo evangelístico, pastoral y de diaconía como se relata en Romanos 16.1 al 15, Filipenses 4.2 al 3 y 1 Timoteo 3.10 al 11. Es anciana en el área pastoral y aconseja a las jóvenes para amar a sus maridos e hijos, ser de buen testimonio, prudentes, castas y cuidadosas de su casa. Son las maestras del bien según Tito 2.3 al 5.


Las profetisas se mencionan en Hechos 21.8 al 9 y 1 Corintios 11.5, conforme con la gracia y voluntad de Dios en repartir sus dones. La Biblia no prohíbe la participación de la mujer, por lo tanto, puede asistir a las reuniones de cualquier grupo ministerial y ayudar en todo lo posible con estas labores, inclusive contribuir en la supervisión de la obra o sea en la función del apostolado, tenemos el caso de Junia o Junias, una mujer de gran estima por los apóstoles en Romanos 16.7. Los apóstoles se acompañaban de sus esposas en los viajes misioneros, ellas cumplían una labor misionera, se puede observar en 1 Corintios 9.5.


La discriminación hacia la mujer no procede de Dios, procede de la misma cultura propia del varón, transmitida por generaciones y condicionada en su favor. El pasaje de 1 Corintios 14.34 al 35, donde se menciona que las mujeres callen en las congregaciones, no se refiere a la mujer en general, sino que hace alusión a las mujeres involucradas en ocasionar desorden en la liturgia, unas por ser profetizas, participar en lenguas y revelación en forma simultánea, otras por interrumpir al preguntar o comentar acerca de la interpretación, y finalmente las mujeres con alabanza presuntuosa de sí mismas, por sobresalir como profetizas sobre el resto de los integrantes de la iglesia, generando un desorden litúrgico.


A lo anterior se suma 1 Timoteo 2.9 al 15, con un sector de mujeres adineradas con otro tipo de presunción, al pretender sobresalir por causa del poder económico (1 Timoteo 6.6 al 10 y 17 al 19), la clave de este análisis está en el profesar piedad y servicio a Dios con modestia, sin lujos posibilitados por las riquezas y despreciativos al necesitado. Este pasaje señala a las mujeres adineradas, porque las mujeres pobres no tienen la posibilidad de poseer oro, perlas, vestidos costosos o peinados ostentosos, con dificultad su capacidad adquisitiva se reduce a lo necesario para subsistir, sin apariencias exteriores de lujo y opulencia.


Ahora bien, el ser humano nada ha traído a este mundo cuando nace y nada se lleva cuando muere. La mujer tiene la distinción más grande de los seres humanos, el privilegio de ser madre, el dar a luz es un acto de mucho riesgo, la mujer con riquezas y la mujer pobre están en igualdad de condiciones, cuando dan a luz, tanto una como la otra corren riesgos, inclusive de perder la vida, pero su vida será preservada y se salva en cada parto; aun la muerte no podría arrebatar su amor, fe, modestia y santificación (1 Timoteo 2.15). Las mujeres o varones con la capacidad económica y benefactores dentro de la iglesia, por el hecho de contribuir no pueden exigir los primeros lugares o posiciones de poder, ni la iglesia debe rendirles pleitesía, por poseer, como dice la carta de Santiago 2.1 al 9, anillo de oro y ropa espléndida.


Entre los requisitos bíblicos de las mujeres está: “Sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Timoteo 2.10). Las diaconizas o mujeres diáconos: “… Honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo” (1 Timoteo 3.11). Se concluye acerca de la participación litúrgica del hombre y de la mujer, que aunque es regulada con requisitos para mantener un orden, no hay prohibición de la mujer para oficiar en el ministerio, su discriminación es por creencia cultural y tradicional.


6.6 EL EJEMPLO DE MARÍA LA MADRE DE JESÚS


La expresión de María, al decir “he aquí la sierva del Señor” (Lucas 1.38), connota ferviente obediencia y servicio a Dios. Es un ejemplo inspirador para la mujer actual. Dedica su vida con toda disposición e interés en el servicio al Señor, con prontitud cumple la voluntad de Dios, de una forma firme y segura. Por causa de su fidelidad, Dios favorece y bendice su vida. María demuestra virtudes muy valiosas como la comunión, consagración, devoción, santificación y testimonio para las mujeres. Muchas cualidades descritas en la Biblia acerca de María, son necesarias en las mujeres para servir a Cristo, especialmente, el amor a Dios y al prójimo.


Así como las mujeres de la época de Jesús, inclusive con sus bienes le sirven (Lucas 8.3), en nuestro tiempo el hacer el bien al necesitado, es servir a Jesús mismo. María se regocija con su corazón y mente, enfoca su emoción, inteligencia y pensamiento, en el servicio a Dios su Salvador, testifica a Dios como digno de ser glorificado y honrado por sus grandes proezas, y misericordias a quienes tienen su temor, porque a los hambrientos colma de bienes y exalta a los humildes (Lucas 1.50 al 53).


María presencia la aparición de un ángel llamado Gabriel (Lucas 1.26 al 28), aunque se turba por las palabras del ángel, en la salutación inicial (Lucas 1.29 al 30), reacciona y responde con toda cordura, al hacer un juicio acertado del mensaje recibido, porque cree (Lucas 1.45) conforme con lo anunciado en las Sagradas Escrituras (Lucas 1.54 al 55). Es importante destacar la meditación de María en su corazón, al atesorar el conocimiento y la vivencia (Lucas 2.19), es obvio considerar a María como excelente esposa, hija y madre. Ella también recibe bendición entre las mujeres, pasa a ser un modelo de mujer para las demás (Lucas 1.48): “Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1.28).


Su vida ejemplar manifiesta humildad, modestia y sujeción a la palabra de Dios; concentra su energía, fuerza y todo su vigor en los propósitos de Dios. No se envanece, ni se jacta del privilegio de ser un instrumento útil de nuestro Dios: verdadera hija de Dios Padre y madre del Hijo de Dios o Dios Hijo, engendrado del Espíritu Santo (Mateo 1.20 al 23; Lucas 1.34 al 35; Hebreos 1.5 al 9). Este testimonio de María, es vital para seguir e imitar su ejemplo de vida consagrada y santa.


6.7 LA MUJER EN EL PRIMER PACTO


En conformidad con los propósitos de Dios, encontramos, durante el primer pacto, muchos testimonios de mujeres en labores de servicio a Dios y al pueblo, por ejemplo, Débora fue una mujer usada por Dios como profetisa y gobierna durante un tiempo a Israel como juez. Dios la utiliza para darle dirección a Barac al juntar a diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón, para pelear contra Sísara, capitán del ejército del rey Jabín de Canaán.


También en este tiempo, por mano de otra mujer llamada Jael, dio muerte a Sísara por voluntad de Dios y en cumplimiento de una profecía mencionada por Débora (Jueces 4.4 al 24). En el periodo del Éxodo, encontramos a María, quien es profetisa (Éxodo 15.20) y sirve a Dios al lado de sus hermanos Moisés y Aarón. En el reinado de Josías, durante las obras de reparación de la casa de Jehová, se encuentra el libro de la ley, entonces el rey por medio de una delegación, hace la consulta a Dios acerca de las palabras del libro hallado. Jehová, el Dios de Israel, les da la respuesta mediante una mujer profetisa llamada Hulda (2 Reyes 22.3 al 23.3).


La Escritura cuenta la historia de Rut, la moabita, descrita como una mujer virtuosa y reconocida por las mujeres de su época, además da a luz a Obed, padre de Isaí, quien a su vez llega a ser padre del rey David (Rut 4.13 al 17). Esta mujer, a pesar de ser de los campos de Moab, prefiere seguir a su suegra y reconocer al pueblo de Noemí, como su pueblo y a Dios como su verdadero Dios (Rut 1.16 al 17). Se le compara con otras mujeres, Raquel y Leda, las cuales edificaron la casa de Israel (Rut 4.9 al 12).


Una mujer muy especial es Agar, a quien le habló el ángel de Dios desde el cielo y Dios le proveyó agua en el desierto, para que no muriera junto con su hijo Ismael, de quien Dios hace una gran nación (Génesis 21.13 al 21), por ser descendiente de Abraham. Ismael tiene doce hijos príncipes (Génesis 25.12 al 18). Dios los multiplica tanto que no pueden ser contados por causa de la gran multitud (Génesis 16.5 al 16), constituyen una de las grandes religiones, unificados como monoteístas por el profeta Mahoma (Muhammad).


A una mujer estéril conocida como Ana, Dios le concede la petición de tener un hijo llamado Samuel, el mismo es dedicado delante de Jehová y ministra junto al sacerdote Elí. Este Samuel llega a ser un gran siervo de Dios como profeta. Tiempo antes, a Sara de edad avanzada y estéril, Dios le concede un hijo llamado Isaac, uno de los patriarcas juntamente con Abraham su padre y Jacob su hijo, recibe fuerzas para concebir y dar a luz fuera de la edad, por haber tenido fe en la fidelidad de Dios, según la promesa (Hebreos 11.11).


También en tiempos de Josué, una mujer llamada Rahab, es salva junto con su familia en la destrucción de Jericó, ella tiene suficiente fe para esconder y ayudar a escapar a los espías de Israel (Josué 2.1 al 16, 6.21 al 25). Todos los ejemplos anteriores demuestran desde el primer pacto, a la mujer en un lugar de gran estima, Sara, Rebeca, Raquel o Leda, desempeñan un papel importante, en la época de los patriarcas. La mujer llega a heredar entre su familia, cuando no tiene hermano sucesor (Números 27.7 al 11).


Otra mujer virtuosa fue Ester proclamada reina en tiempos del rey Asuero, quien reinó desde la India hasta Etiopía (Ester 1.1 al 3, 2.15 al 18). Ester intercede a favor de su pueblo, sufren persecución y amenaza de muerte de parte de los enemigos (Ester 4.1 al 17). Al final tienen defensa, paz y celebración: “enviar porciones cada uno a su vecino, y dádivas a los pobres” (Ester 9.22).


6.8 LA MUJER EN EL NUEVO PACTO


En el nuevo pacto, a la mujer se le reconoce un lugar dentro de la comunidad de fe, porque Jesús rompe con los estereotipos de su época, a través de una mujer samaritana, inclusive sus discípulos se maravillan (Juan 4.27). Esta mujer samaritana, se extraña cuando Jesús no la rechaza, porque aunque es judío le pide de beber agua, ya que judíos y samaritanos tienen enemistad entre sí (Juan 4.9). Y la mujer samaritana fue mensajera de Jesús entre los de su pueblo, quienes creen por la palabra de ella (Juan 4.28 al 30 y 39 al 42): “Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho” (Juan 4.39).


Jesús valora a la mujer en muchas ocasiones, por ejemplo, visita a Marta y a María (Lucas 10.38 al 39), hermanas de Lázaro; sana a María llamada Magdalena; Juana y Susana; entre muchas mujeres servidoras aun con sus bienes (Lucas 8.1 al 3). Además un grupo de ellas lo acompañan hasta en su muerte (Mateo 27.55 al 56); luego al sepulcro, en su sepultura (Mateo 27.59 al 61). Cuando preparan especias aromáticas y ungüentos para llevar al sepulcro (Lucas 23.56 al 24.1), aunque no pudieron perfumarlo, fueron ellas las privilegiadas de ser las primeras en saber de su resurrección y de llevar el anuncio a los demás (Lucas 24.9 al 11). Jesús mismo fue quien envió a las mujeres a dar este aviso (Mateo 28.9 al 10). Jesús aprecia, valora y da lugar y participación a la mujer sin impedimentos.


Muchas alcanzan arrepentimiento y conversión (Hechos 8.12, 9.2, 17.12): Dorcas (Hechos 9.36), María la madre de Juan con sobrenombre Marcos (Hechos 12.12), Lidia (Hechos 16.14), las hijas de Felipe (Hechos 21.8 al 9) y Apia (Filemón 2). Pablo menciona a muchas mujeres servidoras a la comunidad y al Señor, entre ellas están Febe, Priscila, María, Junia, Trifena, Trifosa, Pérsida, la madre de Rufo, Julia, la hermana de Nereo y Olimpas (Romanos 16.1 al 7, 12 al 13). También Evodia y Síntique, combatieron juntamente con Pablo en el evangelio: “Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor. Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida… Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4.2 al 7).


Las mujeres en Cristo Jesús, participan sin discriminación ni marginación, porque imperan los principios y valores de amor de Dios, bien común, equidad y justicia. Dios a su tiempo, suplirá lo que falta para la edificación de la iglesia contemporánea, porque está escrito: “Mi Dios, pues suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Al Dios y Padre nuestro sea gloria por los siglos de los siglos… La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros” (Filipenses 4.19 al 23). Por otra parte, se mencionó que es totalmente relevante la misericordia y el perdón. Al respecto la Biblia textualmente recomienda lo siguiente: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Colosenses 3.12 al 15).