SEGUNDA EDICIÓN LA COMUNIDAD DE FE: ACUERDOS DE FE



Basado en la Biblia Versión Reina - Valera Revisión de 1960 (RVR60)

4.4.4.2 ARREPENTIMIENTO Y CONVERSIÓN


El bautismo de arrepentimiento y conversión se logra por medio de volver en sí y recapacitar, como en la parábola del hijo derrochador de sus bienes, perdidamente vive, pero recapacita y es recibido por su padre incondicional y misericordioso, porque este hijo volvió en sí para arrepentirse (Lucas 15.17 al 24). Hay un pesar de dolor por los pecados: “… la tristeza que es según Dios, produce arrepentimiento para salvación…” (2 Corintios 7.10). En este caso, el afectado tiene un reencuentro consigo mismo, surge el deseo y la necesidad de limpieza personal, a través de la comunión recibida al acercarse al Padre y el incremento de la fe por el oír la palabra de Dios (Romanos 10.17). La fe se piensa, razona, reflexiona y se vuelve irrevocable el llamamiento de Dios (Romanos 11.29).


El ser humano es el único responsable de su injusticia y pecado, pretende culpar a Dios, sin medir que sus propias acciones retribuyen su consecuencia. Todo lo contrario, Dios es paciente para que el ser humano se arrepienta: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2.4). “El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3.9). La mente de la persona se constituye en un recipiente: poco a poco empieza a sacar el contenido sucio y a limpiar con una unción fresca del mensaje de salvación.


Bien dijo el salmista: “... Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando” (Salmos 23.5), se renueva hasta el conocimiento pleno, abandona sus prácticas de antivalores, la avaricia, adulterio, blasfemia, borracheras, celos, contiendas, disensiones, enemistades, enojo, envidias, fornicación, hechicerías, herejías, homicidios, idolatría, impureza, inmundicia, ira, lascivia, malicia, malos deseos, mentira, orgías, palabras deshonestas, pasiones desordenadas, pleitos y cosas semejantes a estas (Colosenses 3.5 al 10; Gálatas 5.19 al 21). La palabra de Dios limpia la mente de pecado, sana el mal pensamiento incitador y se renueva: “… Despojaos del viejo hombre…” (Efesios 4.22; Colosenses 3.9), o sea, el viejo humano es la vieja personalidad y la vieja forma de ser perjudicial.


Juan el Bautista predica el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados (Marcos 1.4), volver los corazones, traer la justicia y prudencia, preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor (Lucas 1.16 al 17). Fueron bautizados por él en el río Jordán con la confesión de sus pecados (Mateo 3.5 al 6), excepto algunos sin arrepentimiento, entre ellos fariseos y saduceos, que Juan no les permite la inmersión en agua y los llama ¡Generación de víboras! Los envía primeramente a hacer frutos dignos de arrepentimiento antes de aparentar ser hijos de obediencia. Les menciona, en forma de analogía, del árbol sin buenos frutos cortado y echado en el fuego (Mateo 3.7 al 10). La gente, entre ellos publicanos y soldados, preguntan ¿cuáles son las acciones a seguir por parte de cada persona? Según cada caso, para todos hay respuestas o soluciones, para demostrar los frutos dignos de arrepentimiento (Lucas 3.9 al 14), conversión y santificación.


Juan bautiza para arrepentimiento (Mateo 3.11), por ser en agua no es para producir arrepentimiento, porque es requisito previo el estar arrepentido. De lo contrario, para bautizarse en agua, Juan no hubiera exigido este requerimiento. Por lo tanto, Juan ejerce dos bautismos, uno a través de la predicación de la palabra generadora de arrepentimiento y el otro, es consecuente del primero, por medio del bautismo en inmersión en agua e inmersión en Jesús, se testifica públicamente del recibimiento de dicho arrepentimiento.


La conversión es llevar a la práctica, la vida y testimonio ejemplar, generado mediante un verdadero arrepentimiento. La predicación de Juan el Bautista es de arrepentimiento para perdón de los pecados (Marcos 1.4; Lucas 3.3), una vez logrado el efecto en quienes lo reciben y producto de esta predicación, se confirma públicamente con el bautismo de inmersión en agua, para testimonio en la comunidad como paso de obediencia. Cuando Juan es encarcelado, Jesús predica el evangelio del reino de Dios diciendo: “… El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1.14 al 15). Desde entonces comienza Jesús a predicar, y a decir: ¡arrepentíos! (Mateo 4.17). Jesús enfatiza reiteradamente al decir: “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente…” (Lucas 13.3 al 5). Por sus frutos los conoceréis, dice Jesús (Lucas 6.43 al 45) y envía a sus doce discípulos de dos en dos, para llevar la predicación del arrepentimiento (Marcos 6.12).


También el apóstol Pedro insta al pueblo de Israel al arrepentimiento y conversión para borrado de sus pecados (Hechos 3.19), donde él mismo le llama bautismo predicado por Juan (Hechos 10.37) y presencia como los mismos gentiles reciben de Dios el arrepentimiento para vida (Hechos 11.18), con las palabras por las cuales se puede ser salvo (Hechos 11.14). Por otra parte, Pablo testifica como Juan predica el bautismo de arrepentimiento a todo el pueblo de Israel (Hechos 13.24), antes de la venida del ministerio de Jesús.


Para hacer efectivo el bautismo de arrepentimiento no basta con transmitir la predicación a la colectividad, se requiere, individualmente, de personas dispuestas a recibir el conocimiento de la palabra de Dios, para purificación de sus vidas. Por ejemplo, quienes estuvieron en el arca durante el diluvio, fue una figura de bautismo: “…esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua” (1 Pedro 3.20 al 21). Según se asimile cada caso, de manera gradualmente, este conocimiento, entonces se manifiesta la sabiduría de cada persona, con el acto del bautismo en agua y la finalidad de testificar públicamente, el reconocimiento y aceptación de seguir a Jesucristo, además de confesar la renuncia completa al pecado para perdón de los mismos.


Con respecto a la predicación del bautismo de arrepentimiento, Pablo nos confirma: “… Anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento. Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el templo, intentaron matarme. Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio… Que el Cristo había de padecer,… para anunciar luz al pueblo y a los gentiles” (Hechos 26.19 al 23).


El arrepentimiento inicia previo al bautismo en agua y continúa como un camino de perfección en el conocimiento. Constantemente se reconoce y renuncia a faltas cometidas por ignorancia u omisión, conforme llega la luz del conocimiento nuevo, se hace las obras dignas de arrepentimiento en forma continua y permanente, para una mejora constante o lucha por la perfección. Inclusive se ejerce un control sobre el temperamento (Proverbios 14.17 y 29, 15.18, 19.11, 29.22; Eclesiastés 7.9; Gálatas 5.16 al 26) genético. Dios dice en su palabra: “Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor, convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18.30 al 32).