SEGUNDA EDICIÓN LA COMUNIDAD DE FE: ACUERDOS DE FE



Basado en la Biblia Versión Reina - Valera Revisión de 1960 (RVR60)

2.5.2.2 BUSCADORES DE LA SANTIDAD


Buscar a Dios es buscar la santidad: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57.15). El Señor Jesús es el puente y gran sumo sacerdote, entre el Padre y el ser humano (Hebreos 4.14 al 15), es más sublime que los cielos (Hebreos 7.26 al 27).


La tierra del pueblo de Israel, sufrió la destrucción de Jerusalén y del templo, alrededor del año setenta del primer siglo; mucho tiempo antes, no muy lejos de la tierra de Israel, de camino entre Egipto e Israel, el ángel de Jehová se le apareció a Moisés en llama de fuego en medio de una zarza, en el monte Horeb, diciéndole que aquel lugar era tierra santa (Éxodo 3.1 al 5; Hechos 7.31 al 33). Aquel lugar, Horeb o Sinaí, monte de Dios, era tierra santa; luego a través del tiempo en ese mismo lugar, Moisés recibió las dos tablas de piedra (los diez mandamientos), y se le llama al pueblo como gente santa (Éxodo 19.1 al 6), de donde partieron para tomar posesión de la tierra prometida.


En forma alegórica, el territorio del pueblo de Israel, fue tierra santa, porque en ella estaba el santuario o tabernáculo de reunión, que era el lugar santo, como Jehová habló a Moisés: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis” (Éxodo 25.8 al 9). De entre todos los pueblos solamente en Israel había un tabernáculo con la presencia de Dios:


“Y Moisés tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que buscaba a Jehová salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento. Y sucedía que cuando salía Moisés al tabernáculo, todo el pueblo se levantaba, y cada cual estaba en pie a la puerta de su tienda, y miraban en pos de Moisés, hasta que él entraba en el tabernáculo. Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés. Y viendo todo el pueblo la columna de nube que estaba a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba. Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero...” (Éxodo 33.7 al 11).

Cuando nos allegamos a Dios, le creemos y andamos en sus caminos, nos da potestad de ser llamados sus hijos (Juan 1.12). Un hijo de Dios con temor, obediencia y sometimiento a su palabra, es llamado a ser santo porque Dios es santo (Isaías 6.3): “SANTIDAD A JEHOVÁ” (Éxodo 28.36), “… santificado sea tu nombre” (Mateo 6.9). No basta con ser creyentes, sino con ser practicantes, apartados de muchos hábitos y costumbres del ordenamiento establecido en el mundo, de los sistemas de dominación de injusticia. Es la dedicación a la voluntad de Dios, con justicia y rectitud, en medio de los sistemas de vida inmoral y de todo aquello contraproducente a la pureza o moralidad (2 Corintios 6.17 al 18).


El Señor hace un reclamo muy serio cuando le llamamos Señor, pero no hacemos su voluntad (Lucas 6.46), será acaso la presunción de ser hijos de Dios sin ser santos, porque se requiere santidad en las situaciones buenas y malas, en la adversidad, dificultad, enfermedad, hostilidad y en la práctica de una moderación de abstinencia, austeridad, castidad, continencia, decencia, obediencia, sencillez, modestia y recato. Es necesario mantener una conciencia limpia y pura delante de Dios, para estar sujetos no por el castigo sino por causa de la conciencia (Romanos 2.13 al 15, 9.1, 13.5; 1 Corintios 4.4, 8.7, 8.12; Juan 8.9; 1 Timoteo 3.9, 4.2; Génesis 3.22; Hechos 23.1, 24.16).


La santificación de nuestro ser es necesaria para alcanzar la salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad (2 Tesalonicenses 2.13). La Escritura dice que sigamos la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Hebreos 12.14). Debemos ser santos como Dios es santo (Levítico 11.44, 19.2, 20.7 al 8; 1 Pedro 1.15 al 16), porque la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Tesalonicenses 4.3). Somos llamados a ser santos para Dios, así como él nos da ejemplo, para estar apartados de las formas de vida de injusticia y maldad, ajenas a Dios (Levítico 20.26). Santo significa apartado como el siervo Job, apartado del mal y temeroso de Dios, esto lo hacía íntegro y perfecto delante de Dios (Job 1.1 y 8).


El apóstol Pablo se dirige a los miembros de la iglesia de Dios, como santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos (Romanos 1.7; 1 Corintios 1.2; 2 Corintios 1.1, 13.12; Efesios 1.1; Filipenses 1.1; Colosenses 1.2). Además la Biblia dice que el santo, sea santificado todavía (Apocalipsis 22.11), porque tenemos por fruto la santificación (Romanos 6.19 y 22). La palabra santo se relaciona con la perfección (2 Corintios 7.1), santificándonos en la verdad que es la palabra (Juan 17.17 y 19), alabando a Dios como santos (Salmos 148.14), porque Dios nos ha llamado a santificación (1 Tesalonicenses 4.7), ya que nosotros también tenemos que ser apartados del mal (Juan 17.15), perfeccionando la santificación en temor de Dios (2 Corintios 7.1).


Cristo con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados (Hebreos 10.14). Hay que luchar por la perfección (2 Corintios 13.11), así como la palabra de Dios dice que seamos perfectos, porque nuestro Padre es perfecto (Mateo 5.48). También Jesús oró por sus discípulos para que fueran perfectos en unidad (Juan 17.23). El mismo Jesucristo nos perfecciona (1 Pedro 5.10), entonces es necesario presentarnos perfectos en Cristo Jesús, a través de la amonestación, enseñanza y sabiduría (Colosenses 1.28), para estar firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere (Colosenses 4.12). Por medio de las Sagradas Escrituras podemos llegar a ser perfectos, enteramente preparados para toda buena obra (2 Timoteo 3.16 al 17), en la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo (Efesios 4.13). Dios pide perfección a sus escogidos (Deuteronomio 18.13; 1 Corintios 1.10; 2 Corintios 13.11; Filipenses 3.15 al 16; Colosenses 4.12), rectitud y perfección al habitar y permanecer en la tierra (Proverbios 2.21).


Dios insta al patriarca Abraham a ser perfecto delante de él (Génesis 17.1). El justo es similar a la luz de la aurora, en aumento hasta la perfección del día (Proverbios 4.18). El joven rico a pesar de guardar los mandamientos, Jesús le recuerda la posibilidad de ser perfecto el no apegarse a lo material como prioridad (Mateo 19.21). La paciencia en forma completa nos ayuda a ser perfectos y cabales (Santiago 1.4). Si alguno no ofende en palabras es perfecto (Santiago 3.2). El amor es el vínculo perfecto (Colosenses 3.14). Pablo refiere la perfección como algo alcanzable: “… yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante…” (Filipenses 3.12 al 16).