2.5.8 EL CRISTIANISMO SIEMPRE RENOVADO


La renovación continua del cristiano está en el corazón y la mente, como dice en los Salmos: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Salmos 51.10 al 12). La persona con el tiempo se envejece, pero su interior se renueva de día en día (2 Corintios 4.16). Esta renovación es en el espíritu de la mente, o sea, en la intención de los pensamientos y se renueva la personalidad en la justicia y santidad. Es un proceso de renovación hasta el conocimiento pleno (Colosenses 3.10): amor, benignidad, compasión, consagración, humildad, mansedumbre, misericordia, paciencia, perdón y santidad (Colosenses 3.12 al 14).


La renovación es un volver permanentemente a un primer estado u origen de la relación con Dios: “Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio” (Lamentaciones 5.21), para perseverar y mantener el amor y la justicia de Dios. Desde un principio, el ser humano al ejecutar los estatutos y poner por obra las ordenanzas de Dios, les hacía habitar sobre la tierra con seguridad (Levítico 25.18 al 19). Para no endurecer los corazones ni cerrar sus manos al hermano pobre, sino abrir la mano liberalmente, sin mezquindad de corazón, porque de esta forma se recibe bendición en todo lo que se hace y se emprende, porque es mandamiento de Dios ayudar al pobre y al menesteroso (Deuteronomio 15.7 al 11).


Se requiere reanudar o restablecer en forma constante las buenas relaciones con los semejantes y con Dios, especialmente en la ayuda mutua, justicia de Dios y sincero amor. Por esta razón es importante y necesaria la acción eclesiástica, en términos de contribuir económicamente y financiera para el bien común. Por medio de la ofrenda voluntaria para ayudar a los santos pobres, según como proponga cada uno en su corazón, porque Dios ama al dador alegre (Romanos 15.26; 2 Corintios 9.5 al 15). En 1 Corintios 16.1 al 3, leemos acerca de una colecta semanal apartada por cada hermano y hermana, la cual posteriormente el apóstol Pablo la recogía para hacerla llegar a los santos de Jerusalén. Así en la actualidad la ofrenda voluntaria para los santos pobres y el diezmo solidario, se complementan para ayudar a los necesitados, tanto dentro como fuera de la comunidad eclesiástica. También hay ofrendas de abarrotes y ropa limpia, en buen estado para repartir.


El cristiano siempre se renueva integralmente, tanto en lo espiritual como en la solidaridad material: “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2.15 al 17). Los Salmos mencionan el ejemplo del cuidado y renovación de Dios en la creación: “Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; abres tu mano, se sacian de bien. Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Salmos 104.27 al 30). La Biblia menciona que Dios restaurará al ser humano su justicia (Job 33.26).


En los Salmos se encuentran algunas súplicas para restauración:


“Oh Dios, restáuranos; haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos” (Salmos 80.3, 7 y 19).


“Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación…” (Salmos 85.4).