2.5.5 LUMINARES EN EL MUNDO


Los seres humanos espirituales son como luminares en medio de las tinieblas, estén donde estén, en su entorno hay corrupción. La persona como espiritual no está exenta o inmune de ser absorbida por la densa oscuridad, hasta apagarse. Se reconoce pecador pero sin practicar el pecado, sino en una lucha continua contra el pecado. La vocación de mantener la calidad de vida espiritual frente a su entorno, es preservar los principios y valores a pesar de la adversidad.


La espiritualidad es un logro consecuente de las acciones, por medio de la libertad de decisión espiritual o libre albedrío espiritual, o sea, una facultad de propia determinación. El espiritual es candidato a trascender y salir del ámbito espiritual al celestial: “… ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida…” (Filipenses 2.12 al 16). Esto es similar a lo mencionado por Daniel, acerca de los entendidos, donde resplandecerán y comprenderán (Daniel 12.3 y 10), llegando a ser luminares y resplandecientes en el mundo (Filipenses 2.15), luz en el Señor andando como hijos de luz (Efesios 5.8; 1 Tesalonicenses 5.5), a través del testimonio de la conducta.


Jesús rodeado de personas ignorantes (Lucas 18.34, 24.25 al 27; Hechos 3.17 al 18), creció desde niño en sabiduría y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.52), su mente fue sumergida en un océano de conocimiento (Mateo 13.54; Lucas 4.21 al 22 y 32), llena de la luz de Dios, clara y transparente. Tiene el entendimiento encendido, semejante a una antorcha resplandeciente, con lo cual ilumina el conocimiento de la gloria de Dios a través de él (2 Corintios 4.6). El ser humano, por causa del mal, estaba destituido de la gloria de Dios. Cristo con su venida, tuvo la misión de reconciliarnos con el Padre. Se establece un nexo entre Dios y los seres humanos, con Jesucristo como mediador (Romanos 5.8 al 11). Dios es el que resplandece en los corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4.3 al 6).


Al relacionar el simbolismo del primer pacto con el nuevo, en la parábola de Jesús, refiriéndose al reino de los cielos, comparado con diez vírgenes, encontramos acerca del aceite puro como la unción del Espíritu (Salmos 89.20), significa las personas preparadas en espera del Señor, en forma constante y permanente (Mateo 25.1 al 13). Las lámparas representan la palabra (Salmos 119.105) y la unción del Espíritu posibilita percibir la comprensión y discernimiento. Jesús menciona que la lámpara del cuerpo es el ojo (Mateo 6.22 al 23), y si el ojo es bueno, todo el cuerpo está lleno de luz. Jesús insta a las personas a ser la luz del mundo, donde vean las buenas obras y glorifiquen al Padre de los cielos (Mateo 5.14 al 16).


Por lo tanto, las lámparas son las personas conservadoras de la palabra de Dios con la unción del Espíritu, son aquellos siervos vigilantes, con sus lomos ceñidos y sus lámparas encendidas, preparados, velando y esperando la venida del Señor (Lucas 12.35 al 40; Apocalipsis 2.5), en forma continua y permanente. Dios puso una luz para alumbrar el camino del ser humano, mencionado por el salmista al decir: “Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas” (Salmos 43.3).


El testimonio es como una lumbrera que da luz en las tinieblas, es una forma de corresponder con gratitud y reflejar la obra del Señor en nuestras vidas (Hechos 1.8; Efesios 5.8 al 17; 1 Pedro 3.14 al 16; Apocalipsis 12.17). Desde la antigüedad el testimonio ha sido el poner por obra los mandamientos de Dios, para hacer prevalecer la justicia en nuestras vidas y sea visto por todos como un ejemplo, de generación en generación (Deuteronomio 6.24 al 25). Es resplandecer como luminares en el mundo (Filipenses 2.15), es creer con el corazón para justicia y confesar con la boca para salvación (Romanos 10.10). Es ser luz del mundo (Mateo 5.14), para alumbrar a todo aquel que está alrededor, de manera que vean la obra de Dios en nosotros y glorifiquen al Padre que está en los cielos (Mateo 5.16).


El mismo poder de Dios para actuar en nosotros, da testimonio de que somos hijos de Dios (Romanos 8.16). El testimonio se manifiesta al predicar la palabra con acciones prudentes, en la cautela, con los hechos, humildad, mansedumbre, paciencia, sabiduría, en el vestir, en el vocabulario. Además, practicando lo honesto, justo, puro y verdadero, entre otros (Filipenses 4.8 al 9). El mensaje es llevado a todas partes, para que otros sean salvos y constituidas personas justas (Hechos 5.29, 32; Romanos 1.5, 5.19, 15.18, 16.19; 1 Pedro 1.22).


Vivimos en una sociedad permisible donde el desenfreno de la conducta, está sumida en la esclavitud del pecado; inclusive considerados creyentes obedecen la palabra parcialmente. La palabra gracia se ha tergiversado casi por completo. El pueblo de Dios está llamado a obedecer y permanecer firme hasta el fin (Mateo 24.13). La obediencia y perseverancia van de la mano, si una falla la otra fracasa. Todos los días nos aseamos y nos alimentamos; así es la vida espiritual, tanto la obediencia como la perseverancia no pueden descuidarse, para seguir el consejo de mantener firme la profesión de la fe sin fluctuar (Hebreos 10.23): “No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5.7 al 10).


La iluminación y obediencia es mantener un buen comportamiento y cumplir con la voluntad de Dios, a pesar de lo difícil que sean las circunstancias, según el ejemplo de Cristo (Hebreos 5.7 al 9). La obediencia a Dios, es cumplir sus mandamientos, según nos enseña el mismo Señor Jesús, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones y para testimonio de la luz de Dios en el diario vivir (cotidianidad).