2.4.2 EL DOGMA


El dogma es una definición de conceptos, por interpretación y opinión, tanto colectiva o individual, de quienes realizan el análisis de la doctrina. En relación con los dogmas eclesiásticos, son necesarios en la medida del fortalecimiento de la abstinencia y lucha contra el pecado, el amor, fe, hacer el bien a los demás, la misericordia de Dios, de la práctica de valores comunitarios y vivencia del reino de Dios. Hacer la justicia, obedecer el Decálogo, la ley de Cristo, saber y hacer lo bueno. Los votos de austeridad o pobreza, consagración y castidad como virtud opuesta al apetito carnal y pecaminoso, el dominio propio, santidad y vida ejemplar. Este fundamento o principios son prácticos en la cotidianidad, mientras otro tipo de dogma puede ser poco útil para la convivencia diaria, por ejemplo, las cuestiones escatológicas, fantasiosas e interpretaciones apocalípticas sin provecho para la vida diaria.


Por lo general el dogma de la religión son sus fundamentos principales. La Biblia dice: “… La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1.26 al 27). La autoridad de la religión determina la obligatoriedad de creer y practicar el dogma. La cuestión es la siguiente: ¿a cuál autoridad en el cristianismo, es necesario acatar primeramente, en los dogmas espirituales y religiosos? Pedro y Juan dijeron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4.19 al 20). Además agrega Pedro y los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5.29).


Hay dogmas comunes entre el fraccionamiento cristiano, otros dogmas son muy diferentes, inclusive contradictorios. La complejidad está en la asociación de un cristiano a determinada iglesia y su adhesión a los dogmas particulares de la misma. Pedro dice de Pablo: “… según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3.15 al 16). Según la Escritura no se ha dado a conocer el poder de Dios y la venida del Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas (1 Pedro 1.16 y 19).


Los lectores de la Biblia interpretan cada texto con diferentes opiniones, prueba de esto es la multitud de fraccionamiento dentro del cristianismo. Por ejemplo, los fariseos y saduceos utilizan la misma fuente de doctrina en las Sagradas Escrituras, mientras tanto, en el dogma, unos a diferencia de otros, interpretan y opinan la existencia o no de ángeles y resurrección: “Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas” (Hechos 23.8). En otro pasaje dice: “Entonces vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron... Entonces respondiendo Jesús, les dijo: ¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios? Porque cuando resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles que están en los cielos. Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés como le hablo Dios en la zarza, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis…” (Marcos 12.18 al 27).


Los fariseos y saduceos tienen sus propios dogmas, supuestamente en adoración y servicio a Dios, pero rechazan a Jesús y el mensaje enviado de Dios. Jesucristo en su primera venida a la tierra a habitar entre nosotros, lo hizo en carne, como se dice en el evangelio (Juan 1.14), esto significa que el vino en la condición de humano, nacido de mujer (Gálatas 4.4 al 5), desde niño crecía no solo en estatura, sino en sabiduría y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.40 y 52). Antes de ser entregado, oraba intensamente, y en su agonía su sudor era como grandes gotas de sangre (Lucas 22.39 al 44). Cuando murió fue traspasado con una lanza en el costado, y al instante salió sangre y agua (Juan 19.33 al 34), sin embargo, hubo quienes negaron esta condición de Cristo, y eran contrarios a él (1 Juan 4.1 al 3).


Se infiltraron en la iglesia, pero salieron de la misma, para que se manifestara que no eran parte de la iglesia (1 Juan 2.18 al 19), por su incapacidad para dejar el pecado y su forma de esclavitud. No reconocieron que Jesucristo como humano, de carne y hueso, terminó con el pecado, dejándonos ejemplo de amor genuino y pacificación, para hacer la voluntad del Padre antes que la propia. Estos son aquellos que en el pasado, defendían la circuncisión en la carne y los ritos, como camino fácil para pretender ser hijos de Dios, sin abstenerse del pecado. Está escrito “El alma que pecare, esa morirá…” (Ezequiel 18.20).


Así hoy en día muchos son tibios (Apocalipsis 3.15 al 16), y no según Jesucristo y sin el crecimiento que da Dios: “… todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo. Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios” (Colosenses 2.17 al 19).


Pero si se pretende la justificación, donde se pierde el respeto a la fidelidad hacia Dios, con algunas prácticas sin valor alguno contra los apetitos del pecado (Colosenses 2.20 al 23), porque se peca reincidente, por la creencia de pedir perdón al confesar de corazón y de labios el pecado (1 Juan 1.9) o considerar a Jesús como abogado ante el Padre (1 Juan 2.1), por considerar que interesa solo el corazón y no lo externo (2 Corintios 5.12). En estas situaciones sucedería como en el ritual antiguo abolido por Cristo, en donde en forma similar al pasado, se peca constantemente, justificado en ciertas creencias que le exoneran o perdonan de la culpa. Por ejemplo, el requisito de la condición de ser digno para participar de la cena del Señor (1 Corintios 11.27 al 34), y reiteradamente pedir perdón para estar en paz, como un rito o costumbre previa a la celebración: “… Todo aquel que permanece en él, no peca;… Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado…” (1 Juan 3.5 al 9).