2.3.3 EL EVANGELIO DE LA VIDA ETERNA


La Escritura dice: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15.21 al 22). El apóstol Pablo afirma que carne y sangre, en otras palabras, el ser humano con cuerpo corruptible, no puede heredar el reino de Dios (1 Corintios 15.50). En el caso de Enoc y los demás mencionados en Hebreos 11.1 al 12, murieron sin haber recibido las promesas (Hebreos 11.13 y 16 y 39 al 40). Job tenía la esperanza de la resurrección y de ver a Dios (Job. 19.25 al 27). Esta promesa fue mencionada por Jesús cuando dijo acerca de bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios (Mateo 5.8).


La Escritura menciona el nacimiento de Jesucristo como salvador y como Dios con nosotros: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1.21 al 23). La Biblia dice:


“... ¿Es verdad que Dios morará sobre la tierra?” (1 Reyes 8.27), y “¿Es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra?” (2 Crónicas 6.18). Según el Apocalipsis explica, acerca de la gloria de Dios al iluminar la ciudad de la nueva Jerusalén: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Apocalipsis 21.23). Es clave cuando se menciona que el Cordero es su lumbrera, en alusión al señor Jesucristo. La fuente que despide o irradia la luz, es la lumbrera, o sea, es Jesús mismo, quien con sus propias palabras le llama la regeneración y su trono de gloria: “Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria…” (Mateo 19.28, 25.31).


Los siervos de Dios le servirán y verán su rostro (Apocalipsis 22.3 al 4), porque él los iluminará (Apocalipsis 22.5), morará con ellos, y él mismo estará con ellos como su Dios (Apocalipsis 21.3). En cierta ocasión Tomás, uno de los discípulos de Jesús, exclama y llama al Señor como su Dios: “Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurado los que no vieron, y creyeron” (Juan 20.28 al 29).


Entonces cómo entender la expresión de que el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre,… Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15.24 al 28). También cómo entender la siguiente expresión: “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Filipenses 2.6). Además cómo entender: “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios,… Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo… Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra,… Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?” (Hebreos 1.8 al 13).


En tiempo de Moisés los hombres vieron la gloria, la grandeza, oyeron la voz de en medio del fuego y pudieron seguir vivos (Deuteronomio 5.24 al 27), sin embargo, ningún ser humano, ni el mismo Moisés podía ver el rostro de Jehová. No había humano capaz de ver el rostro de Dios y siguiera con vida (Éxodo 33.17 al 23). El relato menciona que Moisés habló cara a cara con Jehová (Éxodo 33.11; Números 12.5 al 8; Deuteronomio 34.10), se refiere a Jehová Hijo, quien invoca a Jehová Padre (Zacarías 3.1 al 2), porque es el mensajero o ángel, que le hablaba en el monte Sinaí (Éxodo 3.2 al 6; Hechos 7.30 al 32 y 35 al 38): “Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza… Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos” (Hechos 7.30 y 38).


En el tiempo de Abraham cuando le aparece Jehová, con dos ángeles más, antes de la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 18.1 al 3, 16 al 19.1), en este caso Jehová da a entender que para Dios el Padre no hay nada difícil (Génesis 18.13 al 14). Tiempo después cuando Abraham por fe, es probado y obedece, Jehová le habla desde el cielo diciéndole que ya conoce que él teme a Dios Padre, por cuanto no rehusó a su único hijo (Génesis 22.11 al 18), porque Abraham pensaba que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos (Hebreos 11.17 al 19), lo sucedido con el Hijo de Dios cuando fue levantado de entre los muertos por Dios Padre (Hechos 2.32, 3.15, 10.40, 13.30).


Por este motivo Jesús dijo que nadie había visto al Padre, refiriéndose a los humanos, porque se exceptuaba a él mismo (Juan 6.46), y a los ángeles que están con Dios (Mateo 18.10), además, otro pasaje dice que a Dios nadie le vio jamás (Juan 1.18). A través de Jesucristo y por tener él a Dios Padre en su corazón, es que hace visible delante de nosotros, al Padre en su forma de ser (Juan 14.7 al 10), o sea, la gloria de Dios Padre revelada en su Hijo Jesucristo, en cuanto a amor, gracia, misericordia, paz, propósito, unidad y verdad (2 Juan 3). Jesucristo es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1.15; 2 Corintios 4.4), porque Dios Padre es invisible (1 Timoteo 1.17), pero Jesucristo por su obra le dio a conocer, ya que siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a su Padre, como cosa a que aferrarse (Filipenses 2.5 al 6), manifestándose en carne (Juan 1.1 y 14), y posteriormente recibido arriba en gloria (1 Timoteo 3.16).


Dios Hijo en forma humana, semejante a los hombres, se humilla en obediencia hasta la muerte, por lo cual Dios Padre lo exalta y le da un nombre sobre todo nombre (Filipenses 2.7 al 11), por lo tanto Dios Padre enaltece a su Hijo (Hebreos 1.4 al 9), más que al resto de ángeles, porque le da un lugar a su diestra (Hechos 2.32 al 36; Hebreos 1.13; Apocalipsis 3.21). Esteban lleno del Espíritu Santo, viendo en dirección al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a su diestra (Hechos 7.55 al 56). Está al lado del Padre desde antes (Génesis 1.26, 11.7), desde el inicio en la creación está junto al Padre (Juan 1.2 al 3; 1 Juan 1.1 al 3), luego de su primera venida, regresa al Padre, al lado suyo, con aquella gloria que tenía desde antes que la creación estuviera terminada (Juan 17.1 al 8).


Para la primera resurrección en la segunda venida de Cristo, serán transformados, tanto los resucitados como aquellos vivientes fieles a Cristo (1 Corintios 15.50 al 56). En esta resurrección se recibe cuerpo glorioso, incorrupto y con poder (1 Corintios 15.40 al 44), semejante a como Jesús resucitó (Salmos 17.15; Romanos 6.5; Filipenses 3.20 al 21), y a los ángeles de Dios (Mateo 22.30). Jesús en una visión se transfiguró delante de Pedro, Jacobo y Juan, para dar muestra y testimonio de la resurrección (imagen simbólica en Moisés y Elías), adquiriendo un rostro resplandeciente y vestidos blancos como la luz (Mateo 17.1 al 9).


La promesa recibida, tenía cumplimiento en lo porvenir: “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra… Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11.13 al 16).


Dios ha preparado una ciudad: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11.8 al 10). Aquí es donde intervienen las buenas nuevas de salvación y vida eterna: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Apocalipsis 3.12). No entrarán los abominables, cobardes, fornicarios, hechiceros, homicidas, idólatras, incrédulos y mentirosos (Apocalipsis 21.7 al 8 y 27, 22.12 al 15).