2.2.3 LA ALIANZA O PACTO ESPIRITUAL


La alianza o pacto espiritual se manifiesta inicialmente entre Dios y Abraham, luego se ratifica con Moisés. En el caso de Abraham, la Biblia dice: “Tú eres, oh Jehová, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste el nombre Abraham; y hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste pacto con él…” (Nehemías 9.7 al 8). Abraham fue obediente a Dios, a pesar de que aún no se habían recibido los mandamientos por escrito, por ser mucho antes de Moisés, solamente se transmitían oralmente entre generaciones. La ley todavía no se había entregado de la forma escrita, sino oralmente: “Por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26.5).


Luego a los judíos se les confía la palabra de Dios (Romanos 3.1 al 2): el mandamiento y la custodia de los libros de Moisés y de los profetas. Dios permitió extender el conocimiento de la ley para ser revelado a todas las generaciones como está escrito: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio 29.29). En relación con los profetas, hablaron siendo inspirados por el Espíritu de Dios (2 Pedro 1.19 al 21). El Señor usó las profecías para anunciar por medio de sus profetas, los acontecimientos futuros, el recordatorio del cumplimiento de la alianza y la denuncia de la injusticia, reposando en ellos su Espíritu para profetizar (Números 11.25 al 29).


Los antepasados de Abraham servían a dioses extraños: “Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños” (Josué 24.2). Dios llama a Abraham para su adoración y servicio (Génesis 12.1 al 8; Isaías 51.2; Hebreos 11.8), él creyó a Dios y le fue contado por justicia, sus obras eran del agrado de Dios conforme a su voluntad. Está escrito para cada quien darle cuentas a Dios de lo realizado en vida y de sus propias obras (Job 34.11; Salmos 62.12; Mateo 16.27; 1 Pedro 1.17; Apocalipsis 2.23), la Biblia dice: “Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17.10). Además somos sellados con el Espíritu Santo en nuestros corazones, como señal del pacto (las arras) (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14), el cual ha dado Dios a los obedientes (Hechos 5.32).


Podríamos citar el ejemplo de la circuncisión en la carne como señal de pertenencia a Dios, y que recibió Abram (padre enaltecido), cuyo nombre fue cambiado por Abraham (padre de una multitud), según la promesa que sería padre de muchedumbre de gentes (Génesis 17.1 al 14).


Recibió entonces la promesa del pacto entre Dios, Abraham y su descendencia, por pacto perpetuo, para que fuera Dios de él y de su descendencia, por siempre: “Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado” (Romanos 4.11 al 12), cuya promesa alcanzamos aún en nuestros días, porque su cumplimiento llegó a su plenitud cuando la circuncisión sufrió la transición de lo literal a lo espiritual, la bendición llega a todas las naciones (Génesis 12.3; Gálatas 3.6 al 9), ya que en su simiente, que es Cristo, son benditas todas las naciones (Génesis 22.15 al 18 y 26; Hechos 3.22 al 26), lo que también se le confirmó a Isaac (Génesis 26.3 al 4).


Algunos símbolos del primer pacto luego fueron transformados en el nuevo pacto. Ahora estamos bajo el régimen nuevo del Espíritu. La Alianza o Pacto Espiritual se establece mediante la justicia de la fe:


“Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros... por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro” (Romanos 4.13 al 24).

Además está escrito: “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17.31).


Por causa de la fe se identifica realmente al pueblo de Dios, porque actúa con la fe de Abraham, según la promesa (Génesis 26.5):


“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras... ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe… Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2.17 al 26).