PRIMERA EDICIÓN LA COMUNIDAD DE FE



Basado en la Biblia Versión Reina - Valera Revisión de 1960 (RVR60)

CAPÍTULO 1: EL ORIGEN DE LOS VALORES COMUNITARIOS


El origen y discernimiento entre el bien y el mal, o sea, el conocimiento de diferenciar entre lo bueno y lo malo, surgen desde Adán y Eva, representado en la acción de comer de un fruto del árbol de la ciencia. La Biblia contiene una gran cantidad de símbolos, estos posibilitan diversas interpretaciones, para explicar sus significados, en el caso de Adán y Eva, representa el origen de la relación de convivencia entre individuos, su hábitat y Dios su Creador. El bien representa los valores y el mal los antivalores. El árbol de la ciencia es el medio para demostrar la obediencia al Dios verdadero o al dios falso, debido a la serpiente astuta como adversario en la adoración y servicio a Dios.


La advertencia divina propone muerte, como consecuencia de la desobediencia o el fruto del pecado, mientras que la propuesta de seguir al dios falso excluye el resultado de la muerte, según la versión de la serpiente.


Dios Creador: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.16 al 17).


El dios falso (serpiente): “Pero la serpiente era astuta,… la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?... Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis…” (Génesis 3.1 al 5).


El ser humano, representado en Adán y Eva, mediante engaño y mentira, abandona la adoración y servicio a Dios verdadero, se presenta un supuesto razonamiento previo, para alcanzar la sabiduría, al final prevalece la duda, confusión y falsedad. Se rinde culto y sumisión a la serpiente, en oposición a la voluntad del Dios Creador:


“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles… ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (Romanos 1.20 al 25).

La serpiente, además de engañar al inicio al ser humano, lo hace con el resto del mundo: “… La serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero…” (Apocalipsis 12.9). Además de la mentira promueve el homicidio: “… Ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (San Juan 8.44). En relación con el sacrificio a dioses ajenos, es comparado con un sacrificio presentado a los demonios (Deuteronomio 32.16 al 21; 1 Corintios 10.19 al 22).


También Caín accede a su adoración: “…El diablo peca desde el principio… En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: Todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Juan 3.8 al 12).


La justicia es un valor comunitario, la persona adoradora y servidora al Dios Creador, es un practicante de la justicia, de lo contrario es un seguidor del dios falso y desconoce con sus actos la obediencia y voluntad de Dios. Abel por la fe ofreció a Dios más excelente sacrificio que su hermano Caín y mostró ser justo (Hebreos 11.4), la fe es otro valor comunitario. En el caso de Caín, Dios no se agradó ni de su personalidad, ni de su ofrenda presentada: “… Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya…” (Génesis 4.1 al 5).


La falta de ejercicio de los valores comunitarios, dejan vulnerable a la persona a cometer un antivalor, tal es el caso de Caín: “… Si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo…” (Génesis 4.7). Eva antes de tomar el fruto y comer del mismo, sufre un proceso de observación y deseo, su pensamiento cede ante la gran tentación: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable…” (Génesis 3.6). La epístola universal de San Judas el apóstol, menciona lo siguiente:


“¡Ay de ellos! Porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam… De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Judas 11 y 14 al 15).

Tanto Eva como su hijo Caín, deciden su propio deseo, antes de cometer el pecado, contrario al deseo o voluntad de Dios. El deseo vehemente del ser humano es su tendencia o inclinación al mal. Caín presenta una ofrenda, sin ninguna intensión de obedecer y prestar atención a su Dios Creador. El profeta Samuel en relación con la obediencia y la ofrenda a Dios, dice lo siguiente:


“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado…” (1 Samuel 15.22 al 23).

La adoración y servicio a Dios implica obedecer y prestar atención a Dios. Caín más que presentar una ofrenda, pretendía recibir la alabanza y pleitesía, como vanagloria, sin honrar verdaderamente a su Creador. Dios le dice: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?” (Génesis 4.7). Caín con el acto del homicidio de su hermano Abel, muestra los siguientes antivalores de envidia, egoísmo, mezquindad, resentimiento, rencor, furia, odio, saña e injusticia, de lo contrario hubiera mostrado los valores de amor, perdón, cariño, respeto, fidelidad, lealtad y compasión. Dios le dijo a Caín: “¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?" (Génesis 4.6).


El deseo inherente al ser humano con la tendencia al mal, se llama concupiscencia, se podría comparar en analogía y a manera de símbolo, a la serpiente astuta del huerto del Edén, con la atracción y seducción de la concupiscencia. Y según la epístola universal de Santiago nos dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado: Y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1.13 al 15). La consecuencia del acto de Caín es el pecado y la muerte, nuevamente los seres humanos rinden culto, adoración y servicio al dios falso, representado en la serpiente astuta y sus malos pensamientos: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6.16). Los dardos de fuego del maligno, no son carne ni sangre (Efesios 6.12), sino los malos pensamientos en las mentes de los seres humanos, mediante la concupiscencia. Se contrarresta con la conciencia moral y espiritual, para posibilitar el comportamiento responsable.


La epístola del apóstol San Pedro a Tito indica: “Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1.15 al 16). Después de la creación, cuando se establece lo ritual dentro del culto a Dios y como rito de perdón de las ofensas cometidas, se distorsiona el culto a tal grado que Dios les menciona: “Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados” (Amós 5.21 al 22). “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios?” (Isaías 1.11 al 12).


Se ofrecía para el sacrificio el animal ciego, cojo, enfermo o hurtado, profanando el nombre de Jehová Dios y su altar, habiendo Dios dicho: “No ofrecerás en sacrificio a Jehová tu Dios, buey o cordero en el cual haya falta o alguna cosa mala, pues es abominación a Jehová tu Dios” (Deuteronomio 17.1; Levítico 22.20). Menospreciaron, deshonraron y profanaron el nombre de Dios, quien menciona lo siguiente: “… Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo?... y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? Dice Jehová” (Malaquías 1.6 al 14).


Las manos de los infractores, estaban llenas de crímenes y de maldad, no aceptaban la corrección, presentaban sus ofrendas indignamente. Dios les pide: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías 1.16 al 17).


Dios dice lo siguiente: “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos. Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí” (Oseas 6.6 al 7). El profeta Miqueas menciona: “Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: Solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6.6 al 8).


Nuevamente la palabra de Dios menciona los valores comunitarios, por ejemplo, hacer justicia y amar misericordia. La vida presenta muchos obstáculos y sufrimientos, con la finalidad de purificar y mejorar la personalidad, precisamente uno de los cambios más difíciles para el ser humano, es cambiar la personalidad, a pesar de enfrentar todas las experiencias difíciles y malos momentos, el ser humano con el transcurrir de su vida, le cuesta llegar a ser mejor persona, salvo se esfuerce en practicar los valores comunitarios. El Salmo dice: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51.16 al 17). El sufrimiento, las dificultades y adversidades, purifica nuestro carácter, personalidad y temperamento. Nos ayuda a ser mejores personas, individual y colectivamente.


Otra representación de la serpiente astuta como dios falso, es el mal uso de las riquezas: “Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Lucas 4.5 al 8). La serpiente conocida como serpiente antigua, diablo y Satanás (Apocalipsis 20.2), representa la adoración y servicio a los dioses falsos, entre ellos la adoración y servicio a las riquezas (en griego Mamón): “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16.13 al 15).


El pasaje anterior menciona el caso de los fariseos como avaros, inclusive la misma avaricia es considerada en la Biblia como una idolatría: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: Fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Colosenses 3.5 al 6). La Sagrada Escritura dice: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14). Tanto la paz como la santidad, están entre los valores que llamamos comunitarios, porque son necesarios para la convivencia.


El árbol de la ciencia no estaba solo, sino junto al árbol de vida: “Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol…, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Génesis 2.9). Esto representa un simbolismo y un significado, según la Santa Biblia: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida…” (Apocalipsis 22.14). Esta expresión de los que lavan sus ropas, se puede asociar a la idea de vestiduras blancas, esto significa dignidad: “… Y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7.13 al 14). “… y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre…” (Apocalipsis 3. 4 al 5). La dignidad corresponde con el bien y las buenas acciones, virtudes, valores, principios y comportamiento de la persona. Según el caso de Adán y Eva, demostraron ser indignos, simbolismo a través de su desnudez o falta de las vestiduras blancas: “Y lo sacó Jehová del huerto… Echó, pues, fuera al hombre…” (Génesis 3.23 al 24). El ser humano es innato desde su creación, en dudar, cuestionar e investigar. Su capacidad natural le posibilita pensar, reflexionar y analizar, para tomar sus propias decisiones, en algunos casos llamado libre albedrío o libertad de elección.


La Biblia tiene muchos simbolismos: Árbol de la vida, libro de vida, Jesús dijo: “… Yo soy el pan de vida…” (Juan 6.35). Además: “... Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él...” (Juan 7.37 al 39). El árbol de la vida sirve para sanidad: “… Estaba el árbol de la vida,… y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22.2). Jesús ofrece al vencedor comer del árbol de vida (Apocalipsis 2.7), para vida espiritual.


Un árbol representa el generador del espíritu de vida, por medio del oxígeno en la atmósfera, indispensable para conservar la vida terrestre. Así, en el caso de la vida espiritual, Adán y Eva, en representación del ser humano, definen la prioridad entre el árbol de la ciencia y el árbol de la vida. La trascendencia de su elección lleva a la humanidad a desembocar trágicamente en el politeísmo, alejado de la voluntad de Dios, como consecuencia, al ser humano no se le permite disfrutar del árbol de la vida: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre…” (Génesis 3.22 al 24).


El ser humano descarta la vida espiritual de hijo de Dios, por su infidelidad a la fe del Dios verdadero, es hijo de desobediencia e injusticia, con su idolatría posteriormente, cuando ejercen la adoración y servicio a los dioses falsos, plantan árboles en honor a la diosa Asera: “La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da. No plantarás ningún árbol para Asera cerca del altar de Jehová tu Dios…” (Deuteronomio 16.20 al 22). “Derribarás sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios” (Éxodo 34.13 al 14). La mayor rebeldía del ser humano ante Dios es similar a una egolatría, como culto y veneración así mismo. Es el propio ser humano que imagina, construye y conceptualiza a sus propios dioses falsos, en afrenta al Dios verdadero, especialmente cuando prefiere adorar al sol, antes que a Dios mismo: “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego;… No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos. Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día” (Deuteronomio 4.15 al 20).


Por último, en relación con la serpiente astuta como dios falso, representa la entronización del mismo ser humano, como su propio dios, ante los habitantes del mundo, donde a algunos de sus reyes, poderosos, soberanos, dinastías, emperadores, faraones, príncipes, gobernantes, principales, jerarcas, son considerados como dioses y convertidos en autoritarios, sanguinarios, crueles y violentos, asesinos y genocidas, dictadores injustos, sin piedad alguna y sin temor a Dios. Ha prevalecido en la historia de la humanidad una cultura de impunidad, en los casos donde el pueblo respalda a sus líderes como a un dios falso, han seguido el camino de la muerte, aunque signifique estar en contra de la adoración y servicio al Dios Creador. Han muerto millones de inocentes, por causa de quienes se han endiosado, soberbios, altivos y engreídos, en contra de Dios y su creación, casos de expansionismo imperial y religioso, como cruzadas, guerras y conflictos étnicos ancestrales desde el principio de los tiempos.


El libro de Génesis dice: “Y Jehová Dios dijo a la serpiente:… Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3.14 al 15). Recordemos la persecución contra los cristianos en el Imperio Romano, el libro de Apocalipsis dice: “Y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13.4 al 8).


La primera epístola universal de San Pedro apóstol, menciona lo siguiente: “Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios” ( 1 Pedro 1.17 al 21).


Los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová desde el principio (Génesis 4.26). El ser humano por naturaleza es un ser adorador y religioso, pero amar verdaderamente a Dios y aborrecer por completo la práctica del pecado y el mal, es una experiencia sobrenatural. Esto requiere conciencia, voluntad, fuerza, energía, devoción y piedad milagrosa, porque involucra un pacto y compromiso con Dios, mediante fe, amor y fidelidad. Vivir los valores comunitarios ayuda a fortalecer nuestra relación con Dios, nuestro prójimo y el hábitat donde coexistimos. Los valores comunitarios moldean nuestra personalidad, para ser participantes de la naturaleza divina (el subrayado es nuestro):


“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra: Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1.1 al 4).

Los valores comunitarios, son indispensables para la capacidad de diferenciar o discernir entre el bien y el mal. Ya desde antaño, por medio de Dios se establecía ciertas diferencias opuestas entre sí, por ejemplo: “Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñará a discernir entre lo limpio y lo no limpio” (Ezequiel 44.23). Además: “Para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés” (Levíticos 10.10 al 11). Desde el inicio se establece una ley, donde la ley moral de los Diez Mandamientos o Decálogo, es también una ley comunitaria, porque es útil para conocer y diferenciar entre el bien y el mal, en nuestra relación con Dios y nuestro prójimo. Además son reglas o normas de convivencia en comunidad. Dios dice en su palabra: “Estad atentos a mí, pueblo mío, y oídme, nación mía; porque de mí saldrá la ley, y mi justicia para luz de los pueblos. Cercana está mi justicia, ha salido mi salvación…” (Isaías 51.4 al 5).


1.1 LA LEY MORAL ES TAMBIÉN LEY COMUNITARIA


Ahora bien, aunque toda la ley era de Dios, a una parte de ella se le llama la ley de Moisés. Dios quiso desde un principio, establecer cierta distinción de la ley de los Diez Mandamientos, sobre el resto de leyes, como Jehová dice: “... Con tal de que guarden y hagan conforme a todas las cosas que yo les he mandado, y conforme a toda la ley que mi siervo Moisés les mandó” (2 Reyes 21.8), pero el pueblo no obedeció fielmente, ni al mandato de Dios, ni al mandato de Moisés: “Por cuanto no habían atendido a la voz de Jehová su Dios, sino que habían quebrantado su pacto; y todas las cosas que Moisés siervo de Jehová había mandado, no las habían escuchado, ni puesto por obra” (2 Reyes 18.12). El profeta Oseas escribe de Israel: “Está dividido su corazón. Ahora serán hallados culpables; Jehová demolerá sus altares, destruirá sus ídolos” (Oseas 10.2). En el caso de la ley de Moisés, en su aspecto ceremonial y ritual, nada perfeccionó. Así dice la Escritura:


“Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios... Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo” (Hebreos 7.18 al 19, 8.6 al 7). Así dice Jehová: “Porque no pusieron por obra mis decretos, sino que desecharon mis estatutos y profanaron mis días de reposo, y tras los ídolos de sus padres se les fueron los ojos. Por eso yo también les di estatutos que no eran buenos, y decretos por los cuales no podrían vivir” (Ezequiel 20.24 al 25).

El primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal, la ley añadida ordenaba sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, el transgresor quedaba perdonado de su ofensa, pero impune de la ley de muerte, al no ser apedreado cuando transgredía alguno de los Diez Mandamientos. En el nuevo pacto se pide presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional (Romanos 12.1), para Dios somos grato olor de Cristo (2 Corintios 2.14 al 17; Efesios 5.2), sacrificio acepto y agradable a Dios (Filipenses 4.18). Por medio de Jesucristo ofrecemos sacrificio de alabanza, fruto de labios que confiesan su nombre (Hebreos 13.15), como ya se venía recomendando antiguamente (Oseas 14.2). Cualquier transgresor de la ley, la ley añadida le permitía realizar ciertos ritos, semejante a un indulto (perdonar la pena de muerte que tenía impuesta, exceptuarle o eximirle de la ley de muerte), siempre y cuando, no fuere sorprendido en el acto mismo, sino que se mantenía como un pecado que se ignoraba, de lo contrario si habían testigos en su contra, era sentenciado a muerte, pero por dos o tres testigos (Deuteronomio 17.6; Números 35.30). La escritura dice que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Romanos 7.4 al 6), a fin de que no sirvamos más al pecado, pues no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia (Romanos 6.6 al 14).


Comparemos los siguientes pasajes:


Primer pacto: “Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse, dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciendo: Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti (Deuteronomio 31.24 al 26).


Nuevo pacto: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2.14).


El santuario terrenal se componía de dos partes, llamados el lugar santo y el lugar santísimo, uno al lado del otro, en forma semejante, aquel libro de la ley escrito por Moisés, fue puesto al lado del arca del pacto; el libro representa de manera simbólica el lugar santo, haciendo referencia a lo ritual y ceremonial de la ley, y el arca del pacto el lugar santísimo, manifiesto en los Diez Mandamientos. Jesucristo al abolir lo ritual nos posibilita acceder a obedecer los Diez Mandamientos con poder, quitando ese velo de en medio, como dice la escritura: “Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados” (Romanos 2.13; Santiago 1.22 al 25). Se hace la siguiente salvedad: Toda la ley proviene de Dios (Lucas 2.22 al 24), pero Dios mismo al entregarla a su pueblo establece una diferencia, analizada a continuación: Dios le da órdenes a Moisés de escribir todo para memoria en un libro (Éxodo 17.14), encontramos hechos históricos de Israel y según la tradición judía hay seiscientos trece preceptos. La ley guiaba en la vida moral, civil y espiritual.


Los preceptos fueron transformados en el nuevo pacto o eliminados por completo, porque eran exclusivos para Israel, limitados en tiempo, lugar o espacio geográfico, con referencia a la tierra en la cual tomarían posesión (Deuteronomio 4.14, 5.31, 12.1, 31.12 al 13). Obsérvese el siguiente pasaje y nótese la diferencia entre los mandamientos, unos fueron dados directamente por Dios y otros a través de Moisés, claro está, todos provenían de Dios: “Y sobre el monte de Sinaí descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y les diste juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos, y les ordenaste el día de reposo santo para ti, y por mano de Moisés tu siervo les prescribiste mandamientos, estatutos y la ley” (Nehemías 9.13 al 14). La palabra prescribir es ordenar o adquirir algo con prescripción (ciertas condiciones y durante un tiempo prefijado). Además hay caducidad, pérdida de vigencia o efectividad, de una carga, obligación, deuda o responsabilidad penal, debido a la finalización del período del tiempo establecido por la ley en prescripción.


La ley de Dios y la ley de Moisés (el subrayado es nuestro): “Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra; los Diez Mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra. A mí también me mandó Jehová en aquel tiempo que os enseñase los estatutos y juicios, para que los pusieseis por obra en la tierra a la cual pasáis a tomar posesión de ella (Deuteronomio 4.13 al 14). “Y no volveré a hacer que el pie de Israel sea movido de la tierra que di a sus padres, con tal que guarden y hagan conforme a todas las cosas que yo les he mandado, y conforme a toda la ley que mi siervo Moisés les mandó” (2 Reyes 21.8).


Dios escribe los Diez Mandamientos directamente, las demás ordenanzas se dan por escrito indirectamente a través de Moisés y es quien las escribe en un libro (Deuteronomio 31.9), éstas igualmente se iniciaron en el monte Horeb o Sinaí; un ejemplo, entre otros está el siguiente: “Esta es la ley del holocausto, de la ofrenda, del sacrificio por el pecado, del sacrificio por la culpa, de las consagraciones y del sacrificio de paz, la cual mandó Jehová a Moisés en el monte de Sinaí, el día que mandó a los hijos de Israel que ofreciesen sus ofrendas a Jehová, en el desierto de Sinaí” (Levítico 7.37 al 38). Pero este pacto de ordenanzas fue entregado por completo en los campos de Moab (Deuteronomio 29.1; Números 36.13). Ya para el pacto en Horeb o Sinaí, la ley de Moisés empezaba a estar escrita, aunque inconclusa en el libro de Moisés y el pueblo se había comprometido desde entonces, a cumplir todo lo dicho por Jehová, escrito por Moisés en el libro (Éxodo 24.1 al 8; Hebreos 9.18 al 20). Es entonces en esta ley donde se dice: “Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas...” (Deuteronomio 27.26). “Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová” (Levítico 18.5).


El que no obedecía las celebraciones rituales, todas las festividades, sacrificios y ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado era maldito. Cristo con un solo sacrificio nos redime de esta maldición, de manera que si no ejercemos lo ritual, ya no somos malditos; en Gálatas se le llama de las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas (Gálatas 3.10 al 14). Y en Efesios dice que aboliendo la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, y mediante la cruz reconcilió con Dios a ambos pueblos en un solo cuerpo, haciendo la paz, por la sangre de Cristo (Efesios 2.12 al 18): “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo: Y la tierra tembló, y las rocas se partieron” (Mateo 27.50 al 51, Marcos 15.37 al 39, Lucas 23.45 al 47).


La ley de Moisés mandaba a apedrear, a quienes quebrantan la ley de Dios de los Diez Mandamientos. La incorporación de la sentencia de muerte, por medio de la ley añadida, requiere especial atención para ser analizado, como dice la Escritura: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! (Romanos 11.33). La voluntad revelada de Dios es muy clara: “La letra mata”, nos dice el apóstol Pablo en su segunda epístola a los Corintios y hace referencia al nuevo pacto, no de la letra, porque la letra mata (2 Corintios 3.6). Si retrocedemos al primer pacto, encontraremos esta sentencia y se toma como ejemplo el caso del CUARTO mandamiento, donde se encuentra a un hombre recogiendo leña en sábado y se deja en la cárcel, porque no estaba declarada la sentencia, al realizarse la consulta, Dios le dijo a Moisés en aquel momento lo siguiente: “Irremisiblemente muera...; apedréelo toda la congregación...” (Números 15.32 al 36). En otro pasaje explica: “Seis días se trabajará, mas el día séptimo os será santo, día de reposo para Jehová; cualquiera que en él hiciere trabajo alguno, morirá” (Éxodo 35.2). Dios permitió la sentencia de muerte, por las constantes transgresiones del ser humano a la ley de Dios de los Diez Mandamientos, y su ausencia de asumir la responsabilidad. Las siguientes descripciones son otros ejemplos:


PRIMERO : “El que ofreciere sacrificios a dioses excepto solamente a Jehová, será muerto” (Éxodo 22.20), “... de seguro morirá; el pueblo de la tierra lo apedreará” (Levítico 20.1 al 2).


SEGUNDO : “... Que hubiere ido y servido a dioses ajenos, y se hubiere inclinado a ellos,... entonces sacarás a tus puertas al hombre o a la mujer que hubiere hecho esta mala cosa, sea hombre o mujer, y los apedrearás, y así morirán” (Deuteronomio 17.2 al 5, 8.19).


TERCERO : “... Y el hijo de la mujer israelita blasfemó el Nombre, y maldijo; entonces lo llevaron a Moisés... y Jehová habló a Moisés, diciendo: Saca al blasfemo fuera del campamento, y todos los que le oyeron pongan sus manos sobre la cabeza de él, y apedréelo toda la congregación..., si blasfemare el Nombre, que muera” (Levítico 24.11 al 16).


QUINTO : “Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere,... entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá...” (Deuteronomio 21.18 al 21).


SEXTO : “El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá” (Éxodo 21.12; Levítico 24.17).


SEPTIMO : “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Levítico 20.10).


OCTAVO : “Cuando fuere hallado alguno que hubiere hurtado a uno de sus hermanos los hijos de Israel, y le hubiere esclavizado, o le hubiere vendido, morirá el tal ladrón,...” (Éxodo 21.16; Deuteronomio 24.7).


NOVENO : “Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él,... entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti... y no le compadecerás; vida por vida...” (Deuteronomio 19.16 al 21).


DECIMO : “Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel,... pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé;... entonces Josué, y todo Israel con él, tomaron a Acán... y todo cuanto tenía,... y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos y levantaron sobre él un gran montón de piedras, que permanece hasta hoy...” (Josué 7.20 al 26).


A continuación se señalan una serie de citas bíblicas relacionadas con los Diez Mandamientos, también como mención de su transgresión, por parte de algunos (siendo conocedores de la ley la quebrantaron), sin embargo, la misma fue escrita hasta en tiempos de Moisés, durante el primer pacto, y se mantuvo posteriormente al tiempo de Jesús, en el nuevo pacto, con el cambio de la letra a lo espiritual.


Anteriormente al profeta Moisés, se transmitían los mandamientos en forma verbal (Génesis 4.26, 5.22 al 24, 6.9, 13.4, 14.18 al 20 y 26.5) de padres a hijos, aunque la ley no estuviera por escrito, existía el pecado, reinando la muerte en el transcurso desde Adán hasta Moisés, sin embargo, no fue como la transgresión de Adán, quien recibió un mandamiento directo de Dios (Romanos 5.13 al 14). El pecado entró a este mundo y todo ser humano sin excepción, arrastra las consecuencias del mismo, mediante la muerte, como paga del pecado, siendo necesaria la redención.


Las citas bíblicas son las siguientes:


1) “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20.3; Deuteronomio 5.7).
Antes del primer pacto: Génesis 35.2 al 4; Éxodo 18.9 al 12; Números 33.4.
Durante el primer pacto: Éxodo 23.13, 32 al 33; Deuteronomio 32.16 al 17; Josué 24.14 al 24, 1 Samuel 7.3 al 4; 1 Reyes 18.24 al 40; Isaías 45.20 al 22; Jeremías 1.16, 2.11, 28, 5.19, 10.10 al 13, 35.15; Ezequiel 8.5 al 18; Oseas 4.12.
En el nuevo pacto: Mateo 4.10; Hechos 17.24 al 30, 19.26; 1 Corintios 8.5 al 6; Gálatas 4.8.


2) “No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las servirás...” (Deuteronomio 5.8 al 10; Éxodo 20.4 al 6).
Antes del primer pacto: Génesis 31.19, 30 al 35; Deuteronomio 29.16 al 17; Josué 24.2; Ezequiel 20.5 al 11.
Durante el primer pacto: Éxodo 20.23, 23.24, 32.1 al 8, 34.13 al 14, 17; Levítico 19.4; Números 25.2; Deuteronomio 4.15 al 19, 23, 7.4 al 5, 25, 12.3, 27.15, 29.18; Ezequiel 14.1 al 8; Daniel 3.12 al 30.
En el nuevo pacto: Hechos 15.20, 29, 17.29, 21.25; Romanos 1.21 al 23; 1 Corintios 8.1 al 4, 7 al 13, 10.19 al 22, 28, 12.2 al 3; 2 Corintios 6.16 al 18; 1 Tesalonicenses 1.9; 1 Juan 5.21; Apocalipsis 9.20.


3) “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano...” (Éxodo 20.7; Deuteronomio 5.11).
Antes del primer pacto: Éxodo 17.7.
Durante el primer pacto: Levítico 19.12, 24. 11 al 16.
En el nuevo pacto: Mateo 5.33 al 37; Santiago 2.7, 5.12.


4) “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas...” (Éxodo 20.8 al 11; Deuteronomio 5.12 al 15).
Antes del primer pacto: Génesis 2.2 al 3; Éxodo 16.23 al 31.
Durante el primer pacto: Éxodo 31.12 al 17, 35.1 al 3; Levítico 19.3, 30, 23.3, 26.2; Números 15.32 al 36; 1 Crónicas 9.32; Nehemías 9.14, 13.15 al 22; Isaías 56.2, 58.13 al 14, 66.23; Jeremías 17.21 al 22, 27; Ezequiel 20.12 al 16, 20 al 24, 22.8, 26, 23.38, 46.1 al 3.
En el nuevo pacto: Mateo 12.1 al 13, 24.20, 28.1; Marcos 1.21, 2.23 al 28, 3.2 al 5, 6.1 al 2; Lucas 4.16 y 31, 6.1 al 10, 13.10 al 17, 14.1 al 6, 23.56; Juan 5.8 al 11, 7.21 al 24, 9.13 al 16; Hechos 13.14, 27, 42 al 44, 15.21, 16.13, 17.2 al 3, 18.4; Hebreos 4.4, 10.


5) “Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da” (Deuteronomio 5.16; Éxodo 20.12).
Antes del primer pacto: Génesis 9.22 al 25.
Durante el primer pacto: Éxodo 21.15, 17; Levítico 18.7 al 8, 19.3, 20.9, 11, 21.9; Deuteronomio 21.18 al 21, 27.16; Miqueas 7.6.
En el nuevo pacto: Mateo 15.4, 19.19; Marcos 7.10, 10.19; Lucas 18.20; Efesios 6.1 al 3; Colosenses 3.20.


6) “No matarás” (Éxodo 20.13; Deuteronomio 5.17).
Antes del primer pacto: Génesis 4.8 al 13, 9.6, 27.41 al 45, 37.26 al 27; Éxodo 2.11 al 15.
Durante el primer pacto: Éxodo 21.12, 23.7; Levítico 24.17; Números 35.16 al 21; Josué 20. 1 al 6; Jueces 9.17 al 24, 56 al 57; 1 Samuel 19.4 al 6, 22.17, 26.8 al 11; Jeremías 26.15; Oseas 4.2.
En el nuevo pacto: Mateo 5.21, 15.19, 19.18; Marcos 7.21, 10.19; Lucas 18.20; Romanos 13.9; Santiago 2.11.


7) “No cometerás adulterio” (Éxodo 20.14; Deuteronomio 5.18).
Antes del primer pacto: Génesis 12.10 al 20, 26.6 al 11, 39.7 al 9.
Durante el primer pacto: Levítico 18.20, 20.10; 2 Samuel 12. 7 al 10; Proverbios 6.32; Jeremías 5.7 al 9, 29.23; Oseas 4.2.
En el nuevo pacto: Mateo 5.27 al 28, 31 al 32, 15.19, 19.9, 18; Marcos 7.21, 10.11 al 12, 19; Lucas 16.18, 18.20; Juan 8.1 al 11; Romanos 7.1 al 3, 13.9; 1 Corintios 6.9; Gálatas 5.19; Hebreos 13.4; Santiago 2.11.


8) “No hurtarás” (Éxodo 20.15; Deuteronomio 5.19).
Antes del primer pacto: Génesis 30.33, 31.19, 38 al 39, 40.14 al 15, 44.7 al 8.
Durante el primer pacto: Éxodo 21.16, 22.1 al 12; Levítico 19.11; Deuteronomio 24.7; Josué 7.10 al 11; Jeremías 7.9; Oseas 4.2; Malaquías 1.13.
En el nuevo pacto: Mateo 15.19, 19.18; Marcos 7.21 al 22, 10.19; Lucas 18.20; Romanos 13.9; Efesios 4.28.


9) “No dirás falso testimonio contra tu prójimo” (Deuteronomio 5.20; Éxodo 20.16).
Antes del primer pacto: Génesis 20.1 al 10.
Durante el primer pacto: Éxodo 23.1; Deuteronomio 19.16 al 19; Salmos 27.12; Proverbios 6.16 al 19, 19.5, 9, 25.18.
En el nuevo pacto: Mateo 15.19, 19.18, 26.59 al 61; Marcos 10.19, 14.55 al 59; Lucas 18.20; Hechos 6.13; Romanos 13.9; Efesios 4.25.


10) “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20.17; Deuteronomio 5.21).
Antes del primer pacto: Génesis 3.6.
Durante el primer pacto: Números 11.32 al 34, Deuteronomio 7.25, Josué 7.20 al 21, Proverbios 6.24 al 26, 21.26, 23.1 al 6; Isaías 57.17; Miqueas 2.1 al 3; Habacuc 2.9.
En el nuevo pacto: Mateo 5.28; Hechos 20.32 al 34; Romanos 7.7, 13.9; 1 Corintios 10.6; 1 Timoteo 3.3, 8, 6.10; Tito 1.7; Santiago 4.2 al 3.


Cristo es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas (Hebreos 8.6), se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, y con su sangre limpia nuestras conciencias de obras muertas, para servir al Dios vivo: “… Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive. De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre” (Hebreos 9.14 al 18).


El propósito de los ritos incluidos en la ley, inclusive la circuncisión, era esperar el tiempo determinado: Jesucristo sería un solo sacrificio con su muerte y por la fe en su sangre habría redención (Gálatas 4.1 al 7). Quienes estaban en esclavitud bajo los rudimentos del mundo y sabiendo hacer lo bueno, infringían la voluntad de Dios, justificados en el sencillo hecho de presentar un sacrificio, ofrenda, holocausto o expiación por el pecado. Luego regresan a continuar una vida desordenada delante de Dios, pues bajo la ley están todos aquellos infractores constantes (1 Timoteo 1.8 al 10). Por lo tanto, los ritos fueron tutela, a cargo del amparo, protección o defensa del pueblo hasta la llegada de Cristo, mediante su redención (Romanos 3.19 al 26), siendo ahora Jesús el Mediador del nuevo pacto (Hebreos 12.24).


La epístola del apóstol Pablo a los Romanos menciona lo siguiente: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10.4), se establece a Cristo como el fin de la ley ritual, tanto como propósito y como finalización. Caso contrario, los Diez Mandamientos son una ley moral y comunitaria, contienen los principios de bien y de moral establecidos por Dios el Creador, como normas necesarias en la relación y convivencia entre personas, en comunidad, además de la relación con Dios.


Jesucristo con el ejemplo de vida, nos muestra como en la condición de ser humano es factible, el cumplimiento a cabalidad de la ley de los mandamientos de Dios, para integridad moral y espiritual: “…Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas…” (1 Pedro 2.21 al 24).


1.2 JESÚS MODELO DE FE Y VALORES COMUNITARIOS


Pablo menciona que el fin, tanto como motivo (propósito) y término (conclusión) de la ley es Cristo (Romanos 10.4), ¿pero de cual ley? En Gálatas nos hace una pregunta: “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa...” (Gálatas 3.19). Si meditamos bien en este versículo notaremos que habla de dos leyes, una añadida a otra transgredida. En cuanto a la ley añadida nos dice, que hasta que viniese la simiente, que es Cristo (Gálatas 3.16).


Los escribas y fariseos, en cierta ocasión trajeron a Jesús una mujer acusada de lo siguiente: “… Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú pues, ¿qué dices?” (Juan 8.1 al 11), pero dice el relato que Jesús inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo, luego se enderezó para decirles, que el que estuviera sin pecado, fuera el primero en lanzar la piedra. Nuevamente se inclinó hacia el suelo para escribir en tierra, entonces todos se fueron y no apedrearon a la mujer, se alejaron desde los de más edad hasta los de menor edad, acusados por su conciencia. Jesús mencionó que en la cátedra de Moisés se sentaban los escribas y fariseos y así enseñaban, pero que no hicieran conforme a sus obras, porque decían y no hacían (Mateo 23.1 al 3). Existiendo una ley de los Diez Mandamientos en la cual el sexto enseña “No matarás”, nótese que aquella mujer transgredió el séptimo “No cometerás adulterio”, pero la ley añadida mandaba matar a aquellos que habían transgredido la primera (de los Diez Mandamientos). Sin embargo, quienes acusaban a la mujer, acusados por su conciencia, por no estar libres de pecado, se retiraron desde los de más edad, porque más veces habían infringido los Diez Mandamientos, hasta los de menor edad, por tener menos infracciones, pero igual con cargos de conciencia o sentimientos de culpa, ya sea por pecar en forma voluntaria, ignorancia, indiferencia o por omisión.


Los intérpretes de la ley y los fariseos se ufanaban con gran vanagloria de ser muy fieles a la ley, no obstante, Jesús conociendo sus obras y lo oculto del corazón de cada uno, por ejemplo, les señaló acerca del día sábado, o sea, el cuarto mandamiento, que inmediatamente sacarían un asno o buey de su pertenencia, si el mismo cayera en un pozo (Lucas 14.3 al 6), a pesar de ser, según la ley, un día de reposo, esto no por el bien que pretendieran para el animal, sino por la conveniencia en sus intereses, la afectación de su propiedad, en lo material, monetario o económico.


¿Por qué entonces aquellos escribas y fariseos, intérpretes, promotores de la ley, en relación con su cumplimiento y enseñanza, siendo instructores, no obedecen, hurtan, adulteran y cometen sacrilegio? Se jactan de la ley y con infracción deshonran a Dios:


“He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Romanos 2.17 al 24). El profeta Isaías dice: “Y ahora ¿qué hago aquí, dice Jehová, ya que mi pueblo es llevado injustamente? Y los que en él se enseñorean, lo hacen aullar, dice Jehová, y continuamente es blasfemado mi nombre todo el día” (Isaías 52.5).

Llevaron a la mujer sorprendida en adulterio y no a su cómplice, el varón que estuvo con ella. Además no se atrevieron a apedrearla desde los de edad avanzada, más cargados de pecados por tener más tiempo de vida, hasta los más jóvenes que acusados por su conciencia, se alejaron avergonzados cuando Jesús dijo: Aquel que estuviera sin pecado, fuera el primero en lanzar la piedra. En la epístola a los Gálatas encontramos la respuesta: “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera... Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que por la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes” (Gálatas 3.21 al 22). La desobediencia fue un propósito mencionado en Romanos: “Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Romanos 11.30 al 32).


Jesús inclinado al suelo escribía en tierra con el dedo, como dice la Escritura: “¡Tierra, tierra, tierra! oye palabra de Jehová” (Jeremías 22.29), así como el vínculo de todo ser humano viviente sobre el planeta lo es el oxígeno y de quien muere lo es la tierra, porque volvemos a la tierra, de la cual fuimos tomados, como está escrito, “polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3.19), es necesario estar unidos en el amor y temor a Dios, porque no sabemos en qué momento, dejaremos de respirar el aire de nuestra atmósfera, desaprovechando la oportunidad de la vida de hacer aquello que agrada a Dios, como está escrito: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40.8). No bastaba el conocimiento y deseo de obedecer la ley, sino el adquirir a través de la gracia, el poder suficiente para realmente obedecer, así como el Espíritu Santo es dado a quienes obedecen (Hechos 5.32), Dios por su buena voluntad es el que produce el querer como el hacer (Filipenses 2.12 al 13), él es quien enseña (Juan 6.44 al 45), y es por su gracia (Juan 1.12 al 13; Santiago 1.17). La gracia de Dios nos ayuda a servirle con temor, amor, gratitud y fidelidad, pero no es por un temor al castigo, sino esencialmente un temor de aborrecer el mal (Proverbios 8.13), su temor es enseñanza de sabiduría (Proverbios 15.33), y quien le pide a Dios, recibe su sabiduría abundantemente y sin reproche (Santiago 1.5). Jesús dijo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17.17).


Jesús dijo: “… Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14.6). El camino, la verdad y la vida son todos los valores comunitarios, representados por medio de Jesús, mediante su ejemplo de vida, amor, fe, participación social, justicia, tolerancia, solidaridad, cultura de paz, libertad, ternura, igualdad, ayuda, compasión, misericordia, enseñanza, entre otros valores y virtudes vitales para vivir en armonía con los demás. Los valores comunitarios mostrados por Jesús, nos lleva al Padre, porque: “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2.2 al 6).


La expresión andar como Jesús anduvo, es participar de una forma de vida promovida en La Comunidad de Fe, establecida por Jesús con su ejemplo, enseñanzas y valores comunitarios:


“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:


Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.


Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación.


Bienaventurados los mansos,
porque ellos recibirán la tierra por heredad.


Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.


Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.


Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios.


Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.


Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.”
(Mateo 5.1 al 10).


Jesús en una ocasión dijo: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio…” (Mateo 9.13). El valor de la misericordia es promovido por Jesús a través de su vida y sus enseñanzas, mientras que los sacrificios hacen alusión a la ley ceremonial y ritual del primer pacto o testamento. Es necesario comprender la sabiduría de Dios, para entender la relación entre los valores, indispensables para la convivencia entre seres humanos y la ley descrita en el Antiguo Testamento. En el caso de la sabiduría del ser humano, por sí sola ha sido insuficiente, cuando se excluye así mismo de la posibilidad de tomar en cuenta la sabiduría de Dios: “Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Corintios 2.6 al 8). Según este pasaje, no se habría crucificado a Jesús sí hubieran entendido el mensaje de la sabiduría de Dios, pero el ser humano en su propia sabiduría, influenciada por intereses particulares y mezquinos, luchas de poder, status social, compromisos políticos o religiosos, militares, económico o financiero, distorsiona el entendimiento y la idoneidad del juicio. Sin la comprensión del mensaje de Jesús, la vida queda sin trascendencia ante Dios (Colosenses 3.1 al 4.), solamente terrenal y superficial: Jesús, “… enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle. Y no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole” (Lucas 19.47 al 48).


Jesús, “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1.11 al 13). Jesús se universaliza, porque su mensaje se hace extensivo a todos los seres humanos que creen en su nombre, el creer hace referencia a practicar sus enseñanzas y ser semejante en su vida. En la historia de la humanidad se registran sucesos de guerras, masacres y genocidios llevados a cabo en el nombre de Jesucristo, con la finalidad de imponer y extender geográficamente la religión cristiana, por ejemplo, en el tiempo de la conquista de los europeos frente a los nativos de América, pero esta situación no representa creer en su nombre, la violencia, irrupción y asesinato es contraproducente a la enseñanza de Jesús como Modelo de valores comunitarios y universales. Jesús en realidad representa valores cotidianos para acercarnos a Dios en nuestro diario vivir, donde prevalece el respeto inalienable a la vida humana, la relación de convivencia como reino de Dios entre nosotros y como derechos humanos irrenunciables, irrevocables e intransferibles.


Los acuerdos de fe transmitidos y ejercidos por esta clase de comunidad, emergida en el primer siglo, en relación con la fe, de ninguna forma serán impositivos o forzados, a manera de una ley impuesta con violencia, caso sucedido con la Inquisición, sino por voluntad, ánimo, principios de conciencia moral y armonía, inevitable para la convivencia entre seres humanos. Es una profesión de fe o confesión de fe, voluntaria, a conciencia, de reflexión y convicción. Los mismos mandamientos de Dios de ninguna manera son gravosos, sino deseables para los obedientes, con gratitud y regocijo: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6.17 al 18). Además: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5.3).


Es un ordenamiento de disposiciones establecidas sobre la base de la fe y el amor, el modelo ejemplar de vida es Jesucristo, con la apertura de su enseñanza a todo el mundo, sin hacer acepciones de personas. Jesús es fuente de vida abundante para todas las naciones, sin discriminación a la mujer, racial, étnica, geográfica, cultural, idioma, status social, académico, económico, color de piel y edad. En este sentido, a pesar de las barreras religiosas y dogmáticas, influyentes en su época, Jesús no presentó su adhesión a la política o religión oficial e institucional del momento. Inclusive un texto menciona: “Muy de mañana, habiendo tenido consejo los principales sacerdotes con los ancianos, con los escribas y con todo el concilio, llevaron a Jesús atado, y le entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondiendo él, le dijo: Tú lo dices. Y los principales sacerdotes le acusaban mucho. Otra vez le preguntó Pilato, diciendo: ¿Nada respondes? Mira de cuántas cosas te acusan. Mas Jesús ni aun con eso respondió; de modo que Pilato se maravillaba” (Marcos 15.1 al 5).


Más adelante se dice: “Y Pilato les respondió diciendo: ¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos? Porque conocía que por envidia le habían entregado los principales sacerdotes” (Marcos 15.9 al 10). Los líderes religiosos podrían ser muy catedráticos y doctos, pero en el plano espiritual, tenían antivalores como la envidia. En el primer siglo existían grupos religiosos como los fariseos y los saduceos, quienes rechazaron a Jesús. No comprendieron la relación entre la ley y su transformación a la gracia. En una ocasión Jesús se refiere a los maestros de la ley y los fariseos como personas que con sus hechos niegan lo que con sus labios confiesan: “… Mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen” (Mateo 23.2 al 3). Es vital volverse a los valores de Jesús, quien promueve el amor, paz y compasión.


La fe de Jesús es una fe real y una esperanza verdadera, una visualización del reino, con valor práctico en el diario vivir. La comunidad de fe surge con el discipulado, enseñanza y educación transferida por Jesús a la comunidad del primer siglo. Mensajes, parábolas y enseñanzas útiles, es una forma de vida, valores y virtudes, comportamiento, trato y relación cordial entre personas. La Biblia dice: “… No por fuerza… no como teniendo señorío…” (1 Pedro 5.2 al 3). Ya desde la antigüedad se anunciaba en las Santas Escrituras: “… No con ejercito, ni con fuerza, sino con mi Espíritu…” (Zacarías 4.6). Estas expresiones bíblicas se contrastan con la institucionalización, la formalización y la oficialización de la iglesia, debido a sus consecuentes luchas de poder, dogmas de opresión, fanatismos religiosos, extremismos fundamentalistas, radicalismos y odios. La historia de la humanidad, registra a muchos inocentes que por causa de la fe, sufrieron persecución, violencia, injustas represiones, saqueo, ultraje, cautiverio, destierro, pérdida de identidad, esclavitud y muerte. La fatal combinación de la cruz de Cristo y la espada, la evangelización y el expansionismo militar, el poder religioso y el estado imperial.


El Apocalipsis dice: “…estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Apocalipsis 5.6). El profeta anuncia: “… He aquí un candelabro todo de oro… y sus siete lámparas… y siete tubos para las lámparas… Estos siete son los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra” (Zacarías 4.2 y 10). El profeta Isaías anuncia: “Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y le hará entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura” (Isaías 11.1 al 5).


El análisis de un texto implica tomar en cuenta la literatura y figuras literarias, la cultura, historia y el aspecto geográfico. Este pasaje hace alusión, en sentido figurado, a la vara de su boca y el espíritu de sus labios. Jesús deja al descubierto con su mensaje la maldad de las personas e injusticias. En su época, prevalece una dominación política, militar, religiosa y de empobrecimiento. Este pasaje tiene expresiones universales, juzgar con justicia a los pobres y argüir con equidad por los mansos de la tierra. Esto es aplicable en nuestra época como inalienable para todo ser humano, sin perder vigencia con el tiempo. Jesús con su vida, vino a demostrar misericordia, piedad y juicio justo, dando ejemplo como humano de capacidad para obedecer al Padre (Juan 13.15; Filipenses 2.8; Hebreos 5.7 al 10; 1 Pedro 2.21), quien dice: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones” (Isaías 42.1).


Quienes analizaban la ley en tiempos de Jesús, escribas (versados e intérpretes de la ley), entre ellos los saduceos y fariseos, tuvieron en sus manos todas las piezas, que combinadas entre sí, estructuran el sentido de la vida, el propósito de la existencia. A su alcance estuvo la ley y la profecía, pero no entendieron el argumento o plan propuesto por la palabra de Dios, en relación con la venida de Jesucristo como el Camino para la Salvación, quien precisamente dijo: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5.20). En quienes no entendieron, se cumple la moraleja de un epitafio con la leyenda: “aquí yace uno que no supo para que vivía”.


Por lo tanto, en el sentido de la vida y propósito de la existencia, es indispensable la práctica de los valores comunitarios, mostrados en la Biblia mediante los frutos del Espíritu: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5.22 al 25). También la Escritura dice: “… Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7.15 al 20). “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11.6).


1.3 LA JUSTICIA, MISERICORDIA Y FE


Jesús resalta la justicia, misericordia y fe, como lo más importante de la ley: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: La justicia, la misericordia y la fe…” (Mateo 23.23). En su tiempo los fariseos se aferran a los preceptos de la ley, por ejemplo, diezmar toda hortaliza, pero pasan por alto la justicia y el amor de Dios. Jesús dijo: “Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios…” (Lucas 11.42).


Era necesario un equilibrio entre la letra de la ley y el motivo o intensión pretendida con la ley, o sea, el propósito buscado con la práctica de la ley, a saber, promover la justicia, misericordia, fe y amor de Dios: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13.10). Toda la ley y los profetas dependen de dos mandamientos: Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo (Mateo 22.35 al 40). Ningún precepto adicional fuera de estos mandamientos, puede estar en contra del amor, frustrar, perseguir y oprimir a las personas con injusticia y demás antivalores. Ninguna interpretación de la ley puede ir en contra del amor y de la vida. En el caso del amor al prójimo como a uno mismo, un intérprete de la ley le pregunta al Señor acerca de ¿quién es su prójimo? El Maestro con una parábola de ejemplo, le explica no sólo quién es el prójimo, sino cómo ser uno el prójimo de todos los seres humanos a su alrededor, sin las discriminaciones raciales, étnicas, culturales y de otras índoles.


Es necesario abarcar el tema de la ley añadida o ley de muerte, lo ceremonial y ritual, la circuncisión, el sacrificio, ofrenda, holocaustos y expiaciones por el pecado, para comprender la afirmación de Jesús:


“Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo 12.6 al 8), “... Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9.12 al 13).

Los escribas y fariseos no lograban captar esto, a pesar de que ellos eran estudiosos de las Escrituras, que en aquella época la integraban la ley de Moisés, los profetas y los salmos (Lucas 24.44). No aprendieron a vivir la vida en Dios, a ser benevolentes, estimar a las personas con fuerza de voluntad y buscar el bien común. Tampoco entendían el amor a los enemigos, porque esperaban al Mesías como Libertador (Romanos 11.25 al 26), y no como pacificador con sus adversarios (Mateo 5.38 al 48). En la parábola del buen samaritano, donde estaba un hombre postrado en el camino, herido y despojado, por causa de unos ladrones, dejándole casi muerto, anduvo por ahí un sacerdote, viéndole, pasó de largo, luego un levita quien hizo lo mismo, ambos eran instruidos en la ley, y estaban al servicio de la obra de Dios por ser de la tribu de Leví.


Posiblemente tanto el sacerdote como el levita, actuaron así apegados a la misma ley, según la interpretación de algunos preceptos, creyeron correcto no acercarse al herido, por si, en caso de estar muerto, no caer en inmundicia al tocarlo, ya que temporalmente podrían quedar inmundos en caso de tocar a alguien fallecido (Números 19.11 al 16; Levítico 21.1 al 4; Ezequiel 44.25). Pero un samaritano, ajeno al privilegio poseído por el sacerdote y el levita, ve al herido y es movido a misericordia, lo socorre y cuida hasta sanar por completo. Jesús pregunta al intérprete de la ley: “… ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Vé, y haz tú lo mismo” (Lucas 10.29 al 37). La Escritura declara: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2.13).


Según esta parábola, el prójimo del herido no es el sacerdote ni el levita, supuestos servidores de Dios y conocedores de la ley de misericordia, sino el samaritano, quien realmente usa la misericordia (Lucas 10.25 al 37). No basta con la letra o teoría del conocimiento, es necesaria la práctica; no es suficiente el creer tener fe, también es necesario por las obras de la fe demostrar la eficacia de la fe, visualizar la fe por las obras de amor y misericordia (Santiago 2.14 al 18). Esto es semejante en nuestro tiempo, cuando se fundamentan dogmas o ideologías de determinada denominación, con la intención de elevar o sobreestimar el concepto de espiritualidad en cada persona, pero se infunde la discriminación, rivalidad religiosa, hasta el odio religioso, porque algunos llegan a considerarse más santos en comparación a los demás (Isaías 65.5). Algunos creen tener la única verdad y absoluta, pero en realidad se deposita la confianza en dogmas y normas incongruentes al sentido de la vida y bien común manifestado en las Escrituras. Jesucristo con su ejemplo, rompe con todos estos paradigmas, vino a dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4.17 al 21). Lo demuestra cuando habla con una mujer samaritana, a pesar de que judíos y samaritanos tienen enemistad (Juan 4.1 al 10; Esdras 4.1 al 10; Nehemías 4.1 al 2).


En cierta ocasión, Jesús trata como benditos a quienes han suplido lo necesario a los hambrientos, sedientos, forasteros, necesitados de vestido, enfermos o privados de libertad. Jesús dijo lo siguiente:


“… Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis… ” (Mateo 25.31 al 46).

La proclama es amar al prójimo sin acepción de personas (Santiago 2.8 al 9), impartir misericordia sin medida (Santiago 2.13), al servicio de la humanidad como a Dios, sin intereses proselitistas. Una identificación y solidaridad, plenamente en medio del empobrecimiento, ya sea en lo espiritual o en lo material. Pablo escribe: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8.9). El ser enriquecido en el evangelio de Cristo, con abundancia en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud y amor (2 Corintios 8.7), da como resultado la generosidad de compartir los bienes materiales con los más necesitados, como don o gracia recibida de Dios. Suplir las necesidades espirituales y materiales del carente de lo básico para la subsistencia, abunda en muchas acciones de gracias a Dios, y glorificación a Dios por la obediencia al evangelio de Cristo y por la generosidad en beneficio de todos (2 Corintios 9.8 al 14). En comunión, armonía, y solidaridad, se comparten los bienes espirituales y materiales, unos a otros (Romanos 15.27), según el ejemplo de las iglesias de la región de Macedonia y Acaya, mencionado por Pablo (Romanos 15.25 al 26; 2 Corintios 8.1 al 4).


Ciertamente se manda a las personas proveer para los suyos, mayormente a los de la casa (1 Timoteo 5.7 al 8), esta prioridad se explica porque el testimonio se inicia desde la casa y sirve como respaldo moral ante la sociedad en general. Además se recomienda hacer el bien a todos mayormente a los de la familia de la fe (Gálatas 6.10), esto porque se requiere proyectar el ejemplo hacia los demás desde la comunidad de fe, para dar ejemplo de convivencia en comunidad, o sea, tener todas las cosas en común y al mencionar mayormente, da a entender la práctica con todas las personas, indiferente del credo religioso, claramente expresado al decir hacer el bien a todos. Pero si se pretende tener fe y no ayudamos al necesitado, entonces no obramos justicia como instrumentos de Dios, por consiguiente es una fe vana y sin obras, porque no mostramos la fe por las obras (Santiago 2.14 al 18). El mayor obstáculo de prejuicio, para implementar la ayuda solidaria sin discriminación, es el proselitismo religioso con coerción, donde se condiciona la ayuda a cambio de aceptación religiosa, aquí no se cumple la justicia de Dios y equidad para todos y todas.


El nuevo pacto presenta al justo y santo como templo del Espíritu de Dios (1 Corintios 3.16 al 17, 6.19), y el testimonio se guarda internamente en la mente y el corazón. El Salmo dice “La boca del justo habla sabiduría, y su lengua habla justicia. La ley de su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán” (Salmo 37.30 al 31). Esto es similar a lo mencionado por Daniel, acerca de los entendidos, donde resplandecerán y comprenderán (Daniel 12.3, 10), llegando a ser luminares y resplandecientes en el mundo (Filipenses 2.15), luz en el Señor andando como hijos de luz (Efesios 5.8; 1 Tesalonicenses 5.5), a través del testimonio de la conducta en la vida diaria. Por esto la ley de Dios es santa, el mandamiento santo, justo y bueno (Nehemías 9.13; Romanos 7.12), es espiritual (Romanos 7.14), llamada ley real y ley de libertad (Santiago 2.8 al 12), pues el pecado es infracción de la ley (1 Juan 3.4), sin olvidar que toda injusticia resulta en pecado (1 Juan 5.17), también saber hacer lo bueno y no hacerlo (Santiago 4.17). Porque quién podría alegar la teoría de amar a Dios, según los primeros cuatro mandamientos y al prójimo según los últimos seis mandamientos, si no se logra demostrar con hechos o realidades.


La ley moral o comunitaria es una guía práctica, se refleja lo interno de la persona (similar a un espejo), su pensamiento y su proceder, se hacen visible a través de su vida diaria, con su quehacer en pro de los propósitos de Dios, y en beneficio de los más necesitados obedece los Diez Mandamientos, presta un servicio muy valioso a Dios y a la sociedad, en la armonía y comunión con quienes le rodean. Se establece un mejor ordenamiento en la convivencia diaria de los seres humanos, por ejemplo, el respeto a la vida, dignidad y a la propiedad privada.


El pueblo de Dios tiene como guía a Jesucristo, pues él enseña el camino y establece un precedente aquí en la tierra, de donde se conserva la base o fundamento en la edificación de la doctrina eclesiástica, porque Jesucristo es la principal piedra (Efesios 2.17 al 22). Jesucristo cumple con la justicia, la misericordia y la fe, especialmente al dedicarse exclusivamente a hacer el bien, en el servicio a Dios y al prójimo (Lucas 4.16 al 21). Jesús con su trayectoria por la tierra, se incorpora a una nueva etapa de trabajo, en pos de los propósitos de su Padre (Lucas 2.49), ya desde la creación había trabajado al lado suyo, personificado en la sabiduría (Proverbios 8.22 al 30; Apocalipsis 3.14), cuando la tierra estaba desordenada y vacía (Juan 1.2 al 3, 17.5 y 7 al 8; Colosenses 1.16 al 20). Esta etapa de Jesús con la realización de su vida aquí en la tierra, cumple a cabalidad la obra encomendada por su Padre y permite con su labor en lo espiritual, reflejar el espíritu de la ley para una mayor vivencia, en cuanto a virtud o vigor, ánimo o esfuerzo, balance y equidad, entre la fe, la misericordia, la justicia, el amor de Dios y la ley de Dios (Mateo 23.23; Lucas 11.42).


En una ocasión surge la pregunta: ¿Es lícito sanar en el día de reposo?, Jesús dijo: “... ¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo, no le eche mano, y la levante? Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo. Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra. Y salidos los fariseos, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle” (Mateo 12.9 al 14). En el caso de lo ritual, no se permiten ciertas actividades propias ajenas al sábado, ni encender fuego para cocinar (Éxodo 35.3), entre otras, añadidas por la dureza de sus corazones para obedecer, y para tratar de mantenerlos estrictamente sujetos al mandamiento. Jesús quebranta el sábado en lo material, según alegan los fariseos, al sanar a un hombre paralítico en sábado, porque lo envía a caminar con su lecho en mano (Juan 5.5 al 13). Los fariseos por celos y envidia, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle.


En todo caso, Jesús hace énfasis en la sanidad interna de las personas al decirles: “... No peques más” (Juan 5.14), no obstante, en el sentido espiritual, Jesús no quebranta el sábado, más bien, lo presenta, en su mayor expresión de espiritualidad, manifestado por el bien, la misericordia y la justicia hacia las personas. En relación con la ley de los Diez Mandamientos, Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5.17). La Biblia menciona que ni aun a nivel de las letras más pequeñas, como la jota (Mateo 5.18), la tilde (Lucas 16.17) y el punto (Santiago 2.10), pasarán de la ley o se verá frustrada u ofendida. A pesar de la gran dureza del ser humano en sus corazones para obedecer, el Padre los corrige, porque los ama (Hebreos 12.5 al 11), y siempre trabaja en obrar el bien a su pueblo, para contrarrestar la influencia del mal que les sobrevenía. Cristo al hacerse presente con su vida en la tierra, transmite el mismo amor y propósito de su Padre (Juan 14.10 al 12).


“… El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de él; y el amarle…, y amar al prójimo…, es más que todos los holocaustos y sacrificios...” (Marcos 12.28 al 34).

Jesús les dice: “... De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22.34 al 40). En la actualidad, para el cumplimiento de estos dos mandamientos, inclusive, es necesario que los empresarios, comerciantes y empleadores en general, brinden la oportunidad de un día libre, entre viernes, sábado y domingo, para que los creyentes puedan consagrar y santificar, según sus posibilidades y credo religioso, un día de descanso y dedicación a las actividades de sus iglesias, congregaciones o templos. Esta flexibilidad también se requiere en las organizaciones eclesiásticas, de ofrecer actividades litúrgicas y reunión, tanto el día viernes, sábado y domingo, para facilitar la posibilidad de asistencia de sus feligreses, según el día libre laboral. Al respecto Jesús dijo: “… El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo… Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él para destruirle” (Marcos 2.23 al 3.6). “… Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenarías a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo 12.1 al 8).


1.4 JESÚS Y LA GRACIA VERSUS LA LEY AÑADIDA


La ley de Moisés imposibilitó a las personas el ser plenamente justificado (Hechos 13.39), por medio de la circuncisión, apedrear a los transgresores, hacer sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, sino que se alcanza la justificación mediante Jesucristo y la fe en Dios (Habacuc 2.4; Romanos 1.17; Gálatas 3.1 al 5, 11; Efesios 2.8 al 9; Hebreos 11.2 al 40). En el primer pacto media la ley, pero en el nuevo pacto se establece la gracia, mediante Jesucristo (Juan 1.17). Dios es el que resplandece en los corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4.3 al 6). La Biblia dice que la gracia de Dios nos fue dada en Cristo Jesús, enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia (1 Corintios 1.4 al 5), no conforme a nuestras obras, sino según el propósito de Dios, y mediante Jesucristo quitó la muerte y sacó a luz la vida (2 Timoteo 1.9 al 10). También menciona: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1.7 al 10).


El ser humano, por causa del mal, estaba destituido de la gloria de Dios. Cristo con su venida, tuvo la misión de reconciliarnos con el Padre. Se establece un nexo entre Dios y los seres humanos, con Jesucristo como mediador (Romanos 5.8 al 11). Cuando alguien comete un acto ilícito, se esconde u oculta, porque se considera digno de castigo por tal acción, distingue el mal cometido. La Escritura dice lo siguiente:


“Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2.14 al 16). “El cual pagará a cada uno conforme a sus obras: Vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios” (Romanos 2.6 al 11).

En relación con la ley, en el primer pacto del Antiguo Testamento, se mencionan la ley de Dios y la ley de Moisés. La ley de Dios es el Decálogo dado a conocer con “Los Diez Mandamientos” y son las palabras de Dios en forma escrita en tablas de piedra (Éxodo 24.12; Deuteronomio 4.13). Cuando Moisés recibe de Dios las dos tablas de piedra, menciona que Dios no añade nada más, acerca de lo escrito en las tablas de piedra, cuando las entrega (Deuteronomio 5.22). Este proceder establece una diferencia en relación con los mandamientos y el resto de la ley, escrita por Moisés en un libro (Éxodo 24.4 al 8; Deuteronomio 31.9, 24 al 26), ya que el Decálogo o Diez Mandamientos se escribe directamente por el dedo de Dios (Éxodo 31.18; Deuteronomio 10.4), conocida como ley de fuego (Deuteronomio 33.2). En cuanto a la escritura de Dios dice lo siguiente: “Y volvió Moisés y descendió del monte, trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, las tablas escritas por ambos lados; de uno y otro lado estaban escritas. Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas” (Éxodo 32.15 al 16).


Comparando Lucas 11.20 con Mateo 12.28, el dedo de Dios representa el Espíritu de Dios, y las tablas de piedra ahora son representadas por el corazón: “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Corintios 3.2 al 3). También está escrito: “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos. Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado” (Hebreos 10.15 al 18).


En el primer pacto o testamento, la forma de recibir la ley fue en la letra y en el nuevo pacto en el Espíritu por gracia. En el primer caso, si algún infractor no era sorprendido en el acto, con un mínimo de dos o tres testigos, para él no había causa para ser acusado (Deuteronomio 19.15). La epístola a los Hebreos dice: “El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente” (Hebreos 10.28), entonces sin testigos, la ley añadida, ordenaba realizar los sacrificios, las ofrendas, los holocaustos y las expiaciones por el pecado de ignorancia, quedando el transgresor perdonado de su ofensa, pero impune de la ley de muerte al no ser apedreado.


Moisés en el primer pacto, hace referencia a como todo Israel vio las señales de Jehová ante Egipto y Faraón, sus siervos y su tierra, las grandes pruebas, señales y maravillas y les dice: “… Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Deuteronomio 29.2 al 4). Jesús dijo: “…Si vosotros permaneciereis en mi palabra… conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8.31 al 36).


La palabra regir tiene relación con lo que está vigente y se aplica en las leyes, ordenanzas, estilos y costumbres en vigor y observancia, además tiene relación con dirigir, mandar o gobernar. En el primer pacto lo vigente para el pueblo de Israel, era ser guiado o conducido bajo el régimen de la letra, que era el modo de gobernarse o regirse a través de constituciones, preceptos, reglamentos o prácticas. El Espíritu Santo no había sido derramado en todo el pueblo, como sucedió en el nuevo pacto y como había sido dicho por el profeta Joel: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2.28 al 29; Hechos 2.16 al 18). En el nuevo pacto somos sellados con el Espíritu Santo en nuestros corazones, como señal del pacto (las arras) (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14), el cual ha dado Dios a los que obedecen (Hechos 5.32): “… El Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad…” (Juan 16.13).


De acuerdo con lo mencionado en el párrafo anterior, cuando se desobedece a Dios en sus mandamientos, la persona no es apedreada y muerta físicamente en el momento, aunque en el nuevo pacto siempre hay muerte o paga del pecado (Romanos 6.23), entonces espiritualmente se muere, porque se apaga y contrista al Espíritu Santo, con el cual se fue sellado (Efesios 4.30; 1 Tesalonicenses 5.19), la persona pierde el deseo o voluntad sobrenatural de amar y servir a Dios en obediencia. Ninguna condenación hay para los que andan conforme al Espíritu, la debilidad del ser humano, es fortalecida por el poder del Espíritu Santo de Dios, gracias a la obra de Cristo Jesús en beneficio nuestro (Romanos 8.1 al 10). La Biblia dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8.14).


A los Diez Mandamientos de Dios se le llama el testimonio (Éxodo 25.16), los mismos fueron guardados en el interior de un arca (1 Reyes 8.9; 2 Crónicas 5.10; Deuteronomio 10.1 al 5), la cual fue llamada arca del testimonio, a su vez se ubicada en el interior del tabernáculo de reunión (Éxodo 40.1 al 5). El profeta Jeremías dice:


“Y acontecerá que cuando os multipliquéis y crezcáis en la tierra, en esos días, dice Jehová, no se dirá más: Arca del pacto de Jehová; ni vendrá al pensamiento, ni se acordarán de ella, ni la echarán de menos, ni se hará otra” (Jeremías 3.16). Entonces, analicemos ¿por qué el Apocalipsis menciona los siguientes pasajes?: “Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo…” (Apocalipsis 11.19). “… Los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12.17). “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14.12). “Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” (Apocalipsis 15.5).

La ley de los Diez Mandamientos fue entregada por escrito ante diez mil ángeles testigos ese día (Deuteronomio 33.2), por medio de la ley es el conocimiento del pecado (Romanos 3.20) y hay mucho gozo en el cielo, por motivo de cada pecador arrepentido (Lucas 15.7), especialmente por reconocer y aceptar la voluntad de Dios. Es como pasar de la muerte espiritual a la promesa de la vida eterna, en donde después de haber sido esclavo del pecado, entenebrecido por el mal, se recibe la oportunidad de tener la libertad para ser siervo de Dios, aunque de igual manera en subordinación, pero a diferencia, se recibe como recompensa o galardón la vida eterna, resultado de la obediencia y servicio de la justicia (Romanos 6.16 al 18, 21 al 23), y es aquí en donde actúa la ley juntamente con la gracia, por el favor, don gratuito, regalo y misericordia de Dios. En esto consiste el pacto entre Dios y la persona, esta última se sujeta a las disposiciones de Dios, a cambio recibe poder para vencer el mal, a través de la ayuda ofrecida por Dios mediante su Espíritu Santo. Cuando una persona aparentemente está destinada a vivir una vida ajena a la obediencia a Dios, entonces, le llega la voz de Dios y el llamamiento se vuelve irresistible, la luz divina llega a su mente y se ilumina su entendimiento, se genera la libertad de elección al servicio a Dios de corazón. Dios permite la gracia a través del nuevo pacto, como un sistema de redención y perdón del pecado, por medio de Jesucristo.


Cuando el ser humano oye la voz de Dios verdaderamente, a través de su palabra, pasa a un estado de conciencia, alcanzando a entender y comprender muchos aspectos teológicos, religiosos, espirituales y sociales ignorados. Por lo tanto, toma un rumbo en donde la persona es consciente del propósito por el cual existe, entrando a su vida la gracia, por el poder de Dios y el evangelio. Con el nuevo entendimiento acerca de la vida, no se limita a realizar solamente actividades de subsistencia, de estudio, trabajo, familia, esparcimiento, descanso, alimentación, vestido y domicilio. Incorpora actividades eclesiásticas, trabajo ministerial y laico, lectura bíblica, oración, reflexión, ayuno, vigilia, acción espiritual, social y comunitaria, la práctica de los valores comunitarios, en beneficio de la convivencia en armonía, paz, solidaridad y bien común. La vida es un equilibrio, se requiere integrar y satisfacer las necesidades fisiológicas, biológicas, sociales, espirituales y económicas, cultivando la personalidad, el intelecto, la sociabilidad y la comunión con Dios, el entorno y medio ambiente.


En resumen, denominamos el tema de Jesús y la gracia versus la ley añadida, porque en el caso de los Diez Mandamientos, fueron escritos en el primer pacto con el dedo de Dios en tablas de piedra, pero en el nuevo pacto son escritos en nuestra mente y corazón con el Espíritu Santo. Según el profeta Jeremías, Dios daría un corazón, un camino y un pacto eterno, al dar su temor en el corazón (Jeremías 32.39 al 40). El primer pacto es un ministerio de muerte o de condenación y el nuevo pacto es con gloria un ministerio del espíritu o de justificación (2 Corintios 3.7 al 9). El primero es en la letra, grabada con letras en piedra, con una ley añadida, como fin o propósito, para llevarnos a Cristo (Gálatas 3.23 al 4.7). Esta ley añadida consiste en la sentencia de muerte, la ley ceremonial y ritual, el rito de la circuncisión y los sábados ceremoniales y rituales. Cristo nos redime de la maldición de la ley, (aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas), porque es de fe y por la fe, la promesa del Espíritu Santo a los gentiles, según la bendición a Abraham (Gálatas 3.6 al 14).


El profeta Ezequiel nos anuncia la promesa de Jehová el Señor: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 11.19 al 20), además menciona: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36.26 al 27). Los pasajes anteriores aplican al pueblo judío y a Israel, esto no exceptúa el nuevo pacto, porque la promesa involucra al resto de naciones, con la muerte de Jesucristo en la cruz, se establece la paz y solidaridad entre los pueblos. Jesús dijo: “… Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10.10). La Escritura dice:


“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2.11 al 16).

Los seguidores de Jesús en el primer siglo, integrantes de la comunidad de fe, se establece con judíos e israelitas, pero Dios ofrece la apertura u oportunidad a los considerados gentiles (los griegos y demás pueblos y nacionalidades), para formar parte del pueblo de Dios. Por esta razón el autor de la carta a los Hebreos, se dirige a la Iglesia en el nuevo pacto y trae a colación un pasaje del primer pacto, lo enfoca en ellos y lo ubica como parte del nuevo pacto:


“Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo... Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero... ” (Hebreos 8.8 al 9.1 y Jeremías 31.31 al 34).

La idea del cristianismo original, iniciado por Jesucristo, nunca ha sido establecer rivalidad unos contra otros y persecución de denominaciones, como se dijo anteriormente de ejemplo con la Inquisición. Cada congregación, religión o iglesia, le presenta a Dios una ofrenda y Dios mismo es quien juzga si esa ofrenda es aceptable delante suyo, en la medida del conocimiento recibido por gracia, permitido a cada persona u organización eclesiástica. La variedad de iglesias no son una competencia para acercarse a Dios, y si él ha permitido la existencia de cada una, entonces merecen respeto, dignidad, cooperación y pacificación.


Las religiones cristianas presentan su máximo esfuerzo por brindar un medio, herramientas y mecanismos para acercar al ser humano hacia Dios, no obstante, la única verdad absoluta es Jesucristo. La salvación es por medio de la gracia de Dios, mediante la fe en Cristo Jesús. Los dogmas eclesiásticos son necesarios en la medida del fortalecimiento de hacer el bien a los demás, de la práctica de valores comunitarios y la abstinencia y lucha contra el pecado. Hacer justicia, obedecer la ley de Dios, saber y hacer lo bueno. La Biblia dice: “… La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1.26 al 27).


1.5 JESÚS Y LA GRACIA VERSUS LA CIRCUNCISIÓN


Nuestro Señor, Cristo Jesús, nos lavó de nuestros pecados con su sangre, según la primera epístola universal de San Pedro apóstol, ahora somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, y hemos alcanzado misericordia (1 Pedro 2.9 al 10). Bien dice el apóstol Pablo en sus epístolas cuando menciona lo siguiente: “Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley. Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios” (Romanos 2.27 al 29). También dice: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios” (Gálatas 6.15 al 16). Esto quiere decir, en el contexto actual del nuevo pacto, quienes obedecen los Diez Mandamientos, nacidos de nuevo, por medio de Cristo como salvador personal, arrepentidos y convertidos, son parte integrante de la Iglesia de Dios y en la actualidad son pueblo de Dios e Israel de Dios, en el sentido espiritual.


Jesucristo en su primera venida a la tierra a habitar entre nosotros, lo hizo en carne, como se dice en el evangelio (Juan 1.14), esto significa que el vino en la condición de humano, nacido de mujer (Gálatas 4.4 al 5), desde niño crecía no solo en estatura, sino en sabiduría y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.40, 52). Antes de ser entregado, oraba intensamente, y en su agonía por lo que le esperaba, su sudor era como grandes gotas de sangre (Lucas 22.39 al 44). Cuando murió fue traspasado con una lanza en el costado, y al instante salió sangre y agua (Juan 19.33 al 34), sin embargo, hubo quienes negaron esta condición de Cristo, y eran contrarios a él (1 Juna 4.1 al 3). Se infiltraron en la iglesia, pero salieron de la misma, para que se manifestara que no eran parte de la iglesia (1 Juan 2.18 al 19), por su incapacidad para dejar el pecado y su esclavitud al mismo, no reconocieron que Jesucristo como humano, de carne y hueso, terminó con el pecado, dejándonos ejemplo para que hagamos lo mismo, haciendo la voluntad del Padre antes que la propia. Éstos son los que en el pasado, defendían la circuncisión en la carne y los ritos, como camino fácil para pretender ser hijos de Dios, sin tener que abstenerse del pecado, así hoy en día muchos quieren aparentar ser cristianos. Una sincera preocupación es encomendarse a la dirección de Dios y dejarse llevar por su Espíritu: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 4.7 al 8; 2 Timoteo 1.14), “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” (Santiago 4.5).


Pero si se pretende la justificación con alguna práctica, donde las personas pierden el respeto a la fidelidad hacia Dios, con el fundamento en creencias o enseñanzas, donde se comete pecado, pero se recibe constantemente perdón de la falta, ya sea por haber confesado de corazón y de labios el pecado o considerar a Jesús como abogado ante el Padre, por considerar que interesa sólo el corazón y no lo externo, porque se es muy caritativo o generoso a nivel económico con la Iglesia. En estas situaciones sucedería como en el ritual antiguo abolido por Cristo, en donde en forma similar al pasado, el pecador sigue pecando, justificado en ciertas prácticas o creencias que le exoneran de la culpa, y vuelve a cometer sus delitos. Por ejemplo, la creencia de la condición de ser digno para participar de la cena del Señor y tener que reiteradamente pedir perdón o estar en paz, como un rito o costumbre previa a la celebración. Un pasaje dice:


“Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad... Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad...” (2 Corintios 3.12 al 4.2).

Analicemos el siguiente pasaje: “¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme? Respondió la multitud y dijo: Demonio tienes; ¿quién procura matarte? Jesús respondió y les dijo: Una obra hice, y todos os maravilláis. Por cierto, Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres); y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Si recibe el hombre la circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané completamente a un hombre?” (Juan 7.19 al 23). Aparentaban ser defensores del día de reposo, al enojarse con Jesús, porque había realizado una sanidad en sábado, o sea, no les importaba el hacer el bien al ser humano enfermo en sábado. Le daban prioridad a la circuncisión y ponían muy en alto la ley de Moisés, porque al cumplir un niño los ocho días de nacido y si en este día concuerda con un día sábado, se le circuncidaba para que la ley de Moisés no fuera quebrantada, o sea, le daban más importancia y prioridad a la circuncisión que al día de reposo semanal de la ley de Dios.


Así también guardaban otras partes de la ley, como el diezmo, pero dejaban lo más importante de ella, a saber, la justicia, la misericordia y la fe (Mateo 23.23). Se olvidaban de hacer el bien, reflejado en la sanidad realizada por Jesús a aquel hombre, porque se opusieron. Entender esta situación es importante para comprender la circuncisión, en su paso o transición, del primer pacto al nuevo pacto. Para esto es necesario, analizar el siguiente pasaje del capítulo quince, de Hechos de los apóstoles, acerca del concilio en Jerusalén:


“15.1 Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. 15.2 Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y los ancianos, para tratar esta cuestión... 15.4 Y llegados a Jerusalén, fueron recibidos... 15.5 Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés. 15.6 Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. 15.7 Y después de mucha discusión,... 15.22 Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia,... 15.24 Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley, 15.25 nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros... 15.28 Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: 15.29 Que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien. 15.30 Así, pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquía, y reuniendo a la congregación, entregaron la carta; habiendo leído la cual, se regocijaron por la consolación... 16.4 Y al pasar por las ciudades, les entregaban las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las guardasen. 16.5 Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día” (Hechos 15.1 al 16.5).

En el pasaje anterior surge la polémica de la circuncisión y de la ley ritual. Esta influencia era muy fuerte entre los judíos (ver versículos del 16.1 al 16.3 de Hechos). En esta disensión, lo principal y esencial para el cristianismo, es el respeto a la dignidad del ser humano, indiferentemente de su color de piel, etnia, idioma, nacionalidad o raza. Pablo tuvo que luchar fervientemente en lo posterior, a través de muchas de sus cartas, explica y aclara el propósito de la ley (ceremonial, ritos y circuncisión), debido a la discriminación entre seres humanos. Por lo tanto, ya no hay diferencia entre judío y griego (gentil) (Romanos 10.11 al 13), porque somos uno en Cristo Jesús, linaje de Abraham y herederos según la promesa (Gálatas 3.26 al 29): “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3.11), por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo (1 Corintios 12.13). Antes de Cristo, el pueblo de Dios era por descendencia, en la carne y sangre. Si a un extranjero se le permitía formar parte del pueblo, para pertenecer al mismo, debía previamente circuncidarse, y comprometerse a guardar los ritos y tradiciones que obligaba la ley (Éxodo 12.48 al 49; Levítico 17.8 al 9, 18.26, 24.22; Números 9.14, 15.14 al 16; Deuteronomio 31.12). Ahora la salvación es por fe y gracia.


Algunos símbolos del primer pacto fueron transformados en el nuevo pacto. Aquellos que se aferraban a la circuncisión literal y a los ritos no lo comprendieron. Ahora estamos bajo el régimen nuevo del Espíritu, así podríamos citar el ejemplo de la circuncisión en la carne como señal de pertenencia a Dios, y que recibió Abram (padre enaltecido), cuyo nombre fue cambiado por Abraham (padre de una multitud), según la promesa que sería padre de muchedumbre de gentes (Génesis 17.1 al 14).


Recibió entonces la promesa del pacto entre Dios, Abraham y su descendencia, por pacto perpetuo, para que fuera Dios de él y de su descendencia, por siempre: “Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado” (Romanos 4.11 al 12), cuya promesa alcanzamos aún en nuestros días, porque su cumplimiento llegó a su plenitud cuando la circuncisión sufrió la transición de lo literal a lo espiritual, la bendición llega a todas las naciones (Génesis 12.3; Gálatas 3.6 al 9), ya que en su simiente, que es Cristo, son benditas todas las naciones (Génesis 22.15 al 18 y 26; Hechos 3.22 al 26), lo que también se le confirmó a Isaac (Génesis 26.3 al 4).


Ahora la circuncisión en el corazón, es una identificación del pueblo de Dios, no de la letra sino del corazón, en espíritu (Romanos 2.28 al 29), porque actualmente las personas mismas son la circuncisión, los que en espíritu sirven a Dios (Filipenses 3.3), como una nueva creación y por medio de la fe que obra por el amor (Gálatas 5.5 al 6, 6.15 al 16). Quienes tienen la circuncisión de Cristo, en el cual fuimos circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de nosotros el cuerpo pecaminoso carnal (Colosenses 2.11 al 13), estando muertos en pecados, recibimos vida juntamente con Cristo y por la gracia de Dios somos salvos, por medio de la fe, para que nadie se gloríe de que es por la circuncisión en la carne (Efesios 2.4 al 13), como herencia familiar, raza o etnia. La Biblia menciona lo siguiente: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios” (1 Corintios 7.19). Ahora es en Cristo Jesús.


Para confirmar que en el nuevo pacto, los hijos de Dios, se identifican por tener fe y un corazón arrepentido, citaremos lo siguiente: “No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes” (Romanos 9.6 al 8). Es aquí donde interviene Dios para dar un corazón arrepentido a quien él quiere, como también endurecer el corazón al rebelde (Romanos 9.9 al 21). Por esto último se dice acerca de la gracia, como don, regalo y misericordia de Dios, para reconocer y dar la honra y gloria a Dios, porque fue quien hizo la obra, de manera que el ser humano no se jacte, al creer una herencia o dinastía de engendrar o concebir los hijos de Dios, por la circuncisión en el prepucio de los niños, el hacer ritos, por la raza, etnia, cultura o color de la piel.


Ya desde tiempos de Moisés se venía anunciando la circuncisión especial del corazón: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?... Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Deuteronomio 10.12 al 16, 30.6). Otro ejemplo está en Jeremías donde se le dice a los de Judá y Jerusalén: “... Arad campo para vosotros, y no sembréis entre espinos. Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio de vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalén; no sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras” (Jeremías 4.3 al 4; Hechos 7.51 al 53).


A raíz de la venida de Jesucristo surge un conflicto entre el Israel en la carne, por raza y el Israel de Dios, el espiritual, cuando Pedro inició la evangelización o predicación a los gentiles, que no eran de la tribu de Judá, habitantes de Jerusalén y Judea, él dice: “... Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10.28). Lo mismo sucede con los habitantes de Samaria, cuando Jesús le habla y pide agua a una mujer samaritana, ésta se extraña porque judíos y samaritanos no se trataban entre sí (Juan 4.9). Con esto Jesús da a entender que él es nuestra paz, entre gentiles y judíos, sin embargo, a pesar de la paz que puso Cristo al morir en la cruz, entre ambos pueblos haciendo uno solo, Pedro tuvo que confrontar a quienes le reclamaban por haber comido y entrado en casa de los que llamaban incircuncisos (Hechos 11.1 al 3).


Los más conservadores se aferran por cuestiones raciales o discriminatorias a mantener la circuncisión en la carne, como por obras tradicionalistas y no por la fe, obligando a circuncidarse, para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo (Gálatas 6.11 al 15). Además mantenían el rito de sacrificios de corderos, negando el único sacrificio de Cristo para perdón de pecados, mandando guardar la ley de sacrificios y ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, preservando de esta forma el sacerdocio literal y no el sacerdocio de Cristo, contrario a la fe en Jesús y opuesto al nuevo pacto. Ellos se convirtieron en falsos hermanos, introducidos a escondidas, para tratar de regresarlos a la esclavitud de antes (Gálatas 2.3 al 5; Tito 1.10), la Comunidad de Fe de Galacia o Iglesia de los Gálatas, se vio influenciada por ellos (Gálatas 3.1 al 5, 4.9).


Aún el apóstol Pedro junto con otros, se encontró en tal situación, que Pablo lo resistió cara a cara, porque era de condenar, también en su simulación Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de ellos (Gálatas 2.11 al 21). Bien dice Pablo: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5.1 al 4).


La controversia era tan grande que Pablo, después de haber hablado en contra, de la circuncisión en la carne y de la ley de los ritos, se le presionó para que se retractara y al sufrir persecución por poco le dan muerte (Hechos 21.17 al 36). En el concilio de Jerusalén, encontramos en Hechos capítulo 15, donde Pedro dijo: “... Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hechos 15.7 al 11). Sin discriminación, ni marginación.


También dice la Escritura: “Y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13.39). En Cristo Jesús somos justificados, por medio de la fe en su sangre. Antes de Cristo, se consideraba a los paganos, como impuros o inmundos. Jesucristo con su primera venida promueve la hermandad o fraternidad, trae un cambio de mentalidad, por causa de la división entre seres humanos, hechos a la semejanza de Dios (Génesis 1.26 al 27, 5.1; Santiago 3.9), quien hizo al hombre recto pero ellos se desviaron (Eclesiastés 7.29), cuando se refiere a creado a la semejanza de Dios, es porque el ser humano es un ser pensante, creativo e inteligente, además de eterno, según la promesa de recibir vida eterna, quien hace la voluntad del Padre y es juzgado como digno del reino de Dios, la santidad, espiritualidad, hacer el bien y evitar el mal, y demás valores y virtudes necesarias para la salvación y vida eterna.


“Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros... por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro” (Romanos 4.13 al 24).

Además está escrito: “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17.31). Por causa de la fe se identifica realmente al pueblo de Dios, porque actúa con la fe de Abraham, según la promesa (Génesis 26.5). La misma fe es necesaria en la comunidad, según Santiago:


“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras... ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2.17 al 26).

Los antepasados de Abraham servían a dioses extraños: “Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños” (Josué 24.2). Es Dios quien realiza el llamado a Abraham para su adoración y servicio (Génesis 12.1 al 8; Isaías 51.2; Hebreos 11.8), él creyó a Dios y le fue contado por justicia, porque sus obras eran conforme a la voluntad de Dios, siempre fue obediente, aunque la ley todavía no se había entregado de la forma escrita, sino oralmente: “Por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26.5). Esta obediencia implica las obras de las que Dios se agrada, porque cada quien dará cuenta a Dios de lo realizado en vida y de sus propias obras (Job 34.11; Salmos 62.12; Mateo 16.27; 1 Pedro 1.17; Apocalipsis 2.23), así afirma la Santa Escritura: “Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17.10).


Jesús manifiesta lo siguiente: “Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26.18).


1.6 JESÚS Y LOS SÁBADOS CEREMONIALES Y RITUALES


Los sábados ceremoniales y rituales fueron siete días al año en diferentes fechas y no necesariamente concordaban con el séptimo día de la semana, porque se basaban en fechas, por lo tanto se le llamaban sábados o días de reposo ceremoniales y rituales. En estos días no se permitía trabajar o realizar cualquier labor personal, ajenas a la celebración o ceremonias establecidas en esa fecha (Levítico 23.4 al 44), aunque se diera en otro día de la semana diferente al séptimo. En algunas ocasiones se celebraba junto con el sábado semanal, ya que en ese día concordaba la fecha a celebrar.


A través del profeta Oseas, Jehová dice: “Haré cesar todo su gozo, sus fiestas, sus nuevas lunas y sus días de reposo, y todas sus festividades” (Oseas 2.11). Nótese en el pasaje anterior como Dios le llama: “Sus”, haciéndolo propias de ellos (el pueblo) y ya no pertenencia de Dios, por ejemplo, hemos visto como algunos distorsionaban la voluntad de Dios, alterando el mandamiento, al llevar la ofrenda a Dios, con pan inmundo, con animal ciego, cojo, enfermo o hurtado. Desde el principio, quienes hacían la voluntad de Dios, llamados hijos de Dios, se mezclaron con las hijas de los hombres paganos (Génesis 6.1 al 7), pero algunos se preservaron rectos y justos ante Dios, como Noé (Génesis 6.8 al 9), quien anduvo en el camino de Dios, y halla gracia ante los ojos de Dios, haciendo su voluntad, al igual como lo hizo Enoc (Génesis 5.22), el cual sufre persecución e iba a ser muerto y fue llevado a otro lugar (traspuesto) para salvar su vida (Hebreos 11.5), a diferencia de Abel, que aunque muere, pero antes de morir ofrece a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanza testimonio de ser justo (Hebreos 11.4). También hubo otros justos como el caso de Abraham, entre otros, obedientes a Dios, a pesar de que aún no se habían recibido los mandamientos por escrito, por ser mucho antes de Moisés, solamente se transmitían oralmente entre generaciones.


También a través del profeta Isaías, Dios dice: “No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas” (Isaías 1.13 al 14). Ambos profetas eran contemporáneos, Oseas en el reino del norte (Israel) e Isaías en Judá. Dios habla en contra de los sábados rituales y de otras fiestas solemnes y rituales como las lunas nuevas. Su cumplimiento llega a su tiempo, profetizado por Daniel, cuando se quita la vida al Mesías, o sea a Cristo, a la mitad de la semana (miércoles 14 de Nisán de Pascua), Jesús muere a las 3 de la tarde, haciendo cesar el sacrificio y la ofrenda (Daniel 9.26 al 27; Marcos 15.34 al 42; Juan 19.31 al 37). El día siguiente, un jueves 15 de Nisán, era un sábado ritual de panes sin levadura, Jesús cumple tres días y tres noches sepultado (Mateo 12.39 al 40; Juan 2.18 al 22; Lucas 24.13 al 21), hasta iniciar el primer día semanal, domingo.


Si los sábados rituales, fueron abolidos en la muerte de Jesucristo en la cruz, al igual que el resto de la ley ritual, dice el apóstol Pablo: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo” (Colosenses 2.16), y en la epístola a los Hebreos se dice: “Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (Hebreos 9.9 al 10).


Levítico capítulo veintitrés explica la situación de las fiestas solemnes y sus fechas. Estos pasajes bíblicos, con respecto a los días de sábados rituales, aclaran diversos aspectos referentes a sus ceremonias, donde no se podía trabajar, por ejemplo, los días quince y veintiuno del mes bíblico de Nisán, no se trabajaba, como comúnmente se hacía con el séptimo día de todas las semanas del año. Por eso es que también se le llamaban sábados, al igual que el séptimo día de cada semana del año. En el sábado semanal, no se realizaban estas ceremonias rituales, excepto las acostumbradas del holocausto continuo, realizado todos los días del año, en forma continua, sin faltar uno (Números 28.1 al 10), se le agregaban algunas ceremonias y ritos, cuando además de ser sábado semanal, concordaba con alguna fecha que fuese sábado ritual, o que fuese luna nueva, comienzo de mes (Números 28.11 al 15; 1 Samuel 20.18 al 29).


El primero y segundo día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová, de los panes sin levadura, el día quince y el día veintiuno del primer mes del año bíblico (Nisán), no caía necesariamente en el séptimo día de la semana, sino cualquier día, basado por fechas (Éxodo 12.15 al 18, 23.15; Levítico 23.4 al 8; Números 28.17 al 25; Deuteronomio 16.1 al 8).


El tercer día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová, la gavilla de la ofrenda mecida (Levítico 23.15 al 21).


El cuarto día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová de las trompetas (Levítico 23.23 al 25; Números 29.1 al 6).


El quinto día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová del día de expiación o día de ayuno (Levítico 16.29 al 34, 23.26 al 32; Números 29.7 al 11).


El sexto y séptimo día de reposo ritual, se encuentra en la fiesta solemne de Jehová de los tabernáculos (Levítico 23.33 al 43; Números 29.12 al 16, 35 al 38).


Estas fiestas comenzaban en Nisán (primer mes), que es entre marzo y abril, luego seguía otra en Siván (tercer mes), entre mayo y junio, y posteriormente las últimas cuatro fiestas en Etanim (séptimo mes), entre setiembre y octubre. El calendario bíblico es lunar, en luna nueva había una festividad con ofrecimiento de holocausto a Dios (Salmos 104.19; Números 28.11; 1 Samuel 20.24 al 29). Comparándolo con el calendario nuestro, Gregoriano, que es solar, cada luna nueva, que en el calendario lunar sería comienzo de mes, en el nuestro por lo general, estaríamos a mediados o pasados de medio mes.


A continuación se presenta el nombre de los meses con algunas citas bíblicas y se compara con los meses de la actualidad.


Comparación de meses


*1) Éxodo 12.1 al 6, Ester 3.7, Nehemías 2.1 *2) 1 Reyes 6.1, 37 *3) Ester 8.9, *6) Nehemías 6.15, *7) 1 Reyes 8.2, *8) 1 Reyes 6.38, *9) Zacarías 7.1, Nehemías 1.1 *10) Ester 2.16, *11) Zacarías 1.7 y *12) Ester 3.7.


Estos meses también son importantes para determinar aproximadamente el mes del nacimiento de Cristo Jesús, citas bíblicas de Lucas 1.1 al 42 y 1 Crónicas 24.1 al 19.


Lucas 1.5 dice que Zacarías era de la suerte de Abías, el cual era un sacerdote que ofició mucho tiempo antes de Zacarías, según podemos constatar en 1 Crónicas 24.10, en la segunda quincena del cuarto mes bíblico Tamuz, este mes concuerda entre junio o julio, la segunda quincena de Tamuz es equivalente a la primer parte de julio (ver tabla anterior). Según Lucas 1.23 al 25 Elizabet concibió después de aquellos días, o sea entre los últimos días de julio o en los primeros de agosto (mes de Ab).


El rey David organizó el sacerdocio y los repartieron por suertes, de manera que esos 24 sacerdotes oficiaran durante todo el año, 1 Crónicas 24.1 al 5. A cada uno le correspondía oficiar un lapso de alrededor de dos semanas; en el caso de Abías verso 10 le tocó la octava suerte, ¿pero de cuál mes?, en este tiempo no existía el calendario llamado Gregoriano, usado actualmente, sino los meses bíblicos, los cuales inician a finales de marzo o principios de abril. El primer mes es Nisán (Éxodo 12.1 al 2 y 13.4, Ester 3.7); el segundo mes es Zif (1 Reyes 6.1); el tercero Siván (Ester 8.9); el cuarto Tamuz; el quinto Ab; el sexto Elul (Nehemías 6.15); el séptimo Etanim (1 Reyes 8.2); el octavo Bul (1 Reyes 6.38); el noveno Quisleu (Zacarías 7.1, Nehemías 1.1); el décimo Tebet (Ester 2.16); el undécimo Sebat (Zacarías 1.7) y el duodécimo Adar (Ester 3.7).


Si continuamos leyendo en Lucas 1, ahora los versículos 11 al 14, vemos que el ángel le apareció a Zacarías y le anunció que su mujer Elizabet tendría un hijo, y en el versículo 23 dice: “Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa”. En el versículo 24 leemos que después de aquellos días concibió Elizabet; o sea, que ella concibió en el mes de Ab que es entre finales de julio y principios de agosto. Al leer Lucas 1.26 al 38, nos damos cuenta que al sexto mes del embarazo de Elizabet, es decir de agosto a enero, el ángel Gabriel fue enviado a María, para anunciarle que ella sería la madre del Salvador del mundo, por lo tanto María concibió a finales de enero (mes de Tebet). Si contamos del mes de febrero en adelante los nueve meses, nos lleva al mes de octubre, en el cual todavía se presenta una estación favorable cuando dio a luz, en el final de la estación seca e inicio de las primeras lluvias, por eso había pastores cuidando su ganado ahí (Lucas 2.8), Cuando leemos en Lucas 2.6 al 7, sabemos la posibilidad del nacimiento de Jesús en octubre, seguramente en la primera parte de Bul (inicios del mes de Bul), y no fue en el frío invierno de diciembre.


En el caso de los sábados rituales y la ley ritual, son la sombra del cuerpo de Cristo. Al respecto, la escritura dice: “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7.4 al 6). “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado... Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6.6 al 14).


Para entender mejor el tema anterior, están las siguientes expresiones: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron...” (Romanos 15.4), “lo cual es símbolo para el tiempo presente,...” (Hebreos 9.9), “todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Colosenses 2.17), “... habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales,...” (Hebreos 8.4 al 5), “porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificios y ofrendas no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10.1 al 10), el cual fue entregado por causa de nuestras transgresiones (Romanos 4.25), rebeliones y desobediencias.


Las fiestas ceremoniales y rituales, con comidas, bebidas, ordenanzas, vestimentas y purificaciones, eran un símbolo para el tiempo presente, obligada hasta el tiempo prefijado de reformar, esa transición entre lo literal y lo espiritual (Hebreos 9.9 al 15): “... Edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2.5). Es necesario distinguir entre la sombra y el cuerpo real que proyecta esa sombra, el cuerpo es Cristo (Colosenses 2.14 al 17), la sombra es lo ritual (prototipo). Pablo advierte de algunos que querían someterlos a esclavitud, rechazando la libertad en Cristo Jesús (Gálatas 2.3 al 5). Aclara que el ser humano no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de y en Jesucristo (Gálatas 2.16). Es tan delicada la situación, de quitar al Señor la preeminencia merecida, ante lo que es sombra, figura o símbolo, Pablo exclama y llama a los Gálatas de insensatos, fascinados para no obedecer a la verdad, a quienes Cristo ya había sido presentado como crucificado (Gálatas 3.1 al 5). Lamenta trabajar en vano con quienes han retrocedido y se han vuelto a guardar los días, los meses, los tiempos y los años (Gálatas 4.10 al 11), como se hacía con las fiestas rituales del pasado.


Los sábados ceremoniales y rituales, si tienen una representación con un significado en Cristo: Pablo al analizar el caso de algunos asistentes dentro de la Iglesia, que no entendían el mensaje de la palabra, porque eran desobedientes, hace una comparación al decir que un poco de levadura leuda toda la masa (Gálatas 5.9). Esto lo relaciona, en su simbolismo, con el primer pacto, compara la levadura con la malicia y maldad, por otra parte, los panes sin levadura son la sinceridad y verdad, por lo tanto en el nuevo pacto celebrar la fiesta, no es practicar literalmente un ritual, sino el vivir diariamente, consciente de asimilar la palabra de Dios y ponerla por obra: “No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5.6 al 8). Jesús hace ver que los seres humanos también son ese pan con o sin levadura, quienes tienen levadura, están con la palabra alterada en sus corazones, refiriéndose a la doctrina de los fariseos y saduceos (Mateo 16.6 al 12). Al igual la levadura representa pecado y nosotros debemos estar separados de esa vieja levadura, en donde Cristo nos ha redimido de los pecados pasados, por medio de la fe en su sangre, a través de la gracia y de manifestar en este tiempo la justicia de Dios (Romanos 3.24 al 26).


La fiesta antigua, conocida como el pentecostés, representa para el nuevo pacto el derramamiento del Espíritu Santo (Hechos 2.1 al 4), pasando de lo literal a lo espiritual y de igual forma, las primicias de los primeros frutos, significa la resurrección de Jesucristo (1 Corintios 15.23).


Las trompetas significan anunciar el evangelio y predicar la palabra de Dios, como lo hacen los mensajeros de Dios, a toda nación, tribu, lengua y pueblo. No con el sonido literal de la trompeta que se dio en el monte Sinaí (Hebreos 12.18 al 19), tan fuerte que el pueblo se estremeció (Éxodo 19.16 y 19), sino con temor y reverencia a la trompeta de Dios, espiritual, que está en su palabra, a través de las Santas Escrituras, manifestación de autoridad y cumplimiento de su voluntad. Su voz conmoverá, no solamente la tierra, sino también el cielo, a la venida del Señor, en cumplimiento de su palabra (1 Tesalonicenses 4.16), con voz de arcángel y con trompeta de Dios. Porque en ese día se anunciará la resurrección de los muertos, a la final trompeta, ya que dice que se tocará la trompeta (1 Corintios 15.52), se da a entender la importancia entre el simbolismo literal y su significado con lo celestial, para comprender su cumplimiento en Cristo (Hebreos 12.22 al 29), para que en todo tenga Jesucristo la preeminencia.


En cuanto al día de expiación, así como en el primer pacto, fueron purificadas las figuras de las cosas celestiales y había un santuario, figura del verdadero, Cristo entró en el cielo mismo para presentarse por nosotros ante Dios, haciendo un solo sacrificio de sí mismo, para quitar de en medio el pecado (Hebreos 9.23 al 26, 10.12 y 10.19 al 20). Y según el modelo tomado de Cristo, de igual forma se requiere llevar una vida diaria en sacrificio vivo, con nuestros hechos, agradables delante de Dios, presentando nuestros cuerpos, santos, como un culto racional (Romanos 12.1). Textualmente dice la palabra: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13.15 al 16). Cristo se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, en olor fragante, igualmente es necesario andar en amor (Efesios 5.2), ser espiritualmente, olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios (Filipenses 4.18), derramando nuestras vidas en libación sobre el sacrificio y servicio de nuestra fe (Filipenses 2.17): “Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla” (Isaías 42.21). “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1.17). Por eso queda vigente: “Ata el testimonio, sella la ley entre mis discípulos” (Isaías 8.16), y “!A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8.20 y Proverbios 28.9), el obediente al evangelio se constituye en testigo de Cristo, para testimonio a todas las naciones hasta lo último de la tierra (Mateo 24.14; Hechos 1.6 al 8). Somos sellados con el Espíritu Santo en nuestros corazones, como señal del pacto (las arras) (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14), el cual ha dado Dios a los obedientes (Hechos 5.32):“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8.14). Se cumple la perpetuidad de la ley mediante Jesucristo.


La fiesta de los tabernáculos, símbolo del abrigo de Dios, representa la protección o comunión, a través del reino espiritual de Cristo o reino de Dios entre nosotros, porque Jesucristo es el verdadero Tabernáculo y hay libertad para entrar al lugar Santísimo, por medio de la sangre de Jesucristo (Hebreos 10.19 al 20). Esto nos permite acercarnos confiadamente al trono de la gracia, hallando misericordia para el necesario auxilio (Hebreos 4.16). El Apocalipsis dice lo siguiente: “Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” (Apocalipsis 15.5). La tierra de Israel tenía el templo y conforme a lo dispuesto en el tabernáculo, incluía un velo (Éxodo 26.30 al 33), el cual se rasgó en dos, de arriba abajo, cuando Jesús expiró en la cruz (Marcos 15.37 al 38; Mateo 27.50 al 51; Lucas 23.45 al 46).


La palabra de Dios explica: “Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie” (Hebreos 9.8). Este velo establecía separación entre la primera parte, llamada el Lugar Santo, en donde estaba el candelabro, la mesa y los panes de la proposición, y tras el velo el Lugar Santísimo que tenía un incensario de oro y el arca del pacto, con una urna que contenía maná, la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del pacto (Hebreos 9.2 al 5), todo representativo de Jesucristo, en el mismo orden: La luz del mundo (Juan 8.12 y 9.5), el pan sin levadura, que es la palabra sin alterar (1 Corintios 5.7 al 8), la puerta (Juan 10.9), olor fragante que agrada a Dios (2 Corintios 2.15), el pan de vida que descendió del cielo (Juan 6.30 al 59), el buen pastor (Juan 10.11 al 16; Hebreos 13.20; 1 Pedro 2.25) y la obediencia a los mandamientos (Hebreos 10.9).


La ley ritual y ceremonial, incluidas las fiestas rituales no son la excepción (Levítico 23.37; Números 10.10), todo esto tuvo su cumplimiento en Cristo (Hebreos 9.28 al 10.18). La culminación de dichas fiestas, los sábados rituales y ceremoniales, las nuevas lunas, fue profetizada en Oseas 2.11 y confirmada en el nuevo pacto en Efesios 2.15 y Colosenses 2.14 al 17. En Romanos 10.4, establece a Cristo como el fin de la ley ritual: propósito y finalización. El fin implica abolir, dejar sin fuerza ni vigencia el precepto ritual, es anular, desautorizar o invalidar, la ley ceremonial y ritual con sus fiestas rituales íntimamente ligadas y relacionadas entre sí. Por lo tanto, en la actualidad no se requiere celebrar o conmemorar ritos cesados por Cristo, con su muerte en la cruz. Jesucristo es el centro y cumplimiento de la ley y de la profecía, el rito ceremonial era un símbolo de cumplimiento en Cristo. Él es la imagen real, verdadera, del simbolismo profético, desde la antigüedad, representado en los ritos.


Siendo el propósito final y el término de la ley ritual, la llegada de Cristo (Romanos 10.4), a quien la Escritura le llama el consumador de la fe (Hebreos 12.2), se concluye la línea perfecta, trazada y planeada por el Padre, dando cumplimiento al plan de Dios, a través de su continuidad y perpetuidad mediante Cristo (Salmos 111.7 al 8, 119.151 al 152; Éxodo 12.14, 12.17, 27.20 al 21, 28.40 al 43, 29.4 al 9, 29.27 al 28, 30.7 al 8, 30.17 al 21, 40.9 al 15; Levítico 16.29 al 34, 23.26 al 32, 23.41 al 43; Números 10.8, 15.13 al 15). En cuanto a la pascua Cristo vino a ser el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1.29), con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1.19 al 20; Apocalipsis 13.8), entonces la sangre derramada ritualmente en el primer pacto, simbolizaba la redención del sacrificio de Cristo en la cruz.


En el caso de la Pascua, comer la carne asada al fuego, panes sin levadura y con hierbas amargas, tienen su simbolismo. Comer la carne es alimentarse de la palabra de Dios y la enseñanza del Señor Jesucristo, vivir dignamente, comer su carne y beber su sangre, representado en la palabra de Dios (Juan 6.47 al 58). Las hierbas amargas son los sufrimientos de Cristo y sus seguidores, aquellos obedientes y ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.7 al 9 y 14). Leer y vivir la Biblia, al distinguir a Cristo como el pan vivo descendido del cielo. Cuando celebraron la primera pascua, la orden era salir de Egipto, para servir a Dios, Egipto en su momento simbolizaba el pecado y paganismo, el alejamiento del mismo, significa acercarse más a Dios, consagrarse y santificarse ante el Creador, abandonar el pasado y ser nueva criatura, en un sentido espiritual y no como lo entendió Nicodemo, nacer de nuevo en un sentido literal (Juan 3.3 al 6).


En relación con las vestiduras, según la Escritura nos vestimos las armas de la luz, sin glotonerías y borracheras, sin lujurias y lascivias, sin contiendas y envidias, vestidos del Señor Jesucristo, no proveyendo para los deseos de la carne (Romanos 13.12 al 14; Apocalipsis 7.13 al 14). Vestidos del nuevo hombre, en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4.24), de toda la armadura de Dios (Efesios 6.11), ceñidos nuestros lomos con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz (Efesios 6.14 al 15; Lc. 15.22). Tomando el escudo de la fe, el yelmo (parte de la armadura que protege la cabeza y el rostro) de la salvación y la espada del Espíritu, o sea, la palabra de Dios (Efesios 6.16 al 17; 1 Tesalonicenses 5.8). Y vestidos de la misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia y por sobre todo vestidos de amor, que es el vínculo perfecto (Colosenses 3.12 al 14). Las vestiduras de lino fino significan las acciones justas de los santos.


Con respecto a la purificación con agua, dice la Biblia que “... Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.25 al 26 y Hebreos 10.19 al 22). Cristo efectuó la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo (Hebreos 1.3), a través de su sangre nos limpia nuestras conciencias de obras muertas, para servir a Dios (Hebreos 9.14; 1 Juan 1.7). El bautismo en agua sirve para testimonio de nuestra aspiración de una buena conciencia hacia Dios, ya que la misma no quita las inmundicias de la carne (1 Pedro 3.21). Pero Cristo que padeció en la carne, terminó con el pecado, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus pasos, con el mismo pensamiento y no vivir más conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios (1 Pedro 2.21 al 24 y 4.1 al 2). Por la fe en Cristo Jesús, somos bautizados en Cristo y de Cristo estamos revestidos (Gálatas 3.26 al 27), de manera que son purificados por la fe nuestros corazones (Hechos 15.8 al 9). Y somos limpios por la palabra de Dios (Apocalipsis 5.8 y 8.4).


El incienso significa las oraciones de los santos (Apocalipsis 5.8 y 8.4), así dice el Salmo: “Jehová, a ti he clamado; apresúrate a mí; escucha mi voz cuando te invocare. Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde” (Salmo 141.1 al 2). La lámpara significa: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119.105). El reino no es literal y material, en el sentido de un mundo físico militar, de poder y territorial, sino espiritual, en relación con un reino de convivencia y práctica del mensaje de Cristo para vida eterna.


CAPÍTULO 2: PABLO, EJEMPLO DE VIDA AL SERVICIO MINISTERIAL Y COMUNITARIO


La distribución ministerial entendida bajo los conceptos paulinos, se comprende mejor al conocer, acerca de los sucesos entorno a la vida de Pablo, las causas de su forma de pensar dentro de la comunidad de fe y su ministerio.


2.1 SAULO INSTRUIDO POR GAMALIEL


Saulo, en cierta ocasión, se reconoce fariseo e irreprensible en relación con la justicia de la ley (Filipenses 3.4 al 6). El proceder en sus principios es auténtico, arraigado en la instrucción recibida a los pies de Gamaliel (Hechos 22.3), el doctor de la ley y venerado por todo el pueblo (Hechos 5.34 al 35), rechaza la nueva enseñanza promovida por el cristianismo, pero su resistencia e intransigencia es quebranta, al recibir la luz divina por medio de Jesucristo, en forma clara logra comprender el propósito y plan de Dios, la relación entre la ley y la gracia, prefijada conforme a los tiempos y su cumplimiento, valora el significado de la ley, la profecía y su plenitud en Cristo, porque en la escuela paulina, se confirma el ritualismo de la ley como una figura o símbolo de la presencia de Cristo (Colosenses 2.16 al 17), reconoce más sublimes al amor y la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, el Señor (Filipenses 3.7 al 9).


Saulo testifica la no existencia de justificación por las obras personales, por el cumplimiento de la ley ritual o méritos de su propia justicia, sino por la fe de Cristo, la justicia en Dios por la fe. Es por medio del evangelio en el nuevo pacto al abrazar y aceptar la justicia de Dios, revelada por fe y para fe (Romanos 1.17), mediante la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre (Romanos 3.22 al 26). La sangre es un símbolo de vida y Jesús se entregó en vida al servicio de los demás, con amor, gracia, paz y verdad: “Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Juan 2.29). Los Proverbios dicen: “Hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio” (Proverbios 21.3).


Saulo confronta la ley ritual de matar a pedradas (lapidar). Esta ley la encontramos en las siguientes citas bíblicas por cada uno de los diez mandamientos: 1) Éxodo 22.20; Levítico 20.1 al 2. 2) Deuteronomio 17.2 al 5, 8.19. 3) Levítico 24.11 al 16. 4) Éxodo 35.2; Números 15.32 al 36. 5) Deuteronomio 21.18 al 21. 6) Éxodo 21.12; Levítico 24.17. 7) Levítico 20.10. 8) Éxodo 21.16; Deuteronomio 24.7. 9) Deuteronomio 19.16 al 21. 10) Josué 7.20 al 26. Esta confrontación de la lapidación se presenta frente a la ley de vida del Decálogo o ley de los Diez Mandamientos, y su prohibición de matar (Éxodo 20.13; Deuteronomio 5.17). Pablo descubre que no puede ser justificado mediante las obras rituales de la ley (Gálatas 3.16, 5.2 al 6), o sea, la parte ritual, inclusive el rito de la circuncisión. La ley del Decálogo posibilita recibir el conocimiento del pecado (Romanos 3.19 al 20), y mediante la fe se logra una verdadera circuncisión de Cristo, para ser un verdadero adorador, sin necesidad de las obras rituales de la ley (Colosenses 2.11 al 14). A través de la fe se confirma la obediencia a la ley (Romanos 3.30 al 31). La justificación como hijos de Dios, en el nuevo pacto, ya no es mediante la circuncisión ritual, simbolismo del primer pacto con el corte del prepucio; sino por recibir el amor de Cristo en el corazón, y manifestar mediante la fe, las fuerzas y capacidad de obedecer realmente los mandamientos, a través de la circuncisión en el corazón; en espíritu, no en letra (Romanos 2.28 al 29). Saulo antes de su conversión era un ministro en la letra, al consentir, injustamente, la muerte a pedradas contra Esteban (Hechos 7.58 al 60). La ordenanza de la ley es añadida, por causa de las transgresiones a los Diez Mandamientos (Gálatas 3.19), en la misma se ordena matar apedreados a quienes quebrantan la ley escrita en tablas de piedra. Es un ministerio de muerte y condenación, se sustenta sólo en la letra, en el nuevo pacto es un ministerio del espíritu vivificante, porque el Espíritu Santo es derramado en cada persona y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2 Corintios 3.6 al 17). Ahora bien, como ministro en el espíritu, logra entender la abolición de la ley ritual, de apedrear y de la circuncisión, mediante el sacrificio de Cristo en la cruz. Por esta razón, la muerte de Esteban es injusta, el ser lapidado y sufrir tal condena conforme con la antigüedad, ya no tiene justificación legal en el nuevo pacto.


La aceptación del evangelio y a Jesús como Salvador, posibilita ser siervo de la justicia de Dios (Romanos 6.18, 20 al 23), la persona se aferra al estandarte de los mandamientos no escritos en tablas de piedra, sino escritas con el Espíritu del Dios vivo en tablas de carne del corazón (2 Corintios 3.2 al 3), en el primer pacto la persona sorprendida en el acto de trasgresión a uno de los Diez Mandamientos, es sentenciada a ser apedreada. Y si alguno comete pecado oculto, sin ser sorprendido en el acto, por la acusación de dos o tres testigos (Deuteronomio 17.6, 19.15; Números 35.30), entonces se presenta sacrificio, ofrenda, holocaustos y expiaciones para ser perdonado por el pecado de ignorancia (Hebreos 9.6 al 10, 10.5 al 10). Sin embargo, Pablo reconoce el sacrificio de Cristo como sustitutivo de la ley ritual de la presentación de corderos, el viejo hombre es crucificado juntamente con él y el cuerpo de pecado es destruido (Romanos 6.6), para no servir más como esclavo de pecado. Sella sus palabras con la expresión: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2.20).


2.2 SAULO EL PERSEGUIDOR DE LAS COMUNIDADES DE FE


Saulo es un furioso perseguidor de las comunidades de fe, al consentir el arresto y la muerte de los seguidores de Cristo. A partir del primer mártir Esteban, acontece una gran persecución contra los creyentes de Jerusalén, por lo cual se esparcen por las tierras de Judea y de Samaria; excepto los apóstoles. Mientras tanto Saulo entra casa por casa para arrestar a hombres y a mujeres para encarcelarlos (Hechos 8.1 al 3), participa de las amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, cuya iniciativa de arrestos lo lleva hasta presentarse ante el Sumo Sacerdote para pedirle cartas hacia las sinagogas de Damasco, con el propósito de encontrar algunos hombres y mujeres fieles a la enseñanza de Jesús, con el fin de traerlos presos a Jerusalén para castigo (Hechos 9.1 al 2, 22.4 al 5).


Saulo se obsesiona por hacer retractar a todos los creyentes en Cristo, se enfurece grandemente contra la comunidad de fe y los fuerza a blasfemar. Los persigue hasta en las ciudades extranjeras, porque considera su deber la lucha contra los seguidores de Jesús de Nazaret (Hechos 26.9 al 11), trata a estas personas y sus creencias como un atentado contra el más riguroso grupo de su religión, el fariseísmo (Hechos 26.4 al 5), en este sentido para algunos la comunidad de fe es una nueva herejía (Hechos 24.14). Jesús menciona que algunos matarían pensando que rendirían servicio a Dios (Juan 16.1 al 4), sin tener un verdadero conocimiento del Padre y del Hijo.


2.3 DE SAULO A PABLO, LA CONVERSIÓN AL CRISTIANISMO


Saulo experimenta una transición de perseguidor de los cristianos a perseguido por causa del nombre de Jesús. Un día, cuando Saulo iba camino a Damasco, se le aparece el Señor Jesús: Lo rodea con un resplandor del cielo, Saulo cae y oye la voz de Jesús, pero queda ciego, por la oración de Ananías, un siervo del Señor, recobra la vista, se convierte al cristianismo, se bautiza y pasa unos días con algunos discípulos. Llega a ser un instrumento escogido, para llevar el nombre del Señor en presencia de los gentiles, reyes y del pueblo de Israel (Hechos 9.3 al 19). A pesar de la crueldad demostrada por Pablo en un principio, especialmente en el caso de la muerte de Esteban, se aprende a través de su historia, de cómo Dios transforma al ser humano en un instrumento útil, con el poder de hacer el bien y evitar el mal, el respeto a la integridad y vida humana, amor a Dios y al prójimo como a uno mismo; a pesar de ideas o creencias extremistas, ya sean ultra conservadoras, rivalidades y radicalismos religiosos, raciales, étnicos, políticos, luchas de poder, odio, opresión, o de cualquier índole discriminatoria, agresiva y violenta.


2.4 PABLO EL DEFENSOR DE LAS COMUNIDADES DE FE


Pablo es rechazado por los judíos al iniciar una nueva etapa de su vida, en defensa de las comunidades de fe, sus detractores cierran las puertas al Señor y endurecen sus corazones. El Señor tiene cuidado de Pablo, lo anima con amor para fortalecer su confianza (Hechos 23.11). Por causa de su esfuerzo y amor, por testificar del Señor en Jerusalén, así es enviado con el mismo aliento y fuerzas a Roma. Se cumple el propósito de Dios en la vida de Pablo, a pesar de la gran adversidad, lo protege para la predicación de su palabra en Roma. Pablo defiende la fe ante el pueblo de Israel y gentiles, e incluso, reyes como Félix, Festo, Berenice y Agripa, entre otros líderes de la administración del momento, quienes son altos jerarcas del gobierno de la época. El rey Agripa por poco se persuade a ser cristiano. El apóstol Pablo demuestra su inocencia, porque injustamente es acusado, con su defensa en beneficio de la comunidad de fe, se rectifica de la persecución realizada antes de su conversión a Cristo, al reivindicarse no es merecedor de prisión menos de muerte (Hechos 26.24 al 32).


2.5 PABLO EL IMITADOR DE CRISTO


Pablo es ejemplo de imitar a Cristo (1 Corintios 11.1), en el amor verdadero, la entrega total y el servicio, sin procurar el beneficio personal (1 Corintios 10.24, 32 al 33). Pablo insta a Timoteo a ser ejemplo en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza (1 Timoteo 4.12). Imitar a Pablo (1 Corintios 4.16; Filipenses 3.17), igual como él a Cristo, es seguir los pasos de Jesús, en la justicia y santidad de la verdad, sin palabras corrompidas, sin contristar el Espíritu Santo con antivalores: amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, malicia, sino de misericordia al aplicar el perdón (Efesios 4.24 al 32). Cristo como ser humano (1 Juan 4.2), establece en la tierra un precedente en la condición de carne y hueso, llega a ser el modelo por excelencia para Pablo y los seguidores, en acciones, amor, conducta, obediencia, perseverancia y valor. Se mantiene fiel, a pesar del sufrimiento que anticipadamente sabía que le esperaba (Lucas 9.22). La Biblia dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece… Mi Dios pues, suplirá tolo lo que os falta…” (Filipenses 4.13 y 19).


Jesús, cuando llega la hora de ser entregado, escarnecido y crucificado, ora intensamente en la intimidad con su Padre, con mucha angustia y aflicción, para ser fortalecido y poder soportar el momento esperado. Mientras tanto, en aquella oración, su sudor es como grandes gotas de sangre derramadas en tierra, su corazón palpitante siente el consuelo de la presencia divina, no obstante, se acerca la traición y el acecho de sus verdugos. Sus ojos tiernos, dulces, llenos de misericordia y amor, asombrados por observar la acción del ser humano, que le causaría un castigo inmerecido, a pesar de mostrar tanta bondad y compasión, al sanar y ayudar a los más necesitados. Y no es que se extrañara de la maldad del ser humano, porque él conoce el corazón y la mente de cada persona, pero posiblemente abrigaba la esperanza, de que en medio de la maldad de sus adversarios, surgiera una pequeña luz de fe verdadera y amor genuino, similar al amor entregado personalmente, sin reproche ni reservas, sino con todo su ejemplo. Y aún en la plenitud de su muerte, en el momento final, en la cúlmine del dolor, abandono y sufrimiento, por el desprecio e injusticia recibida, brotan en sus labios humanos, desde lo más profundo de su corazón, con el amor divino derramado en todo su ser, las siguientes palabras: “… Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… En tus manos encomiendo mi espíritu…” (Lucas 23.34 y 46).


2.6 EL TESTIMONIO DE PABLO COMO TESTIGO DE CRISTO


Pablo es acusado, injustamente, con argumentos legalistas, en el arresto de Pablo en Filipos, se manifiesta el propósito de Dios, porque en esta oportunidad se convierten el carcelero y toda su casa (Hechos 16.23 al 34). También por denuncias de falsos testigos es arrestado en el templo (Hechos 21.27 al 36). Pablo mismo relata su testimonio: “... En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11.23 al 28).


La descripción de estos peligros muestra la adversidad contra Pablo, incluso, sufre naufragio por una tormenta (Hechos 27.13 al 44), a pesar de todos los obstáculos sufridos por Pablo como siervo de Dios, recibe el poder para soportar las aflicciones, persecuciones y padecimientos por causa del evangelio, por ejemplo en Antioquía, en Iconio y en Listra lo libra el Señor (2 Timoteo 3.11). En cierta ocasión Dios dice a su pueblo: “He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción” (Isaías 48.10).


El testimonio es lo que se muestra o se vive de forma ejemplar, tal es el caso de los valores comunitarios. Pablo fue un testigo de Cristo, porque se muestra como ejemplo de vida, según las enseñanzas de Jesús y su demostración de valores en su diario vivir: “… Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron…” (Hechos 26.21 al 23). “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4.7 al 8).


CAPÍTULO 3: VALORES Y TRABAJO MINISTERIAL


3.1 VALORES MINISTERIALES


La autoridad establecida por Dios, para ser cabeza de la iglesia, es Jesucristo. Toda la estructura de trabajo eclesial le está sujeta en servicio, temor y reverencia, cada obrero ministerial con su servicio rinde tributo al Señor, que es digno de toda la honra, la gloria, el poder y la alabanza, conscientes de un servicio en las cosas más sagradas de la adoración, no descuidan sus actos y desempeñan una labor con toda honestidad, rectitud, vocación, entrega, gratitud, testimonio, obediencia y esfuerzo. Es prioridad del obrero permanecer fiel en cualquier circunstancia, momento y lugar, porque no se puede agradar a Dios con desorden, o sea, la anarquía en la función ministerial. Los pilares entre los valores comunitarios de un ministro de la palabra de Dios, están: La confianza (1 Tesalonicenses 2.4), el respeto (Romanos 13.7), el servicio (Romanos 14.18 al 19; Apocalipsis 2.19), la honestidad y honradez (Salmo 51.6; Hebreos 13.18; 2 Corintios 8.21; 1 Tesalonicenses 4.12) y la integridad (Job 2.3; 1 Reyes 9.4; Isaías 26.7; Proverbios 19.1 y 20.7).


El fundamento bíblico de la autoridad y unidad, con referencia a la estructura ministerial, lo encontramos en Efesios 4.1 al 16. Es un sistema de trabajo recomendado por la palabra de Dios, para mantener la armonía en las funciones ministeriales y administrativas. La unidad de trabajo en equipo generada por el Espíritu Santo es una garantía del proceso de perfección de los obreros en el ministerio, por medio de la fe y del conocimiento. El entendimiento posibilita rendir culto en forma racional y permanente a Dios, para oficiar como ministros del Señor, se requiere un engranaje de servicio y amor, tanto a Dios como a la comunidad, en cumplimiento del ordenamiento bíblico, sin actuar por cuenta propia, ni pretender adueñarse de una congregación, de forma personal, independiente e individualista, porque estaría separado, en insubordinación al resto de obreros ministeriales.


Jesús, con ejemplo, da testimonio de servicio. Manifiesta al respecto: Quien quiera ser grande o el primero es un servidor (Marcos 9.35, 10.42 al 45). Se recomienda de corazón y con el pensamiento puesto en el Señor, servir y colaborar, no por apariencias, sino con sinceridad y amor es a Cristo el Señor a quien se sirve de manera genuina: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” (Hebreos 12.2).


La Escritura, en Romanos capítulo 12, versículo 3, insta a cada persona, conforme con la medida de la fe repartida por Dios, a desarrollar la capacidad de pensar con cordura para no tener más alto concepto de sí mismo sino el apropiado. Esto significa evitar la jactancia o vanagloria. En los versículos 4 al 5, compara la iglesia con un cuerpo compuesto por muchos miembros, cada uno de ellos con diferentes funciones. En los versículos 6 al 11, se manifiesta que hay diferentes dones según la gracia recibida, por ejemplo, se mencionan el de profecía, servicio, enseñanza, exhortación, repartir, presidir y la misericordia, pero en todos los casos el amor es sin fingimiento y con diligencia, sin pereza, sino fervientes en espíritu. Las funciones se complementan.


En 1 Corintios, capítulo 12, versículos del 4 al 10, explican la diversidad de dones, ministerios y operaciones. En estas clases se distribuyen los diferentes dones, como palabra de sabiduría, palabra de ciencia y fe. En el caso de los versículos del 11 al 27 menciona textualmente lo siguiente:


“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”.

En el versículo 28, se mencionan a los apóstoles, profetas, maestros, el don de ayudar y de administrar. Al final del capítulo se menciona procurar los dones mejores, posteriormente, se recomienda acompañarlos con amor verdadero. Algunos de estos dones se pueden procurar y lograr según el esfuerzo y empeño de cada persona, pero, otros dones se pueden adquirir solamente por medio del Espíritu Santo. Dios, a través de su Espíritu se manifiesta ante el ser humano, sólo cuando quiere y en su sola potestad. A las personas les corresponde la esperanza, paciencia, respeto, reverencia y conformidad con la voluntad de Dios.


Son irrevocables los dones y el llamamiento de Dios. Esto significa para los grupos ministeriales y obreros en general, servir a los propósitos de Dios en beneficio de la humanidad, con Jesús como modelo de humildad, mansedumbre de corazón, vida ejemplar, padecimiento, sufrimiento, valor y compasión. Muchas personas siguen su ejemplo y el de la conducta de las personas imitadoras de Cristo. Por ejemplo, Pablo llega a ser un gran siervo de Dios, y de servicio a la comunidad de fe, delega funciones en Tito, quien a su vez delega labores en otros (Tito 1.5), como un verdadero engranaje: Todos colaboran por el buen funcionamiento ministerial, sin egoísmos o acaparamiento de los cargos, en cadena, cooperan para servir, honrar y exaltar el Nombre de Dios. Es necesario para el obrero, desarrollar paciencia, capacidad de tolerar, ser un pacificador de corazón limpio, con prudencia para preservar la dignidad y el honor, porque quienes aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien (Romanos 8.28). Todo tiene su tiempo si se confía en Dios plenamente, un ejemplo es Moisés, quien inicialmente actúa en defensa del pueblo, pero no lo hace en el tiempo propicio, y fue hasta cuarenta años después, conforme con la determinación y dirección de Dios, cuando llega en forma oportuna ese momento (Hechos 7.22 al 36) (el tiempo de Dios).


Jesucristo no vino al mundo a hacer su propia voluntad, sino la del Padre (Juan 5.30, 6.38, 7.16 al 18), aún en la condición de humano permanece fiel, para establecer un precedente de ejemplo (1 Pedro 2.21 al 23). Pasa de Dios Hijo a Hijo de Dios y por su padecimiento aprende obediencia, alcanza perfección y llega a ser autor de eterna salvación para los obedientes (Hebreos 5.5 al 10, 1.5 al 13; Salmos 2.7, 45.6 al 7; Zacarías 3.2). Al estar en agonía ora más intensamente y su sudor es como grandes gotas de sangre, a pesar de esta situación prevalece en su vida la voluntad del Padre (Lucas 22.40 al 44). Así como Cristo demuestra una real vocación de servicio; en el caso del obrero ministerial es necesaria su conducción como Jesús, el permanecer en Jesús implica andar como él anduvo (1 Juan 2.6). Si Dios crea un sistema de trabajo, los grupos ministeriales, requieren estar sujetos al sistema y mantener la estructura, liderar conforme con la voluntad de Dios. En el concilio donde participa el fariseo Gamaliel (Hechos 5.34 al 39), se mencionan algunos hombres levantados a liderar por cuenta propia, con un desenlace lamentable, otros lo hacen de parte de Dios, quienes se mantienen fieles a las directrices y mandamientos de Dios, a pesar de las persecuciones, peligros y dificultades.


3.2 DISTRIBUCIÓN DEL TRABAJO MINISTERIAL


En la comunidad de fe del primer siglo, hay un precedente de murmuración en algunos de sus miembros por causa de los ministros; la atención en el servicio no es eficiente y en la distribución diaria algunas viudas se quedan sin recibir lo necesario. Al principio no dan abasto las labores de un único grupo de trabajo, entonces surge la necesidad de equilibrar la prioridad de la predicación frente al servicio de las mesas. Por esta causa, en Hechos 6.1 al 7, se inicia la delegación de funciones materiales en un grupo de trabajo, separado del servicio de la instrucción de la palabra de Dios. Así es como la comunidad de fe, empieza a ordenarse administrativamente y surgen los primeros indicios de la necesidad de una iglesia organizada. Esta división del trabajo se inicia entre el diaconado y el trabajo pastoral, surgen diferentes tareas, aunque para las actividades se mantiene una coordinación, porque se involucra tanto lo espiritual como lo material en necesidades básicas de subsistencia (Hechos 2.42, 46 al 47). Estos dos grupos se complementan y tienen igual importancia, su función en forma paralela, facilita la especialización y perfección de cada área, para un mejor desempeño.


Las comunidades de fe del primer siglo de la era cristiana en la región del Este Mediterráneo. Especialmente en las zonas de Judea, Galilea, Antioquía y Grecia, ciudades como Jerusalén, Efeso, Corinto, Tesalónica, Filipos y Colosas, documentadas en las cartas paulinas o de la escuela paulina. También la carta a la comunidad de Roma y las cartas personales a Timoteo y Tito, entre otras, sirve como guía para evaluar la problemática social del momento. Dios ha establecido e implementado una estructura de conocimiento, según las necesidades diarias en servicio, ayuda, evangelización, adoctrinamiento, consejería, mayordomía, diaconía, trabajo pastoral, supervisión de la obra, labor profética, denuncia de la injusticia y valores comunitarios, con el paso del tiempo se han mantenido vigentes, por ser esenciales para la convivencia humana.


En la actualidad es vital responder a los más necesitados, ayudar a los pobres, personas con discapacidad, viudas, adultos mayores, niños de la calle, madres solteras y huérfanos. Proyectar el trabajo ministerial y de la comunidad de fe al servicio general de la humanidad, desde lo microsocial como la desintegración familiar, abandono, violencia doméstica o intrafamiliar, hasta lo macrosocial como la salud, epidemias, desempleo, sobrepoblación, concentración de riqueza y distribución no equitativa, deforestación, contaminación del medio ambiente, hambre, globalización, reciclaje, calentamiento global, cambio climático y agotamiento del agua.


La comunidad de fe es parte integral de la sociedad, en el servicio a los demás hay respeto, consenso, unanimidad, diversidad cultural, diálogo, amor, solidaridad y demás valores comunitarios, que podrían generar un cambio de comportamiento humano, para evitar su destrucción ambiental y social, sin marginación o discriminación a la mujer, racial, étnica, nacionalidad, idioma, edad, status social, académico y condición económica. La estructura propuesta en el nuevo pacto no es sólo una organización, sino un organismo vivo, lleno de movimiento, con una doctrina viva y personas activas, en vida, servicio, alabanza, adoración y obediencia a Dios. Cada integrante piensa, reflexiona y actúa. Como cuerpo de Cristo con células vivas de un organismo vivo, bien formado y bien estructurado; todos los miembros se ayudan mutuamente, con funciones diversas y bien definidas, según la actividad propia de cada uno. Es un reino de convivencia y armonía en la tierra, se proclama a Jesucristo como fuente de vida abundante para todas las naciones, con calidad de vida, bienestar, libertad, salud, esperanza, el compartir y la comunión, como una cultura de paz, semejante al reinado del Justo Mesías o reino de Dios con autoridad desde los cielos.


3.3 EL MINISTRO ECLESIÁSTICO


El ministro eclesiástico de acuerdo con la administración de Dios y el anuncio cumplido de la palabra de Dios (Hechos 26.16; Efesios 3.7; Colosenses 1.25), afirma lo siguiente: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4.10). Somos servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios, con el requisito de fidelidad (1 Corintios 4.1 al 2), e irreprensibles administradores de Dios (Tito 1.7). El trabajo pastoral es muy amplio y variado, en acompañamiento, apoyo, asesoramiento, consejería, oración y visitación. No es un título de fama, lucro, opulencia y poder; sino amor, humildad, servicio, vocación y voluntad. El ministro está para servir y no para ser servido, es un colaborador, compañero, mensajero, ministrador en las necesidades, hermano en la fe (Filipenses 2.25), nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina (1 Timoteo 4.6), como fiel ministro de Cristo (Efesios 6.21; Colosenses 1.7, 4.7). El sistema vigente de sacerdocio eclesiástico, no se describe y analiza en este libro por falta de espacio.


Lucas, el evangelista e investigador de los hechos históricos, ordena, por escrito, los sucesos acontecidos en torno a Jesús (Lucas 1.1 al 4), con la referencia de los relatos de quienes, al principio, son testigos de Cristo, para cumplir lo siguiente expresado por Lucas: “Para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lucas 1.4). El ejemplo y nobleza de la hermandad de Berea (Hechos 17.10 al 12), esta comunidad no rechaza de buenas a primeras el escuchar lo novedoso, más bien lo reciben con toda solicitud y escudriñan, cada día, en las Escrituras la certeza de cada enseñanza.


El caso contrario se presenta en la discusión de Pablo con los filósofos epicúreos y estoicos, cuando es llevado al Areópago de Atenas, para conocer la nueva enseñanza, pero es rechazado de plano por la audiencia al exponer acerca de la resurrección de los muertos. Se interesan algunas personas que fueron creyentes al escuchar el mensaje del apóstol Pablo, como Dionisio el areopagita, una mujer llamada Damaris y otros con ellos (Hechos 17.16 al 34). En un ministro es necesaria la capacidad de escuchar e investigar, para saber si las propuestas concuerdan con los propósitos bíblicos de la fe, el amor, la misericordia y el hacer el bien a los demás, no solamente en lo relativo a la doctrina social sino en los dogmas generales de la iglesia. Un ministro es un servidor de los pobres y necesitados, tanto en el plano espiritual, material, de subsistencia. El ministro realmente progresa y es próspero, en la medida de la solidaridad demostrada, compartir, ayudar a los más necesitados, en lugar de vivir con lujos, vanidad y opulencia.


El apóstol Pablo le recomienda a Timoteo, quien desde niño conoce las Escrituras (2 Timoteo 3.15), el ocuparse en la lectura, la exhortación y la enseñanza (1 Timoteo 4.13). Jesús mismo recomienda escudriñar la palabra (Juan 5.39), y en este sentido se muestra como ejemplo de dominar su contenido (Lucas 24.27), participa de la lectura en la sinagoga (Lucas 4.16). Con la ayuda del Señor y la lectura en comunidad, el entendimiento fluye para brotar con facilidad y abundancia la comprensión (Lucas 24.45; Hechos 8.27 al 35, 16.14), debido a la intervención del Espíritu Santo (Juan 14.26). La Santa Palabra de Dios alumbrará el camino en nuestro diario vivir (Salmos 119.105), en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.14), con toda claridad, transparencia y fidelidad.


3.4 NACER DE NUEVO: BASE Y VOCACIÓN DEL TRABAJO MINISTERIAL


El nacer de nuevo es un proceso de acercamiento a Dios; es nacer del agua y del Espíritu para dejar atrás la vida antigua (Juan 3.1 al 8); cambiar la forma de actuar, hablar y pensar, sin la vanidad de la mente (Efesios 4.17), o sea, volver a nacer es renovar el espíritu o intención de la mente (Efesios 4.22 al 23), por el llamamiento, arrepentimiento y conversión. Es abandonar el sistema de injusticia y ser una nueva criatura (2 Corintios 5.17), con renuncia de la pasada manera de vivir, vestida del nuevo ser humano creado según Dios: En la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4.24), renovada hasta el conocimiento pleno (Colosenses 3.9 al 10). La Biblia dice: “… Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro… Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios…” (Juan 3.1 al 8). Ser un portador de la luz, con la llama de fuego divino, de fe, gracia y amor de Dios genuino y permanente.


3.4.1 CONCEPTO DE BAUTISMO


La palabra bautizar hace referencia a inmersión o sumergir. Cuando esto sucede se pasa de un estado a otro, por ejemplo, al hundir un material en agua sufre un cambio, debido al líquido queda empapado, porque el agua busca cubrir o llenar lo zambullido. El bautismo es una representación simbólica. Cuando Israel es guiado por Moisés, el pueblo es bautizado al cruzar en medio del Mar Rojo, con las aguas divididas como muro a su derecha, a su izquierda y debajo de la nube (Éxodo 14.21 al 22; 1 Corintios 10.1 al 2). El bautismo de inmersión en agua no es el único bautismo existente, porque hay diversas formas de bautismos con sentido espiritual.


Otra forma de bautismo es la limpieza que produce la palabra de Dios Padre, por medio del arrepentimiento y conversión. En este bautismo se recibe el conocimiento con claridad, llega la luz divina abundante y rebosante hasta llenar la mente de la persona con la palabra de Dios, para iluminación del conocimiento de su gloria, por medio de Jesucristo (2 Corintios 4.6). La palabra de Dios hace limpieza en las personas (Juan 15.3) y provee santificación (Juan 17.17), porque dichas palabras son espíritu y vida (Juan 6.63). Entonces, la persona se llena del conocimiento de la voluntad de Dios, o sea su mente se llena en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para caminar conforme con el agrado de Dios; manifiesto en los frutos de toda buena obra (Colosenses 1.9 al 10). Lo único que excede a todo conocimiento, es el amor de Cristo, podemos ser plenamente capaces de entender y comprender todas sus dimensiones, para ser llenos de toda la plenitud de Dios (Efesios 3.17 al 19).


El bautismo de inmersión en agua es simbólico, se realiza una representación de la muerte y resurrección de Cristo, pero esto no quita las inmundicias de la carne, sino renueva la buena conciencia hacia Dios (1 Pedro 3.21). No basta con el bautismo de inmersión en agua, es necesario el bautismo de inmersión en Jesús. Cuando la persona es sumergida en agua, en forma figurada es sepultada en su vieja humanidad y levantada para andar en vida nueva (Romanos 6.4). La esencia de todo este acto es crucificar la vieja forma de ser juntamente con Cristo, a fin de no servir más al pecado (Romanos 6.5 al 6), o sea muerto al pecado pero vivo para Dios en Cristo Jesús, para no obedecer más a las concupiscencias (Romanos 6.11 al 12), vivir delante de Dios como vivo entre los muertos, y presentar el cuerpo como instrumento de justicia (Romanos 6.13), bajo la gracia del Señor Jesús.


Se menciona el ser bautizado como inmersión o sumergir en Cristo Jesús, esto es en el simbolismo de su muerte (Romanos 6.3). En relación con el Espíritu Santo, también encontramos un signo de bautismo, en el sentido de beber (1 Corintios 12.13) y ser lleno del Espíritu (Efesios 5.18). Por ejemplo, se destacan personas llenas del Espíritu de Dios: Juan el Bautista (Lucas 1.15), Elisabet (Lucas 1.41), Zacarías (Lucas 1.67), Jesús (Lucas 4.1), Pedro (Hechos 4.8), Esteban (Hechos 7.55) y Pablo (Hechos 13.9). La Escritura dice: “… Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad…” (Filipenses 4.7 al 9).


3.4.2 BAUTISMO DE JESÚS


El bautismo de Jesús en los tres tiempos verbales: Pasado, presente y futuro, complemento uno del otro y necesarios como modelo en el proceso del cristiano. En los evangelios está la expresión referente al bautismo de Jesús en los tres tiempos verbales (verificado en distintas traducciones de la Biblia, se incluye un ejemplo tomado de la versión Reina-Valera revisión 1960, el subrayado es nuestro):


1) Pasado : “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua...” (Mateo 3.16). “Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Marcos 1.9).


2) Presente : “... ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados” (Marcos 10.38 al 39).


3) Futuro : “Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido? De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Lucas 12.49 al 50).


1) En el caso del verbo bautizar en tiempo pasado: Se toma en cuenta la vida ejemplar de Jesús, obediencia y fidelidad delante del Padre, como el equivalente al arrepentimiento y conversión predicados por Juan el Bautista y confirmados a través del bautismo de inmersión en agua. Jesús, al comenzar su ministerio, tiene cerca de treinta años, desde su inicio se muestra ante el pueblo como un ejemplo o modelo, en obediencia y justicia, su condición en el conocimiento y práctica de la palabra de Dios es testificada por la voz del Padre al llamarlo “Hijo amado”, en quien tiene complacencia (Lucas 3.21 al 23). Esto demuestra que Jesús está preparado en el momento de recibir el bautismo de inmersión en agua, porque cumple con la condición de limpieza en su mente, por el conocimiento de la palabra de Dios. Jesús no comete pecado ni se halla engaño en su boca (1 Pedro 2.22); desde niño crece en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.40, 52), la limpieza adquirida por la palabra de Dios, lo prepara para enfrentar y resistir el pecado.


Jesús se mantiene fiel a Dios, de principio a fin, en su ministerio. Se presenta oficialmente en el cumplimiento de su misión a partir del bautismo en agua, previo a un período de preparación con ayuno y oración. Pero esta presentación la hace con voluntad, conocimiento, conciencia y convicción, figura del verdadero arrepentimiento y conversión, requisito de toda persona emprendedora del camino de servicio ministerial, fidelidad a Dios y dispuesta a enfrentar pruebas y adversidades. Jesús requiere ser bautizado en agua, porque conviene ser modelo para las demás personas, cumplir así plenamente la justicia, aunque en su caso no sea un bautismo para perdón de pecados, pero es necesario o conveniente hacerlo igual, para mostrarse como ejemplo, en cumplimiento de toda justicia y obediencia a Dios (Mateo 3.13 al 15). Así como Juan el Bautista, cumple la misión de preparar el camino, para la primera venida de nuestro Señor Jesucristo, mediante la predicación de arrepentimiento y conversión, corresponde en la actualidad a la labor ministerial con el anuncio de las buenas nuevas de salvación y del evangelio del reino de Dios, preparar el camino de la segunda venida del Señor Jesucristo, quien viene esta vez sin relación al pecado, sino para salvar a cuantos lo esperan (Hebreos 9.28).


2) En el caso del verbo bautizar en tiempo presente: Una vez bautizado Jesús en inmersión en agua, continúa su proceso de servicio a Dios, inclusive de sufrimiento constante por la espera de su arresto, tortura, escarnio y crucifixión. Aunque era obediente e Hijo de Dios, por el padecimiento aprende la obediencia, es perfeccionado por su temor reverente, con ruegos y súplicas de gran clamor y lágrimas (Hebreos 5.7 al 8). Sufre el dolor en carne y hueso, en condición humana termina con el pecado y vive conforme con la voluntad de su Padre (1 Pedro 4.1 al 2). Jesús tiene un bautismo constante, lleno de la palabra de Dios por medio del conocimiento y la comunión por la oración, es lleno del Espíritu Santo para fortaleza en las pruebas, vive constantemente un bautismo amargo, de sufrimiento, aflicción, dolor, ofensas, maltrato, burlas, padecimientos, escarnios, persecuciones, traición y juicio. Lo niegan, desnudan, azotan, abofetean, escupen, hieren, humillan y finalmente crucifican. A continuación un resumen desde las tres perspectivas de los evangelios:


Mateo 26.36 al 46.
Cuando Jesús ora en Getsemaní, comienza a entristecerse y a angustiarse en gran manera, hasta la muerte, ora tres veces al Padre para pasar aquella copa, aunque pide prevalecer la voluntad de su Padre. Luego llega la hora y es entregado en manos de pecadores.


Marcos 14.32 al 42.
Jesús llega a Getsemaní y comienza a entristecerse y a angustiarse, dice estar muy triste hasta la muerte, entonces se postra en tierra y ora a Dios. Dice Abba Padre, todas las cosas son posibles para Dios, solicita apartar esa copa, pero conforme con la voluntad de su Padre. Ora tres veces diciendo las mismas palabras. Finalmente es entregado en manos de pecadores.


Lucas 22.39 al 46.
Jesús va como solía al monte de los Olivos y se aparta de sus discípulos, se pone de rodillas y ora al Padre, solicita pasar aquella copa, aunque la prioridad es hacer prevalecer la voluntad del Padre. Se le aparece un ángel del cielo para fortalecerlo. Al estar en agonía, su oración es más intensa con sudores como grandes gotas de sangre, que caen en la tierra.


3) En el caso del verbo bautizar en tiempo futuro: Juan el Bautista al bautizar menciona al venidero tras él, o sea se refiere a Jesús, el Cordero de Dios redentor del pecado del mundo (Juan 1.29 al 30), esto nos lleva a tres años y medio después, cuando Jesucristo derrama su sangre en la cruz para redención y salvación del pecado (Mateo 1.21). Jesús experimenta el bautismo como un proceso, llega a su plenitud cuando es levantado por su propio Padre (Hechos 2.22 al 24 y 32, 5.30, 13.29 al 30, 17.31), de la muerte de tres días (Marcos 10.33 al 34; Hechos 10.40 al 41), porque no lo deja sumergido en el sepulcro, equivalente para nosotros a un bautismo simbólico en su muerte, mediante la inmersión de la persona en agua e inmersión en el Señor Jesús, o sea las personas vivas físicamente, mueren al pecado y resucitan para vivir llenas de la plenitud de Cristo.


El punto es el siguiente: Hay un bautismo de inmersión en Jesús, el mismo es un bautismo representativo de su muerte (1 Corintios 15.29), entonces se toma el bautismo histórico de Jesús mismo como un proceso, modelo de la condición previa, durante y después de descender a las aguas. No basta con descender a las aguas y creer que con este acto, ya se es salvo por siempre, por el contrario, se cuenta la condición previa y posterior, con fidelidad a Dios en todo tiempo, gozo perpetuo y servicio permanente. Por esta razón es un bautismo de inmersión en Jesús, principio y fin, él es, era y ha de venir, es el mismo de ayer, hoy y siempre (Hebreos 13.8; Apocalipsis 1.8).


Ahora bien, Juan el Bautista es lleno del Espíritu Santo (Lucas 1.15), no obstante, él considera necesario ser bautizado por Jesús (Mateo 3.14). El bautismo de inmersión en Jesús es para testificar como Jesús lo hizo. Al iniciar Jesús su ministerio, Juan recibe su inmersión en Jesús y se cumple, igualmente, toda justicia en él. Luego es arrestado, encarcelado y decapitado por causa de testificar y denunciar la injusticia, a través del mensaje de la palabra de Dios. Según palabras de Jesús, Juan vino en camino de justicia y los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo no le creyeron, pero publicanos y rameras creyeron al mensaje, y se convirtieron; mientras los principales sacerdotes y los ancianos no se arrepintieron de sus malos caminos para creerle (Mateo 21.23 al 32; Lucas 7.29 al 30).


Por otra parte, posteriormente, los impíos e injustos, van a ser lanzados en el fuego del castigo, o sea en el lago de fuego ardiente con azufre preparado para los pecadores (Apocalipsis 20. 12 al 15). Juan, el Bautista le llama paja quemada en el fuego donde nunca se apaga (Mateo 3.11 al 12), se refiere al fuego proveniente del Dios Eterno, por eso es un fuego eterno con relación a su procedencia, una sentencia firme para quienes no demuestran frutos dignos de arrepentimiento y conversión, así como el árbol sin buen fruto es cortado y echado en el fuego (Lucas 3.9): “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7.19 al 20).


3.4.3 PROCESO DEL BAUTISMO


El proceso del Bautismo es un aprendizaje y demostración de obediencia. El creyente experimenta a plenitud el bautismo como un proceso durante toda su vida cristiana, comparable con el proceso de una vasija al adquirir forma, poco a poco, moldeada por su diseñador y creador. Este proceso se inicia con el llamamiento, el arrepentimiento y la conversión; porque conforme se incrementa el discernimiento del bien y del mal, se abandonan todos los vicios nocivos, especialmente al tomar conciencia, como resultado de la combinación de entendimiento y comportamiento. La persona empieza a demostrar la sabiduría adquirida por medio de acciones liberadoras, o sea, congruente a la libertad en Cristo, por consiguiente, renuncia a sus malos hábitos y costumbres para mejorar su calidad de vida. Luego, con la declaración pública (ante testigos), por medio del acto voluntario y consciente de la inmersión en agua, testifica su convincente decisión de seguir al Señor Jesucristo y obedecer los mandamientos, en cualquier circunstancia.


El proceso de la vasija no termina al finalizar su forma completa, luego se deposita en un horno de fuego para su acabado final y continúa con su vida útil en el tiempo estimado de utilidad. Asimismo, el ser humano es formado como un vaso para honra y Dios es el alfarero (Romanos 9.20 al 21). El proceso continúa, una vez demostrada la capacidad de cumplir con la justicia de Dios, poseer el poder de resistir las pruebas y sufrimientos purificadores para la condición del cristiano en su voluntad, sentimientos, sensibilidad y estado anímico a pesar de la adversidad. Este es el fuego purificador para el justo, en forma constante y disciplinada se obtiene cambios; alcanza cierto grado de madurez y enfrenta la transición de la inexperiencia en la palabra de justicia y la madurez, por el uso de los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Esto lo hace ser espiritual, porque su mente pasa a tener la mente de Cristo; de lo contrario, la persona no percibe ni puede entender las cosas del Espíritu de Dios, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2.14 al 16), o sea, por el uso o práctica de los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.13 al 14). Entonces, por el mismo proceso el creyente modifica su conducta, como un verdadero templo del Espíritu Santo, cuida sus pasos para no ser partícipe de actos desagradables ante Dios (Salmos 1.1 al 2). De acuerdo con la comparación de la vasija, cuando es apta para ser usada, se deposita en ella el aceite de la unción, en este caso son los dones, operaciones y ministerios por medio del Espíritu Santo. Por lo tanto, el cristiano sigue en crecimiento hasta alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, a través de la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios (Efesios 4.13).


No obstante, también hay vasos de deshonra: Personas que no cumplen a cabalidad el proceso de formación, tal es el caso, registrado en Hechos de los apóstoles, de Simón, un practicante de las artes mágicas, cuando oye el mensaje de salvación se motiva a seguir a quienes predican la palabra de Dios, pero se queda solamente con el llamamiento (Mateo 22.14), porque baja a las aguas en el bautismo sin estar verdaderamente arrepentido y convertido. Prueba de esta afirmación es la declaración de Pedro acerca del corazón de Simón, caracteriza su corazón como no recto delante de Dios y en hiel de amargura y prisión de maldad (Hechos 8.12 al 23). La persona sin frutos de arrepentimiento y conversión, no es apta para testificar públicamente con el bautismo en agua, debido a que por sus frutos se da a conocer su falta de condición idónea (Mateo 7.15 al 20, 12.33 al 37; Juan 15.1 al 8). Por consiguiente tampoco hay preparación para recibir el bautismo del don del Espíritu Santo. En desobediencia no se puede recibir el Espíritu de verdad, porque el poder de Dios mora y está únicamente en quienes están en comunión con él (Juan 14.15 al 17), armonía y obediencia.


3.4.3.1 JESÚS Y PEDRO COINCIDEN CON EL PROCESO DEL BAUTISMO


El proceso del bautismo de acuerdo con la mediación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, según cada caso tiene una causa y un efecto:


Causa y efecto del bautismo

Figura: Causa y efecto del proceso del bautismo según la mediación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


Es necesario para toda persona reunir las diferentes etapas del proceso del bautismo. En el caso del arrepentimiento, da como resultado la conversión a través de sus frutos. El bautismo de inmersión en agua sugiere la idea de simbolizar la muerte, sepultura y levantamiento en la resurrección de Cristo. Quienes reciben el sello del Espíritu Santo pasan por el fuego de prueba.


Jesús y Pedro hacen mención del proceso del bautismo comparado en la siguiente tabla:


Proceso del bautismo

Figura: Comparación del proceso del bautismo visto por Jesús y Pedro.


3.4.4 DOCTRINA DE LOS BAUTISMOS


En Hebreos encontramos la palabra bautismo en plural: “De la doctrina de bautismos...” (Hebreos 6.2). Esta expresión hace referencia a un proceso de varios bautismos, complemento uno con otro. Se completa el proceso como un solo bautismo (Efesios 4.5). Es necesario para el cristiano cumplir con cada bautismo para el proceso de perfección, semejante a la senda del justo que es como la luz de la aurora en aumento hasta perfeccionar el día (Proverbios 4.18). Estos son los bautismos:


1) El bautismo de arrepentimiento de obras muertas y conversión, por medio de la limpieza de la palabra de Dios Padre.


2) El bautismo de inmersión en agua e inmersión en el Señor Jesús, el cual se hace en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados.


3) El bautismo del Espíritu Santo y fuego.


El siguiente pasaje se refiere a los tres bautismos (el subrayado es nuestro):


“Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Efeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hechos 19.1 al 6).

Pablo, después de recorrer algunas regiones, llega a la ciudad de Efeso donde encuentra discípulos sin recibir el don del Espíritu Santo. Ellos tienen el llamamiento, arrepentimiento y conversión, por medio de la limpieza en la palabra de Dios Padre, predicado por Juan el Bautista. Estos discípulos no habían sido bautizados en inmersión en agua en el nombre del Señor Jesús. Una vez realizado este bautismo, Pablo impone sus manos en el recibimiento del Espíritu Santo de los nuevos bautizados.


Jesús fue levantado de la tumba por su propio Padre, por esta causa y nombre de Jesús se predica el arrepentimiento y el perdón de los pecados en las naciones (Lucas 24.46 al 47). Los creyentes son testigos de Cristo y tienen el don del Espíritu Santo por la obediencia.


“El Dios de nuestros padres levantó a Jesús,... A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5.30 al 32).

Pablo acerca del arrepentimiento para con Dios, de la fe en el Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, testifica y empapado del conocimiento de la palabra de Dios, sirve al Señor con toda humildad, no rehúye de anunciar y enseñar, a pesar de las diversas pruebas, prisiones y tribulaciones (el subrayado es nuestro):


“… Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones” (Hechos 20.18 al 23).

3.4.4.1 ARREPENTIMIENTO DE OBRAS MUERTAS Y CONVERSIÓN


El bautismo de arrepentimiento y conversión se logra por medio de volver en sí y recapacitar, como en la parábola del hijo derrochador de sus bienes, perdidamente vive, pero recapacita y es recibido por su padre misericordioso e incondicional, porque este hijo volvió en sí para arrepentirse (Lucas 15.17 al 24). En este caso, el afectado tiene un reencuentro consigo mismo, surge el deseo y la necesidad de limpieza personal, a través de la comunión recibida al acercarse al Padre y el incremento de la fe por el oír la palabra de Dios (Romanos 10.17). La fe también se piensa y se reflexiona, esto provoca en la vida del nuevo adepto una ferviente búsqueda de justicia, amor y misericordia de Dios, porque irrevocable es el llamamiento de Dios (Romanos 11.29). Por medio de la palabra de Dios, se adquiere la llenura del conocimiento, sanidad y restauración, para limpiar su mente de los viejos pensamientos no edificadores. La mente de la persona se constituye en un recipiente: Poco a poco empieza a sacar el contenido sucio y a limpiar con una unción fresca del mensaje de salvación. Bien dijo el salmista: “... Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando” (Salmos 23.5). Por lo tanto, se renueva hasta el conocimiento pleno, abandona todas sus prácticas de antivalores, como la fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos, avaricia, idolatría, ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas, mentira (Colosenses 3.5 al 10), adulterio, inmundicia, lascivia, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, orgías, borracheras y cosas semejantes a estas (Gálatas 5.19 al 21). La palabra de Dios limpia la mente de pecado, sana el mal pensamiento incitador y se renueva: “… Despojaos del viejo hombre…” (Efesios 4.22; Colosenses 3.9), o sea, el viejo humano es la vieja personalidad y la vieja forma de ser.


Juan el Bautista, hizo el llamamiento al pueblo, predica bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados (Marcos 1.4). El efecto provocado con esto, es la conversión de muchos al Señor, para volver los corazones, traer la prudencia y justicia en los rebeldes, preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor (Lucas 1.16 al 17). Quienes escucharon su llamamiento a arrepentirse y lo recibieron, fueron bautizados por él en el río Jordán con la confesión de sus pecados (Mateo 3.5 al 6). Pero hubo casos de personas, sin arrepentimiento, entre ellos fariseos y saduceos, Juan no les permite la inmersión en agua y los llama ¡Generación de víboras! Dichos casos los remite al futuro en la ira venidera de la cual no podrán escapar. Los envía primeramente a hacer frutos dignos de arrepentimiento antes de aparentar ser hijos de obediencia. Después les menciona, en forma de analogía, del árbol sin buenos frutos cortado y echado en el fuego (Mateo 3.7 al 10). La gente, entre ellos publicanos y soldados, preguntan ¿cuáles son las acciones a seguir por parte de cada persona? Según cada caso, para todos hay respuestas o soluciones, para demostrar los frutos dignos de arrepentimiento (Lucas 3.9 al 14) y conversión.


Juan bautiza para arrepentimiento (Mateo 3.11) en agua, este bautismo definitivamente por ser en agua no es que produce arrepentimiento, sino que es necesario estar arrepentido antes de bajar a las aguas. De lo contrario, para bautizarse en agua, Juan no hubiera exigido el requisito del arrepentimiento previo o antes de bajar a las aguas. Por lo tanto, Juan ejerce dos bautismos, uno a través de la predicación de la palabra generadora de arrepentimiento y el otro, es consecuente del primero, por medio del bautismo en inmersión en agua e inmersión en Jesús, se testifica públicamente del recibimiento de dicho arrepentimiento. La conversión es llevar a la práctica, la vida y testimonio ejemplar, generado mediante un verdadero arrepentimiento.


La predicación de Juan el Bautista es de arrepentimiento para perdón de los pecados (Marcos 1.4; Lucas 3.3), una vez logrado el efecto y producto de esta predicación, en quienes lo reciben, se confirma públicamente con el bautismo de inmersión en agua, para testimonio en la comunidad como paso de obediencia. Cuando Juan es encarcelado, Jesús predica el evangelio del reino de Dios diciendo: “… El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1.14 al 15). Desde entonces comienza Jesús a predicar, y a decir: ¡Arrepentíos! (Mateo 4.17). Jesús enfatiza reiteradamente al decir: “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente…” (Lucas 13.3 al 5). Por lo tanto, por sus frutos los conoceréis, dice Jesús (Lucas 6.43 al 45) y envía a sus doce discípulos de dos en dos, para llevar la predicación del arrepentimiento (Marcos 6.12).


También el apóstol Pedro insta al pueblo de Israel al arrepentimiento y conversión para borrado de sus pecados (Hechos 3.19), donde él mismo le llama bautismo predicado por Juan (Hechos 10.37) y presencia como los mismos gentiles reciben de Dios el arrepentimiento para vida (Hechos 11.18), con las palabras por las cuales se puede ser salvo (Hechos 11.14). Por otra parte, Pablo testifica como Juan predica el bautismo de arrepentimiento a todo el pueblo de Israel (Hechos 13.24), antes de la venida del ministerio de Jesús.


Para hacer efectivo el bautismo de arrepentimiento no basta con transmitir la predicación a la colectividad, se requiere, individualmente, de personas dispuestas a recibir el conocimiento de la palabra de Dios, para purificación de sus vidas. Según se asimile cada caso, de manera gradualmente, este conocimiento, entonces se manifiesta la sabiduría de cada persona, con el acto del bautismo en agua y la finalidad de testificar públicamente, el reconocimiento y aceptación de seguir a Jesucristo, además de confesar la renuncia completa al pecado para perdón de los mismos. Con respecto a la predicación del bautismo de arrepentimiento, Pablo nos confirma (el subrayado es nuestro):


“… Anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento. Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el templo, intentaron matarme. Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles” (Hechos 26.19 al 23).

El arrepentimiento inicia previo al bautismo en agua y continúa como un camino de perfección en el conocimiento, constantemente se reconoce y renuncia a faltas cometidas por ignorancia u omisión, conforme llega la luz del conocimiento nuevo, se hace las obras dignas de arrepentimiento en forma continua y permanente, para una mejora constante o lucha por la perfección.


3.4.4.2 BAUTISMO DE INMERSIÓN


El bautismo de inmersión en agua es el bautismo en el nombre de Jesucristo. Juan el Bautista ejerce el bautismo en agua y menciona a quien viene después de él, o sea, Jesús. Los discípulos de Jesús bautizan en forma contemporánea a Juan el Bautista y sus discípulos (Juan 3.22 al 30, 4.1 al 2). Juan confiesa no ser el Cristo, pero siempre al bautizar menciona a quien viene tras de él, al Cordero de Dios, redentor del pecado del mundo (Juan 1.19 al 37). Cuando Felipe anuncia el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizan hombres y mujeres (Hechos 8.12), un etíope, eunuco y funcionario de Candace, reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, después de creer de todo corazón en Jesucristo, es bautizado al descender al agua (Hechos 8.27, 35 al 38). El apóstol Pedro manda bautizar en el nombre del Señor Jesús a Cornelio, a sus parientes y a sus amigos (Hechos 10.1 al 2, 24, 30 al 33, 48). En el caso de Pablo y Silas, cuando están en la ciudad de Filipos, hablan la palabra del Señor a un carcelero junto con los de su casa, y al creer en el Señor Jesucristo se bautizan él y todos los suyos (Hechos 16.31 al 33). También en la ciudad de Corinto, hay un principal de la sinagoga llamado Crispo, quien cree en el Señor con toda su casa, además de muchos de los corintios al oír, creen y son bautizados (Hechos 18.8). Pablo mismo se bautiza e invoca el nombre de Jesús para lavar sus pecados (Hechos 22.16).


Hay una relación entre los bautismos de inmersión en agua y de inmersión en Jesús o en su muerte. Cuando el candidato a bautismo camina en dirección a un río o pila bautismal, para ser bajado a las aguas, es similar a una marcha fúnebre donde hay testigos presentes. Pablo al referirse a la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, dice: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Filipenses 3.10). Ser sumergido en el Señor, implica experimentar plenamente la aflicción de Jesús por luchar contra el pecado, por morir al viejo hombre. En cierta ocasión, los escribas y fariseos piden una señal, Jesús menciona la señal del profeta Jonás dentro del vientre del gran pez por tres días y tres noches (Mateo 12.38 al 41; Lucas 11.32), también destaca el arrepentimiento de la ciudad de Nínive con el mensaje de Jonás, en cambio escribas y fariseos piden señal y no se convierten al mensaje de Jesús (Lucas 11.37 al 12.1). La señal de tres días y tres noches hace referencia a la muerte, sepultura y resurrección de Jesús (Mateo 16.21, 17.23, 20.19; Marcos 9.31, 10.34; Lucas 9.22, 18.33, 24.7, 46; 1 Corintios 15.4). Pablo habla de ser bautizado en Cristo Jesús y en su muerte: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” (Romanos 6.3 al 5). Por el bautismo somos sepultados y resucitados en su semejanza, para andar en vida nueva, al compararnos en su muerte de igual forma en la de su resurrección (Romanos 6.4 al 5).


En el caso de la práctica de bautismo en los infantes bebés o niños, por infusión, esto es un bautismo de presentación en la iglesia o comunidad de fe, como sustitución de la circuncisión a los ocho días de nacido, es un bautismo de presentación en el templo, aunque, de todos modos es absolutamente indispensable, el bautismo de inmersión en agua, durante la vida joven o adulta del niño.


3.4.4.3 BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO Y FUEGO


La Escritura, cuando menciona al ángel del pacto, lo compara con fuego purificador, y como jabón de lavadores (Malaquías 3.1 al 2), este es un anuncio de la primera venida del Señor Jesús. Juan el Bautista anuncia a Jesús como quien bautiza en Espíritu Santo y fuego, con su aventador en su mano (instrumento para echar al viento y limpiar los granos en las eras o aventar el fuego), para limpiar su era, recoger su trigo en el granero y quemar la paja en fuego (Mateo 3.11 al 12). Hay dos tipos de fuegos: Uno purificador y otro destructor.


El profeta Jeremías en su tiempo sufre angustia, escarnio, burlas, afrenta, murmuración y persecución por parte de sus adversarios. Estos pretenden prevalecer contra él y estar a la expectativa para presenciar si el profeta claudica. Entonces, Jeremías confirma cómo Dios prueba a los justos, ve los pensamientos y corazón de quienes encomiendan su causa. En la situación más crítica no quiso hablar más de Dios, ni hablar en su nombre, no obstante, según Jeremías hay en su corazón como un fuego ardiente metido en sus huesos, el cual trata de sufrir y no puede (Jeremías 20.7 al 12). Este es el fuego purificador irresistible, inevitable para hacer prevalecer el bien y para la santificación.


Está escrito, como ya se mencionó anteriormente: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40.8). El profeta Jeremías anuncia que Dios les daría un corazón y un camino, por medio de un pacto eterno recibirían el temor de Dios en sus corazones (Jeremías 32.39 al 40).


El profeta Ezequiel también hace referencia a la promesa de Dios: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 11.19 al 20). Además menciona: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36.26 al 27).


Jesús dijo: “Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?” (Lucas 12.49). Después de la resurrección le encomienda a sus discípulos esperar la promesa del Padre, para ser bautizados con el Espíritu Santo (Hechos 1.5). El cumplimiento viene del cielo con un estruendo y un viento fuerte, con el mismo se llena el lugar y se les aparece lenguas repartidas como de fuego sobre cada persona, entonces son llenos del Espíritu Santo (Hechos 2.1 al 4). Por un solo Espíritu son todos bautizados en un cuerpo, donde se reparten dones, ministerios y operaciones. De este modo existe palabra de sabiduría, de ciencia, de fe, dones de sanidades, el hacer milagros, profecía, discernimiento, diversos géneros e interpretación de lenguas (1 Corintios 12.4 al 13). Hay apóstoles, profetas, maestros, ayudadores y administradores (1 Corintios 12.27 al 28). El don de servir, enseñar, exhortar, repartir, presidir y misericordia (Romanos 12.6 al 8). Estos, juntamente con los evangelistas, pastores y diáconos, son los ministerios, operaciones y dones dados por Dios Padre a través de su Espíritu. Por el poder de Dios, por medio de su Espíritu, se pueden soportar las pruebas y recibir la fortaleza necesaria para seguir adelante. Es el Consolador para enseñar y recordar (Juan 14.26), es la guía a toda verdad y el sello de la promesa como garantía en nuestros corazones y señal de nuestra herencia para el día de liberación (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14, 4.30). Nos da el Espíritu Santo para vencer la hostilidad social, conflictos y crisis mundial.


La Escritura describe una clase de fuego purificador contrastado con una clase de fuego destructor. Cuando la persona, como principio cristiano da lugar al bien a los demás y aún a los enemigos, se amontonan sobre su cabeza ascuas de fuego (Romanos 12.20). Además, Dios hace a sus ministros llama de fuego (Hebreos 1.7), especialmente al avivar el fuego del don de Dios (2 Timoteo 1.6) y la necesidad de ser afligidos en diversas pruebas para someter a prueba la fe, comparada con el oro es más preciosa y se prueba con fuego (1 Pedro 1.6 al 7). Este es un fuego de prueba, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre nosotros (1 Pedro 4.12 al 14). Por otra parte, está el fuego de la destrucción, de cuando se manifieste el Señor Jesús en llama de fuego, para dar retribución a quienes no conocieron a Dios, ni obedecen el evangelio (2 Tesalonicenses 1.6 al 10). Y de la horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego para devorar a los adversarios (Hebreos 10.26 al 27), porque nuestro Dios es fuego consumidor (Hebreos 12.29). La Escritura hace mención de la analogía entre Jesús como una planta de uvas y de las personas que permanecen en Jesús como hojas con frutos de la planta. Algunas de estas hojas no permanecen unidas al tallo, entonces, se secan, caen y son recogidas para ser echadas en un fuego ardiente (Juan 15.6), por ejemplo, en tiempos de Lot al salir de la ciudad de Sodoma, llueve del cielo fuego y azufre, y destruye a todos (Lucas 17.28 al 30). Pedro dice como Dios libra al justo Lot, pero reserva a los injustos para ser castigados en el día del juicio (2 Pedro 2.6 al 10): “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 Pedro 3.7). La exclusión de la promesa de vida eterna y del reino de Dios, es el castigo permanente, por quedar fuera del galardón: “Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartados de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos” (Lucas 13.27 al 28).


CAPÍTULO 4: LA ADMINISTRACIÓN EN EL TRABAJO MINISTERIAL


4.1 EL ORDENAMIENTO Y NORMATIVAS


El relato de la creación muestra cómo Dios desde el principio ordena el mundo físico y establece las leyes cósmicas (Génesis 1.1 al 25). En el huerto del Edén ubica al ser humano con instrucciones de administrar todo lo creado, con límite o regulación en los árboles (Génesis 1.26 al 28, 2.15 al 17, 3.23 al 24). Antes del diluvio, en tiempos cuando la generación se ha corrompido, personas como Enoc y Noé caminan con Dios, o sea ejercen su voluntad y son personas justas, perfectas en su época con la gracia de Dios ante sus ojos (Génesis 5.22, 6.8 al 9). La conducta y las relaciones entre seres humanos, son reguladas con leyes procedentes de su Creador. Posterior al diluvio, el mensaje de Dios, también se transmite oralmente entre generaciones y se destaca Abraham por su obediencia a Dios al oír su voz, guardar su precepto, sus mandamientos, sus estatutos y sus leyes (Génesis 26.5).


4.2 LA ADMINISTRACIÓN EN LA ÉPOCA DE MOISÉS


La época corresponde al tiempo de Moisés, el pueblo de Israel crece en gran número y las leyes se establecen por escrito, entonces surge la necesidad de juzgar los conflictos entre personas. Realizar esta labor únicamente por Moisés, es exhaustivamente cansado y desgastante, debido al exceso de trabajo. Precisamente la problemática se presenta con la falta de distribución del trabajo, delegación de funciones y autoridad en otros (Éxodo 18.13), el suegro de Moisés recomienda otro sistema de trabajo:


1) Jetro observa las circunstancias.


2) Hace un estudio de la situación y luego cuestiona (Éxodo 18.14).


3) Moisés expone el método actual de trabajo y responde la entrevista realizada por Jetro (Éxodo 18.15 al 16).


4) El suegro de Moisés establece un diagnóstico y análisis (Éxodo 18.17): Enfoca causas, consecuencias, el exceso de cansancio de Moisés. De esta manera identifica la principal causa y determina la solución (Éxodo 18.18).


La solución fue integrar más recurso humano, distribuirlo por grupos de trabajo (delegación de funciones o tareas). Moisés está anuente al cambio para mejorar, se dispone a escuchar el asesoramiento de su suegro, quien le replantea sobre nuevas bases un mejor sistema de trabajo. Jetro le comunica las ideas y una solución (Éxodo 18.19), sugiere las estrategias para contrarrestar las causas por el exceso de trabajo de Moisés, con el establecimiento de los siguientes objetivos específicos:


1) En el caso de Moisés: Mostrar el camino, enseñar y delegar en los jueces.


2) En el caso del pueblo: Andar por el camino y obedecer las enseñanzas de Moisés y de los jueces (Éxodo 18.20).


Moisés sigue el consejo de su suegro y las recomendaciones:


o Da participación a las personas del pueblo en las actividades.


o Nombra personas con ciertos requisitos para ser jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre cien, sobre cincuenta y sobre diez.


Moisés determina implementar el nuevo sistema de trabajo, comunica su decisión al pueblo y a los nuevos jefes de grupos. Además faculta a cada juez en sus funciones por grupos de mil, cien, cincuenta y diez, luego de prepararlos con la capacitación necesaria para el puesto. Con todo esto se emprende lo planeado para lograr el fin propuesto (Éxodo 18.24).


Hay una coordinación en las siguientes relaciones:


1. Entre cada juez y el grupo de personas en el momento de impartir juicio.


2. Entre cada uno de los jueces.


3. Entre los jueces y Moisés, como equipo de trabajo.


El esfuerzo de cada uno se integra oportunamente y lograr el objetivo común, se establece la diferencia entre los asuntos graves, o sea, más complejos y pequeños, las responsabilidades durante el ejercicio del juicio, la autoridad propia y de cada juez (Éxodo 18.26). Los requisitos: Virtud, temor de Dios, verdad y sin avaricia. Se logra un juicio justo en el menor tiempo de espera posible, por medio de la distribución de grupos de trabajo (Éxodo 18.25), en consecuencia, se evita el desfallecimiento de Moisés, de quienes imparten el juicio y del pueblo cuando llega a consultar sus asuntos y las diferencias con otras personas, se permite lo siguiente:


a. Realizar un juicio justo en cada caso con el dominio de las ordenanzas de Dios y sus leyes.


b. Mayor cantidad de personal disponible para el ejercicio de juez.


c. Menor tiempo de espera en la resolución de los casos.


Los requisitos necesarios del personal para llevar a cabo el trabajo (Éxodo 18.21 al 22), como jueces justos, posibilitan el cumplimiento cabal de las tareas administrativas necesarias (Éxodo 18.23). La institución del sistema, estructura y organización en general se fundamenta en documentos escritos como las ordenanzas y la ley, similar a una constitución, se mantienen como autoridad, independiente de quiénes son las personas o de la época de su aplicación, las enmiendas aprobadas de acuerdo con las necesidades surgidas, se ajustan a la realidad del momento, para resolver distintas situaciones, por ejemplo la transformación de la ley a la gracia. Josué continúa el legado de Moisés y la Escritura: “… También escribió allí sobre las piedras una copia de la ley de Moisés…” (Josué 8.30 al 35).


4.3 LA ADMINISTRACIÓN DESPUÉS DE JESÚS


La cabeza de la iglesia es Jesucristo (Efesios 1.22, 4.15, 5.23; Colosenses 1.18, 2.10, 19; 1 Pedro 2.7). El fundamento de apóstoles y profetas, por medio de la palabra de Dios y el sistema ministerial, son la base del edificio, pero Jesucristo es su fundamento (1 Corintios 3.11) y la principal piedra del ángulo (Efesios 2.20 al 22; 1 Pedro 2.6). El obrero ministerial necesita financiamiento, para dedicarse a tiempo parcial o completo al servicio de la obra, siempre y cuando, sea sin ostentar u opulencia, sino modestia y austeridad, sin lujos ni vanidad. La Biblia dice: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Corintios 9.14). Otros pasajes resaltan al obrero como digno de su alimento y salario (Mateo 10.10; Lucas 10.7). De acuerdo con el don recibido (1 Pedro 4.10), cada obrero ministerial ejerce su actividad con capacidad y facilidad en el cargo. Esto redunda en beneficio, para la calidad del servicio y se ofrece en cada área una atención eficaz, con experiencia y preparación suficiente. Dios hace el llamado para su servicio mediante la vocación: Algunos entregan mejores frutos, otros se estancan en improvisación con indiferencia. En la parábola de los talentos (Mateo 25.14 al 30), se hace alusión a los talentos dados a los siervos, según la capacidad de cada uno; algunos rindieron en forma satisfactoria; pero otro lo hizo en forma negligente como un servidor inútil. Según la especialización ejercida es necesaria con profesión. Esto permite desarrollar sin reservas lo mejor de cada servidor, con toda la energía y deseos de superación, conocimiento y capacidad, conforme con el agrado de Dios, presentar la mejor ofrenda posible, excelente en fragancia de olor grato para Dios (2 Corintios 2.14 al 17; Efesios 5.1 al 2). El término profesión se emplea con frecuencia en la carta a los Hebreos y consiste tanto en creer y manifestar como en ejercer un oficio (Hebreos 3.1, 4.14, 10.23), conocido como la buena profesión (1 Timoteo 6.12 al 13).


4.3.1 EL PROCESO MINISTERIAL


Hay un proceso ministerial o secuencia de trabajo entre los grupos ministeriales. Las funciones diversas en los grupos de obreros, determinan un proceso en el cuerpo de Cristo, mediante las especializaciones en los diferentes campos de trabajo. Importante sin discriminación a la mujer, edad o académico:


I. Los evangelistas tienen el primer contacto de presentar el evangelio de Jesús a las personas, tal es el caso de Felipe el evangelista y el etíope (Hechos 8.26 al 40). En esta etapa de evangelización se dan las siguientes situaciones:


o Los evangelistas proclaman a Cristo resucitado, con palabras de llamamiento, arrepentimiento y conversión. Utilizan las buenas nuevas de salvación por medio de Jesucristo y anuncian un reino de Dios dirigido desde los cielos (reino cotidiano de Dios).


o Además de cautivar la atención de las personas hacia Cristo, enseñan las primeras lecciones de las palabras de Dios, con el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno (Hebreos 6.1 al 2).


o Cada postulante (candidato a ser admitido en la comunidad de fe), acepta plenamente a Cristo el salvador personal, demuestra con toda seriedad y formalidad un verdadero interés de vivir para servir a Dios. El discernimiento y asimilación de lo aprendido, llega a su plenitud cuando testifica con frutos dignos de arrepentimiento y conversión, respaldado por la veracidad, principios, calidad de sus acciones, virtudes y valores.


o El nuevo converso por medio del bautismo en agua, hace una declaración pública de su determinación de seguir la fe de y por Jesús. Después de recibir este bautismo pasa a formar parte de la membresía formal de la iglesia, en el sentido doctrinal, porque en el campo administrativo es miembro cuando se integra a la asociación o congregación.


o Una vez cumplida la labor los evangelistas, entonces proceden a transferir las personas a los maestros para un discipulado doctrinal y valores comunitarios.


II. Los maestros se hacen cargo de los nuevos conversos, imparten una vasta preparación del discipulado doctrinal:


o Adoctrinan, preparan con firmes fundamentos de la palabra de Dios, hasta completar un nivel de aprendizaje y consolidación en los discípulos.


o Los discípulos asisten a todas las actividades generales de la iglesia, y como complemento los maestros les otorgan atención especial y enseñanza por medio del discipulado doctrinal.


o Con un acto solemne en la iglesia, transfieren a los pastores la responsabilidad de velar por el mantenimiento espiritual, de estos nuevos miembros de la iglesia, que han completado su preparación de discipulado.


III. Los pastores hacen la sucesión del cuidado espiritual de quienes han finalizado el discipulado doctrinal. Le dan seguimiento a las necesidades espirituales de las personas, por medio del trabajo pastoral y las pastorales específicas. En el caso de los asuntos materiales proceden así:


o Presentan formalmente a los nuevos miembros de la iglesia con el grupo ministerial de diáconos. Estos últimos quedan a disposición de ayudar en la medida de lo posible, a los nuevos integrantes de la iglesia, en necesidades materiales.


IV. Los diáconos, simultáneamente con los pastores, quedan como responsables de los nuevos miembros. Los pastores en lo espiritual y los diáconos en lo material.


La meta ministerial es hacer de cada uno de sus integrantes un instrumento vital, en la función de trabajo en equipo. Lograr acciones con esfuerzo simultáneo, mediante la evangelización, adoctrinamiento, trabajo pastoral y diaconía, con la supervisión necesaria para el buen cumplimiento de los procesos, en la presentación de Jesucristo como modelo, ejemplo y proveedor de vida.


4.3.2 EL GRUPO MINISTERIAL DE EVANGELISTAS


En relación con el mensaje: palabra de llamamiento, arrepentimiento y conversión, en cierta ocasión el apóstol Pablo expresa lo siguiente: “... ¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9.16). En esta exclamación se manifiesta gravedad, cuando no se cumple a cabalidad con la misión de la evangelización. Jesucristo comisiona el hacer discípulos: Enseñar y bautizar (Mateo 28.19 al 20). Esta labor, corresponde, a toda la membresía de la comunidad de fe o iglesia, de compartir con otras personas la oportunidad de conocer, el evangelio del Camino de Salvación.


Es indispensable la existencia, función y operatividad del grupo ministerial de evangelistas, constituido en la estructura ministerial de la iglesia (Efesios 4.11 al 12), para perfeccionar a los santos en la obra del ministerio. Esta labor implica la especialización de la palabra de llamamiento, para los nuevos conversos, en sus primeros pasos de arrepentimiento y conversión. Los recién convertidos, requieren al principio un seguimiento sistemático, por parte de los evangelistas, para consolidar un fundamento firme en su nuevo nacimiento. Por esta razón, es necesario un grupo de trabajo especializado en esta temática y lograr en forma eficiente la evangelización, previo a la preparación de los recién conversos, en el adoctrinamiento impartido por el discipulado de los maestros. Una iglesia sin evangelización organizada, no logra el propósito de vitalizar, mostrar movimiento y actividad, consecuente al crecimiento de la comunidad de fe. Por razones obvias solamente se permite el evangelismo puro, sin practicar, fomentar o favorecer el proselitismo. Es fundamental en los evangelista, tener en claro los límites de enseñanza, entre el evangelista, el maestro y viceversa. También en relación con los cargos de pastor y de diácono, es importante para cada grupo ministerial, conocer sus fronteras de enseñanza en la especialización de cada área de trabajo.


4.3.3 EL GRUPO MINISTERIAL DE MAESTROS


Por diversas razones, circunstancias o situaciones, la recepción de los mensajes en las predicaciones no es captada en un cien por ciento. Es importante dar una asistencia en la instrucción, de forma individual o personalizada, y en grupos pequeños, por lo tanto, a través de estudios bíblicos aclarar las dudas de cada miembro eclesiástico. Por medio de lecciones durante un período establecido, se puede abarcar en forma completa cualquier tema complejo y se logra el tiempo óptimo o más requerido para el aprendizaje. Esta labor compete al grupo ministerial de maestros, para promover un estudio y fundamento sólido en la grey.


Los maestros son los responsables de enseñar con el sistema de estudios bíblicos, impartido de las siguientes maneras:


a. Dentro del auditorio principal, casa de oración o templo, ya sea en forma general o distribuida por grupos.


b. En aulas, si las instalaciones de la iglesia están acondicionadas.


c. En los hogares de cada familia o al reunir varias familias en una misma casa (estudios bíblicos familiares).


Según sea el caso, el grupo ministerial de maestros organiza, planifica y establece programas de estudios bíblicos con horarios, lugares, maestros encargados y suplentes. Además, es el responsable de capacitar a los obreros ministeriales, buena comunicación con el proceso de publicaciones, para la edición del material didáctico impreso, digital o informático en páginas web. Imparte el discipulado doctrinal, una enseñanza más personalizada, llevan el control del avance y nivel de aprendizaje de cada discípulo, para un control adecuado y seguimiento sistemático.


En cuanto al credo, dogma o confesión de fe, el grupo ministerial de maestros son los especialistas en adoctrinar y desarrollar temas profundos. Otros grupos ministeriales, también tienen integrantes con el dominio de la enseñanza, pero a los maestros les corresponde adoctrinar con capacidad y gran preparación demostrada, especialmente como doctores de la ley, doctrinas profundas y otras enseñanzas bíblicas difíciles de entender (2 Pedro 3.15 al 16). La Biblia es un océano de conocimiento, en el cual el discípulo con ayuda del maestro puede adentrarse hasta lo más profundo de cada enseñanza. Mientras los evangelistas proporcionan la leche espiritual, los maestros dan la vianda espiritual (Hebreos 5.12 al 14). Después del cumplimiento de la misión de los evangelistas, seguros de llegar al tope de preparación con cada persona evangelizada, entonces los maestros inician su función de capacitación, para dar cimientos sólidos en el credo, dogma o confesión de fe a los nuevos conversos. Estas son las dos etapas iniciales de aprendizaje en los nuevos conversos, antes de la etapa de trabajo pastoral y pastorales específicas.


Para dar confianza, esperanza y ayudar en los problemas y debilidades de las personas, se requiere reforzar su fe por medio de la convicción. Según la capacidad de recepción y asimilación del mensaje, mediante un proceso de aprendizaje, se aumenta gradualmente el conocimiento del discípulo, con la finalidad de la aceptación y práctica de cada enseñanza. Esto, previo a la transición del nuevo converso al grupo ministerial de pastores, quienes le dan el mantenimiento necesario para perseverar y permanecer en los principios adquiridos.


Los maestros son los encargados del mantenimiento y operación de los sitios o páginas web, redes sociales, presentaciones, material didáctico y libros digitales, sistemas informáticos de control y seguimiento del avance de aprendizaje del discipulado.


4.3.4 EL GRUPO MINISTERIAL DE PASTORES


Los pastores tienen una función de administración, especial y específica de la mayordomía, en el área espiritual, con el cuidado y dirección de las personas. Apacientan la iglesia del Señor (Hechos 20.28) e imparten la palabra de Dios con buenos resultados de su conducta, al mostrarse como ejemplos para imitar su fe (Hebreos 13.7). Es necesario ejercer el pastoreo como ordena la Biblia, al cuidar la grey de Dios no por fuerza, sino con voluntad y de corazón, no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto. Y como agrega textualmente: “... No como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5.1 al 3). Cuando se menciona en el versículo 1 de este pasaje: “... A los ancianos que están entre vosotros”, se refiere a ancianos en plural, porque en el pastoreo de cada iglesia local se recomienda, de acuerdo con la palabra de Dios, la dirección en manos de un equipo pastoral (Hechos 14.23; Tito 1.5), en lugar de una sola persona. La palabra anciano es sinónimo de pastor y obispo, las tres palabras significan lo mismo, es un mismo cargo y cumplen una misma función. Salvo en algunos casos el término obispo está asociado a la labor de supervisor, función principal del apostolado.


Un pasaje de las Escrituras menciona tener por dignos de doble honor, a los ancianos con un buen gobierno, mayormente a los predicadores y docentes (1 Timoteo 5.17). Con base en este pasaje, todos los pastores deberían motivarse a predicar y enseñar, sin embargo, no se puede reducir el concepto de pastor, a realizar esta labor únicamente, desde un púlpito o altar. Tampoco se puede permitir la iglesia local en manos de una sola persona. Hay pastores con el ejercicio de predicar y enseñar, pero otros se dedican a infinidad de labores pastorales y pastorales específicas, aunque no prediquen o enseñen, forman parte del grupo ministerial de pastores.


Entre las funciones de pastoreo en el campo están la visitación y ayuda a los enfermos (Santiago 5.14), a los privados de libertad, a las personas con discapacidad o limitaciones funcionales, a los necesitados de consejería matrimonial, en intercesión de problemas entre padres e hijos o entre hermanos, con afectados por vicios, drogadicción, adicción o dependencia química (alcohol, tabaco, narcóticos o insomnio), con miembros ausentes en forma temporal o distanciados completamente de la congregación, al socorrer en coordinación con los diáconos a los empobrecidos en sus necesidades familiares y del hogar, quienes están con hambre. Al dar ánimo y levantar la moral de quienes están desempleados, al tratar de ayudarles a conseguir un trabajo y si lo requieren suplir temporalmente lo necesario. Cuando se asesora y ayuda a las madres solteras a luchar y seguir adelante, para superar su situación de abandono.


También cuando se comprende y estimula a los adultos mayores, a vivir plenamente la etapa de la vejez, disfrutar la vida con alegría por su utilidad, en la sabiduría y conocimiento de provecho para los más jóvenes. Al dirigir actividades de alabanza y oración por las casas. Acompañar en el dolor a los sufrientes porque padecen o tienen familiares con enfermedad terminal y crónica (SIDA, cáncer y leucemia), y otros problemas de salud. Orientar a jóvenes pandilleros o a quienes están en prostitución, implementar ideas de trabajo pastoral con apoyo de las familias, base de la iglesia y de la sociedad. Dar servicio social, material y espiritual, donde haya pobreza y necesidad, con énfasis en los lugares y barrios marginados. Los grupos ministeriales requieren trabajar siempre en equipo y dejar de lado el individualismo, sin intereses mezquinos o proselitistas, para una recuperación, restauración e integración a la sociedad, sin ningún tipo de discriminación.


En Ezequiel 34.1 al 22, Dios habla en contra de los pastores negligentes, porque descuidan el trabajo de campo:


“... Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, ni volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia...”

Tal como se describe en este pasaje se presentan las siguientes similitudes:


1) Cuando los pastores sirven únicamente por el interés de recibir un salario o por recibir reconocimiento y exaltación, no se ubican en el nivel de la vida de Cristo; al contrario viven en lucro, opulencia y vanidad, sin prestar con el cuidado, un servicio de corazón, voluntad, vocación, amor a Dios, responsabilidad social y de práctica de los valores comunitarios.


2) Cuando actúan con indiferencia a las necesidades del campo o con negligencia, porque se conforman sólo con fungir desde un púlpito, altar o dentro del local.


El obrero es digno de su salario y la iglesia tiene la responsabilidad de proveer para su mantenimiento, pero Jesús advierte de quienes sirven sólo por un salario, sin dar la importancia al bienestar de las ovejas, buscan un cargo para lucrar, de manera que desempeñan una labor sin consentimiento del Señor (la puerta de las ovejas y el buen pastor) (Juan 10.1 al 15), porque pastorean por cuenta propia y se convierten en una élite acaudalada, con ministración sin respaldo divino. Así como se conmueven las entrañas por amor al sufrimiento de Cristo, quien vivió en humildad y austeridad, de igual manera es necesario compungir el corazón, por amor a los sufrientes, para acompañar en el dolor y fomentar el sentido comunitario y solidario, Las rivalidades religiosas, odios, fanatismos, radicalismos, onerosidad y enriquecimiento, son contraproducentes al ejemplo, vida y amor de Jesús. Las buenas relaciones entre seres humanos, en armonía y comunión los unos con los otros, requieren un equilibrio, equidad, justicia y bien común, en la distribución de bienes y servicios, caridad, solidaridad y compartir con los demás.


4.3.5 EL GRUPO MINISTERIAL DE DIÁCONOS


Los diáconos son los responsables y encargados de lo material, inclusive servir en las mesas. La labor en lo material es amplia, como diaconía, mayordomía, por ejemplo, la ayuda a huérfanos y viudas. Es fundamental la buena coordinación entre el diaconado y el grupo ministerial de pastores, para conocer y solventar todas las necesidades materiales. Pueden solicitar el asesoramiento de los pastores, para determinar las urgencias y prioridades, según las necesidades diarias, tanto las planificadas como las imprevistas.


En cuanto a la atención a las viudas de la iglesia sin pensión, el grupo ministerial de diáconos, es el responsable y encargado de velar, porque se cubra en la medida de lo posible, esta necesidad, principalmente con aquella viuda que tiene verdadera urgencia. Algunas de las viudas pueden ser sostenidas por familiares creyentes, de esta forma la iglesia puede disponer de lo suficiente para ayudar a las viudas solas y desamparadas. Las mujeres viudas son las diligentes en súplicas, oraciones, de buen testimonio y mayores de sesenta años, según se menciona en la primera carta a Timoteo (1 Timoteo 5.5, 9 al 10).


Otro caso similar se presenta, con los adultos mayores de sesenta años, que tienen dificultad de sobrevivir con sus gastos diarios, porque no reciben pensión o tienen una pensión muy baja. También, por causa de su vejez, de invalidez o dificultad para trabajar y recibir un ingreso adicional, aún cuando, en algunos casos, tienen hijos inconscientes porque no ayudan.


En el caso de los huérfanos, se trata de niños o adolescentes (menores de edad), con ausencia de padres, ya sea porque han fallecido, debido a desconocimiento de la identidad o abandono de los mismos. Al no tener la edad suficiente o estar en proceso de terminar sus estudios, son personas en espera de alcanzar su independencia laboral y económica, porque de momento no tienen la capacidad para subsistir por sí mismos y necesitan la ayuda para sobrevivir.


La administración eclesiástica, de bienes y servicios, está a cargo del grupo ministerial de diáconos en conjunto con el grupo organizado para asuntos materiales y consejo administrativo local. Integran parte del concepto de mayordomía y como grupos de trabajo cumplen su función al servicio de Jesucristo, el Señor de la casa de Dios (Hebreos 3.1 al 6). Permanecen como siervos fieles (1 Corintios 4.1 al 2) sobre su casa, cuidado, administración encomendado por Dios. En Lucas 16 versículos 2 y 10 se demanda fidelidad, porque se pedirá un rendimiento de cuentas de la administración realizada, aunque sea en algo pequeño, debido a que la persona fiel o injusta en lo poco procede de igual forma en lo mucho. Cuando se ejerce una diaconía, mayordomía o administración en forma fiel y prudente se es bienaventurado y se recibe recompensa (Lucas 12.42 al 44).


Las funciones de mayordomía en lo material están vinculadas al cuidado de los activos, contabilidad, finanzas, inventarios y tareas de la cocina. Se requiere dedicación, respeto y cuidado de las instalaciones, sus mobiliarios, utensilios y su mantenimiento. Esto implica todas las actividades en las cuales se evidencia el servicio a Dios en lo material, compra, suministro y preparación de alimentos, material de aseo, limpieza en general y en las actividades, lo necesario para cualquier trabajo eclesial, prevenir la escasez mediante planes de contingencia con soluciones de ahorro y distribución justa.


4.3.6 DOBLE DESEMPEÑO ENTRE FUNCIONES MINISTERIALES


El trabajo ministerial evangelístico, se organiza en función de despertar la atención y afecto de las personas hacia Cristo, inspirado en anunciar el reino de Dios, las buenas nuevas de paz y de salvación. Sí hay capacidad en el evangelista, puede fungir al mismo tiempo con las labores de diácono, como lo hizo Felipe (Hechos 21.8), e integrar ambos grupos ministeriales, distribuir su tiempo para participar de diácono en las actividades de la iglesia, y cuando no hay actividad, puede fungir su labor de evangelización, principalmente en el campo, fuera de los edificios de las instalaciones de la iglesia, salvo en la programación de mensajes evangelísticos dentro de las aulas, locales, áreas al aire libre dentro de las instalaciones de la iglesia, en el auditorio principal, casa de oración o templo.


Un diácono puede, al mismo tiempo, ser un evangelista como el caso de Esteban (Hechos 6.5, 8 al 10), todo depende de su capacidad y disposición para realizar ambas labores. Pero no se permite a un diácono ejercer de forma simultánea, como pastor o viceversa, porque es necesario respetar el orden en la distribución de funciones y especialización del trabajo de los grupos ministeriales.


Los cargos locales de pastoreo y diaconado no son compatibles en una misma persona, bíblicamente se establece la diferencia de labores, en relación con la función del servicio a las mesas, atención de la distribución diaria y el no descuidar a las viudas, mientras otros persisten en la oración y en el ministerio de la palabra. Particularmente, el diácono no está en obligación de enseñar, salvo el diácono - evangelista, por las funciones propias del evangelismo en lo relativo a la enseñanza y promulgación del evangelio de Jesucristo, sin embargo, quién se desempeña sólo como diácono, puede enseñar acerca de su especialidad, según su capacidad para exponer, cualquier tema en relación con el diaconado. Por otra parte, en algunos casos hay un doble desempeño en la labor de maestro, colaborador como pastor y viceversa, pastor colaborador como maestro, según su capacidad de pertenecer a ambos grupos. Por lo tanto, los desempeños en la labor de maestros y pastores son compatibles entre sí, pero son incompatibles con las funciones de evangelistas y diáconos.


CAPÍTULO 5: OTRAS FUNCIONES MINISTERIALES


5.1 LA FUNCIÓN APOSTÓLICA


Los apóstoles supervisan la armonía doctrinal y de confraternidad, tanto local como regional, monitorea la condición de la membresía por medio de recorridos en las diferentes localidades (2 Corintios 8.23; Filipenses 2.25), para ver cómo marcha cada iglesia local en su proceder (Hechos 15.36) moral, espiritual, confraternidad, doctrina, armonía y asegurar la supervisión, para el establecimiento y mantenimiento de los grupos ministeriales en cada iglesia local (Tito 1.5).


El grupo de apóstoles desempeñan las siguientes funciones, con su respectiva especialización: Las finanzas, misiones y publicaciones, se toma como ejemplo el desempeño del apóstol Pablo y de la escuela paulina, en la labor misionera y su aporte documentado por medio de las cartas (1 Tesalonicenses 5.27), dirigidas a las comunidades de fe o a ciertas personas. Pablo solicita firmeza y retener la doctrina, aprendida personalmente o por las cartas (2 Tesalonicenses 2.15). En Colosenses 4.16 se ordena compartir las cartas entre las diferentes localidades, esto demuestra la necesidad de copiar, intercambiar las cartas, equivalente hoy a realizar publicaciones masivas. En el concilio de Jerusalén (Hechos 15.1 al 6), se presenta la necesidad de solucionar diversos conflictos de la iglesia, fundamentados en cartas escritas (Hechos 15.30), con autoridad (2 Tesalonicenses 3.14), por ser acuerdos consensuados, de parte de los grupos ministeriales, la iglesia, y el Espíritu Santo (Hechos 15.22 al 23 y 28). Los apóstoles recorren y entregan en cada localidad los acuerdos para ser practicados (Hechos 16.4). En el tiempo actual, no se pretende con el proceso de publicaciones ampliar la Biblia, sino dar una interpretación a cada enseñanza bíblica, aportar soluciones a los conflictos presentados en la iglesia y corregir las deficiencias en lo cotidiano. Promover los principios cristianos y valores comunitarios necesarios en la cotidianidad.


Aunque el apóstol Pablo haya sobresalido de gran forma, su autoridad como apóstol, está en el nivel de los demás misioneros, en obligaciones y derechos no es inferior (2 Corintios 11.5), pero tampoco superior. En Hechos 15.36 al 41, encontramos una decisión de Bernabé, sin subordinarse a Pablo. Bernabé y Marcos deciden recorrer la región de Chipre, mientras tanto Pablo y Silas recorren Siria y Cilicia. La misión se extiende a todas partes y se organiza por regiones, en el caso de la región de Acaya a Pablo le colabora Timoteo (2 Corintios 1.1, 11.10), y le ayuda en Macedonia, juntamente con Erasto y en Creta le asiste Tito (Tito 1.5). En las regiones de Acaya y Macedonia hay varias iglesias locales como Atenas, Corinto, Berea, Tesalónica y Filipos. En la región de Asia se encuentran otras localidades como Efeso, Laodicea, Colosas y Antioquía.


Por motivo de los viajes se requiere financiamiento para la obra misionera. Es necesaria la colaboración de cada iglesia local en este sentido, con el fin de cumplir a cabalidad la función del apostolado y la supervisión. Una vez conscientes de su importancia, se recauda y aportan los recursos económicos, necesarios para el desempeño de los apóstoles en esta labor. Este financiamiento lo defiende muy bien Pablo, en 1 Corintios 9.1 al 19, cuando se refiere a los derechos de un apóstol: “... ¿Acaso no tenemos derecho de comer y beber?... ¿O sólo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar?... Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio...” La ayuda de cada localidad beneficia toda la región, con las visitas y recorridos en la supervisión de los apóstoles. Son observadores permanentes para el cumplimiento de la predicación, práctica de sana enseñanza (2 Timoteo 2.15 al 18; Tito 2.1), exhortación con toda paciencia y doctrina (2 Timoteo 4.2).


5.2 LA FUNCIÓN PROFÉTICA


La función profética es fundamental en el nuevo pacto dentro de la estructura de trabajo ministerial (Hechos 13.1; Efesios 4.11). El profeta anuncia la verdad de la palabra de Dios en forma clara y transparente, denuncia directamente el mal y el pecado, advierte sus consecuencias y proclama la justicia para edificar y rescatar a los oyentes, en cumplimiento fiel de la misión encomendada por Dios de instar a la obediencia. Es un atalaya o centinela, vigila la rectitud y observa cuidadosamente todo procedimiento, y compara con la Escritura, rinde cuentas de su labor con toda valentía para la corrección de lo deficiente. No tiene temor de ser perseguido o ser despreciado, por sus señalamientos contra el pecado.


El profeta Ezequiel es advertido, de la responsabilidad de la muerte del impío a causa del pecado, si no le amonesta y habla en contra de su mal camino (Ezequiel 3.17 al 21, 33.7 al 9). Al profeta Jonás, Dios no le permite, rehusar de cumplir la misión profética, en contra de la gran ciudad de Nínive (Jonás 1.1 al 17).


La predicación de Juan, el bautista, fue contra el pecado, como un profeta con autoridad de Dios, aunque le significara ser apresado y muerto. El profeta denuncia las injusticias cometidas por el pueblo o contra el pueblo, así Juan predica en favor del arrepentimiento al decir en la palabra:


“... Predicando… y diciendo: Arrepentíos… Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían… ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento,... y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mateo 3.1 al 10).

La labor de Juan el Bautista, a manera de un profeta – evangelista, fue traer el mensaje de llamamiento, arrepentimiento y conversión. Anuncia con exhortaciones, las buenas nuevas al pueblo (Lucas 3.18), y prepara el camino del Señor, porque después de cumplir con su misión, viene Jesús como profeta - maestro a hacer un discipulado y enseñar al pueblo por tres años y medio.


El profeta Moisés menciona del envío, por parte de Dios, de otro profeta como él. Si no se oye la palabra de Dios a través de dicho profeta, entonces se le pide cuentas a la tal persona rebelde (Deuteronomio 18.15 al 19). Jesús fue poderoso en hechos y en palabra (Lucas 24.19). Cuando Jesús enseñaba a sus discípulos, algunos le dijeron: “... Dura es esta palabra, ¿quién la puede oír?... desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él... ” (Juan 6.60 al 69). El mensaje del profeta se requiere en sentido Cristo céntrico, quien lo reciba tiene palabras de vida eterna, doctrina viva, justicia, exigencia, rigor y disciplina en el Señor Jesús.


Un profeta no puede desvirtuar la palabra de Dios. En el primer pacto había una compañía de profetas (1 Samuel 10.5), unidos por una misma finalidad: Dar el mensaje de Dios con o sin predicción, pero con proclamación de la justicia y obediencia a Dios, por medio de una escuela o comunidad de profetas presidida por Samuel (1 Samuel 19.20). Los profetas son usados como instrumentos de Dios a través de su Espíritu (1 Samuel 10.9 al 12). Se predice sucesos venideros, porque Dios les revela su secreto a sus siervos los profetas (Amós 3.7). Algunos se desvirtuaron en beneficio propio (Jeremías 2.8), dieron vanas esperanzas con visiones de su propio corazón, se ganaron la voluntad de otros con una forma servil y falsa al contar sueños mentirosos, sin ser profecía de Dios (Jeremías 23.16 al 40, 27.9 al 22). Encontramos en las Escrituras el caso de la falsa profecía del profeta Hananías, esta profecía no es verdadera, no concuerda con el profeta contemporáneo Jeremías, ni con los profetas anteriores a su época. Este falso profeta habla sin ser enviado por Dios, hace confiar en mentira al pueblo y manifiesta rebelión, al final es castigado con muerte (Jeremías 28.1 al 17).


Los profetas de la iglesia utilizan Las Sagradas Escrituras y se especializan en el campo de la profecía bíblica, así como los maestros desarrollan y profundizan el tema de la ley. Estos profetas utilizan como fuente profética las Sagradas Escrituras, porque es la palabra profética más segura e inspirada por el Espíritu Santo (2 Pedro 1.19 al 21). En la iglesia local existe el principio de asociar, en un grupo, a las personas con el don de profecía, el cual recibe el nombre de “Compañía de Profetas”, con el fin de escudriñar, analizar y sacar conclusiones de la profecía bíblica. Se reitera la afirmación de la Biblia:


“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 4.10 al 11).

Es indispensable dar a conocer la profecía bíblica para apercibir al pueblo de Dios, sin profecía el pueblo se desenfrena (Proverbios 29.18). En la actualidad, la escuela de profetas es para compartir el conocimiento profético, entre los integrantes del grupo compañía de profetas, según la especialidad de su labor, a través de las Escrituras. Se requiere y necesita una mejor interpretación en el campo profético, libre en su totalidad de las especulaciones, de futuros deslumbrantes, de espectacularidad, escatología fantasiosa, fenómenos mágicos, de las suposiciones y conjeturas e invenciones anacrónicas.


El profeta actual se pronuncia en nombre de Dios, en armonía con su palabra escrita y congruente con el mensaje de los profetas bíblicos, en comunión con la ley de Dios y la profecía. En su vida refleja absoluta fidelidad a Dios, fundamentado en los apóstoles y profetas, con Jesucristo como principal piedra del ángulo de la edificación (Efesios 2.20 al 22). Por consiguiente, la compañía de profetas, analiza la profecía, prevé una cuidadosa interpretación en conjunto, invoca la dirección de Dios e intervención de su Espíritu y no cae en la falsa profecía, advertido desde tiempos de Moisés (Deuteronomio 13.1 al 5, 18.20 al 22). Dios dijo a través de su siervo Moisés: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella…” (Deuteronomio 4.2, 12.32), lo cual es confirmado en Proverbios 30.5 al 6 y Apocalipsis 22.18 al 19. También castiga cuando se afirma alguna palabra, como dicha por Dios, sin haberla él mandado (Jeremías 29.23). Recompensa a quien no se aparta, ni a diestra ni a siniestra de sus palabras (Deuteronomio 28.13 al 14). Jesús advierte contra los falsos profetas, reconocidos por sus hechos, porque a pesar de ser hacedores de maldad, creen que por invocar al Señor, van a ser justificados, en lugar de obedecer la voluntad del Padre de los cielos (Mateo 7.15 al 23), sin buscar fama, prestigio en anuncios supuestamente proféticos o por aparentar mucha santidad y consagración.


5.3 EL DESORDEN LITÚRGICO DE CORINTO


Según 1 Corintios 14.3 el profetizar es para edificación, exhortación y consolación. La Biblia menciona la labor de las profetisas, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, pero el ejercicio del don de profecía en el nuevo pacto sufre cierta regulación, tanto en la mujer como en el varón, debido a la falta de orden en la liturgia. Dios no es Dios de confusión, sino de paz en todas las comunidades de fe (1 Corintios 14.33). Ni tampoco es para tener costumbre de contender (1 Corintios 11.16).


En la comunidad de Corinto se altera la liturgia, por causa de quienes participan desordenadamente al hablar en lenguas y al profetizar, algunos interrumpen al preguntar o conversar acerca de la revelación e interpretación de las lenguas, otros pretenden sobresalir como profetas o profetizas sobre el resto de la membresía, creando un abuso en las participaciones colectivas.


Pablo insta a hacer todo decentemente y con orden (14.40). Para lograr esto, se regula la participación en la revelación, lenguas e interpretación por turno, a lo más dos o tres y los demás juzguen (14.27, 29 y 31). Esto de juzgar implica creer u opinar para sí mismos, si varios conversan, discuten, preguntan o murmuran a la vez, sumado a quienes hablan en lenguas al mismo tiempo, se genera desorden (14.23). En el caso de las lenguas, cuando no hay quien interprete, se ordena hablar para sí mismo y no en voz alta (14.28). Se manda a callar a quién ha tenido participación, para dar oportunidad a otros (14.30). El desorden genera una mala impresión en las visitas o espectadores: “Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?” (1 Corintios 14.23).


Pablo menciona no menospreciar las profecías, pero recomienda examinar todo y retener lo bueno (1 Tesalonicenses 5.20 al 21). Al examinar la profecía, algunas mujeres incurren en preguntar y conversar en plena actividad litúrgica, otras provocan desorden al participar como profetizas en forma simultánea y en voz alta, otras profetizas con presunción, tratan de figurar al utilizar como excusa el don de profecía sobre los demás, para dar la impresión de mucha santidad o consagración. Todo esto, Pablo lo censura y manda callar a tales mujeres: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar,... porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Corintios 14.34 al 35). Según esta recomendación es prioritario la reverencia y orden litúrgico, inclusive la mujer no puede libremente divulgar las profecías recibidas, solamente con orden y regulación.


La profecía no es para presumir de posición privilegiada, ante Dios o la iglesia, por pretender santificación, consagración o espiritualidad. ¿Qué pasa si la visión o sueño, fue por una sugestión de la mente, influenciada por fenómenos naturales, problemas de salud, drogas implícitas en los medicamentos, ignorancia de la palabra de Dios, por causas como la fascinación (engaño o alucinación), obsesión (algunos por síntomas de neurosis depresiva), por ofuscación (que es entenebrecer la razón y confundir las ideas), por persuasión (tratar de convencer o influenciar), por perturbación (sin paz ni tranquilidad), histeria, problemas de psicosis o insomnio? Es peligroso utilizar la profecía, en los casos de fundamentar una doctrina de la iglesia, contradictoria al sentido general de las Sagradas Escrituras, sin edificación o para justificar la maldad o pecado.


En la ciudad de Filipos, se reunieron algunas mujeres junto al río, en el lugar donde suelen orar; primeramente se observa cómo entre ellas se distingue una mujer con el nombre de Lidia, vendedora de púrpura, adoradora de Dios y atenta a la enseñanza de Pablo. El Señor abre el entendimiento de ella y es bautizada con su familia, por haber sido encontrada fiel al Señor (Hechos 16.12 al 15). Por otra parte, en la misma ciudad, una muchacha con la capacidad de predicción y de descubrir lo desconocido, insiste por muchos días en delatar públicamente a Pablo y a los demás creyentes, como hijos del Dios Altísimo y anunciantes del camino de salvación. Al desagradar a Pablo esta actitud, la reprende y ésta pierde su capacidad de predecir (Hechos 16.16 al 18). Este caso contrasta con el de Lidia, ambas conscientes de la existencia del Dios verdadero; una lo adora y recibe más conocimiento al aceptar a Cristo en el corazón. La otra, sin razonamiento, sino por intuición, percibe de forma clara la verdad y procede a delatar en voz alta el servicio a Dios, presentado por Pablo y sus acompañantes, pero no recibe la palabra, ni la atesora en su propio corazón.


En el pasado hubo profetisas o sacerdotisas de dioses falsos, algunas entregadas a la fornicación, como un ritual religioso, luego llegan al cristianismo con la presunción de mantener el liderazgo y tomar autoridad sobre el rumbo de la iglesia. Esta es una de las razones, para regular su participación como profetisas, a partir de la iglesia de Corinto. En el Apocalipsis se menciona el caso de la iglesia en Tiatira, donde hay adversidad contra Dios por medio de una mujer llamada Jezabel, se dice supuestamente ser profetisa, pero enseña e induce a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos (Apocalipsis 2.18 al 23). El nombre de esta mujer es comparado con el de una mujer, hija de Etbaal rey de los sidonios, tomada por Acab rey de Israel, inducido a servir y adorar al dios falso Baal, hasta hacer un templo y altar en Samaria, y una imagen de la diosa Asera, para provocar la ira del Dios verdadero de Israel (1 Reyes 16.29 al 33). Acab actúa incitado por su mujer Jesabel (1 Reyes 21.25 al 26), quien mata a los profetas de Dios (1 Reyes 18.4, 13), y ofrece una fuerte oposición a la palabra de Dios.


5.4 EL DON DE PROFECÍA BAJO EL CONTROL DE LOS PROFETAS


La interpretación del don de profecía, se encuentra bajo el control de los profetas, en este sentido a las mujeres, inclusive las profetisas, se les ordena consultar en casa a sus maridos (1 Corintios 14.35); esta función la cumple la compañía de profetas, porque no todas las mujeres, sean o no profetisas, tienen marido, marido creyente o marido profeta, con el conocimiento adecuado para responder la consulta. La visión o sueño es analizado por el grupo, sobre la base principal de no menospreciar ninguna profecía y examinar detenidamente cada una. Con este análisis, se determina la conveniencia de dar a conocer la profecía externamente al grupo, según dice la palabra: “No apaguéis al Espíritu, no menospreciéis las profecías, examinadlo todo; retened lo bueno, absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo;…” (1 Tesalonicenses 5.19 al 23).


Cada profecía recibida es examinada y comparada con las Sagradas Escrituras, como referencia, pues está escrito: “Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz…” (1 Corintios 14.32 al 33). Pablo, a pesar de estar condicionado dentro de una cultura con raíces patriarcales, la cual considera al sexo masculino superior al femenino, actualmente denominado con el nombre de machismo, regula en relación con la profecía, tanto a las mujeres como a los varones por igual y sin marginación.


La precaución específica para la mujer en 1 Corintios 14.34 al 35, es de no hacer una interpretación a la ligera con la consecuencia de inducir al varón al error, porque en 2 Corintios 11.3, la compara con el ejemplo de Eva, extraviada en su propia mente al cuestionar y distorsionar sus sentidos en confusión, esto la lleva a incurrir en rebeldía con la participación de Adán. En realidad no hay sexo superior al otro, la acción de Eva al hacer uso de su inteligencia la confronta con una duda e investiga por sí misma el conocimiento de lo cuestionado, capacidad innata provista por Dios en el ser humano, tanto en el hombre y en la mujer.


Pablo les pregunta a las mujeres, si acaso de ellas se ha iniciado el mensaje de la palabra o sólo a ellas ha llegado este mensaje (1 Corintios 14.36), hay una unidad de trabajo, entre varones y mujeres sin ser unos superiores a otros. Al principio los discípulos de Jesús llegaron a ser ministros de la palabra (Lucas 1.2), posteriormente, se integran otros ministros, entre ellos Pablo (Hechos 26.16), pero Jesús desde el inicio le da participación a la mujer, observamos la integración de la mujer en el ministerio de Jesús, sin discriminación alguna:


“Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes” (Lucas 8.1 al 3).

Tal y como se menciona en el párrafo anterior, la mujer tiene participación en el ministerio de Jesús, fundador de la comunidad de fe, por consiguiente, promotor de los valores comunitarios. En todo caso, la organización e institucionalización de esta comunidad, como iglesia y sus normas respectivas, no justifican la discriminación de la mujer, en la labor de servicio ministerial. Aunque en la formación de la iglesia, por desordenes litúrgicos se establecen regulaciones, esto no autoriza excluir o marginar a la mujer en la participación general del trabajo eclesiástico y grupos ministeriales, menos marginarla en impartir la enseñanza, liderar, oficiar en las actividades, clases, liturgias, ceremonias o celebraciones eclesiásticas.


Pablo le recuerda a la mujer tomar en cuenta al varón, como mensajero de Dios, porque el varón es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza del varón y Dios Padre la cabeza de Cristo (1 Corintios 11.3). En este pasaje la expresión “cabeza” es en señal de preceder en existencia, principio, origen o fuente de vida. Dios precede en existencia a Cristo; Cristo al varón y el varón a la mujer. Porque Adán fue formado primero y después Eva (1 Timoteo 2.13). Por esta razón en el caso de Corinto se propició una costumbre local de cubrirse la cabeza las mujeres para orar o profetizar, como recordatorio, de señal de autoridad en relación con el hombre, a quien se le pide descubrirse la cabeza para orar y profetizar:


“Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles. Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios” (1 Corintios 11.8 al 12).

Cabe destacar la expresión del párrafo anterior: “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”. En el contexto del pasaje, se analiza la acción de orar y de profetizar y la regulación al respecto, donde se requiere que la mujer se cubra la cabeza y el varón se descubra, de lo contrario la mujer afrenta al varón y este último a Cristo: “Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza...” (1 Corintios 11.4 al 5). Debido a los mensajeros de Dios, en este caso los profetas, la mujer se cubre la cabeza sólo para orar y profetizar, como señal de respeto a la autoridad del mensaje profético, delegado por Dios.


La mujer a pesar de ser un vaso o instrumento profético, el cubrirse la cabeza es un recordatorio para ella, en el sentido de no precipitarse a tomar la dirección, e interpretación en forma privada, sino callar en la congregación (1 Corintios 14.34), y esperar el debido proceso para exteriorizar la profecía recibida, con el análisis en comunidad mediante la compañía de profetas. Sea un sueño, visión o revelación (voz audible), es indecoroso a la mujer hablar de estas situaciones en la congregación (1 Corintios 14.35). No es prudente, promulgar lo recibido, ni involucrar a nadie, hasta que se pronuncie al respecto la compañía de profetas.


En cuanto a cubrirse o descubrirse la cabeza, únicamente para orar y profetizar, según corresponda, y no en todo el acto litúrgico, si alguien quiere omitir o discutir este orden, según 1 Corintios 11.16, las iglesias de Dios no acostumbran contender, sólo se resolvía un orden litúrgico o de celebración, específicamente local (Corinto) y para la acción o acto de orar y profetizar. Pablo afirma a quien se cree profeta y espiritual, reconocer los mandamientos del Señor (1 Corintios 14.37), la medida resolvía un recordatorio de nunca precipitarse en la dirección e interpretación, por encima del Señor y de las Escrituras.


También en las Sagradas Escrituras se menciona la expresión del marido como cabeza de su esposa (Efesios 5.23 al 24), la sujeción indicada se refiere a unidad y no a sometimiento, sino en forma recíproca sometidos unos a otros sin discriminación de sexo, en el temor de Dios (Efesios 5.21). Al marido le corresponde velar por el cariño y amor de su esposa, cuidarla como a su propia carne (Efesios 5.28 al 33), dar honor a la mujer como a vaso más frágil, o sea, con mayor atención y cuidado (1 Pedro 3.7). Las casadas están sujetas a sus maridos, en el sentido de unidad y armonía como lo hacen con el Señor (Efesios 5.22, 25 al 27). El marido no es cabeza en el sentido de poder absoluto, cualquier persona sea hombre o mujer, no está sujeto o sujeta a servidumbre en tales casos (1 Corintios 7.12 al 17), por ejemplo en la actualidad, por causa de adulterio, agresión doméstica (intrafamiliar), abandono familiar, incesto, incumplimiento conyugal premeditado, intransigencia o cualquier aspecto dañino y perjudicial. La Biblia dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.25 al 26).


5.5 LA MUJER EN EL MINISTERIO


La mujer desempeña un papel muy importante en el trabajo ministerial. Su participación en los grupos ministeriales y de apoyo es muy valiosa en igualdad de condiciones al varón. Realiza funciones dentro del campo evangelístico, pastoral y de diaconía como se relata en Romanos 16.1 al 15, Filipenses 4.2 al 3 y 1 Timoteo 3.10 al 11. Es anciana en el área pastoral y aconseja a las jóvenes para amar a sus maridos e hijos, ser de buen testimonio, prudentes, castas y cuidadosas de su casa. Son las maestras del bien según Tito 2.3 al 5.


Las profetisas se mencionan en Hechos 21.8 al 9 y 1 Corintios 11.5, conforme con la gracia y voluntad de Dios en repartir sus dones. La Biblia no prohíbe la participación de la mujer, por lo tanto, puede asistir a las reuniones de cualquier grupo ministerial y ayudar en todo lo posible con estas labores, inclusive contribuir en la supervisión de la obra o sea en la función del apostolado, tenemos el caso de Junia o Junias, una mujer de gran estima por los apóstoles en Romanos 16.7. Además los apóstoles se acompañaban de sus esposas en los viajes misioneros, ellas cumplían una labor misionera, podemos observar esto en 1 Corintios 9.5.


La discriminación hacia la mujer no procede de Dios, procede de la misma cultura propia del varón, que es transmitida por generaciones y condicionada en su favor. El varón ha tenido tendencias dictatoriales, prepotentes, impositivas, dominio, gobierno y superioridad. El pasaje de 1 Corintios 14.34 al 35, no se refiere a la mujer en general, sino a las mujeres involucradas en ocasionar desorden en la liturgia, unas por ser profetizas, participar en lenguas y revelación en forma simultánea, otras por interrumpir al preguntar o comentar acerca de la interpretación, y finalmente las mujeres con alabanza presuntuosa de sí mismas, por sobresalir como profetizas sobre el resto de la membresía.


A lo anterior se suma 1 Timoteo 2.9 al 15, con un sector de mujeres adineradas con otro tipo de presunción, al pretender sobresalir por causa del poder económico (1 Timoteo 6.6 al 10, 17 al 19), la clave de este análisis está en el profesar piedad y servicio a Dios con modestia, sin lujos posibilitados por las riquezas y despreciativos al necesitado. Este pasaje señala a las mujeres adineradas, porque las mujeres pobres no tienen la posibilidad de poseer oro, perlas, vestidos costosos o peinados ostentosos, con dificultad su capacidad adquisitiva se reduce a lo necesario para subsistir. Ahora bien, el ser humano nada ha traído a este mundo cuando nace y nada se lleva cuando muere.


La mujer tiene la distinción más grande de los seres humanos, el privilegio de ser madre, el dar a luz es un acto de mucho riesgo, la mujer con riquezas y la mujer pobre están en igualdad de condiciones, cuando dan a luz, tanto una como la otra corren riesgos, inclusive de perder la vida, pero su vida será preservada y se salva en cada parto; ni la muerte puede arrebatar su fe, amor, santificación y modestia (1 Timoteo 2.15). Las mujeres o varones con capacidad económica y benefactores dentro de la iglesia, por el hecho de contribuir no pueden exigir los primeros lugares o posiciones de poder, ni la iglesia debe rendirles pleitesía, por poseer, como dice la carta de Santiago 2.1 al 9, anillo de oro y ropa espléndida.


Entre los requisitos bíblicos de las mujeres está: “Sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Timoteo 2.10). Las diaconizas o mujeres diáconos: “… Honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo” (1 Timoteo 3.11).


5.6 EL EJEMPLO DE MARÍA LA MADRE DE JESÚS


La expresión de María, al decir “he aquí la sierva del Señor” (Lucas 1.38), connota ferviente servicio y obediencia a Dios. Es un ejemplo inspirador para la mujer actual. Dedica su vida con toda disposición e interés en el servicio al Señor, con prontitud cumple la voluntad de Dios, de una forma firme y segura. Por causa de su fidelidad, Dios favorece y bendice su vida. María demuestra virtudes muy valiosas, como la comunión, devoción, consagración y santificación, testimonio para las mujeres de hoy. Muchas cualidades descritas en la Biblia acerca de María, son necesarias en cualquier mujer para servir a Cristo, especialmente, el amor a Dios y al prójimo. Así como las mujeres de la época de Jesús, inclusive con sus bienes le sirven (Lucas 8.3), también en nuestro tiempo el hacer el bien al necesitado, es como servir a Jesús mismo. María se regocija con su mente y corazón, enfoca su pensamiento, inteligencia y emoción en el servicio a Dios su Salvador, testifica a Dios como digno de ser honrado y glorificado por sus grandes proezas, y misericordias a quienes tienen su temor, porque exalta a los humildes y a los hambrientos colma de bienes (Lucas 1.50 al 53).


María presencia la aparición de un ángel llamado Gabriel (Lucas 1.26 al 28), aunque se turba por las palabras del ángel, en la salutación inicial (Lucas 1.29 al 30), reacciona y responde con toda cordura, al hacer un juicio acertado del mensaje recibido, porque cree (Lucas 1.45), conforme con lo anunciado en las Sagradas Escrituras (Lucas 1.54 al 55). Es importante destacar la meditación de María en su corazón, al atesorar la vivencia y conocimiento (Lucas 2.19), es obvio considerar a María como excelente hija, madre y esposa. Ella también recibe bendición entre las mujeres, porque pasa a ser un modelo de mujer para las demás (Lucas 1.28 y 48). Su vida ejemplar manifiesta humildad, modestia, y sujeción a la palabra de Dios; concentra sus fuerzas, energía y todo su vigor en los propósitos de Dios. Encontramos en María un ejemplo, porque no se envanece, ni se jacta del privilegio de ser un instrumento útil de Dios. Caso contrario el ejemplo dejado por Eva, por su pensamiento se rebela ante Dios, en este sentido Pablo se preocupa por los sentidos de cada una y de cada uno, por la posibilidad de ser de alguna manera, extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Por eso se debe tomar en cuenta el testimonio de algunas personas, como María o Pablo, para seguir su ejemplo, y el de quienes se conducen de igual forma (Filipenses 3.17).


5.7 LA MUJER EN EL PRIMER PACTO


En conformidad con los propósitos de Dios, encontramos, durante el primer pacto, muchos testimonios de mujeres en labores de servicio a Dios y al pueblo, por ejemplo, Débora fue una mujer usada por Dios como profetisa y gobierna durante un tiempo a Israel como juez. Dios la utiliza para darle dirección a Barac al juntar a diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón, para pelear contra Sísara, capitán del ejército del rey Jabín de Canaán. También en este tiempo, por mano de otra mujer llamada Jael, dio muerte a Sísara por voluntad de Dios y en cumplimiento de una profecía mencionada por Débora (Jueces 4.4 al 24). En el periodo del Éxodo, encontramos a María, quien es profetisa (Éxodo 15.20) y sirve a Dios al lado de sus hermanos Moisés y Aarón. En el reinado de Josías, durante las obras de reparación de la casa de Jehová, se encuentra el libro de la ley, entonces el rey por medio de una delegación, hace la consulta a Dios acerca de las palabras del libro hallado. Jehová, el Dios de Israel, les da la respuesta mediante una mujer profetisa llamada Hulda (2 Reyes 22.3 al 23.3). La Escritura cuenta la historia de Rut, la moabita, descrita como una mujer virtuosa y reconocida por las mujeres de su época, además da a luz a Obed, padre de Isaí, quien a su vez llega a ser padre del rey David (Rut 4.13 al 17). Esta mujer, a pesar de ser de los campos de Moab, prefiere seguir a su suegra y reconocer al pueblo de Noemí, como su pueblo y a Dios como su verdadero Dios (Rut 1.16 al 17). Se le compara con otras mujeres, Raquel y Leda, las cuales edificaron la casa de Israel (Rut 4.9 al 12).


Una mujer muy especial es Agar, a quien le habló el ángel de Dios desde el cielo y Dios le proveyó agua en el desierto, para que no muriera junto con su hijo Ismael, de quien Dios hace una gran nación (Génesis 21.13 al 21), por ser descendiente de Abraham. Ismael tiene doce hijos príncipes (Génesis 25.12 al 18). De esta descendencia, Dios la multiplica tanto que no puede ser contada por la multitud (Génesis 16.5 al 16), constituyen una gran religión Monoteísta del Dios Creador, unificada por el profeta Mahoma (Muhammad).


A una mujer estéril conocida como Ana, Dios le concede la petición de tener un hijo llamado Samuel, el mismo es dedicado delante de Jehová y ministra junto al sacerdote Elí. Este Samuel llega a ser un gran siervo de Dios como profeta. Tiempo antes, a Sara de edad avanzada y estéril, Dios le concede un hijo llamado Isaac, uno de los patriarcas juntamente con Abraham su padre y Jacob su hijo, recibe fuerzas para concebir y dar a luz fuera de la edad, por haber tenido fe en la fidelidad de Dios, según la promesa (Hebreos 11.11). También en tiempos de Josué, una mujer llamada Rahab, es salva junto con su familia en la destrucción de Jericó, ella tiene suficiente fe para esconder y ayudar a escapar a los espías de Israel (Josué 2.1 al 16, 6.21 al 25). Todos los ejemplos anteriores demuestran desde el primer pacto, a la mujer en un lugar de gran estima, Sara, Rebeca, Raquel o Leda, desempeñan un papel importante, en la época de los patriarcas. La mujer llega a heredar, cuando no tiene hermano sucesor del nombre del padre, entre su familia (Números 27.7 al 11).


5.8 LA MUJER EN EL NUEVO PACTO


En el nuevo pacto, a la mujer se le reconoce un lugar dentro de la comunidad de fe, porque Jesús rompe con los estereotipos de su época, confirmado cuando habla con una mujer samaritana, inclusive sus discípulos se maravillan (Juan 4.27). La misma mujer samaritana, se extraña cuando Jesús no la rechaza, porque aunque es judío le pide de beber agua, ya que judíos y samaritanos tienen enemistad entre sí (Juan 4.9). Y la mujer samaritana fue mensajera de Jesús entre los de su pueblo, quienes creen por la palabra de ella (Juan 4.28 al 30, 39 al 42). Jesús valora a la mujer en muchas ocasiones, por ejemplo, visita a Marta y a María (Lucas 10.38 al 39), hermanas de Lázaro; sana a María llamada Magdalena; Juana y Susana; entre muchas mujeres servidoras aun con sus bienes (Lucas 8.1 al 3). Además un grupo de ellas lo acompañan hasta en su muerte (Mateo 27.55 al 56); luego al sepulcro, en su sepultura (Mateo 27.59 al 61). Cuando preparan especias aromáticas y ungüentos para llevar al sepulcro (Lucas 23.56 al 24.1), aunque no pudieron perfumarlo, fueron ellas las privilegiadas de ser las primeras en saber de su resurrección y de llevar el anuncio a los demás (Lucas 24.9 al 11). Jesús mismo fue quien envió a las mujeres a dar este aviso (Mateo 28.9 al 10). Jesús aprecia, valora y da lugar y participación a la mujer sin impedimentos.


Muchas alcanzan arrepentimiento y conversión (Hechos 8.12, 9.2, 17.12). Dorcas (Hechos 9.36), María la madre de Juan con sobrenombre Marcos (Hechos 12.12), Lidia (Hechos 16.14), las hijas de Felipe (Hechos 21.8 al 9) y Apia (Filemón 2). Pablo menciona a muchas mujeres servidoras a la comunidad y al Señor, entre ellas están Febe, Priscila, María, Junia, Trifena, Trifosa, Pérsida, la madre de Rufo, Julia, la hermana de Nereo y Olimpas (Romanos 16.1 al 7, 12 al 13). También Evodia y Síntique, combatieron juntamente con Pablo en el evangelio (Filipenses 4.2 al 3). Las mujeres participan en todas las labores ministeriales, en Cristo Jesús no hay discriminación ni marginación, sino principios de amor, bien común y valores comunitarios para convivir en paz y armonía.